África es la región del mundo que presenta los mayores rezagos en materia de energía. En este sentido, los gobiernos del continente se enfrentan ante la trascendental labor de crear la infraestructura necesaria para brindar el servicio de energía eléctrica, asegurar el abasto de energéticos, aprovechar al máximo sus recursos disponibles y con ello sentar las bases para impulsar el desarrollo sustentable. Todas estas cuestiones se exploran, de manera general, en este artículo.
Los sectores eléctrico y energético son fundamentales para el desarrollo económico de cualquier país y región, dado que proveen insumos básicos para el funcionamiento del resto de las actividades económicas. Una nación que no invierta en energía está condenada al atraso y la pobreza, por lo cual la creación y mantenimiento de infraestructuras eléctricas y energéticas se convierte en un factor determinante para la economía y sostener el estilo de vida de la sociedad moderna actual. La humanidad podría sobrevivir sin ellas, pero esto implicaría un retroceso de siglos.
De este modo, la planeación e implementación de políticas eficientes en estas materias es un asunto de primer orden. Y en este estratégico aspecto, los países africanos se enfrentan a numerosos desafíos. Algunos de ellos ni siquiera tienen definida una política pública clara que apunte hacia una estrategia integral que combata los principales problemas, de entre los cuales, destacan dos: asegurar el suministro de energía eléctrica para todos los agentes económicos (hogares, empresas y servicios públicos); y el abastecimiento de combustibles mediante el aprovechamiento de sus recursos naturales.
Primero, exploremos un poco la situación de la energía eléctrica en el continente. Estudios recientes del Banco Africano de Desarrollo revelan que alrededor de 640 millones de africanos no tienen acceso a la luz eléctrica. Y si esto fuera poco, la situación es aún más crítica si consideramos los frecuentes cortes e intermitencias en la red eléctrica, aún en las economías más grandes del continente.
En el 2019, la generación de electricidad en todo el continente fue de 870 teravatios-hora (TWh). Esta cantidad es el equivalente a lo que Alemania genera por sí misma, y de la cual aproximadamente dos tercios corresponden a Sudáfrica y a los países del norte de África. Aunque la capacidad de generación de electricidad en el continente ha crecido a un promedio de 4.5% cada año desde 2008, el ritmo de instalación de potencia eléctrica es insuficiente para cubrir la demanda.
El acceso universal a la energía eléctrica en el continente africano será una labor bastante complicada, dadas las condiciones técnicas y económicas en las que se encuentra. De acuerdo con datos del Banco Mundial, en el 2019 solamente el 53.75% de la población africana tiene acceso a la electricidad.
En esta misma línea se sitúan los resultados de una encuesta realizada en 2018 a 45,811 personas de 34 países africanos por el centro de investigación Afrobarometer, en donde el 65.7% de los encuestados afirmó que sí tiene acceso la energía eléctrica. Los resultados desagregados se muestran en las siguientes gráficas.
Se estima que se necesitarían 33 mil millones de dólares para llevar la energía a todos los africanos que no tienen acceso a ella, o que la reciben de manera intermitente. Sin duda es una cantidad de dinero bastante considerable, pero que las naciones africanas no deben escatimar, dados todos los beneficios económicos, sociales y hasta políticos que representa la creación de redes e infraestructuras eléctricas. Se ha demostrado que la electricidad está asociada con mayores tasas de alfabetización, mejores niveles de salud, oportunidades de empleo y mayor productividad.
La creación y mantenimiento de la cadena de suministro de energía eléctrica es un asunto complejo que requiere de una utilización intensiva de recursos naturales, capital y mano de obra. En el caso de África, la baja densidad poblacional en algunas naciones tiende a aumentar los costos por brindar energía eléctrica.
Sin ir más lejos, la empresa paraestatal sudafricana Eskom, principal operadora de energía eléctrica en África, se enfrenta a muchas dificultades para mantenerse al día, y se ha visto obligada a reducir la carga que genera. Pero no todo está relacionado con la creación de infraestructuras y la generación de energía eléctrica. También se plantea el tema del costo de las tarifas de luz, que deben ser asequibles para los africanos de bajos recursos, así como la fiabilidad de las redes. Además, está la cuestión de la generación de energías limpias, uno de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS): energía asequible y no contaminante.
En cuanto a las fuentes de suministro, el gas natural constituye el elemento más importante en cuanto a la generación de electricidad, seguido por el carbón, la energía hidroeléctrica, el petróleo y la energía nuclear. De todas ellas, la única que puede ser considerada como renovable es la hidroeléctrica (aunque con ciertas reservas). El resto de energías limpias (solar, eólica, geotérmica, entre otras) han tenido un crecimiento promisorio, pero, tal como observamos en la siguiente gráfica, la producción de energía renovable en el continente africano no ha pasado del 30% del total durante los últimos 30 años.
La mayoría de los académicos expresa su preferencia para que África adopte soluciones tecnológicas apoyándose en energías renovables. Al respecto, existen enormes oportunidades en este campo, sobre todo en la energía solar y la hidroeléctrica. No obstante, y a pesar del abaratamiento de los costos relacionados con las energías limpias, el tiempo de asimilación a las mismas no será tan rápido como se esperaría.
Por este motivo, una buena alternativa sería la creación de sistemas eléctricos híbridos, es decir, encontrar un equilibrio entre las fuentes de energía renovables y no renovables, aunque facilitando la transición hacia un sistema totalmente libre de contaminantes y otras externalidades negativas. A su vez, el tipo de infraestructuras a construir y modernizar dependerá del grado de desarrollo de la red eléctrica y de las condiciones específicas de cada país. Brindar el servicio de luz eléctrica a toda la población es una obligación que no se debe postergar más tiempo, sobre todo en zonas rurales y pobres.
Esto incrementará la rentabilidad y productividad a largo plazo, y contribuirá al desarrollo de nuevas actividades y mejorar los servicios públicos, como la enseñanza escolar y la atención médica en los centros de salud. El potencial es enorme, y se ve con claridad en el campo de las telecomunicaciones, en donde, aún sin electricidad, se ha expandido el uso de dispositivos móviles.
Independientemente del tipo de tecnología que se elija, será necesario conseguir financiación para desarrollar las redes eléctricas a gran escala. Muchos expertos coinciden en que, para que las naciones africanas superen todas las barreras físicas y tecnológicas, es necesaria una implicación conjunta de inversiones públicas y privadas.
En este sentido, la Unión Africana, el Banco Africano de Desarrollo y los principales organismos de integración económica debería desempeñar un papel más activo en la creación de fondos y fideicomisos para canalizar los recursos financieros proporcionados por los gobiernos del continente y otros actores se inviertan donde realmente se necesita.
Uno de los grandes errores que se comenten en África en materia energética es que se gastan muchos esfuerzos en cuanto a la implementación de sistemas eléctricos, sin considerar casi la etapa de la planeación, la base para una buena política pública. La evidencia empírica demuestra que, para el caso de África, los factores que se identifican para una buena política eléctrica son los siguientes: marco institucional adecuado, financiamiento suficiente, compromiso comunitario, estabilidad política, capacidades locales, compromiso para alcanzar beneficios sociales y el acceso a los factores de producción (generación de energía), así como el monitoreo y evaluación de los resultados.
Tales son los grandes desafíos que tiene que sortear África en cuanto a la generación de electricidad. Pero esto solo es una parte de toda la cuestión energética. Cualquier política en la materia tiene que incorporar un enfoque integral, que contemple también el abastecimiento de combustibles, una cuestión de seguridad y soberanía nacional. Estamos hablando de los medios necesarios para el desarrollo de la industria, cuya escasez y desabasto plantea un escenario caótico.
Al respecto, muchos países africanos han centrado sus políticas energéticas en torno a la explotación y exportación de recursos naturales y combustibles fósiles, como el petróleo, el gas natural, el carbón y el uranio. Sin embargo, todos éstos son recursos no renovables, por lo que existe el riesgo de su agotamiento. Además, son sumamente contaminantes.
Una gran parte de esos recursos terminan en manos de las grandes trasnacionales extranjeras, y son vitales para el sostenimiento de los procesos productivos en Estados Unidos, China y Europa, por lo cual cualquier reforma o cambio sustancial en la extracción de tales recursos tendrá consecuencias geopolíticas importantes.
Lo cierto es que muchos países africanos no pueden disfrutar de sus recursos a causa del modelo extractivo que se mantiene, en algunos casos, desde la época de la colonización, renunciando en cambio a que ellos mismos aprovechen esos insumos.
Lamentablemente también se han convertido en un factor de corrupción, como lo constatamos en el caso de Luanda Leaks, donde los miembros de la familia del ex presidente de Angola, José Eduardo dos Santos, se enriquecieron ilícitamente a través de desvíos de recursos públicos de la empresa Sonangol.
Este punto demuestra lo importante que representa para los países africanos encontrar un equilibrio entre conseguir la seguridad energética, la correcta gestión de sus recursos naturales y el logro de otros objetivos, como erradicar la pobreza, acelerar el desarrollo sustentable y mitigar los efectos del cambio climático, que requieren de acción inmediata. Éstos son los desafíos en la materia que tienen que resolver los países africanos para potenciar su desarrollo económico.