Ruanda: del genocidio al milagro económico

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Desplazados ruandeses huyendo de la violencia en un campo de refugiados ubicado en la República Democrática del Congo. Fotografía: Flickr

En un lapso de 25 años, Ruanda ha pasado de una de las peores tragedias humanitarias del Siglo XX, a ser un país que ha alcanzado importantes logros económicos y sociales, convirtiéndose en un referente dentro del continente africano. A continuación se describe el drama, el proceso, la reconciliación y el renacimiento que experimentó esta nación.

Tensiones y conflictos en el país de las mil colinas.

En 1994 Ruanda acaparó los reflectores internacionales al desatarse en su territorio un violento y atroz conflicto étnico aparentemente sin sentido. Cuando las potencias mundiales, el Consejo de Seguridad de la ONU y las principales Organizaciones Mundiales decidieron actuar en el conflicto interno ruandés ya era demasiado tarde: se había consumado uno de los más grandes genocidios del Siglo XX. Pero vayamos desde el principio para comprender mejor la historia que desembocó en ello.

A diferencia de la mayoría de los países africanos, Ruanda no cuenta con una gran diversidad étnica. Tan sólo son tres grupos los que conforman el país:

  • Los hutus (84% de la población total);
  • Los tutsis (15% de la población); y
  • Los tuas, de origen pigmeo, quienes fueron los primeros que habitaron el territorio del país, pero hoy apenas alcanzan el 1% del total.

Entre los dos grupos étnicos mayoritarios no encontramos mayores diferencias físicas, dado que ambos son de origen bantú. Realmente desde un inicio las brechas fueron económicas y sociales. Mientras que los hutus se dedicaban mayoritariamente a la agricultura, los tutsis practicaban la ganadería. Esto dio lugar a un surgimiento a un sistema de castas, pero pese a ello, nunca ha habido grandes asimetrías entre ambos grupos, ni en Ruanda ni en Burundi, país vecino muy similar en cuanto tamaño, historia, geografía y población.

Durante siglos ambos grupos convivieron en paz. Los tutsis ostentaban el poder político mediante una monarquía, pero ésta nunca fue opresiva ni injusta con los hutus. Esta forma de gobierno no solo sobrevivió, sino se fortaleció durante la colonización europea. Después de una breve administración alemana, el territorio de Ruanda-Urundi le fue cedido a Bélgica en el Tratado de Versalles (1919) tras la derrota teutona en la Primera Guerra Mundial.

Los belgas transformaron para siempre la realidad de estos territorios, mediante la implantación elementos europeos totalmente ajenos a estos pueblos, a la vez que sembraban intrigas y discordias entre la población. Bajo unas premisas dogmáticas totalmente irracionales, se determinó que los tutsis eran una raza superior a los hutus, y comenzaron a funcionar diversas políticas etnicistas y discriminatorias, como la implantación de un carné étnico en 1934. Esto derivó en un sistema segregacionista, muy similar al Apartheid sudafricano.

Ante tal desventaja, en 1959 los hutus comenzaron a organizarse para defenderse de las agresiones, y empezaron a reivindicar sus derechos. En aquellos años la efervescencia por las independencias africanas estaba a su máximo esplendor, a la que tanto tutsis como hutus no fueron ajenos, y comenzaron a fundarse partidos políticos sobre bases étnicas.

Cuando Bélgica se percató de que la monarquía tutsi planteaba la independencia, comenzó a apoyar a los hutus, y resignada, tuvo que aceptar la independencia de Ruanda en 1962, desapareciendo la monarquía e impulsando la llegada al poder político de los hutus bajo un sistema republicano. Ante ello, poco a poco algunos tutsis huyeron hacia los territorios vecinos en calidad de exiliados, fenómeno migratorio que se mantuvo durante años.

La agitación política post-independentista dio paso a un periodo de 10 años de relativa calma y prosperidad, al mando de Grégoire Kayibanda, su primer presidente hutu. Por desgracia, en 1972 se produjeron unas terribles matanzas en Burundi, siendo 350 mil hutus asesinados por tutsis, lo que avivó un sentimiento anti tutsi en el interior de Ruanda. Kayibanda decidió no emprender medidas contra los tutsis ruandeses, y los hutus inconformes con esto orquestaron en 1973 un golpe de Estado exitoso, encabezados por Juvenal Habyarimana. No obstante, el nuevo presidente logró apaciguar las tensiones.

Después de esto, Ruanda regresó a un nuevo periodo de bonanza económica, respaldada por un gran apoyo por parte de Francia, al grado que incluso llegó a ser considerada por el Banco Mundial como modelo de desarrollo económico en África Subsahariana, pero la caída en los precios del café en los años ochentas y una aguda sequía desataron una profunda crisis económica, que pronto se transformó en política.

Justo a inicios de la crisis los asilados tutsis en Uganda participaron activamente para que Yoweri Museveni tomara la presidencia de ese país mediante golpe, agrupados en un partido entonces clandestino: el Frente Patriótico Ruandés (FPR), y de este modo sumaron un aliado para preparar un ataque contra el gobierno hutu en Ruanda.

La Guerra Civil Ruandesa era inevitable, y finalmente estalló en 1990, cuando el FPR invadió el norte de Ruanda. Después de tres años de enfrentamientos bélicos se llegó a un acuerdo de paz mediante los Acuerdos de Arusha, donde se acordó un gobierno de coalición y de transición en vísperas de la celebración de elecciones, todo bajo la vigilancia de los cascos azules de la ONU, que abrió la Misión de Asistencia de las Naciones Unidas para Ruanda (UNAMIR, por sus siglas en inglés).

Todo hubiera terminado aquí, pero los discursos de odio sembrados desde el poder en el seno de la etnia hutu estaban más fortalecidos que nunca. Tan solo faltaba una chispa para que todo estallara. Y esa chispa no tardó mucho en llegar.

El infierno

El 6 de abril de 1994 el avión en el que viajaba el presidente Juvenal Habyarimana, junto con su similar de Burundi, Cyprien Ntaryamira, fue derribado por dos misiles poco antes de aterrizar. No hubo sobrevivientes. Probablemente nunca se sabrá la verdad sobre este atentado, pero fue este el acontecimiento que marcó el inicio de la purga tutsi, a quienes los hutus señalaron como responsables del asesinato del presidente.

Las acciones que ocurrieron durante los 100 días siguientes en este país forman parte de uno de los episodios más oscuros de la historia contemporánea de África. A diferencia de otras matanzas similares, en Ruanda el genocidio se produjo en un periodo de tiempo muy corto, pero la cifra de muertos es escandalosa: aproximadamente 800 mil ruandeses fueron asesinados de forma sistemática y bien planeada.

El gobierno de Ruanda quedó en manos de un sector radical hutu, que dio la instrucción de exterminar a los tutsis como cucarachas. El trabajo sucio corrió a cargo de los Interahamwe, milicias paramilitares de hutus radicalizados incorporados a la Akazu, un círculo de poder perverso conformado por extremistas ruandeses hutus.

Hay mucho, mucho que decir acerca de los eventos que ocurrieron ahí durante esos días, pero basta con leer y escuchar los testimonios de las víctimas para poder dimensionar el horror que se desató. Estas son las palabras de Naila Kira, una sobreviviente del genocidio:

“Los bebés eran asesinados, las mujeres violadas, los padres, obligados a violar a sus propios hijos […] los cuerpos fueron lanzados hacia el río Kagera, los cuales flotaban hacia el lago Victoria, en Uganda, donde permanecía como refugiada […] cuando asesinaron a mi padre, mi hermanita lo vio todo desde un árbol cuando tenía sólo diez años. Él estaba siendo cortado en pedazos, pero ella no podía gritar. Estuvo muda cinco años después de ver lo que sucedió. Cortaban gente como si cortaran carne. Fue picado de una manera que un humano no podía ser picado”

Muchos tutsis fueron asesinados con machetes de esta manera. Los asesinos sometían a sus víctimas a una tortura tan inhumana, que mucha gente pagaba para que los mataran de un tiro, para sufrir menos. Los Interahamwe habían estudiado cada detalle para llevar a cabo su malvado plan. En las ciudades aplicaron estrictos controles en las carreteras para evitar la huida de los tutsis, y a todo aquel que intentara huir le exigían el carnet para revisar su origen. De igual forma inspeccionaron las viviendas en la búsqueda de tutsis, y si algún hutu escondía en su casa a alguno, corría con la misma suerte. Sólo muy pocos consiguieron burlar todos los controles, como fue el caso de Joseph, quien relata lo siguiente:

“Mi padre y yo nos salvamos de ser asesinados por los Interahamwe y huimos a Burundi arrastrándonos por el pantano y nadando el río. Las autoridades de Burundi nos rescataron y nos dieron protección, de la misma manera que a tantos tutsis que escapaban de la matanza. Perdí a 30 miembros de mi familia durante el genocidio. Más de un año después del término de la guerra regresamos a nuestro barrio. Volver a casa fue una espeluznante experiencia […] Sólo mi madre se salvó porque era hutu. Tuve pesadillas por años perseguido por los sonidos de voces que gritaban mientras eran torturados, suplicando que no los mataran”

En las localidades rurales, donde vive la mayor parte de la población, la táctica consistía en concentrar la mayor cantidad de gente en lugares espaciosos y altamente concurridos, como algunos edificios, estadios e iglesias. Ruanda es un país mayoritariamente cristiano, por lo que muchas personas se refugiaron en las iglesias, creyendo que era un lugar seguro. Sin embargo, esto facilitó la labor de los Interahamwe, quienes en complicidad con algunos religiosos (católicos, anglicanos y metodistas), ejecutaron asesinatos en masa. Solamente en las mezquitas no se produjeron este tipo de ataques. También hay que reconocer que otros religiosos católicos fueron mártires por tratar de defender y ocultar a las víctimas, aunque estos casos fueron la excepción.

Durante el genocidio perecieron más personas dentro de las iglesias que en cualquier otro lugar. En 1996 el papa Juan Pablo II admitió oficialmente que decenas de sacerdotes, religiosos y monjas de las etnias rivales participaron activamente en las matanzas consumadas en Ruanda. Esto fue lo que comentó, bajo un discurso en tono severo:

“Todos los miembros de la Iglesia que pecaron durante el genocidio deben tener el coraje de hacerle frente a las consecuencias de los actos cometidos contra Dios y la humanidad”

Mientras esto ocurría en Ruanda, Naciones Unidas discutía sobre si los acontecimientos en Ruanda podrían ser “actos de genocidio” (sic). Sorprendentemente, y a pesar que Butros Ghali, entonces Secretario General de la ONU, llamó a un inmediato y urgente refuerzo a la UNAMIR, el Consejo de Seguridad redujo la ya de por sí baja cantidad de efectivos de la Misión.

Nadie quería financiar ni hacerse cargo de las operaciones de paz y rescate. Fue hasta finales de junio cuando se encomendó a Francia establecer el orden y crear un área de seguridad en el Suroeste del país, en lo que se conoció como Operación Turquesa.

Casi al mismo tiempo, el FPR lanzó un fuerte ataque por el norte, y el 15 de julio tomaron Kigali, la capital, obligando al gobierno hutu radical a huir a la ciudad de Goma, en la República Democrática del Congo. El genocidio había terminado, pero las consecuencias del mismo se prolongaron por varios años más.

Memorial dedicado a las víctimas del genocidio de Ruanda. Fotografía: Wikipedia

El conflicto provocó cientos de miles de refugiados ruandeses de todas las etnias, muchos de los cuales huyeron a la RDC, particularmente a Goma, popularmente conocida como “la ciudad de los muertos“. Este desplazamiento masivo y desesperado de personas generó nuevos conflictos y problemas Fue hasta 1996 cuando se permitió que todos los ciudadanos regresaran a Ruanda. Pero la gestión y mantenimiento de los campos de refugiados en los países vecinos provocaron enfrentamientos con ellos, que derivaron la Guerra de los Grandes Lagos, conflicto bélico que enfrentó varias naciones africanas.

De esta forma, Ruanda se convirtió en el último eslabón de una cadena de genocidios perpetrados en el Siglo XX, sumándose al de Namibia, Armenia, Ucrania, Camboya y, por supuesto, al Holocausto Nazi, cicatrices vergonzosas para la humanidad.

La paradoja ruandesa.

Una vez que la situación en Ruanda estuvo medianamente normalizada, comenzó un inevitable proceso de reconciliación y reconstrucción. Se creó un Tribunal Penal Internacional para Ruanda para juzgar a los responsables del genocidio. A la fecha, más de 700 personas han sido condenadas. Sin embargo, el daño y el mal ya estaban hechos, y estas acciones sumaban poco para comenzar una verdadera renovación y reconstrucción de la sociedad ruandesa.

El panorama era desolador y las fracturas muy severas, pero Ruanda supo cómo levantarse, y para ello, optaron por una alternativa basada en la máxima del Renacimiento Africano: soluciones africanas para problemas africanos. En 2001 se puso en marcha un original e interesante método de justicia: el tribunal Gacaca, inspirado en las viejas prácticas tradicionales del país, donde ambos grupos antagónicos se reúnen para resolver las disputas. El objetivo del careo es decir la verdad frente a frente y buscar activamente la reconciliación y el perdón. Es preciso señalar que muchos de los asesinos de los tutsis eran sus propios familiares, amigos y vecinos hutus, orillados por los malos prejuicios y el odio infundado hacia sus compatriotas.

No obstante su practicidad, este tipo de tribunales han sido muy criticados en Occidente, apelando al poco apego al derecho internacional. Sin embargo esta fórmula resultó exitosa, demostrando que las prácticas y epistemologías africanas pueden constituir alternativas de construcción ciudadana noviolentas, de gran calidad democrática. De igual forma, la cultura y el arte también han sido utilizados como herramientas de expresión, y como recordatorio de lo que nunca más deberá ocurrir.

A 25 años de distancia, el tema del genocidio en Ruanda permanece en el aire, cuyo trauma aún no se puede dar por superado. Claramente son muchos los actores que fueron responsables de la masacre, pero solo uno lleva la carga moral de tan pesada culpa: los hutus. Uno de los más graves errores al momento de abordar el genocidio de Ruanda es categorizarlo exclusivamente como un conflicto de naturaleza étnica.

En realidad se conjugaron factores de tipo económico, político y social, en donde se manipuló el factor étnico al antojo de los hombres de poder, de negocios, y alineados a los intereses de actores internacionales. La versión oficial nos cuenta que los tutsis fueron las víctimas, pero existen acusaciones serias y bien fundadas contra miembros del FPR que también cometieron crímenes durante el genocidio.

Desde el 2000, Paul Kagame es el presidente del país, quien desempeñó un papel protagónico dentro del FPR desde sus inicios en Uganda. Recientemente modificó la constitución para perpetuarse en el poder. El viejo político ha logrado, por un lado, consolidar nuevamente la paz y detonar el crecimiento económico, pero por otro, se han concentrado los beneficios en la minoría gobernante y acentuando las desigualdades sociales.

Existen importantes restricciones en el goce de los derechos políticos, con una oposición política fragmentada y apelando al genocidio como carta de legitimación, victimización y manipulación. Ante cualquier síntoma de ideología etnicista se prohíbe cualquier organización y de este modo el gobierno encabezado por Kagame ha logrado imponer el orden.

Pese a ello, durante su gestión el país ha experimentado, en un corto periodo de tiempo, por una vertiginosa e increíble transformación, de una nación en ruinas bañada en sangre, a contar con una de las economías con mayor crecimiento en África. La imagen de Ruanda repleta de esqueletos humanos y campos de refugiados ha cambiado totalmente.

Hoy se hablan cosas buenas del país, anotándose logros que envidiarían muchos países. Entre los más destacados se cuenta una cobertura sanitaria de alrededor del 90%, está considerado como uno de los países del mundo con mayor equidad de género, un crecimiento económico que ronda el 8% anual, el tercer país menos corrupto de África, el octavo país del mundo en que resulta más fácil abrir un negocio y uno de los que mayor acoge a refugiados. También se ha procurado disminuir la dependencia del sector agrícola, invirtiendo en otros sectores, como la minería y las comunicaciones.

A nivel continental también han tenido éxito. Ruanda se involucra cada vez más en la política interna de otros Estados africanos, sobre todo de la RDC, además de que ha sido uno de los mayores promotores jugó un papel clave en la firma del tratado que estableció el Área de Libre Comercio Continental Africana (AfCFTA), firmándose el acuerdo en Kigali.

Por todo ello, Ruanda es uno de los países más complejos de abordar y de analizar, dada la complejidad de su realidad actual y por existir aún importantes contradicciones. Así surge la paradoja ruandesa: se ha sacrificado la cuestión política para que el país se encamine a ser una potencia regional y transite por la senda del crecimiento económico.

La posibilidad de una protesta social en Ruanda parece lejana, pero las condiciones están dadas para que surja una nueva Primavera Africana. Estamos hablando de un país joven, sector que demanda educación, empleo, salud, y demás. El discurso de Kagame apelando al genocidio poco a poco se irá desgastando, pero hasta ahora tiene controlada la situación del país, restaurando de facto la antigua monarquía tutsi.

Pero algún día se tendrá que ir, y en ese momento el país iniciará una nueva era, donde la nueva generación de ruandeses (no hutus, ni tutsis, ni tuas) tendrán la responsabilidad de conducir a su país a la prosperidad y asegurar que nunca más se desate la violencia como en aquel verano de 1994.


Carlos Luján Aldana

Economista Mexicano y Analista político internacional. Africanista por convicción y pasatiempo. Colaborador esporádico en diversos medios de comunicación internacionales, impulsando el conocimiento sobre África en la opinión pública y difundiendo el acontecer económico, geopolítico y social del continente africano, así como de la población afromexicana y las relaciones multilaterales México-África.

2 comentarios

  1. Estimado señor Carlos Luján Aldana, le escribo como miembro de la Federación de Comités de Solidaridad con Áfirca Negra, umoya. He dado con su artículo gracias a que nos ha llegado a nuestra web un aviso de haber sido enlazados en otro artículo.
    Le agradecemos que se interese por el tema de la tragedia de los grande lagos africanos y que ofrezca un artículo de nuestra web, pero lamento comunicarle que, en nuestra opinión, usted no ha comprendido la realidad de este conflicto, que lo único que ofrece es un resumen de la versión oficial impuesta, que es en su mayoría, falsa. El supuesto milagro económico de Ruanda en la actualidad es una falacia. El principal responsable del genocidio es el que usted trata de salvador. Ningún tribunal logró demostrar (y eso que han sido absolutamente sectarios, impartiendo justicia del vencedor solamente) que el genocidio fuera planificado. Butro Butros Gali, que ha muerto no hace mucho sin que la prensa le haya dedicado honores como ha hecho con otros criminales, dijo claramente que “la responsabilidad del genocidio de Rwanda es 100% responsabilidad de EEUU”. Lea un poco más nuestros artículos en la web de Umoya, y comprenderá cómo la realidad fue muy diferente a lo que usted comenta. Es comprensible, y como le digo, de agradecer que le interese este conflicto, porque a día de hoy, cuando se siguen cometiendo asesinatos cada semana en el este de la RDC por parte de los mimos criminales del FPR, suma unos 10 millones de muertos. Cualquier mención es bienvenida, y el interés, mucho más, pero hay que estar prevenido con las versiones oficiales de las guerras que inundan los grandes medios, siempre al servicio de los poderosos. Charles Onana, uno de los mayores expertos en este conflicto, camerunés, autor de varias obras excelentes sobre el asunto (la última sobre la operació Turquesa, se lo recomiendo), dijo en su día que esta guerra fue “Una obra maestra de la desinformación, una intoxicación perfecta”.

    1. Antes que nada, gracias por sus comentarios, los cuales aprecio mucho. El objetivo del artículo es precisamente ofrecer un resumen sobre la tragedia que significó el genocidio en esa tierra, a partir de todos los puntos de vista posibles, para que los lectores construyan su propio criterio. En mi opinión, los responsables de la tragedia son muchos y la realidad actual de Ruanda es compleja, aunque sí se han obtenido algunos logros económicos y sociales, pero también estoy consiente de los crímenes cometidos por Kagame (quien de ninguna manera es un Salvador) y el FPR. De cualquier manera, lo que comento y escribo no es la verdad absoluta, y estoy abierto a seguir investigando sobre este tema. Tenga por segura mi visita a su web y a otros materiales relacionados, que me ayudarán para reforzar o modificar mi punto de vista sobre este delicado asunto. Saludos, y nuevamente, gracias.

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