Primaveras africanas: la protesta social se vuelve viral en todo un continente

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A inicios de la presente década, el mundo atestiguaba el inicio de la Primavera Árabe y observaba atento a su desarrollo. Sin embargo, lejos de los reflectores mediáticos, África avanza hacia una verdadera transformación política.

La Primavera Árabe comenzó en África.

Apenas comenzaba el año 2011 cuando los ciudadanos de Túnez se regocijaban de haber logrado algo que parecía imposible: el dictador Zine el-Abbidine Ben Ali huyó del país tras una serie de manifestaciones multitudinarias en su contra, después de haber gobernado poco más de 23 años. El fin de esta historia desembocó en un nuevo gobierno democráticamente electo. Muy pronto, e inspirados en este ejemplo, las protestas sociales se extendieron por Medio Oriente y el norte de África: Egipto, Libia, Siria, Yemen y Bahréin fueron algunas de las naciones que se vieron sacudidas por levantamientos en favor de la democracia.

La aspiración a mayores libertades políticas y sociales, la reducción de las desigualdades económicas, el descontento ante el aumento del costo de la vida, el desempleo y la corrupción fueron el denominador común de estas movilizaciones. El eco que estas protestas generaron a nivel mundial provocó que muchos especialistas y medios de comunicación divulgaran la idea del inicio de una Primavera Árabe. Este concepto cobró mucha fuerza, dado que estos sucesos recordaban a muchos lo sucedido en Praga durante 1968, donde la entonces Checoslovaquia se planteó el objetivo de impulsar un socialismo con rostro humano. No obstante, analizados desde otra óptica, las revueltas en Túnez, Egipto y Libia pueden enmarcarse dentro de un fenómeno mucho más amplio, a escala continental: la primavera africana.

¿A qué nos referimos con “primaveras africanas”?

Categorizamos como primaveras africanas a las manifestaciones sociales y populares contra el status quo político de sus naciones, debido principalmente al carácter autoritario de los gobiernos, por las promesas de cambio incumplidas, la baja participación política, las restricciones a la libertad de expresión, las violaciones a los derechos humanos y la falta de una verdadera democracia, entre otros aspectos. El principal objetivo es acabar con las prácticas dictatoriales, corruptivas y clientelares mediante una modificación radical a los sistemas políticos. El fin último sería el mejoramiento de las condiciones de vida de toda la población. Aunque las primaveras africanas no han tenido la misma repercusión en los medios con respecto a sus similares árabes, la realidad es que desde 2005 se ha desatado el descontento social en prácticamente todo el continente.

En esencia, las principales demandas sociales son las mismas que originaron la Primavera Árabe, pero en territorio africano éstas son más heterogéneas y acordes con la situación de cada región y nación. No obstante, un elemento bastante común que provoca el estallido de los movimientos en África ha sido el intento de los presidentes en extender su periodo de mandato, principalmente a través de reformas constitucionales. Del mismo modo, el respeto a los resultados de las elecciones y las denuncias de fraude electoral abonan el terreno para que surjan las protestas sociales.

Protesta en las calles de Túnez el 20 de enero de 2011, país en donde dio inicio la Primavera Árabe. Fotografía: Flickr

El descontento actual también se explica a causa del agotamiento de la ola democrática que inundó África durante los años noventa, donde muchos países africanos implantaron sistemas políticos multipartidistas. Pero esta transición no generó en automático cambios de fondo. En muchos casos el partido político gobernante continuó en el poder, y los personajes que accedieron al mismo en esa época aún continúan gobernando a placer, con una oposición política limitada, dividida, amenazada o inexistente.

La correcta identificación de los actores políticos que hacen posible este fenómeno es un aspecto crucial para comprender la magnitud de estas protestas. Desde sus independencias, muchos países de África no han gozado de estabilidad política duradera. Gran parte de los cambios de gobierno sucedían mediante golpes de Estado y el uso sistemático de la violencia y el terror. De 1956 a 2001, África Subsahariana experimentó un total de 188 golpes de Estado, algunos fallidos, otros exitosos. 

Sin embargo, la naturaleza de las recientes protestas en África es más de tipo popular y social, y cada vez menos de tipo militar. Los africanos se encuentran más decepcionados y cansados que nunca de su situación política. Los resultados de las protestas han sido diversos. Repasemos los casos más importantes y significativos.

El salvaje Oeste africano.

África Occidental es, sin duda, la región del continente que registra mayores avances en cuanto a la buena gobernanza y la democracia. En el 2012, en Senegal, la presión social fue clave para evitar que el entonces presidente Abdoulaye Wade se pudiera postular para un tercer mandato de siete años, en un contexto de alza de precios de alimentos y corrupción generalizada. Dos años después, Burkina Faso fue escenario de una serie de enfrentamientos que provocaron que el dictador Blaise Compaoré disolviera el gobierno. La causa fue, como en Senegal, el intento de reforma a la constitución para extender su mandato.

Además, destacan las transiciones pacíficas de poder en Nigeria (2015), Benín (2016), Ghana (2017) y más recientemente en Liberia (2018), donde hubo cambios en el partido político en el poder, y los perdedores reconocieron su derrota y felicitaron a los ganadores, algo que hace 15 años era impensable que ocurriera.

A fines de 2016, en Gambia se celebraron elecciones presidenciales, cuyo resultado fue la derrota del presidente Yahya Jammeh, en el poder desde 1994. Aunque al principio reconoció la derrota, poco después se arrepintió y quiso dar marcha atrás a un proceso que ya era irreversible. El 21 de enero de 2017 – el mismo día que Donald Trump tomó posesión como nuevo presidente de los Estados Unidos – en Gambia, tropas auspiciadas por la Comunidad Económica de los Estados de África Occidental (ECOWAS, por sus siglas en inglés) provocaron que Jammeh dejara el poder y se fuera al exilio a Guinea Ecuatorial. Tras estos hechos, el nuevo presidente, Adama Barrow, pudo finalmente asumir la presidencia. El simple hecho que una organización regional supranacional reconozca los resultados electorales, sea quien sea el ganador, nos habla de los avances alcanzados en este renglón.

Ghana es uno de los países africanos más democráticos. En esta imagen vemos propaganda electoral del actual presidente de ese país, Nana Akufo-Addo, durante una de sus campañas a la presidencia. Fotografìa: Flickr

El Sur se debate entre la continuidad y el cambio.

El sur del continente históricamente ha registrado mayor estabilidad política en comparación con el resto de las regiones, aunque hasta hace poco concentraba los casos más representativos de regímenes políticos más longevos. A pesar del descontento social, los cambios se han dado mediante otros medios más pacíficos, pero por la forma en que dieron, dudamos sobre la verdadera magnitud de las transformaciones.

Un caso representativo es Zimbabue, país que solo había visto pasar a un solo presidente desde su independencia: Robert Mugabe. A pesar de haber dejado en la ruina al país, la enorme presión social no podía desplazar al dictador. Pero todo cambió a finales del 2017 cuando Mugabe, de 93 años, comenzó una purga contra los veteranos de la guerra de independencia, separándolos del partido gobernante, incluso al Vicepresidente Emmerson Mnangagwa, quien fue separado de su cargo tras una serie de intrigas por parte de la primera dama. Los militares acusaron a Mugabe de traición, y lo obligaron a renunciar a través de un Golpe de Estado poco convencional y relativamente no violento. Mnangagwa fue elegido presidente, llamó a elecciones y ganó. Aunque Mugabe ya no figura más en el escenario político, parece ser que todo seguirá igual en este país.

En Angola, otro de los mandatarios más longevos, José Eduardo Dos Santos, sorprendió en 2017 al anunciar que ya no se presentaría a las elecciones presidenciales, y en su lugar propuso a Joao Lourenço, hombre de su confianza, quien posteriormente ganó las elecciones. Aparentemente solo habría cambio de presidente sin alterar todo lo demás, pero Lourenço volvió a sorprender tras anunciar la destitución de algunos de los miembros más importantes de la familia Dos Santos de puestos de poder importantes, incluyendo la dirección de Sonangol, la empresa estatal de petróleo. Con estas acciones, Angola parece encaminarse a un futuro más incierto.

Por su parte, en Sudáfrica, país clave y potencia regional, Jacob Zuma fue destituido de la presidencia por su propio partido, acusado de corrupción. Ello nos habla del buen funcionamiento del sistema de contrapesos y división de poderes en aquel país, pero también de una crisis dentro del mítico Congreso Nacional Africano, el partido de Mandela y defensor de los derechos humanos y civiles. El sustituto de Zuma, Cyril Ramaphosa, se enfrenta a un escenario cuesta arriba, con la economía estancada, huelgas sindicales y elevado desempleo.

Las primaveras en espera de concretarse.

En la parte central del continente, las protestas contra la permanencia de los dictadores en el poder se han tornado más violentas. En Gabón, República Democrática del Congo, Burundi y Camerún, la extensión del periodo de mandato de sus respectivos presidentes, sumado a los múltiples problemas internos no resueltos, están generando escenarios altamente explosivos, al borde del estallido de guerras civiles. Lo mismo podría ocurrir en Ruanda, Uganda y Guinea Ecuatorial, cuyos países concentran a los presidentes del continente que llevan más tiempo en sus respectivos cargos. Para rematar, los conflictos internos en República Centroafricana y Sudán del Sur permanecen vigentes y lejos de solucionarse.

En África Oriental, Kenia es punta de lanza de la protesta en esta región. La permanencia en el poder de Uhuru Kenyatta ha provocado enormes protestas desde 2007, y cada vez que hay elecciones, hay enfrentamientos. No obstante, como resultado de las últimas elecciones, Kenyatta y su principal opositor han anunciado una serie de medidas para superar sus diferencias.

Mientras tanto, en Etiopía ocurrió algo insólito hace apenas unos meses: el entonces primer ministro renunció a su cargo en medio de protestas generalizadas por todo el país. En poco tiempo, el nuevo gobierno ha demostrado voluntad política para resolver los problemas más apremiantes de esta nación.

Finalmente, y regresando al norte de África, Túnez ha batallado en sacar adelante su nuevo proyecto, y en Libia, la caída de Gadafi y la intervención de la OTAN precipitaron al país a la ruina, a tal grado que hay una marcada crisis de ingobernabilidad en territorio libio, donde ningún actor ha sido capaz de imponer el orden. El caso egipcio es aún más complejo: después de haberse elegido un nuevo gobierno de corte islamista encabezado por Mohamed Morsi, éste no duró mucho en su cargo, al desatarse un golpe de Estado perpetrado por su ministro de defensa, Abdelfatá Al Sisi, con la complacencia de la Unión Europea y los Estados Unidos, pero si el pueblo egipcio logró destituir a un presidente una vez, bien podría hacerlo de nuevo.

En los últimos años las protestas sociales han emergido en todas las regiones de África, aunque solamente en unos cuantos países las manifestaciones han derivado cambios de gobierno.

En los últimos años, las protestas sociales han emergido en todas las regiones de África, aunque solamente en unos cuantos países las manifestaciones han derivado cambios de gobierno.

Mismo objetivo, misma estrategia.

Todos los movimientos sociales que acabamos de describir comparten prácticamente los mismos objetivos y se han desarrollado al mismo tiempo, por lo cual sus líderes han visto la necesidad de establecer mecanismos de coordinación, retroalimentación y fortalecimiento mutuo. Como resultado, se han concretado acciones conjuntas encaminadas al logro de las demandas que han hecho posible la movilización política y social a nivel continental. Los africanos han comprendido que la unión hace la fuerza, y si las protestas en una nación tienen éxito, es más probable que esta inercia alcance a más países en igualdad de circunstancias.

De ahí surge el Africans rising, un movimiento continental conformado por Organizaciones Civiles y ciudadanos que trabajan por la justicia, la paz y la dignidad de África, fundado en Arusha, Tanzania, en agosto de 2016. Las principales demandas de este movimiento se han materializado en la Declaración del Kilimanjaro, donde se invita a los africanos a unirse y movilizarse en pro de un continente con mayores libertades.

Los protagonistas de este movimiento son, en su mayoría, jóvenes que desean mejorar las condiciones políticas, económicas y sociales de sus naciones. Y en efecto, en casi todas las protestas se han manejado con un connotado lenguaje millenial a través del uso de las redes sociales y las tecnologías de la información. Las etiquetas #ThisFlag (Zimbabue), #OccupySenegal (Senegal), #GambiahasDecided (Gambia) y #BringBackOurInternet (Camerún) fueron parte esencial en el desarrollo de las protestas, tanto así que varios gobiernos decidieron suspender el servicio de internet en los puntos más álgidos de las protestas, a pesar de que la brecha digital en África sigue siendo la mayor del mundo.

Todo ello resalta los contrastes entre una clase política envejecida que gobierna a una población joven, cuyas demandas y necesidades son distintas a las del siglo pasado. La retórica del anticolonialismo y el panafricanismo va quedando obsoleta, y en su lugar, una población africana más rejuvenecida exige democracia, libertad, mayor participación política y desarrollo económico.

De esta forma, la protesta social en África se ha vuelto viral a lo largo y ancho del continente, porque son muchos los ciudadanos que ya están hartos de su situación política, económica y social. Estas protestas demuestran que África no permanece estática, sino todo lo contrario, se encuentra en plena efervescencia. La democracia llegó a Praga 30 años después de su primavera en 1968. Hoy, África y Medio Oriente se encuentran en ese proceso, que seguramente será largo y complicado, no exento de violencia. Pero la semilla de la democracia ya está sembrada, y es cuestión de tiempo para que comience a dar frutos.



Carlos Luján Aldana

Economista Mexicano y Analista político internacional. Africanista por convicción y pasatiempo. Colaborador esporádico en diversos medios de comunicación internacionales, impulsando el conocimiento sobre África en la opinión pública y difundiendo el acontecer económico, geopolítico y social del continente africano, así como de la población afromexicana y las relaciones multilaterales México-África.

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