Nuevos vientos de cambio político en África y el Mundo Árabe: los casos de Argelia y Sudán

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Durante los últimos meses, Argelia y Sudán han acaparado los reflectores internacionales debido a la emergencia de protestas multitudinarias contra sus gobernantes. En ambos casos los presidentes ya han sido removidos de sus puestos a causa de la presión social ejercida. Es por ello que en esta ocasión se analiza con detalle el contexto detrás de estas movilizaciones, que amenazan con volver a modificar el panorama geopolítico en el Norte de África y el Medio Oriente.

No hay duda, África está atravesando por una profunda transformación política. En la última década hemos atestiguado el surgimiento de una ola de protestas y manifestaciones sociales a lo largo del continente en favor de la democracia. En este espacio ya había abordado con anterioridad este fenómeno, conocido como primaveras africanas, en el cual justificaba el uso de este concepto y daba cuenta de las principales causas y consecuencias del alzamiento popular en algunos países de África, donde una incipiente sociedad civil africana ha tomado las calles y las plazas públicas para exigir cambios de fondo.

Ya han sido varios los gobiernos de África Subsahariana y Medio Oriente que han sucumbido ante esta ola democrática, y aunque el éxito no ha sido total en todos los casos, ya no es sorprendente que los pueblos africanos digan basta ante tanta injusticia. En los últimos meses, los pueblos de Argelia y Sudán han protagonizado, cada uno por su cuenta, importantes y vertiginosas protestas sociales que se enmarcan dentro de este proceso. Por ello, a continuación, se describe el contexto y la situación actual de cada uno de estos países.

La primavera llega a Argelia.

Manifestaciones en febrero de 2019 en Argelia contra el gobierno. Fotografía: Wikimedia Commons.

Hasta hace muy poco, Argelia había permanecido al margen de los eventos que desde comienzos de la presente década derivaron en la caída de los gobiernos autoritarios de Zine El Abidine Ben Ali (Túnez), Hosni Mubarak (Egipto) y Muammar Gaddafi (Libia). Sin embargo, era cuestión de tiempo que el régimen de Abdelaziz Bouteflika corriera con la misma suerte.

Argelia es un peso completo dentro de la arena africana. Además de que es el país más extenso de todo el continente africano, posee la economía más grande de todo el Magreb. Cuenta con enormes depósitos de petróleo y gas natural, mismos que exporta principalmente a los países del Sur de Europa, dependientes de estos insumos energéticos que les suministran del otro lado del Mediterráneo.

Desde que consiguió su independencia el gobierno de este país ha estado dirigido por los veteranos de guerra adscritos al Frente de Liberación Nacional (FLN), cuerpo que luchó contra la colonización francesa, cuyos miembros crearon un Estado que se manejó bajo una combinación extraña de preceptos socialistas con el Islam, que actuaba como elemento unificador y cubría el déficit social y de libertades democráticas del Estado.

Este frágil equilibrio fue roto a finales de los ochenta, cuando, ante la caída de los precios del petróleo, la crisis económica y fuertes manifestaciones sociales en Argel, la capital del país, el gobierno introdujo algunos cambios, como la elaboración de una nueva constitución, el abandono del socialismo y la legalización de partidos políticos.

No obstante, y ante la inminencia del triunfo en las elecciones del Frente Islámico de Salvación (FIS), que pretendían establecer un gobierno de corte islamista, el ejército intervino y se desató una cruenta guerra civil que duró hasta 1999, año en el que Bouteflika (del FLN) asume por primera vez la presidencia en unas elecciones donde él era el único candidato.

Durante años, Bouteflika era visto por los Estados Unidos y la Unión Europea como el hombre fuerte que Argelia necesitaba y como un aliado en la lucha contra el terrorismo, tiempo en el cual fue el arquitecto de un sistema basado en la exclusión, la corrupción y la rapiña. Tras el inicio de la primavera árabe en 2011, el régimen de Bouteflika vio con preocupación la situación de sus vecinos, pero el recuerdo de la sangrienta guerra civil de los noventa le permitió a su dictador permanecer durante un tiempo más en su puesto.

En 2013 el presidente argelino sufrió un derrame cerebral, y desde entonces no se presentó a ningún acto público. Cada vez se alimentaba más la sospecha de que el dictador, de más de 80 años, estaba incapacitado para gobernar debido a su delicado estado de salud, que lo obligaron a hospitalizarse en Europa. Cuando a inicios de este año Bouteflika anunció su intención de presentarse a las elecciones para buscar su quinto mandato al frente del país, la paciencia del pueblo argelino se agotó.

A partir del pasado 22 de febrero decenas de miles de argelinos salieron a las calles para exigir la renuncia del presidente. A partir de entonces, cada viernes acudían puntualmente a manifestarse. Se estima que, en la marcha del 29 de marzo, cerca de un millón de personas salieron a las calles de Argel. Finalmente, esta fuerte presión social desembocó, el pasado 2 de abril, en la renuncia de Bouteflika, después de 20 años en el poder.

El presidente de la Cámara Alta, Abdelkader Bensalah, asumió de manera interina la presidencia, quien convocó a elecciones presidenciales para el próximo 4 de julio y, aunque no está claro cuál será la vocación del nuevo gobierno, el destino de Argelia dependerá mucho de la reacción del FLN y la cúpula cercana a Bouteflika. Los resultados de los comicios serán claves para el futuro del país.

El inicio de la transición política en Sudán.

Desde el momento de su constitución como Estado independiente en 1956, el destino de Sudán ha estado marcado por la violencia y la división. La estructura política inicial fue ampliamente favorable a la parte Norte del país (islamista), mientras que en la parte Sur (cristiana y animista) se generó una sensación de exclusión. La historia independiente de este país puede sintetizarse en una decena de golpes de estado, un ambiente militarizado y conflictos entre los principales grupos étnicos y religiosos que habitan el país.

La confrontación Norte-Sur terminó con la separación de la parte meridional del país, que hoy es un país independiente que lleva el nombre de Sudán del Sur. Pero éste no es el único conflicto que ha enfrentado el gobierno de Jartum. Desde el golpe de Estado de 1989 que llevó al poder a Omar Al Bashir, las tensiones internas fueron en aumento. En este mapa puede apreciarse la extensión original que tenía el país y las regiones en conflicto, entre las que se cuentan las provincias de Darfur, Kordofán del Sur y el Nilo Azul.

Debido a los desequilibrios del poder y la exclusión de los grupos sociales no islamistas, Sudán enfrenta conflictos armados en parte del país, sobre todo en las partes sur y occidental.
Debido a los desequilibrios del poder y la exclusión de los grupos sociales no islamistas, Sudán enfrenta conflictos armados en parte del país, sobre todo en las partes sur y occidental.

De todos éstos, el caso más delicado es el de Darfur, una región habitada por tribus negras que reclaman mayor atención gubernamental, a lo que el presidente Al Bashir respondió con la imposición del islamismo más radical y la formación de unas milicias árabes, los janjaweed, cuya tarea es atemorizar a la población darfurí. Desde 2003 este conflicto está abierto, y es considerada por los expertos como la peor crisis humanitaria de este siglo. La instrumentalización de la violencia que el ejército de Sudán ha ejercido contra la población de esta provincia han provocado que Al Bashir sea reclamado por la Corte Penal Internacional de La Haya por crímenes de lesa humanidad.

Tras la separación de Sudán del Sur, el régimen de Al Bashir fue perdiendo poco a poco sus apoyos políticos. Aunado a esto, el presupuesto estatal sufrió una importante disminución, dado que gran parte de los pozos de petróleo quedaron bajo la jurisdicción del nuevo país. A lo largo de todo el 2018 la crisis económica se recrudeció, por lo que el gobierno aplicó un Plan de Ajuste Estructural, que eliminó el subsidio al trigo y la harina, encareciéndose el precio del pan y afectando con ello a los sectores más vulnerables.

Bajo esta situación dieron inicio una serie de movilizaciones, que pronto desembocaron contra el gobierno y Al Bashir. Las primeras protestas estuvieron marcadas por la represión policial. Desde diciembre, se contabilizan 80 muertos en las manifestaciones, según datos de los opositores y de ONG’s. El 22 de febrero se decretó el estado de emergencia, que abrió las puertas a la celebración de juicios contra los principales activistas. Sin embargo, el 6 de abril las protestas se desembocaron por completo.

Es importante destacar el papel determinante que han tenido las mujeres, uno de los grupos más afectados por las restricciones en el goce de sus libertades individuales, y son frecuentes los azotes por infringir las “costumbres” del islamismo. En el punto más álgido de las protestas, la imagen de una joven animando a los manifestantes se volvió viral en redes sociales y se convirtió en el principal símbolo de la protesta contra Al Bashir.

El 11 de abril, en medio de las protestas, una junta militar sudanesa anunció la destitución y detención de Omar Al Bashir, la suspensión de la constitución, el cierre de las fronteras y la creación de un consejo militar encabezado por el ministro de defensa Awad Ibn Auf, quien asumiría la presidencia un periodo de transición por dos años, aunque unas horas después el ex ministro renunció.

Pese a que algunos de los manifestantes celebraron con júbilo la caída de Al Bashir, la mayoría consideran esta decisión como un engaño, pues la salida a través de un golpe de Estado no era lo que esperaban, menos aún que el Ejército mantuviera el poder. Un gobierno de transición de dos años es mucho tiempo, y el país necesita profundas transformaciones de manera urgente. El gobierno provisional sigue en manos de los militares, situación que no es del agrado de los manifestantes, quienes exigen un gobierno de carácter civil. Sin embargo, lo importante es que el proceso de cambio en Sudán ya se ha puesto en marcha, aunque el rumbo del país sea de total incertidumbre.

La continuidad de los cambios políticos en África y la primavera árabe 2.0.

Las protestas sociales en Argelia y Sudán constituyen los ejemplos más recientes de una profunda e inminente transformación de los Estados y sociedades de África y el Medio Oriente. Comienza a surgir un nuevo paradigma de la realidad africana, en donde los conflictos ya no están relacionados únicamente con pobreza, recursos naturales y disputas étnicas. Derivado del proceso de globalización, las naciones africanas transitan hacia la conformación de sociedades que adoptan valores occidentales (democracia, libertades individuales, derechos humanos, entre otros), que adecúan a sus costumbres y tradiciones ancestrales. Este encuentro de culturas no ha sido fácil de sobrellevar.

Toda esta dinámica compleja ha rebasado la capacidad de una élite envejecida de gobernantes y dictadores, quienes se quedaron atrapados en los recuerdos de sus glorias pasadas. Al menos diez de ellos han tenido que dejar sus cargos en los últimos años debido a la presión social o por actos de corrupción, y en la lista aún quedan varios que podrían tener el mismo destino.

De esta forma, las primaveras africanas han vuelto a su punto de partida: el Norte de África, región en la que todavía existen muchas contradicciones, conflictos y demandas sin resolver, tras ocho años de la primera revuelta en Túnez. El éxito de las protestas en Argelia y Sudán marcarán un antes y un después en todo el continente, aunque su camino hacia la democracia será toda una odisea. Adoptar un nuevo sistema político y modelo económico es ahora la principal y más complicada tarea para que éstos países resuelvan sus principales problemas, que no son pocos.

Sin lugar a dudas, es positivo que los mandatarios asuman las consecuencias de sus actos y rindan cuentas a sus antes sus gobernados, algo que antes no ocurría. Sin embargo, están lejos de ser resueltas las demandas que originan el descontento social generalizado, además de que las formas en las que los antiguos gobernantes abandonan sus cargos no es la adecuada en el sentido de que no han sido juzgados, condenados ni mucho menos encarcelados.

Argelia y Sudán seguirán aparando las portadas internacionales, dado que estos acontecimientos todavía están muy frescos. En ninguno de estos casos hay un liderazgo definido, por lo que habría que estar pendientes de la evolución y surgimiento de nuevas organizaciones y partidos políticos. La desestabilización de ambos países no le conviene a nadie, dada la importancia y la posición geopolítica y económica que aún mantienen. Es trascendental que los pueblos no quiten el dedo del renglón, y se cumpla el cambio anhelado.


Carlos Luján Aldana

Economista Mexicano y Analista político internacional. Africanista por convicción y pasatiempo. Colaborador esporádico en diversos medios de comunicación internacionales, impulsando el conocimiento sobre África en la opinión pública y difundiendo el acontecer económico, geopolítico y social del continente africano, así como de la población afromexicana y las relaciones multilaterales México-África.

2 comentarios

  1. Como pensar en democracias ni siquiera como paises latinoamericanos. El Tercer Mundo es una suma de violencia injusticias miseria y Africa, con todo dolor no ha logrado cruzar ninguna barrera hacia esas formas.
    America Latina mi región, vive en continuo retroceso a pesar de los avances de la tecnologia y la ciencia

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