La incesante búsqueda del Renacimiento de África

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Monumento al Renacimiento Africano en la ciudad de Dakar, Senegal. Está hecho de bronce, y fue construido por una empresa norcoreana. Representan a un hombre, una mujer y un niño, que señala con su dedo al otro lado del Océano Atlántico, donde se encuentran los africanos que fueron llevados como esclavos. A pesar de su majestuosidad, la obra ha sido sumamente criticada por su elevado costo, por sexista y por su poca referencia hacia los africanos. Fotografía: Flickr

En los albores de la civilización, África fue grande, próspera y poderosa. Hoy, el sueño por recuperar la grandeza arrebatada está más vivo y presente que nunca.

A casi nadie le sorprende la afirmación de que África es pobre, muy pobre. Y no es para menos, la magnitud de la tragedia social en este continente es enorme. Nuestras mentes asocian inmediatamente la palabra África con pobreza, como si fuesen sinónimos. Esas imágenes desgarradoras de niños desnutridos, sin la esperanza de acceder a una vida digna, de ir a la escuela, de desarrollar sus habilidades, y que se van a dormir sin la certeza de saber si van a comer el siguiente día, han dado a conocer a África ante el mundo como una tierra de desolación, desesperación y sin oportunidades.

Sin embargo, esto no siempre ha sido así. En los primeros tiempos de civilización, África, cuna de la humanidad, se encontraba a la vanguardia del avance científico, tecnológico, filosófico y literario. Florecieron culturas grandiosas y asombrosas, entre las que podemos mencionar a los reinos etíopes, los antiguos imperios de Gao y Ghana, las culturas swahili y, por supuesto, el maravilloso Egipto antiguo. También comprendió ciudades que en su tiempo llegaron a ser poderosas y pomposas, como Tombuctú, Cartago y Alejandría.

Los investigadores, expertos y estudiosos del continente coinciden en que la dominación europea fue la principal causa de la precipitación de África al subdesarrollo. El continente lo perdió prácticamente todo: sus tierras, su hogar, su independencia, su cultura, su libertad… menos su orgullo. Como respuesta a su condición marginada, en la historia moderna han surgido movimientos y corrientes ideológicas que persiguen el renacimiento y restauración de África, sus culturas y su gente, que han reforzado sus lazos de unión y solidaridad. Repasemos los más importantes.

El Panafricanismo

El Panafricanismo puede definirse como la ideología que busca alcanzar el progreso y la unidad de África y de la gente de raza negra. Este movimiento refleja el orgullo que sienten los africanos hacia sus orígenes sin distinción de fronteras. Sus inicios se sitúan al mismo tiempo que el reparto colonial europeo durante la Conferencia de Berlín (1885-1886), con el propósito de coordinar acciones de resistencia contra la dominación europea del continente.

Como movimiento intelectual, el panafricanismo comenzó a sistematizarse por afroamericanos, donde destacaron el trinitense Sylvester Williams y el norteamericano William E. B. du Bois, quienes clamaron el retorno al hogar de sus padres. Por esta razón, las principales acciones del movimiento fueron el establecimiento de lazos de solidaridad, cooperación y diálogo entre afroamericanos, antillanos y africanos, con lo cual, la diáspora africana presente en el continente americano desempeñó un papel protagónico en los inicios del movimiento. Para coordinar sus acciones, se celebraron varios congresos panafricanos alrededor del mundo desde inicios del siglo XX.

No obstante, fue hasta el fin de la segunda guerra mundial cuando el Panafricanismo se propuso como su principal objetivo liberarse del yugo colonial, ante un evidente debilitamiento de las principales potencias europeas a causa de las secuelas que dejó la gran guerra. Al final, estas potencias, resignadas, comenzaron a ceder la independencia. Y es aquí cuando la antorcha del Panafricanismo pasa a manos de los futuros líderes del África independiente.

Ello generó un ambiente plagado de optimismo entre los africanos, quienes se ilusionaban con construir su futuro con libertad. Sin embargo, la permanencia de los lazos coloniales europeos y el nuevo escenario internacional caracterizado por la confrontación Este-Oeste, en el marco de la guerra fría, alteraron el rumbo de la descolonización africana, y los líderes africanos se dividieron.

Algunos creían que los males del continente se debían a la configuración que se planteó durante la Conferencia de Berlín, por lo que se debía eliminar toda estructura que se derivara de ella. Incluso se llegó a plantear la fundación de un gran Estado, los Estados Unidos de África, que sería lo suficientemente fuerte tanto para solucionar los problemas más apremiantes como para competir a nivel internacional. A esta línea se adhirió el Grupo de Casablanca.

En contraparte, los integrantes del Grupo de Monrovia tenían una visión más conservadora y moderada del Panafricanismo, en la cual defendían la premisa de que las fronteras imperantes debían respetarse, bajo el derecho inalienable de no intervención y autodeterminación de los pueblos.

Finalmente, se llegó a una resolución a medio camino entre ambas posturas: los nuevos países, separados prácticamente por las mismas fronteras, crearon la Organización para la Unidad Africana (OUA), antecedente de la actual Unión Africana, bajo el liderazgo del emperador de Etiopía, Haile Selassie, el 25 de mayo de 1963, institución que promovería la defensa de los intereses comunes de los países miembros.

Bandera de la Organización para la Unidad Africana.

Sin embargo, la extrema fragilidad de los Estados recién constituidos, la incapacidad para generar acuerdos entre ellos, los conflictos internos y la injerencia e intereses de las antiguas metrópolis, Estados Unidos y la Unión Soviética, precipitaron a África a una situación de extrema dependencia. De este modo, las expectativas iniciales de libertad tras las independencias de los pueblos africanos se convirtieron en un espejismo.

A pesar de ello, la idea de un desarrollo autónomo floreció y se difundió con ánimo entre la población africana. Hombres como Patrice Lumumba, Kwame Nkrumah, Julius Nyerere, Amílcar Cabral, Thomas Sankara y Nelson Mandela fueron dignos representantes de una generación de africanos que anhelaban un mejor futuro y mantuvieron viva la esperanza de la reconstrucción africana. Hasta nuestros días, los Estados africanos y la Unión Africana trabajan en la elaboración de políticas, programas y acciones en conjunto que mantienen vivos los ideales del Panafricanismo, que se encuentran más vigentes que nunca.

El Movimiento de la Negritud.

El Panafricanismo es la máxima expresión política de la unidad africana y de los pueblos negros. Pero al ser un movimiento tan amplio, ha sido objeto de muchas manifestaciones en diversas ramas de las ciencias sociales, y el movimiento de la Negritud o Négritude es una de ellas, cuyas características particulares vale mucho la pena revisar para nuestro propósito.

En una definición rápida, la Negritud es una manifestación estética y literaria que apela a la reafirmación de la raza (negra) para conseguir la emancipación de la cultura negra, a través de una conceptualización de una África imaginada desde la diáspora, no en un sentido geográfico o histórico, sino racial.

Este movimiento nace, paradójicamente, en París, la capital cultural de Occidente, en la década de los años treinta del siglo XX, teniendo como sus principales exponentes a Aimé Césaire (de Martinica), Léopold Sédar Senghor (de Senegal) y León-Gontran Damas (de Guyana Francesa). Todos ellos crearon un paradigma crítico sobre la colonización y sus contradicciones a través de la implicación de la discriminación racial como eje estructurante de las sociedades occidentales.

Los exponentes de la Negritud también participaron activamente en la configuración de las organizaciones panafricanas, y mostraron simpatías hacia el socialismo y el internacionalismo negro. Y aunque puede identificarse una “Teoría General de la Negritud”, estamos hablando de una manifestación amplia y diversa, con marcadas diferencias, que fueron evidentes al momento de definir las acciones que conducirán a la liberación de la gente de raza negra.

Y aquí nos encontramos con los límites ideológicos de esta manifestación, que se encuentran justo en el contexto francés de donde surge. Los contornos de la “unidad” estaban marcados exclusivamente por la raza, y no por una referencia espacial, ya sea en el Caribe, las Antillas o en África. De esta forma, los comités de defensa estuvieron relacionados con una política reformista de la nación francesa y la adquisición de derechos de ciudadanía , con lo cual su proyecto de emancipación estaba incompleto, al grado que Martinica, la patria de Césarie, sigue siendo hasta hoy una región de ultramar francesa.

En África, por su parte, la Negritud tomó un significado más político, filosófico y teórico para la constitución de los Estados-nación africanos del área francófona, proponiendo un complejo cultural africano que se instaló como una política de identificación mutua, en el sentido panafricano. Para Senghor, la Negritud es precisamente el conjunto de los valores de la civilización del mundo negro, y sobre esta definición, se constituyó como un referente de la nación senegalesa y propuso una Federación de Estados africanos, que al final no se concretó.

Léopold Sédar Senghor, uno de los máximos exponentes del movimiento de la Negritud, y presidente de Senegal entre 1960 y 1980.

Otra de las principales críticas que recibe el movimiento de la Negritud es que cae en los mismos prejuicios raciales que intenta combatir, al expresar un sentimiento de orgullo y superioridad al afirmarse como negro. Sin embargo, el hecho de homogeneizar la experiencia del Ser negro, en un mundo supuesto como blanco, era un paso necesario para una conciencia política en torno a la raza, pero ¿cómo hacerlo?

En este marco, el debate sobre la incorporación o no de elementos, expresiones y valores no africanos dentro de este movimiento sigue abierto entre los más importantes intelectuales africanos de la actualidad, como el nigeriano Wole Soyinka y el camerunés Achille Mbembe. Pero lo que no está en tela de juicio es el gran impacto que sigue teniendo en África el movimiento de la Negritud a nivel político y cultural, siendo un poderoso marco teórico en la búsqueda de la unidad y el progreso de las sociedades del continente.

De Sudáfrica para África: la construcción del discurso del Renacimiento Africano.

Durante los años noventa, el mundo experimentó importantes cambios geopolíticos, y África no fue la excepción. Con la caída del muro de Berlín y el derrumbe del bloque socialista, la política africana dio un giro de 180 grados. Muchos países se sintieron desprotegidos ante un nuevo orden mundial, más abierto y dinámico ante el inicio de la nueva era de la globalización.

Este periodo de transición fue doloroso en un principio, pues África no se encontraba lista para enfrentar este nuevo escenario, distinto al que hizo posible sus independencias políticas. Pero también generó las condiciones para impulsar una nueva y renovada estrategia de desarrollo africano, proveniente del extremo sur del continente.

A diferencia de otros países africanos, Sudáfrica no participó en el movimiento panafricanista, pues sus objetivos eran contrarios a los de su gobierno, debido a las políticas racistas del Apartheid. Fue hasta 1994 cuando finalmente este régimen se disolvió para siempre, gracias a la a la tenacidad y resistencia del pueblo sudafricano, con el liderazgo de Nelson Mandela y el apoyo de la Comunidad Internacional y Africana a su lucha, bajo el estandarte de la defensa a los derechos políticos, civiles y humanos de todos los habitantes sin distinción alguna. De este modo, el nuevo gobierno democrático sudafricano heredó la economía más grande del continente, y ahora, Sudáfrica se convertía en un aliado estratégico muy importante para combatir todos males del continente.

Rápidamente Sudáfrica asumió el rol de líder continental, y tomó la iniciativa de lanzar una nueva estrategia para recuperar la grandeza del continente. Se buscaba replicar el proyecto de desarrollo integral recién inaugurado en su país en todo el continente a través de una nueva ideología: el Renacimiento Africano.

Este concepto fue inicialmente propuesto por el gran pensador senegalés Cheikh Anta-Diop, y después fue retomado por Nelson Mandela en algunos de sus discursos, pero realmente fue su sucesor en la presidencia de Sudáfrica, Thabo Mbeki, quien le dio forma a esta ideología, a través de su famoso discurso I am an african (Soy africano), durante la clausura del congreso constituyente que elaboró la nueva Constitución del país en 1996. En el siguiente video se muestra un extracto de este discurso:

En él, Mbeki muestra su visión tanto de Sudáfrica como de África, desea que la población se muestre orgullosa de ser africana y llama a la solución de los problemas africanos por ellos mismos. Su discurso fue muy potente. Inmediatamente tuvo una amplia resonancia continental y generó un alto entusiasmo entre los círculos de poder político, económico y empresarial. Después de este punto de partida, este concepto comenzó a tomar más relevancia, al identificar las siguientes condiciones para llevar a África al progreso:

Principales pilares y temas del discurso del Renacimiento Africano.
Principales pilares y temas del discurso del Renacimiento Africano.

De esta forma, el concepto de Renacimiento Africano es más inclusivo y liberal, a diferencia del empoderamiento negro de los movimientos panafricanista y de la negritud. Pero también es más vago y amplio, dando lugar a múltiples interpretaciones de su significado. De cualquier modo, este concepto se ha convertido en un elemento central de la política exterior de Sudáfrica, así como trascendental para la reforma de la OUA, que toma el nombre de Unión Africana, y en la creación de la Nueva Alianza para el Desarrollo de África (NEPAD, por sus siglas en inglés).

No obstante, este proyecto sudafricano ha enfrentado muchas resistencias. Pretoria no ha logrado un consenso con el resto de los africanos, quienes dudan sobre las verdaderas intenciones de Sudáfrica, al considerar sus acciones como parte de un proyecto hegemónico de este país sobre el continente.

Por lo pronto, en los últimos años África ha registrado avances económicos, políticos y sociales, pero éstos no han alcanzado a la mayoría de la población, cuyas necesidades están todavía lejos de ser cubiertas en su totalidad, comenzando por la propia Sudáfrica, uno de los países más desiguales del mundo.

Thabo Mbeki, artífice del discurso del Renacimiento Africano y presidente de Sudáfrica de 1999 a 2008. Fotografía: Flickr.

El largo camino del abismo a la cima.

El Panafricanismo, el movimiento de la Negritud y el Renacimiento Africano se han propuesto restaurar la grandeza de África. En esencia, todos ellos representan distintas facetas de la misma idea. Sin embargo, las condiciones económicas y sociales actuales de los pueblos africanos son muy lamentables, a causa de tantos años de dominio externo, desafortunadas decisiones administrativas, políticas y malos prejuicios en torno a sus culturas y a su gente, que los mantienen lejos de alcanzar altos niveles de desarrollo y bienestar social.

Desde mi punto de vista, es fundamental que los africanos retomen, cuestionen, y adapten los postulados de cada una de las ideologías que hemos revisado, ya que su misma existencia representa un anhelo de superación, unidad y progreso compartido de los pueblos del continente africano, que han demostrado ser capaces analizar y aprehender sus realidades con sus propios paradigmas.

Las intenciones y las ideas ahí están, pero en la práctica se han enfrentado a muchos obstáculos de todo tipo. De poco les sirve a los africanos estar unidos si sus esfuerzos no se materializan en un mayor progreso y bienestar social que no excluya a nadie y sea compatible con las especificidades de los pueblos africanos. Esta no debería ser una tarea exclusiva de los Estados. El resto de los sectores de la sociedad deben involucrarse en esta importante labor.

En este sentido, la política económica tiene que estar vinculada con la política social. Claro que es importante obtener buenos indicadores económicos – mismos que África está comenzando a registrar – pero la prosperidad de los pueblos depende siempre de su estatus de vida. Y en esta materia los pendientes son muchos: pobreza, desigualdad, inseguridad, violencia, conflictos interminables, acceso a la salud, educación, empleo, agua potable, medio ambiente y un largo etcétera.

Estos pendientes en materia social deberían estar por encima de cualquier otro objetivo de naturaleza política, pero muchos dirigentes del continente hacen hasta lo imposible por permanecer en el poder y mantener sus privilegios. Por eso es tan importante la evolución de las recientes movilizaciones sociales por todo el continente para exigir resultados a sus gobernantes. De ello dependerá en buena medida el rumbo futuro del continente.

El fin de este proceso debería ser el rescate de la identidad africana – negada durante siglos – y de los valores africanos de la creatividad, generosidad, espíritu comunal y la hospitalidad. También África tendría que evitar la tendencia a la modernidad representada por el encuentro con Occidente. Quién mejor que los propios africanos para decidir su destino. Una solución definitiva a los distintos problemas – no solo africanos, sino también globales – deben de pasar por un proceso de consulta, voluntad política y capacidad técnica para resolver dichos problemas.

La búsqueda del Renacimiento de África no terminará hasta que los africanos tengan una vida más próspera y digna, acorde con sus tradiciones, costumbres y creencias. El gran reto es definir realmente quiénes son y hacia dónde quieren llegar. Thabo Mbeki, ya respondió, a su modo, a este cuestionamiento. Y, de acuerdo con sus propias palabras, el renacimiento de África se dará el día en que todos los africanos puedan exclamar orgullosos la siguiente expresión:

“Hoy se siente bien ser africano […] Cualesquiera que sean los reveses del momento, nada nos puede parar ahora. Cualesquiera que sean las dificultades, África estará en paz”


Carlos Luján Aldana

Economista Mexicano y Analista político internacional. Africanista por convicción y pasatiempo. Colaborador esporádico en diversos medios de comunicación internacionales, impulsando el conocimiento sobre África en la opinión pública y difundiendo el acontecer económico, geopolítico y social del continente africano, así como de la población afromexicana y las relaciones multilaterales México-África.

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