Thomas Sankara, el hombre más íntegro de África

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Sin duda alguna, el burkinés Thomas Sankara es uno de los personajes africanos más admirados del último siglo. A pesar de su relevancia, su figura todavía es poco conocida en Latinoamérica, por lo cual este artículo está dedicado a mostrar parte de su biografía, bajo una perspectiva crítica, con el objetivo de conocerlo más de cerca, haciendo énfasis en sus logros, su pensamiento y el invaluable legado que dejó para los pueblos africanos, en especial al suyo, Burkina Faso, mismo que construyó a base de una integridad y valentía inquebrantables.

A lo largo de la historia de la humanidad han desfilado cientos de grandes personajes que, gracias a su talento o sus hazañas, se ganaron un lugar muy especial en la memoria colectiva de los pueblos, ya sea por sus aportaciones a las ciencias, por su afán de descubrir los misterios que guarda el mundo que nos rodea, o por despertar las conciencias de la gente para transformar sus condiciones de vida.

Dentro de esta última categoría podemos colocar a Thomas Isidore Noël Sankara, quien fue un destacado político y militar que ocupó el cargo de presidente de Burkina Faso de 1983 a 1987. Durante este corto periodo de tiempo, impulsó una novedosa estrategia de desarrollo social en donde pudo cosechar grandes éxitos y avances, de tal magnitud que otros jefes de Estado en África jamás han conseguido en 30 años.

Integridad, sencillez, fidelidad hacia sus principios, un fuerte sentido social, así como la voluntad de cambio y el compromiso con su gente, fueron parte de las virtudes que caracterizaron a Thomas Sankara. A diferencia de otros destacados personajes africanos de la segunda mitad del siglo XX, no fue padre fundador de su patria ni luchó por su independencia. Él tuvo que reinventar a Burkina Faso, y lo hizo en toda la extensión de la palabra.

Muchos le llaman “el che africano”. Sin embargo, esta denominación me parece desafortunada, torpe y muy superficial, que lejos de engrandecer su figura, la distorsionan. En realidad, existen más diferencias que semejanzas entre Ernesto Guevara y Thomas Sankara. Si bien ambos se mostraron activos en los campos de batalla, se autodenominaban anti imperialistas, eran carismáticos y se desplazaban en motocicleta, existe un abismo entre lo que consiguieron como funcionarios públicos, siendo la gestión de Sankara mucho más brillante.

Además, el “Che Guevara” era un guerrillero, y no un militar de carrera. Recurría a la violencia y los asesinatos para “alcanzar el triunfo de la revolución”, no importando si el escenario fuera la sierra maestra en Cuba, la pampa argentina, los alrededores de una capital centroamericana o en las selvas del Congo. En cambio, Sankara tenía una vocación menos internacionalista y más nacionalista, e ingresó en el ejército para poder acceder a mejores oportunidades de desarrollo, al grado de que llegó a ver a la guerra como una cosa indeseable.

Por lo tanto, estamos hablando de que Sankara y Guevara tenían conciencias políticas diferentes, a pesar de que seguían la misma línea de pensamiento. Para rematar, por sí sola la figura de Sankara es lo suficientemente grande como para compararlo con alguien más, sino por el contrario, muchos aspirarían a ser como él.

Thomas Sankara nació en 1949 en Yako, una ciudad en el norte de lo que entonces se conocía como Alto Volta, una de las varias colonias que conformaban el África Occidental Francesa. El Alto Volta, al igual que otras posesiones con igual estatus, obtuvo su independencia en 1960, pero en realidad el nuevo país arrancaba con un grado de libertad muy limitado, y con muy pocas herramientas para impulsar el desarrollo nacional. Entre las nuevas naciones independientes de África, era de las menos favorecidas entre las desfavorecidas.

De familia católica e hijo de un gendarme que había combatido a los nazis durante la segunda guerra mundial, durante su infancia, Thomas Sankara disfrutaba de una posición social relativamente privilegiada, aunque sin mayores lujos. Pudo acceder a la educación básica, donde se destacó desde temprana edad.

Sus padres querían que fuera sacerdote, pero Sankara decidió inscribirse en el ejército. A mediados del siglo pasado, en muchas regiones de África, la carrera militar era una de las pocas que podía ofrecer a sus integrantes mejores oportunidades en comparación con el resto de la población.

Después de un entrenamiento militar básico, fue enviado a Madagascar para continuar con su formación, donde presenció los levantamientos populares contra el gobierno encabezado por Philibert Tsiranana. En esta isla, Sankara pudo estudiar las teorías marxistas y la historia de los movimientos sociales del continente africano, ideas que iban a influir poderosamente en la construcción de su pensamiento político y reforzaron su convicción por alcanzar la revolución social.

A pesar de ello, expresaba simpatías hacia personajes, sucesos históricos y países de lo más diverso, que pasan por la revolución estadounidense, francesa, soviética, china, y, por supuesto, los movimientos de liberación colonial en África. Sentía especial admiración hacia Jerry Rawlings, líder militar de Ghana que promovió la revolución democrática en ese país, así como a la Cuba de Fidel Castro, con todo y el pensamiento del “Che Guevara”.

De vuelta en Alto Volta, participó en 1974 en la disputa fronteriza por la franja de Agacher entre su país y el vecino Malí, donde comenzó a ganar popularidad. En ello también influyó el hecho de que era guitarrista en una banda de jazz en Uagadugú, además de que le encantaba platicar con la gente acerca de sus problemas.

Ya con el grado de comandante, completó sus estudios en Francia y en Marruecos, donde conoció a otros compañeros jóvenes compatriotas suyos (entre los cuales se encontraba Blaise Compaoré, con quien estrechó lazos de amistad muy profundos). Junto con ellos, conformó la Agrupación de Oficiales Comunistas, que sostenía reuniones con varios partidos políticos de izquierda, sindicatos y grupos estudiantiles, en las cuales discutían la situación de su patria, a las que asistían vestidos como civiles.

Desde la independencia, la vida política del Alto Volta era muy inestable y agitada. En 1981, bajo el gobierno del recién formado Comité Militar para la Reforma y el Progreso al mando de Saye Zerbo, Sankara asume por primera vez un cargo gubernamental al asumir por muy poco tiempo el puesto de Secretario de Estado de Prensa, al cual renunció en oposición al creciente autoritarismo de la junta militar. Tras el ascenso de Jean-Baptiste Ouédraogo, Sankara fue designado primer ministro, pero pronto fue despedido y arrestado, lo cual causó nuevas movilizaciones.

Entonces los camaradas de Sankara, encabezados por Blaise Compaoré, iniciaron una revuelta. Liberaron de prisión a Sankara, concretaron el golpe, y así, Sankara se convirtió en presidente el 4 de agosto de 1983. Se trataba del cuarto golpe de Estado exitoso en el Alto Volta.

En este punto, resulta comprensible cuestionarnos si la figura de Sankara se ve ensombrecida por el hecho de que asumió el cargo de presidente sin que se llevara a cabo un proceso democrático-electoral que otorgara legitimidad a su gobierno. Por supuesto que siempre es preferible una transición política pacífica y democrática, pero en muchas ocasiones no existe alguna otra vía alterna para luchar por la libertad, más si se trata de un pueblo que en ese momento la esperanza de vida solo era de 40 años, y el 2% de la población sabía leer y escribir.

En el caso de esta nación, la aspiración a un mejor futuro y el desprendimiento del yugo neocolonial eran objetivos más importantes que cualquier otra cosa, por lo tanto el hecho de que Thomas Sankara no fuera elegido por votación no mancha en absoluto su gran figura, tomando en cuenta el contexto histórico que le tocó vivir, algo que los pueblos latinoamericanos, que también fuimos colonizados, y sus independencias fueron posible gracias a una lucha armada contra los colonizadores, no tenemos derecho a juzgar.

Thomas Sankara y su grupo ya habían logrado su primer objetivo, conquistar el poder político. Pero era apenas el inicio de la revolución burkinabé. Los jóvenes golpistas tenían un discurso antiimperialista, anticolonial, de unión continental y soberanía nacional, pero tenían que traducir las palabras en hechos. La retórica no era nueva. En muchos casos, con el tiempo, los jóvenes revolucionarios se convierten en dictadores envejecidos.

El ambiente político militarizado tampoco era algo novedoso, por lo cual este golpe de Estado no generaba muchas expectativas, ni había señales de que se avecinaba un gran cambio en el país. Pero Sankara no fue un presidente de paso, como sus predecesores, y con liderazgo y compromiso demostró que era capaz de transformar las condiciones de vida de su gente, en poco tiempo y en las peores condiciones.

Casi inmediatamente sus acciones comenzaron a sustentar su ideología. Una de sus primeras reformas fue la de renombrar el país de Alto Volta (impuesto por los colonizadores franceses) a Burkina Faso, que significa “la tierra de los hombres íntegros” en lenguas locales. Este movimiento simbolizaba la intención de desprenderse de cualquier forma de manifestación neocolonial, pero más allá de este cambio, los tremendos logros sociales que alcanzó nadie los puede ocultar.

Se aplicaron políticas anticorrupción y de austeridad gubernamental en todos los niveles, con el propósito de eliminar la ostentación, los privilegios de la clase gobernante y cualquier tipo de lujo que un país de tan bajos ingresos como el suyo no se podía permitir. Actuaba y se veía a sí mismo como un presidente de un país pobre.

Su formación académica no era espectacular, pero a cambio, tenía un sentido común bastante desarrollado, facilidad de palabra y una claridad en sus ideas impresionante, que pronto le granjearon una enorme popularidad. Tom Sank (según su apodo popular) hablaba en lengua local, contaba con una cultura política y general muy amplia. Era hombre de palabra, pero también de acción, de mucha acción.

A lo largo de su gestión se anotó grandes avances en muchas áreas, como la atención médica, la agricultura, la alimentación, la educación, la expansión del transporte público, la promoción de las artes, y muchas más. Algunos de estos éxitos se hicieron más notorios después de la muerte de Sankara, y ocurrieron a pesar de los sabotajes y las limitaciones materiales y técnicas. Podríamos escribir bastante sobre cada acción que impulsó, pero entre ellas destacan tres estrategias fundamentales.

En primer lugar, Sankara fue de los primeros gobernantes africanos en preocuparse por alcanzar la soberanía y la autosuficiencia alimentaria. Frecuentemente decía que quien te alimenta, te controla, por lo cual no escatimó en esfuerzos por llegar a este objetivo. Impulso una reforma agraria y repartió tierras a los campesinos, a pesar de la oposición de los terratenientes. Tuvo éxito, y la productividad aumentó bastante.

Más allá de eso, se estableció una conexión muy estrecha entre la producción de alimentos a nivel local y la protección al medio ambiente. Sankara se esforzó por implementar un sistema de agroecología, el cultivo de alimentos comunales y un esquema en el que todos los burkinabés tuvieran al menos dos comidas al día y agua limpia.

De este modo, y en segundo lugar, la protección y el cuidado de la naturaleza también fue parte importante de la estrategia de Sankara, a través del fomento de lo que hoy se conoce como desarrollo sustentable, pero que en aquellos años este concepto ni siquiera existía como tal. Burkina Faso es un país que se encuentra en pleno Sahel, justo en el límite del desierto del Sahara.

La desertificación pone en peligro la vida de las personas. Por esta razón se plantaron millones de árboles a lo largo de la frontera del desierto. Se creó un ministerio del agua, y se echó a andar un ambicioso plan de cuidado y desarrollo de los sistemas nacionales. En las escuelas se plantaban árboles y desarrollaban viveros.

El programa de viviendas sociales fue acompañado de políticas de reforestación. Asimismo, se aplicaron sanciones contra la trashumancia no planificada y los incendios forestales.

Finalmente, la lucha por la equidad de género ocupaba una parte integral de la revolución burkinabé. El presidente Sankara estaba consciente de que no podía hablarse de una verdadera revolución si la mitad del país (refiriéndose a las mujeres) no era escuchado y se encontrara marginado. Para revertir la situación, otorgó a algunas mujeres cargos importantes dentro del gobierno, se prohibió la mutilación genital femenina y se realizaron campañas de concientización contra la poligamia, la prostitución y los matrimonios forzados.

Además, legalizó el divorcio, amplió los derechos patrimoniales y de herencia para las mujeres, creó un fondo para las amas de casa y reconoció el trabajo doméstico. Sankara consideraba al machismo como una forma de indigencia intelectual.

Actualmente estos temas tienen un carácter prioritario dentro de las agendas de muchos gobiernos y organismos multilaterales en todo el mundo, por lo que, si las medidas impulsadas por Sankara se echaran a andar en estos momentos, no sorprenderían demasiado, incluso en una nación africana. Pero él las implementó hace más de 30 años, en uno de los países más pobres, y bajo las peores condiciones posibles. De ese tamaño es su figura, un adelantado a su tiempo, y un revolucionario integral.

Sin embargo, mal haríamos si no subrayamos sus errores, que claro que los tuvo. Durante su mandato se produjeron delitos, excesos y abusos por parte de algunos funcionarios. Consciente de ello, Sankara prometió rectificar lo que fuera necesario, más nunca tuvo tiempo. Iba demasiado rápido en todo lo que hacía, lo cual le impedía un proceso eficiente de retroalimentación, monitoreo y evaluación. Por otro lado, quizás sus logros económicos no fueron brillantes, y había serias dudas en torno a la sostenibilidad y financiamiento a largo plazo de sus proyectos, pero los logros que alcanzó en materia social son incomparables, que superan con creces sus desaciertos.

El ambiente político tampoco era el mejor. Los años de Sankara estuvieron marcados por represión política y la supresión de partidos políticos, por lo que varios políticos, profesionales y académicos se exiliaron voluntariamente del país. Uno de ellos, Joseph Ki-Zerbo, argumentó que Sankara, al llegar al poder a través de un golpe, selló su propio destino, sentando las bases para que sus enemigos locales y foráneos finalmente lo expulsaran del poder.

No obstante, esta lectura se revela incompleta si consideramos que en África muchos personajes africanos que también accedieron al poder por la vía de las armas se han mantenido en él (por ejemplo, Teodoro Obiang en Guinea Ecuatorial). En realidad, el carácter progresista y radical del gobierno de Sankara, que se oponía al orden político neocolonial a través del alineamiento de las antiguas colonias francesas en África a las directrices establecidas desde París, fue el motivo por el cual se utilizaron todos los recursos disponibles para sacar de la presidencia de Burkina Faso a Thomas Sankara.  

Como todo buen líder africano, Sankara estaba convencido en que solamente a través de la unión de todas las naciones del continente era posible superar todas las dificultades para el pleno desarrollo de África. Rechazó los esquemas de ayuda provenientes de Europa, y se negó a pagar la deuda externa de su país, argumentando que ésta se originó durante la colonización, y por consiguiente, no le pertenecía a los africanos.

Por supuesto que con estas actitudes se ganó el odio de muchos actores poderosos, que pronto comenzaron a aliarse con los adversarios de Sankara a nivel interno (que no eran pocos), y se tramó una conspiración para derrocarlo.

A cargo de ello estaban el entonces presidente de Francia, François Mitterrand, así como Jacques Chirac, quien ya era un político importante. A los franceses no les gustó que una de sus antiguas colonias, Burkina Faso, votara en la ONU en su contra en torno al conflicto que sostenía con Nueva Caledonia, que en los años ochenta fue un asunto muy comentado.

La maquinaria francesa de la Françafrique y sus aliados locales no tuvieron ningún reparo en desprestigiar y hacer lo todo lo posible por eliminar al gobierno encabezado por Sankara. Con este objetivo, los franceses se apoyaron en los mandatarios de Costa de Marfil y Togo, Félix Houphouët-Boigny y Gnassingbé Eyadéma, respectivamente, ambos totalmente sumisos a las políticas francesas para África. De ellos el más activo era el presidente marfileño Houphouët-Boigny, el hombre fuerte de Francia en la región, quien siempre tuvo una mala relación con Sankara. El idealismo burkinés de Sankara estaba atrayendo a muchos jóvenes marfileños, y la dirigencia del país vecino estaba preocupada.

Pero los franceses y los presidentes marfileño y togolés necesitaban un cómplice al interior del gobierno de Sankara para activar su plan, y para ello, se apoyaron en Blaise Compaoré. Las relaciones entre él y Thomas Sankara fueron buenas, pero en realidad ambos eran muy diferentes.

A diferencia de Sankara, a su amigo le gustaban los lujos y la ostentación. La esposa de Compaoré era marfileña cuya familia estaba muy relacionada con el presidente marfileño. De esta manera, Compaoré, que era un hombre de toda la confianza de Sankara, su principal camarada, mano derecha, candidato natural para sucederlo en el poder, y quien lo liberó de prisión cuando se apoderaron del poder, lo traicionó, siendo partícipe del plan de la caída de Sankara.

Éste último se dio cuenta de la relación estrecha que sostenían sus amigos con los mandatarios de Togo y Costa de marfil, pero no hizo nada. Por el contrario, se mantuvo firme en sus convicciones, esperando que en cualquier momento sería atacado, y que probablemente no sobreviviría. Y así fue. El 15 de octubre de 1987, cuando un comando armado irrumpió en las instalaciones del Consejo Entente de Uagadugú, donde se encontraba Thomas Sankara, que cayó muerto por las balas enemigas.

Blaise Compaoré asumió la presidencia. Durante un tiempo mantuvo el discurso revolucionario, pero pronto desmanteló todas las políticas impulsadas con Sankara. Burkina Faso despertó de su sueño, y volvió a quedar atrapado en los mismos problemas de antes. Compaoré se convirtió en un gobernante corrupto y dócil, hasta que, en el 2014, 27 años después, una revuelta popular lo sacó del poder. Pero esa es otra historia.

A pesar de su cobarde asesinato, la vida de Thomas Sankara sigue siendo fundamental para entender Burkina Faso, y también los movimientos sociales en el resto de África. A pesar de los intentos de Compaoré por acabar su legado, éste se fortaleció. La figura de Sankara fue elevada a un rango superior, a una condición de mártir, leyenda y mito nacional. Su imagen continúa siendo utilizada por jóvenes burkinabés y demás africanos como estandarte para exigir diversas demandas sociales y políticas, dado que les demostró que podían ser independientes, e hizo de un territorio de esclavos como el antiguo Alto Volta en uno de personas honorables.

De esta manera, el nombre de Thomas Sankara quedará vinculada por siempre a Burkina Faso, una nación que busca encontrar un nuevo sendero hacia el desarrollo ante los enormes desafíos continentales y mundiales. Muchos analistas afirman que cualquier biografía sobre él se queda corta, ante la gran cantidad de sucesos, discursos, testimonios y muchas otras curiosidades que existen sobre él. Fuera de África, el mundo comienza poco a poco a redescubrir su figura. Ante ello, espero haber contribuido a y a motivarles para que lo conozcan más a fondo a este burkinabés que fue militar, político, músico, ecologista, feminista, panafricano y, sobre todo, un hombre íntegro.


Carlos Luján Aldana

Economista Mexicano y Analista político internacional. Africanista por convicción y pasatiempo. Colaborador esporádico en diversos medios de comunicación internacionales, impulsando el conocimiento sobre África en la opinión pública y difundiendo el acontecer económico, geopolítico y social del continente africano, así como de la población afromexicana y las relaciones multilaterales México-África.

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