Monarquías africanas

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En este texto se relata parte de la historia, las características y la actualidad de los tres únicos reinos sobrevivientes en África: Marruecos, Lesoto y Eswatini (Suazilandia).

La monarquía es una forma de gobierno que va en desuso, y el continente africano no es la excepción. A lo largo de la historia existieron en África centenares de reinos e imperios majestuosos y poderosos. Quizás el más recordado de ellos es el Antiguo Egipto, pero no menos importantes fueron los de Nubia, Ghana, Malí, Etiopía, Tombuctú, Zanzíbar y varios más, de los cuales podríamos escribir cientos de páginas relatando sus historias y sus hazañas.

De todos ellos, tan solo tres han sobrevivido hasta nuestros días, cada uno con sus propias especificidades, mismos que se esfuerzan en adecuar su tradicional forma de gobierno a los nuevos tiempos contemporáneos, donde están obligados a adaptarse a los continuos cambios que ocurren dentro de un mundo cada vez más globalizado. Sin más que decir, no resta más que ir a las entrañas de estos tres reinos, que nos harán replantearnos el concepto de monarquía en el siglo XXI.

La dinastía alauí en Marruecos.

Marruecos es un Estado que cuenta con una de las historias más antiguas y místicas de África y el Medio Oriente. Según la tradición, los miembros de la dinastía reinante en este país son descendientes directos del profeta Mahoma, lo cual nos remonta a los inicios del Islam mismo, así como a los primeros años de esta religión en el continente africano.

Por estar ubicado en una zona de tránsito entre África y Europa, el territorio de Marruecos históricamente ha sido muy codiciado, lo cual originó una diversidad cultural muy singular. Bereberes, fenicios, romanos y vándalos se establecieron en esta zona antes de la conquista árabe, a cargo del califato de los Omeya (siglo VIII de nuestra era), quienes difundieron el Islam y transformaron el destino del futuro Marruecos.

Pese a la invasión, muy pronto estallaron revueltas bereberes, quienes se mostraron recios en ceder el control del territorio. A la postre adoptaron el Islam, pero con el paso del tiempo el Magreb se separó políticamente del mundo político árabe, aunque sin perder su cultura.

Las primeras dinastías árabes en gobernar fueron los idrisíes y los fatimíes, pero fueron realmente los almorávides – bereberes que tomaron el poder desde el sur de los montes Atlas – los verdaderos fundadores de Marruecos al imponerse sobre sus adversarios. Bajo su reinado (1060-1147) Marruecos conoció su época de mayor esplendor, llegando a dominar gran parte de la península ibérica. Después el reino se fragmentó, y los reyes castellanos y portugueses comenzaron a ocupar algunas regiones. Incluso hoy se mantienen bajo tutela española las ciudades de Ceuta y Melilla, ubicadas del lado africano del Mediterráneo.

A partir de 1549 Marruecos fue gobernado por sucesivas dinastías árabe-parlantes, siendo la última la actual dinastía alauí, quienes a pesar de que no contaban con el apoyo de ninguna tribu bereber, lograron controlar el territorio en el siglo XVII. Desde sus inicios, esta dinastía se ha caracterizado por sus vínculos con potencias extranjeras, aunque no siempre de forma amistosa.

A mediados del siglo XIX las guerras contra los europeos pusieron de manifiesto la debilidad del reino. Tras años de competencia entre las potencias europeas, en la Conferencia de Algeciras (1906) se impuso al Sultán Mulay Hafiz un tratado de protectorado francés, con zonas de influencia españolas en el norte (provincia del Rif) y el sur (regiones de Ifni y Tarfaya).

Sin embargo, el protectorado estimuló la inversión privada y un flujo constante de capitales que transformaron de la economía, surgiendo así una burguesía local que pronto comenzó a reclamar la independencia. En 1944 el Sultán Mohamed V se rehusó a ratificar las decisiones de Francia, y comenzaron a formarse los primeros partidos políticos.

La agitación marroquí y el respaldo a su rey fueron tan grandes que el gobierno francés autorizó en 1956 la restauración de la soberanía del reino. Desde entonces, Marruecos ha tenido tres sultanes: Mohamed V, Hasán II y Mohamed VI, este último en el trono desde 1999.

Mezquita de Hassan II, en la ciudad de Casablanca, Marruecos. Es uno de los templos más modernos y bellos del Medio Oriente. Imagen de Hans-Juergen Weinhardt en Pixabay

Aunque existe un Parlamento y una Constitución, el monarca tiene derecho de veto en decisiones estratégicas, declarar estado de emergencia y dar marcha atrás a las leyes que apruebe el legislativo, lo que se traduce que en la práctica el sultán sea la máxima autoridad marroquí, respaldado por Istiqlal, partido de ideología nacionalista fiel a la monarquía. El país hace lo posible para dar al mundo una imagen vanguardista, democrática y moderna, pero en realidad estamos hablando de un Estado represor.

Marruecos se empeña infructuosamente en conciliar un sistema político liberal con las costumbres y tradiciones del Islam, pero a pesar de las contradicciones, cuenta con un gran respaldo de Francia y los Estados Unidos, que le ha permitido mantener una buena estabilidad política y económica e impedir propagación de “ideologías perniciosas” como el comunismo, el islamismo iraní y más recientemente, las demandas sociales de la llamada Primavera Árabe, donde el sultán Mohamed VI hábilmente realizó algunas pequeñas reformas para impedir el crecimiento de las protestas en el país.

Sin duda alguna, la estabilidad es la moneda más valiosa para este histórico reino, en medio de las turbulencias por las que atraviesa la mayor parte del Mundo Árabe.

Lesoto, el reino en el cielo.

En el extremo sur del continente, rodeado totalmente por Sudáfrica y oculto en la cordillera de Drakensberg, se encuentra un pequeño reino independiente que lleva el nombre de Lesoto. Se le conoce como “la Suiza africana”, no por la prosperidad, sino por su paisaje montañoso. Este país presenta un aspecto rural y campirano, un destino ideal para acampar, y a pesar de su reducido tamaño presume una gran historia natural, que ha dado origen a numerosos mitos y leyendas en torno a este lugar, mismas que le dan al país un toque mágico y fantástico.

Su gente es hospitalaria, amable y orgullosa. Son descendientes de tribus de origen bantú muy antiguas, los basutos, quienes antiguamente se componían de clanes donde el número de individuos era reducido, razón por la cual eran agricultores y ganaderos autosuficientes.

Pero hacia 1820 el entorno político en el extremo sur del continente se transformó radicalmente, y el rey Moshoeshoe I unió a las tribus basutos para defenderse de los ataques de las temibles hordas zulúes comandadas por el icónico Chaka, aglutinándose en las montañas, y en una de ellas fundaron Maseru, que hoy es su capital.

Vivienda típica en Lesoto sobre terreno montañoso. Imagen de hbieser en Pixabay 

Este monarca logró obtener de los británicos el reconocimiento de su soberanía sobre este territorio, y de esta forma pudo defenderse en sus pleitos con zulúes, matabelés y boers, aunque sería hasta 1871 cuando Gran Bretaña hizo efectivo un protectorado, que fue conocido como Basutolandia.

El protectorado obtuvo la independencia en 1966 como Lesoto, y un tataranieto de su fundador, el rey Moshoeshoe II, aceptó el trono bajo una monarquía constitucional, con un parlamento bicameral dominado por el Basoto National Party (BNP).

Esta división de poderes fue breve, ya que en 1970 el entonces primer ministro Jonathan Leabua desató una revuelta en la que consiguió relegar el poder de los monarcas a un segundo plano, a funciones ceremoniales, situación que se mantiene hasta hoy. El monarca actual es Letsie III, y aunque la figura del monarca es simbólica, el país mantiene una inestabilidad política crónica y son continuos los golpes de Estado. El último de ellos ocurrió en 2014.

La situación en otros ámbitos no es mejor. Desde la década de 1950, los habitantes han estado emigrando a Sudáfrica para trabajar en las minas de oro y diamantes, pero ante la desaceleración económica en esta nación y la falta de garantías de seguridad laboral en las minas, los inmigrantes extranjeros han sido despedidos.

Su principal actividad económica es la industria textil, muchas de propiedad china. Por su altitud, el clima es extremoso, lo que dificulta la práctica de la agricultura. Gran parte de la población es pobre, y además es uno de los países del mundo con mayor prevalencia del VIH-SIDA.

Por todos estos problemas, ha emergido con fuerza un proyecto de anexión con Sudáfrica, que convertiría a Lesoto en la décima provincia de este país. La presencia del gigante sudafricano sobre Lesoto puede describirse como asfixiante, pero muchos habitantes – sobre todo los inmigrantes – apoyan la idea de la anexión.

En los últimos 20 años el país ha estado construyendo presas para abastecer de agua a una Sudáfrica que enfrenta serios problemas por la falta de ella. Por esta razón el proyecto unionista es visto con buenos ojos por ambas partes, pues Sudáfrica accedería a los recursos hídricos que tanto necesita, pero Pretoria asumiría de golpe la responsabilidad de gobernar, educar y atender médicamente a dos millones de personas más.

No obstante, Lesoto mantiene a raya su soberanía nacional y lucha incansablemente por sobrevivir, manteniendo la esencia del pueblo guerrero que mantiene su autonomía contra las adversidades.

El reino de Eswatini, entre la polémica y la tradición africana.

Finalmente, hablaremos acerca de la única monarquía absoluta que aún existe en África: Eswatini. Es básicamente una nación conformada por miembros de la etnia swazi, quienes hacia 1820 fueron rechazados por los zulúes hacia el actual territorio del país, comprendido entre Mozambique y las provincias sudafricanas de KwaZulu-Natal y Transvaal, en el que hoy habitan una mezcolanza más o menos feliz de swazis, zulúes, sothos y alguno que otro descendiente inglés. Las características físicas de sus aldeas y sus habitantes los obligaron a ser un pueblo pacífico y agrícola.

En este lugar Sobhuza I formó un reino, que alcanzó su máximo esplendor con el rey Mswati (1836-1868), quien instituyó un ejército permanente y estableció buenas relaciones con los colonos blancos. Al igual que Lesoto, el entonces territorio de Suazilandia se convirtió en un protectorado de Gran Bretaña, quien estableció dos consejos, uno de blancos, que velaba por los negocios de los europeos, y otro de swazis, que defendía los de la población nativa. Este sistema funcionó hasta 1968, cuando Suazilandia pudo acceder a una independencia que nunca solicitó, bajo una monarquía parlamentaria.

Pero el rey Sobhuza II tenía otros planes. En contraste con lo que ocurrió en Lesoto, y usando como pretexto la guerrilla en Mozambique, este rey suspendió los partidos políticos, disolvió el parlamento y creó una nueva constitución basada en el sistema de comunidades tribales, que le convertía en monarca absoluto.  

Adentrarse en la realidad de este reino equivale a retroceder en el tiempo algunos siglos, ya que la nación mantiene intactas sus costumbres y tradiciones de antaño, propias de una historia increíble de fantasía, que nos dan una idea de cómo eran las monarquías africanas antiguas. Pese a que la mayoría de la población del país es cristiana, sobreviven prácticas como la invocación a los espíritus ancestrales, la medicina herbolaria, la lectura de los astros, y la poligamia, además de una serie de ritos y festivales que mantienen viva la memoria colectiva y la identidad meramente africana del país.

La más conocida y polémica de todas es la Uhmlanga o danza de las vírgenes, en la cual un grupo de mujeres, jóvenes y niñas bailan cada verano ante los ojos del monarca con los pechos destapados para que él pueda elegir entre ellas a la que será su esposa. De esta manera, el rey actual Mswati III ha formado una familia compuesta por 15 esposas y 25 hijos (su padre, Sobhuza II, tuvo 70 mujeres y más de 200 hijos).

Escandalizados por esta situación, diversos grupos feministas y activistas en pro de los derechos humanos, las mujeres y las niñas denuncian estos actos y exigen mayores esfuerzos por la igualdad de género y en favor de la democracia.

Sin duda éste es un asunto muy delicado, que merece un examen muy riguroso, examinando todas las opiniones y posturas. No obstante, muchas de las críticas hacia el país se realizan casi siempre bajo un punto de vista occidental plagado de prejuicios, lo cual lleva a proponer soluciones que no son compatibles con las características del país. Toda persona y pueblo es libre de creer en lo que quiera, aunque existe una línea muy delgada entre lo que los súbditos de este país quieren y lo que necesitan, además de que no todas las tradiciones son deseables solo porque siempre han estado ahí.

Así, Mswati III puede hacer de su vida personal lo que sea, pero como jefe de Estado, es su responsabilidad procurar el bienestar y proteger a sus gobernados. Y en esta labor los resultados son desastrosos: el 60% de la población vive por debajo del umbral de la pobreza, la esperanza de vida es de apenas 45 años, y una de cada cinco personas vive con VIH. Pero lejos de atender estos asuntos claves para el bienestar de la nación, el monarca tiene otras prioridades.

Un día se despertó con la idea de cambiarle el nombre al país, y lo hizo. Se justificó el cambio apelando a que el nombre del país era colonial (swaziland, la tierra de los swazis), sobre todo porque este último prefijo es de origen inglés. Pero el nuevo nombre, Eswatini, hace referencia al nombre del mismo rey, resultando en una autoalabanza.

El hecho de que Eswatini se encuentre entre los últimos lugares en la clasificación del Índice de Desarrollo Humano no impide que Mswati III sea uno de los jefes de Estado africanos que más ingresos percibe y que sea dueño de muchas propiedades y jets privados, donde viajan él, sus esposas y su amplia familia.

Recientemente estuvo de vacaciones en México, en concreto, en Los cabos, una de las playas más lujosas y hermosas del país, junto con todas sus esposas y más de 70 gentes que integran su servicio. Mientras tanto, en su país los habitantes carecen de lo necesario.

A grandes rasgos, ésta es la penosa situación de este país. Dadas las circunstancias, no parece que en un futuro cercano se transforme radicalmente su realidad. Es urgente que el monarca emprenda importantes reformas para que el reino no termine de colapsarse.

De esta manera, Eswatini desafía a la cada vez mayor modernización, globalización y democratización de África y del mundo, al mantener el mismo sistema político durante siglos. La apuesta es interesante y llena de polémica, pero que demuestra que los africanos son capaces por sí mismos de transformar su entorno acorde a sus características particulares.


Carlos Luján Aldana

Economista Mexicano y Analista político internacional. Africanista por convicción y pasatiempo. Colaborador esporádico en diversos medios de comunicación internacionales, impulsando el conocimiento sobre África en la opinión pública y difundiendo el acontecer económico, geopolítico y social del continente africano, así como de la población afromexicana y las relaciones multilaterales México-África.

3 comentarios

  1. Hola Carlos,

    Gracias por compartir este artículo. Yo radico actualmente en África como abogado general de ALU (African Leadership University, http://www.alueducation.com).

    Me gustaría platicar contigo de un proyecto que tengo en mente.

  2. hola Pepe, soy de Chile Ingeniero Industrial con mas de 30 años de experiencia, egresado de Universidad Federico Santa María y de AIU.
    me gustaría aportar mis conocimientos al desarrollo de comunidades Africanas.
    serv.int.ingenieria@gmail.com
    Saludos

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