Fotografía: Wikimedia Commons.
Otros podrán haber inventado y perfeccionado el fútbol, pero en África se ha convertido en más que una religión, cuyo impacto ha traspasado las fronteras de lo deportivo para convertirse en un asunto de vida o muerte, figurada y literalmente hablando. Es por ello que he querido abordar en este artículo lo que el fútbol representa para las sociedades y los pueblos del continente africano, así como la manera en que se vive.
Según el viejo adagio, el futbol es un juego de once contra once que se inventó en Inglaterra, que siempre lo gana Alemania, y que Brasil convirtió en arte. Con ello se puede sintetizar más o menos la historia del balompié mundial, un fenómeno que trae la atención y admiración de millones de espectadores en todo el planeta.
Alrededor de este deporte podemos realizar análisis desde muy diversos puntos de vista, y es tal su popularidad que no deja indiferente a nadie, independientemente si nos gusta o no. En este punto, cabe mencionar que la Federación Internacional de Fútbol Asociación (FIFA) tiene más miembros que la Organización de las Naciones Unidas (ONU): 211 contra 193.
De esta manera, y sin duda, el fútbol tiene una capacidad asombrosa de unir a las personas, sin importar su sexo, género, color de piel, religión, identidad, nacionalidad y cualquier otra etiqueta que las distinga. En el marco de esta internacionalización, he querido abordar, a continuación, el impacto histórico, social y político que ha tenido el fútbol en África, desde su introducción hasta la actualidad, y de esta manera dimensionar la importancia y el papel que ha desempeñado dentro de las naciones africanas.
De Europa para África, y viceversa.
En 1977, el brasileño Edson Arantes do Nascimento “Pelé” – para muchos el mejor futbolista de todos los tiempos – declaró que “una nación africana iba a ganar la Copa del Mundo antes del año 2000”. Esta declaración causó sorpresa en propios y extraños, que no podían dar crédito a las palabras del rey del fútbol. Por entonces, las selecciones africanas que habían participado en los mundiales organizados por la FIFA habían exhibido un pobre desempeño futbolístico, y aunque ya daban muestras de mejoría, les faltaba mucha preparación para poder trascender en un torneo tan competitivo.
Pues bien, ya han pasado 23 años de la fecha límite establecida por Pelé, y todavía no hemos visto a un país africano levantar la Copa del Mundo. Pero en cambio, la evolución del fútbol en el continente africano ha generado una auténtica revolución social y cultural. África ha transformado el fútbol, y el fútbol ha transformado a África. En el universo futbolístico ya no se ve a los africanos como los ignorantes del fútbol, sino como protagonistas de grandes duelos y como un terreno fecundo de futuros ídolos.
Quizás lo más impresionante de todo es la forma en la cual el fútbol se ha incrustado en los aspectos políticos, económicos, sociales y culturales del continente. Si bien en todo el planeta el fútbol crea grandes fenómenos de masas, en África ha crecido y se ha desarrollado junto a las grandes transformaciones políticas y sociales del continente, y por su naturaleza, es también un instrumento capaz de impulsar el desarrollo económico y social, pero al mismo tiempo, una herramienta política al servicio de los más poderosos.
Para entender mejor este carácter multifacético y contradictorio, hay que remontarnos a las raíces del fútbol en África, que en principio, vino de Europa. De acuerdo con Peter Alegi, escritor y profesor de historia de la Universidad Estatal de Michigan, en 1862 ya se jugaban partidos en Ciudad del Cabo y en Port Elizabeth, en la actual Sudáfrica. Después, el fútbol se fue expandiendo de la mano del colonialismo, difundido por soldados, comerciantes, transportistas ferroviarios y escuelas misioneras.
No olvidemos que el fútbol surge en las universidades inglesas más prestigiosas (Oxford y Cambridge), por lo cual es utilizado como herramienta civilizatoria por el imperio colonial, con el propósito de desterrar las culturas nativas y establecer nuevos paradigmas más compatibles con el modo de vida occidental.
La población local lo adoptó rápidamente, pero al contrario de lo que se esperaba, el fútbol es apropiado por los africanos hasta volverse propio y autóctono, transformándose así en una estrategia de resistencia contra el régimen colonial opresor. Posteriormente desempeñó un rol importante en los procesos de descolonización, independencias, urbanización y globalización. Y a lo largo de dichos procesos, un denominador común ha sido la presencia de elementos futbolísticos de origen europeo, con los cuales interactúan los africanos, ya sea a modo de confrontación o de alianzas.
De esta manera se forja una relación futbolística Europa-África, que en un principio se manifiesta bajo la tensión de las relaciones coloniales de poder, que se vio reflejada en la fundación de los primeros clubes del continente africano, que comenzaron a crearse en los primeros años del siglo XX.
Uno de los pioneros fue el Oryx Duoala en Camerún, creado en 1907 por africanos en respuesta a las políticas de segregación racial practicadas por los colonizadores franceses. En ese mismo año se creó el Al-Ahly en Egipto por líderes estudiantiles que protestaban contra el colonialismo, con un fuerte sello nacionalista. Actualmente este equipo es uno de los más importantes y ganadores del continente.
En contraparte, algunos equipos africanos toman su nombre de clubes ingleses, como el Aston Villa y el Wolverhampton, de Accra; el Sunderland, de Dar-es-Salaam; y el Blackpool, de Johannesburgo. Un caso especial es el club Saint George de Etiopía, cuya fundación está vinculada con la invasión italiana a este país, convirtiéndose en un símbolo del nacionalismo etíope y de la liberación del país.
También fue común la creación de clubes y ligas asociados con trabajos específicos, sobre todo en Sudáfrica. Era importante para la eficacia del trabajo y de la empresa mantener una misma cultura empresarial para el sostenimiento de las actividades, y practicar fútbol en los tiempos libres contribuía a la formación de equipos sólidos de trabajo. De esta manera, saber jugar fútbol era un plus para conseguir un mejor trabajo y salario.
Y dada la naturaleza colectiva del balompié, tampoco sorprende el hecho de que haya creado una popularidad y cultura nacionalista. En países creados artificialmente, con muchos grupos étnicos y raciales en un mismo espacio estatal, pocas cosas unen tanto a un país como el fútbol. El ejemplo más llamativo lo encontramos en Nigeria, donde el balompié funciona como idioma universal y un nexo entre los grupos étnicos que habitan en el país.
Del mismo modo, el fútbol contribuyó a la gestación del panafricanismo mediante a través de la unión de los países del continente, en contraposición con el colonialismo europeo. En 1957 nació la Confederación Africana de Fútbol (CAF), fundada en la ciudad de Jartum por únicamente por cuatro países: Egipto, Sudán, Etiopía y Sudáfrica. De hecho, la CAF fue la primera organización panafricana, incluso antes que la Unión Africana, cuya predecesora – la OUA – se creó en mayo de 1963.
Sin embargo, muy pronto Sudáfrica fue expulsada debido a las políticas del Apartheid que imperaban en el extremo sur del continente. Los sudafricanos estaban dispuestos a enviar un equipo compuesto por negros o por blancos, pero nunca uno mixto. Por tal motivo, la primera copa africana fue un triangular en el que terminaron imponiéndose los egipcios.
Con el paso de los años la Copa Africana de Naciones (CAN) se fue convirtiendo en símbolo de unión del continente. A medida que los países se fueron independizando, la Copa continental crecía en miembros y en nivel futbolístico. Era mucha su influencia dentro de sus países miembros a nivel político, al grado que juntos organizaron el mayor boicot a una Copa de la FIFA, la de Inglaterra 1966, debido a que sólo se les había otorgado un tercio de boleto al torneo.
La fórmula funcionó, y para el Mundial de México 1970, la FIFA otorgó un boleto directo a los africanos. Actualmente tienen cinco boletos, y para el 2026 tendrán 9.5 lugares. No obstante, el boicot en 1966 impidió la participación de la selección de Ghana, quizás el primer gran equipo africano a nivel de selecciones, que venía de ganar la CAN en 1963 y 1965 con un buen nivel de juego. Pero el orgullo y la dignidad africana terminaron imponiéndose.
Otra de las decisiones trascendentales de la CAF fue conseguir en 1976 la expulsión de Sudáfrica de la FIFA, encabezada entonces por el polémico Joao Havelange, debido a las políticas ya referidas del Apartheid, que iban en contra del fair play y de la no discriminación. Sudáfrica pudo reintegrarse en 1992, cuando la lucha de Nelson Mandela contra el Apartheid estaba en plena efervescencia.
Y en un acto de reconciliación, al sonido de vuvuzelas y jabulanis, los sudafricanos organizaron la Copa del Mundo en 2010, que aunque fue opacada por supuestos actos de corrupción y sobornos para obtener la sede, se convirtió en un éxito, siendo el primer evento deportivo multitudinario organizado por un país africano, y en donde terminó imponiéndose una selección europea, la española.
Ya para entonces la relación futbolística Europa-África había sufrido una metamorfosis. La confrontación entre el poder colonial y las luchas de liberación había quedado atrás, dando paso a una pugna entre el capitalismo occidental y la apropiación del talento humano africano para beneficio de los clubes y selecciones europeas, en lo que podría denominarse como imperialismo futbolístico europeo. En esta nueva forma de relación, los europeos despliegan mecanismos de diverso tipo para atraer audiencias, poder, prestigio y ganancias hacia sus ligas y selecciones, a cambio del estancamiento y disminución relativa del potencial deportivo africano.
En el marco de estas relaciones destaca el reclutamiento y formación de jóvenes futbolistas africanos para llevarlos a jugar a las ligas europeas. Hoy en día numerosos equipos franceses, holandeses, ingleses y belgas envían visores para captar nuevos talentos y llevarlos a Europa. Además, y como consecuencia de procesos sociales, de inmigración y de mestizaje, muchos de aquellos jóvenes tienen la posibilidad de jugar para una selección europea, lo que se traduce en una fuga de talentos para África. A su vez, el uso de los equipos europeos como herramienta de marketing para canales de televisión dentro de África es una nueva forma de dominación y presencia neocolonial.
Sin duda, Francia es el país que mayor provecho ha obtenido de esta ventaja con mucho éxito, y lo viene haciendo desde hace mucho tiempo. Por ejemplo, Just Fontaine, uno de los primeros futbolistas franceses reconocidos a nivel internacional, nació en Marrakech en 1933, que en esa época era parte del protectorado francés en Marruecos. Su primera Copa Mundial (ganada en territorio francés, en 1998) fue liderada por un hombre de origen argelino: Zinedine Zidane. Además, dos de los mejores futbolistas de la actualidad: Karim Benzemá y Riyad Mahrez, tienen orígenes franco-argelinos, sólo que el primero optó por defender la playera de Francia y el segundo la de Argelia.
Y sin ir más lejos, 14 de los 23 futbolistas franceses que ganaron la Copa Mundial de Rusia en 2018 tenían origen africano, encabezados por los astros Kylian Mbapé, N’golo Kanté y Paul Pogba. Por algo, a la selección francesa se le ha dado el mote de los black-blanc-beur, que se traduce como negros-blancos-árabes. No hay duda de que el fútbol europeo sería otro sin la presencia de jugadores africanos. Pese a ello, esta multiculturalidad no se ha traducido en una mayor integración de las minorías en la nación francesa. Como alguna vez dijo el exfutbolista Eric Cantona: “Si ganan, son los black-blanc-beur, y si pierden, son chusma extranjera”.
De esta forma, las brechas del fútbol africano con respecto al europeo se han expandido, pero no así en categorías menores, donde han conseguido algunos títulos. Posiblemente la causa de ello sea que la formación del futbolista africano no es integral. Sabe jugar al fútbol, pero muchos de ellos no recibieron buena educación, servicios básicos y se enfrentaron a muchas carencias durante su infancia. Como bien lo señala el exfutbolista camerunés Samuel Eto’o para Le Journal de’l Afrique:
No quiero tener en nuestra selección a un Kylian Mbappé nacido en Burdeos, sino a un Kylian Mbappé nacido en nuestros barrios obreros de Camerún. Porque en nuestros territorios hay talentos que hay que valorar […] Los africanos tienen mucho talento, los europeos un poco menos. Pero los europeos han entendido algo: la formación. El entrenamiento es la magia de todo éxito.
Samuel Eto’o
De esta manera, con mayor formación y un sistema de entrenamiento enfocado en el desarrollo integral del futbolista africano, tal vez ya hubiéramos visto a una selección africana ser campeona del mundo. Pero si observamos detenidamente a las selecciones francesas campeonas del mundo, podemos decir que la profecía de Pelé ya se ha cumplido.
La africanización del fútbol.
El fútbol es un deporte universal, pero es influenciado por el ambiente y la cultura en el cual se juega. Hoy en día es un gran negocio, pero en África tiene impactos más grandes y notables en múltiples aspectos. No hay espacio baldío en cualquier ciudad africana en el que no sucedan los partidos o las pachangas (que en México se conocen como cascaritas). Y en las zonas rurales es lo mismo. Para jugar al fútbol, no se necesita tener mucho dinero ni invertir en accesorios profesionales. Todo se hace de manera improvisada, con los materiales que hay al alcance de la mano.
Dos piedras, dos montones de zapatos o unas cañas de bambú sirven para marcar las porterías. Si no se tienen balones o pelotas, se pueden fabricar de manera artesanal con trapos, calcetines, plásticos, partes de neumáticos y hasta preservativos inflados. Con solo eso, a muchos niños y jóvenes les basta para divertirse. Por eso el fútbol es el deporte más democrático, porque es asequible para todos, y la creatividad supera cualquier manifestación de pobreza.
Inclusive en los últimos años el fútbol también se ha convertido en una lucha por la igualdad de género. Son cada vez más mujeres africanas las que se involucran en el juego. En un principio, ayudaban a los jugadores y se mantenían en las gradas vendiendo alcohol o cerveza, y participaban como hinchas. Pero no se animaba a las mujeres a jugar, entrenar o arbitrar hasta la década de los noventa. Poco a poco, el fútbol ofrece a las mujeres mejores oportunidades de trascender en unas sociedades africanas masculinas.
Todos -chicos y chicas – corren por el balón (real o improvisado) como si la vida se les fuera en ello. Y luego están las tardes, en cualquier restaurante, bar, cine, hogar o lugar improvisado con televisor a la mano, donde los aficionados se reúnen para ver a sus equipos favoritos, tanto locales como internacionales, donde destacan los partidos de la Liga de España, la Premier League, la Ligue 1 de Francia y la Champions League.
También las competencias africanas a nivel de selección y de clubes, así como los Mundiales, se siguen por igual. Durante 90 minutos de pasión y disfrute, se olvidan los problemas territoriales, las injusticias del pasado, los abusos coloniales, los enfrentamientos étnicos, entre tantos otros asuntos políticos sin resolver. Todo mundo opina, anima, discute, apuesta, jura, maldice y comparte. También está la fiebre de las camisetas. Gracias a las imitaciones que llegan de China, éstas son accesibles a casi todos.
Es prácticamente imposible describir cómo se vive el fútbol en el continente, y lo que significa para la mayoría de los ciudadanos. Y en casi todos los rincones de África es un asunto muy importante, tanto que recurren a cuestiones metafísicas, a los espíritus y a las energías ocultas para ver ganar a su equipo favorito. Si bien las cábalas no son una cosa exclusiva del fútbol africano, en el continente éstas prácticas se llevan a otro nivel, convirtiéndose en un asunto de brujos.
Las prácticas animistas están presentes en todos los aspectos de la vida de las personas que las practican, sobre todo en el Oeste, Centro y Sur del continente africano, y el fútbol no es la excepción. Los africanos han entendido que el fútbol es una combinación de talento y suerte, y traen los dos a la cancha.
El jugador mexicano Diego Franco relató en una entrevista para el sitio Mediotiempo sus vivencias como jugador del Steenberg United de la segunda división de Sudáfrica.
De repente sí me han tocado diferentes situaciones que son bien diferentes de lo que estamos acostumbrados en México … Hay ciertas culturas, ciertos jugadores que hacen esta especie de brujería que ellos conocen como muti. Tienen diferentes cosas: se cuelgan dijes alrededor de la cintura, tienen marcas en el pecho. Hay jugadores que llevan una bolsa de sal y antes de iniciar el partido, cuando se hace el reconocimiento, la van regando a la cancha.
Diego Franco
Ésta es la forma de vivir de un jugador africano. A muchas personas les parecen exóticas, tenebrosas y rituales propios de salvajes. Pero en realidad no es algo fuera de este mundo, y si bien no tienen un sustento científico, son prácticas ancestrales que los africanos toman como ciertas. En el mundo del fútbol circulan leyendas en las cuales algunos sucesos extraños han sido atribuidos a este tipo de rituales. Uno de los más comentados fue la caída de un rayo durante un encuentro de la primera división de la liga de la República Democrática del Congo, en octubre de 1998, y en donde solo fallecieron los integrantes de un solo equipo.
A su vez, algunos adjudican la muerte súbita del camerunés Marc Viviem Foe, en plena Copa Confederaciones de 2003, a la magia negra. Este jugador utilizaba el número 17, número frecuentemente asociado a la desgracia. Por otro lado, en vísperas del Mundial de Brasil 2014, un brujo ghanés aseguró haber lesionado al portugués Cristiano Ronaldo realizando un “trabajo” para ayudar a su selección. Y lo cierto es que la figura portuguesa apenas y se pudo recuperar para jugar el torneo debido a una lesión en la rodilla.
Coincidencia o no, estas prácticas siguen presentes en el balompié africano. A menudo se ocultan porque son mal vistas. Durante la CAN en 2002 celebrada en Malí, la injerencia de brujos fue tan grande que la Confederación Africana prohibió su presencia en los planteles. Con estas medidas, la CAF ha conseguido eliminar poco a poco la presencia de brujos en los planteles, pero recientemente la Selección de Malawi fue acusada de encubrir la presencia de un brujo a quien registraron como utilero, aunque todo fue negado por su Federación.
Mientras esta manifestación va en desuso, paulatinamente van apareciendo otras formas de expresión que han reconfigurado la identidad futbolística del futbol africano, como el folklore en las tribunas de los estadios, en donde puede expresarse la riqueza cultural y social de los países de África. Por su parte, otra forma curiosa son los sobrenombres o apodos que la afición le han dado a las Selecciones Nacionales de África. En la siguiente infografía se da una breve reseña de ello.
Todo ello nos lleva a comprender que el fútbol en África es una cuestión de vida, y al mismo tiempo, de supervivencia. En muchos casos, el fútbol es la única herramienta de esperanza para tener una mejor calidad de vida y una mejor educación, como sucedió en Sierra Leona, donde el fútbol se convirtió en una vía de reinserción a la sociedad de adolescentes que habían sido reclutado como niños soldados en la Guerra Civil por la que atravesó el país.
Actualmente hay miles de escuelas que reclutan a muchachos en ciudades, pueblos y aldeas, pero sólo un puñado de ellos llega a destacar en Europa y en sus selecciones. La mayoría ni siquiera podrá acariciar ese sueño. Y otros más se quedan a medio camino, como Marcio Benvindo, un exjugador angoleño que jugó en Europa y Uruguay, que estuvo a punto de disputar el Mundial de Alemania 2006 con su selección, pero una lesión lo marginó de ello. Así describió sus inicios en un reportaje publicado por Mundo Negro:
En África juegas al fútbol por tu familia, por tus amigos… Yo tenía en la cabeza llegar a Europa y triunfar. Era en lo único en lo que pensaba. Triunfar para poder ayudar. ¿Los títulos…? Estaba más centrado en ser el mejor jugador, no tanto en los títulos colectivos.
Marcio Benvindo
Son incontables los jóvenes que quieren dar el salto a las ligas mundiales y convertirse en el nuevo gran ídolo de masas. Y en un contexto con muchas carencias, la competencia es encarnizada. Casi todos quieren irse a jugar a Europa, porque saben que la vida ahí es más confortable, y la trascendencia de sus ligas es mucho mayor que si se quedan en África. En muchas regiones los chicos no piensan más que en jugar fútbol, convertirse en profesionales y salir de la pobreza. En las piernas de los chicos está su futuro, el de su familia, e inclusive, de su comunidad. Por eso este deporte en África es una de las cosas esenciales en la vida de la juventud, como la comida o el agua. Ese es el carácter ambivalente del fútbol en el continente.
Quizás el mejor ejemplo de la realización de este sueño africano sea Sadio Mané, jugador senegalés que actualmente juega para el Bayern Múnich de Alemania, pero que antes lo había ganado todo con el Liverpool. También ya se coronó campeón de la Copa Africana y disputó dos Mundiales con Senegal.
La historia de este hombre es muy conocida: nacido en Bambali, un pueblo del sur de Senegal, enfrentó muchas adversidades y creció en medio de la pobreza, pero pudo llegar a ser futbolista profesional, cuando nadie de su familia quería que lo fuera. Muy joven se fue a Dakar a probar fortuna, y ahí fue donde lo vieron los franceses y se lo llevaron al Club Metz, y el resto es historia. Se convirtió en el mejor de África, y nunca se olvidó de su pueblo. Gracias a sus ingresos, ha aportado recursos para contribuir a construir en su pueblo natal hospitales, escuelas, gasolineras e internet, así como apoyo a varios programas sociales que otorgan transferencias monetarias a familias de escasos recursos. También ha organizado partidos callejeros de fútbol junto a sus compañeros de la Selección.
Demuestra una sencillez y humildad dignas de admirarse. No aparece en público ni en los estadios con outfits lujosos ni ostentosos. Se posicionó a favor de la causa Palestina y contra el racismo. Hasta se ha reunido en privado con el presidente Macky Sall para tratar proyectos. Y todo comenzó con un sueño de niño, inspirado en la actuación de la Selección de Senegal en el Mundial de Corea-Japón 2002.
Otro futbolista cuyo impacto ha trascendido más allá del plano deportivo es el egipcio Mohamed Salah. Con sus goles, se ha convertido en un ícono del mundo árabe, y en su natal Egipto lo tratan como si fuese una reencarnación de alguno de los faraones egipcios de la antigüedad. Su figura es omnipresente en El Cairo, y trasciende las fronteras de su país.
Nació en Nagrig, un pueblo cerca del delta del Nilo, donde los niños juegan descalzos por los campos de arroz. Se formó futbolísticamente en clubes de su país antes antes de emigrar al Basilea de Suiza, después de destacar con su selección en Mundiales de categorías menores y en los Juegos Olímpicos de 2012. Y a partir de ahí su carrera fue en ascenso, jugando para el Chelsea, la Roma y el Liverpool.
No olvida sus orígenes humildes, y contribuyó a la construcción de una depuradora para que los vecinos tengan acceso al agua potable. Su carácter generoso y sencillo ha enamorado a los egipcios. Anotó el penal de último minuto con el que su selección regresó a un Mundial después de 28 años de decepciones, y su figura se elevó a otro nivel.
Pero no solo es admirado por sus hazañas deportivas, que son bastantes, sino también por ser un fiel creyente de la religión islámica y un orgulloso musulmán. En un mundo donde a partir del 11-S los musulmanes eran mal vistos en todo el mundo y asociados con terroristas, las hazañas de Salah se magnifican, y ésta es la razón por la cual se ha convertido en un futbolista influyente.
Obtuvo un millón de votos para ser presidente de su país, sin presentarse ni hacer campaña, lo cual habla por sí mismo de la grandeza de su figura. Fútbol, religión y política están mezclados en el fenómeno de la Salahmanía. Cuando era jugador del Basilea suizo, se negó a saludar a los jugadores del equipo israelí Maccabi Tel-Aviv, y celebró un gol rezando como lo hacen los musulmanes. Y aunque Egipto e Israel ya no están enfrentados como en el pasado, el lío diplomático que provocó sigue dando de qué hablar hasta hoy. Pese a ello, el delantero egipcio prefiere alejarse de la política, pero el régimen de Al Sisi trata de explotar su figura con fines propagandísticos.
Mané y Salah son, sin duda, las máximas figuras de la actualidad. Pero son muchos más los futbolistas africanos que hacen labor social dentro de sus comunidades, que aunque son menos reconocidos y eclipsados por lo que hacen las dos figuras señaladas, son igual de importantes.
Como ejemplo tenemos a Keita Baldé, compañero de Mané en la selección de Senegal, que durante la pandemia de COVID-19, pagó el alquiler en un hotel completo de jornaleros agrícolas subsaharianos temporales en Lleida, Cataluña. El ghanés Christian Atsu – víctima del terremoto que devastó Turquía en febrero pasado – pagó las fianzas de 53 pobres por crímenes menores en Ghana en 2018. Además, les facilitó dinero para que emprendieran un negocio, renovó una cancha de fútbol en una prisión en su país y donó souvenirs y accesorios deportivos en diversas escuelas y orfanatos.
Todos estos futbolistas se han convertido en grandes referentes para sus países, que aspiran a ser como ellos. De esta manera, el fútbol ha inspirado a los africanos para construir un mejor futuro. Pero también presenta otra faceta que vale mucho la pena analizar.
Un asunto de Estado.
En el verano de 1990, en la isla de Reunión, Roger Milla, futbolista camerunés de 38 años que ya estaba prácticamente retirado, disfrutaba de sus vacaciones cuando le avisaron que tenía una llamada telefónica con carácter urgente. Era Paul Biya, el presidente de su país, quien le llamó para convencerlo de asistir al Mundial que se iba a jugar en Italia. No pudo decir que no, y se convirtió en la figura del equipo, que llegó contra todo pronóstico hasta los Cuartos de Final. Era la mejor actuación de una selección africana en un Mundial de fútbol, hasta entonces, desplegando un buen fútbol, alegre y con buena táctica.
32 años años más tarde, el mismo Paul Biya inauguraba la edición N° 33 de la CAN, empeñado en mostrar el fútbol como la mejor carta de presentación de Camerún ante el Mundo, siendo históricamente una de las mejores selecciones del continente. De esta manera intenta ocultar las manifestaciones en su contra en el norte del país, y en encubrir los abusos que ha cometido en más de 40 años en el poder.
Este es un ejemplo representativo de cómo la promoción y el desarrollo del fútbol se ha convertido en un asunto que concierne a las más altas esferas del poder político en el continente africano. Dado su impacto social, no debe sorprender que los jefes de estado y de gobierno vean en el fútbol como un medio para afianzar su poder y conseguir privilegios políticos.
Sin duda, el fútbol es uno de los principales componentes de la política en África. Si fuera de otra manera, no podría explicarse el por qué George Weah, ex futbolista liberiano que en su momento fue el mejor jugador del continente, y es el único ganador africano del Balón de Oro, sea el actual presidente de su país, ni tampoco que Burundi tuviera un presidente que tenía su propio equipo, donde él era la estrella y que enviaba a prisión a árbitros y rivales. No olvidemos que la primera manifestación del panafricanismo surge en el fútbol, y es este deporte uno de los ámbitos predilectos para influir políticamente en la población.
Para muestra están los nombres de los estadios, donde la mayoría llevan los nombres de personalidades políticas o eventos históricos. Así, tenemos el estadio Paul Biya (Camerún), el Omar Bongo (Gabón), el Félix Houphouët-Boigny (Costa de Marfil) y el 4 de agosto, fecha en la que inició la revolución sankarista en Burkina Faso. También hay excepciones, como el estadio Héroes Nacionales de Zambia, cuyo nombre es un homenaje a los seleccionados fallecidos en un accidente de avión cuando viajaban para disputar las eliminatorias rumbo al Mundial de Estados Unidos en 1994.
A lo largo de la historia, los mandatarios africanos, sean de izquierda o derecha, elegidos democráticamente o dictadores, todos han visto al fútbol como un medio para impulsar sus acciones, así como la imagen suya y la del país. Al respecto, un suceso tristemente recordado es el de la Selección de Zaire (hoy República Democrática del Congo) de 1974, el primer país del África subsahariana en clasificar a una Copa del Mundo.
En aquel tiempo el país estaba gobernado por el dictador Mobutu Sese Seko, a quien le interesaba legitimar su régimen, y vio en el fútbol la oportunidad perfecta para ello. La selección venía de ganar la Copa Africana sorpresivamente, y Mobutu premió a los futbolistas con casas, autos y viajes a Estados Unidos para ellos y sus familias, según testimonios.
Los futbolistas fueron despedidos como héroes de Kinshasa, y llegaron a Alemania con la esperanza de hacer un buen papel. Sin embargo, el sueño se convirtió en una pesadilla, y ni las plantas, cebollas, huesos humanos y hechiceros que se trajeron del Zaire evitaron que se llevaran tres descalabros. Y de qué manera.
Después de perder 2 a 0 ante Escocia, en una actuación digna de acuerdo a sus posibilidades, el gobierno de Mobutu, que no era un hombre de fiar y llevaría a la bancarrota al país, no les pagó el dinero que se les había prometido. Los futbolistas se declararon en huelga, pero fueron obligados a jugar su siguiente partido contra Yugoslavia, que fue un desastre: recibieron 9 goles.
El dictador Mobutu Sese Seko, enfurecido por la imagen vergonzosa de la derrota, amenazó con hacer daño a los futbolistas si se repetía una nueva goleada de enormes proporciones. Y para colmo, el siguiente rival era Brasil, el flamante campeón defensor. Y desde el gobierno se pone una cifra límite de goles: tres. La presión era tremenda. Y fueron exactamente los goles que recibieron de los brasileños, a los que resistieron de forma milagrosa. En los minutos finales, un tiro libre presagiaba el cuarto gol de los brasileños, hasta que uno de los africanos, el defensor Mwepu Ilunga, realizó una jugada que quedó para la historia, que se muestra en este video.
Los contrarios y el árbitro quedaron atónitos con la acción, y en un principio creyeron que los africanos desconocían las reglas del fútbol. El pobre defensor se llevó la tarjeta amarilla, pero evitó el peligro de gol, desconcentrando al tirador brasileño y apresurando el final del partido. Se habían hecho pasar por idiotas para salvar sus vidas.
La odisea había terminado. Los futbolistas del Zaire se fueron sin meter gol, humillados, golpeados, aguantando las burlas de los demás equipos y de los fanáticos, que poco sabían de sus circunstancias. Se les desprestigió, y quedaron sumidos en la pobreza. El fútbol les había dado todo, pero también todo les quitó.
Y así como en la cancha a veces se gana y a veces se pierde, en África el fútbol también ha sido un acompañante de la guerra y de la paz. Vayamos a Costa de Marfil, en 2002, cuando el gobierno sufrió un intento de golpe de Estado, uno más de los cientos que han ocurrido en África. El país se dividió entre el Norte, que controlaban los grupos rebeldes, y el Sur, que aún estaba bajo el poder del gobierno militar. Desde ese momento, la violencia se apoderó de todo el país, registrándose miles de muertos y desaparecidos.
El 8 de octubre de 2005 la selección marfileña obtenía en Sudán la clasificación a su primer Mundial, comandados por el Didier Drogba, uno de los mejores futbolistas africanos de aquel entonces. Finalizado el partido, en el vestuario, el capitán Drogba y su equipo se acomodaron frente a las cámaras y enviaron un mensaje a sus ciudadanos:
Marfileños y marfileñas del Norte y del Sur, del Centro al Oeste: ya vieron hoy que todo Costa de Marfil puede cohabitar, puede jugar en conjunto con el mismo objetivo, clasificar para el Mundial. Les habíamos prometido que esta fiesta iba a reunir al pueblo. Hoy les pedimos por favor, de rodillas. Perdonen, perdonen perdonen. El único país de África que tiene todas estas riquezas no puede zozobrar en la guerra así. Por favor, depongan las armas, hagan las elecciones, organicen las elecciones y todo saldrá mejor. Queremos divertirnos, larguen sus fusiles.
Didier Drogba
Su discurso dio la vuelta al mundo. Una semana después se llamó el alto al fuego. A su llegada, los seleccionados pidieron más paz. El 3 de junio de 2008, en un partido por las eliminatorias a la Copa Africana contra Madagascar, Drogba invitó al presidente Laurent Gbagbo y al líder rebelde Gillaume Soro a disfrutar el espectáculo en el mismo palco en el estadio de Bouaeké, una de las ciudades más golpeadas. Sonó el himno y todos cantaron juntos. Un mes más tarde, en el mismo estadio, se marcó oficialmente el fin de la guerra. Se estableció un único gobierno y se quemaron las armas. El estadio tomó el nombre del Stade de la Paix. (Estadio de la paz).
En este caso, el fútbol contribuyó al fin de una guerra. Pero también ha sido partícipe de la misma, en los momentos más oscuros en la historia de África. Ahora vayamos a la Ruanda de 1994, en medio de uno de los más crueles genocidios que ha conocido la humanidad. En aquel momento, los clubes de fútbol de este país tenían una estructura semiprofesional, y muchos estaban altamente politizados. Desde el principio del genocidio, muchos hutus de los clubes se lanzaron contra sus compañeros tutsis. Así, los compañeros que antes les pasaban el balón ahora les perseguían con un machete para volarles la cabeza. Y lo mismo sucedía en otras actividades por aquellos días.
En aquellos actos deshumanizados, los estadios jugaron un rol lamentable e importante. Servían de falsos refugios, a los cuales llevaban a muchos tutsis con engaños, y posteriormente eran asesinados en masa, facilitando las labores de las milicias interahamwe. Cuando la pesadilla terminó, de nuevo se formó la selección ruandesa y en 1996 jugaron su primer partido contra Túnez. Ver nuevamente miles de ruandeses reunidos en paz dio a muchos una nueva sensación de vida. Quince años después, una selección ruandesa clasificaba por primera vez a un Mundial de la FIFA, el Sub-17 que se organizó en México. Y los encargados de ello fueron aquella generación de 1994 que nació bajo las sombras del genocidio.
El fútbol africano también es escenario de disputas geopolíticas. El año pasado, el Ministerio de Cultura marroquí pidió a la marca Adidas el retiro de los uniformes de la selección de Argelia por la apropiación de símbolos del patrimonio cultural marroquí, inspiradas en el arte zellige. Pero realmente es la misma cultura la que está presente en ambas naciones, que tienen el mismo orígen: árabe y bereber. Esta polémica se enmarca en el clima de tensión diplomática que mantienen los dos vecinos del Magreb, bajo el cual los dos países rivalizan por obtener la hegemonía en la región, y están en conflicto casi por cualquier motivo.
Y ya que estamos hablando de Marruecos – que en el pasado Mundial de Qatar 2022 firmó la mejor actuación de una Selección africana en un Mundial, obteniendo el cuarto lugar – conviene sacar a colación algunos aspectos políticos que se desataron al marco de esta hazaña. Resulta que, durante las etapas de eliminación directa, le tocó enfrentarse a selecciones europeas con las cuales el país tiene un pasado lleno de conflictos y colonialismo: España, Portugal y Francia.
Únicamente los marroquíes no pudieron contra los blanc-black-beur y sus estrellas con orígenes africanos, y en el partido por el tercer lugar cayeron ante Croacia, pero los jugadores fueron tratados como héroes y dignos representantes del orgullo marroquí, y el rey Mohamed VI radiaba de felicidad. Los triunfos de la selección de fútbol no podían caer mejor, justo cuando la política exterior marroquí pasa por su mejor momento en décadas. Este triunfo ya ha sido aprovechado por el monarca, quien ya propuso al país como sede del Mundial en 2030 junto a España y Portugal. Anteriormente, había perdido la sede en 2010 en favor de Sudáfrica, y ha organizado tres Mundiales de Clubes.
Siendo Marruecos un país musulmán, y con la sede del Mundial 2022 en un país del Medio Oriente, los jugadores marroquíes izaron la bandera de Palestina, una causa común en todo el Mundo Árabe, pese a que su régimen ya haya reconocido a Israel. No obstante, después de ganar el partido contra España también cantaron: “El Sahara es nuestro, sus ríos son nuestros y su tierra es nuestra”. Cabe señalar que el asunto de Palestina y el Sahara Occidental tienen muchos paralelismos entre sí. Además, a uno de los futbolistas le preguntaron: – ¿De quién es Ceuta y Melilla? Y él respondió, sin dudarlo: – De Marruecos. De esta forma, la ideología expansionista marroquí se ha trasladado a su población, y el fútbol está contribuyendo en ello.
Todo esto, y mucho más, es el fútbol africano, que tiene sus soles y sus sombras, como diría el escritor uruguayo Eduardo Galeano. Me he extendido mucho en este relato, pero es apenas lo justo y necesario para comprender el papel del fútbol en las sociedades del continente africano. Y podríamos detenernos un poco más en todos los aspectos que he marcado, pero espero que con esto se logre dimensionar la grandeza y el significado de este deporte en África.
Los africanos también han destacado en otras disciplinas deportivas, como el atletismo, las carreras de medio fondo y fondo, y más recientemente, en baloncesto. Pero sin duda, el fútbol es el más popular, teniendo un impacto grandioso hasta en lo inimaginable. Y es grande porque transforma vidas. Detrás de cada futbolista, cada estadio, cada aficionado y cada balón, hay una historia que contar.