Argelia contra Marruecos: la guerra fría por la hegemonía en el Magreb

Frontera entre Argelia y marruecos. Fotografía: Wikimedia Commons.

En esta ocasión abordamos una de las rivalidades más grandes que existen en el continente africano, que es protagonizada por Argelia y Marruecos, países que compiten por el liderazgo político en el Magreb y en extender su influencia en el resto de África. A continuación, se explican y describen las causas y el desarrollo de esta rivalidad, así como algunas de sus repercusiones regionales y continentales.

Históricamente, África ha sido escenario de muchas disputas, conflictos y guerras terribles. Hasta el día de hoy se siguen librando muchas batallas, que dejan a su paso una considerable ola de violencia, refugiados y hambre. Casi todos ellos tienen que ver con asuntos internos, separatismos y actos terroristas. No obstante, entre los Estados africanos modernos prevalece un espíritu de unión y solidaridad, que se ve reflejado en muchos aspectos.

Sin embargo, el conflicto que viene a romper esta tendencia es el de Marruecos y Argelia, países que tienen una rivalidad muy arraigada, y que se ha ido fortaleciendo en los últimos años. Pese a que prácticamente no ha habido batallas importantes ni hostilidades armadas entre ellos, su distanciamiento ha impactado de manera negativa el curso de los acontecimientos políticos, sociales y económicos dentro de su ámbito regional y continental.

El origen del conflicto es relativamente reciente, cuando los dos países consiguieron sus independencias, pero hay que retroceder mucho en el tiempo para descubrir sus raíces, que se remontan a la época de las invasiones de los árabes a la región que se conocería después con el nombre de Magreb (adaptación de la palabra árabe al-magrib, que significa “lugar donde se pone el sol”, o “poniente”), allá por el siglo VII.

Si omitimos el estudio del contexto histórico, regional y geográfico en el que surgió y se desarrolla la enemistad entre Argelia y Marruecos difícilmente comprenderíamos el casus belli entre ambas naciones, por lo cual es necesario marcar las especificidades del Magreb y mostrar el proceso de conformación que tuvieron estos Estados.

Para empezar, hay que reconocer que el Magreb es una región histórica y un bloque geográfico que posee una doble identidad: árabe y amazigh. Este último nombre es con el que se denominan a los pobladores autóctonos de esta región, a los que también se les conoce como bereberes, aunque en sentido peyorativo.

El pueblo Amazigh se caracteriza por su organización igualitaria y tribal, muy enraizado en sus tradiciones, con vida semi-nómada y establecieron rutas comerciales entre el mundo africano del Mediterráneo y el resto de África. A lo largo de la historia sus pobladores han estado sometidos a diversas influencias provenientes de los pueblos que se han asentado en la región. Pero, después de una vigorosa resistencia, la gran mayoría de los amazigh se islamizaron, y todo el Magreb se incorporó al Mundo Árabe.

Bandera del pueblo amazigh, que aún lucha por preservar sus tradiciones y su ancestral modo de vida. Imagen: Wikimedia Commons.

La aristocracia árabe se perpetuó en el poder, sin tener en cuenta los derechos históricos de los pueblos originarios. En aquellos tiempos precoloniales, la región no se percibía como una unidad política independiente, sino como parte de los imperios que se constituyeron (almorávide, almohade, otomano, sharifiano, reino de Fez), que permitían un autogobierno que preservó las identidades locales. Tanto árabes como bereberes tenían una identidad transfronteriza, y la idea de Estado-nación les era totalmente desconocida, cuya construcción, ya en la etapa colonial, implicó la reconfiguración de los territorios y la apropiación de las identidades existentes.

El colonialismo europeo dio lugar al establecimiento de centros locales de poder político en todo el Magreb, aglutinando zonas que gozaban en la práctica de una gran autonomía, todos siguiendo trayectorias políticas independientes entre sí, aunque su separación es más aparente que real.

En el caso específico de Marruecos, la construcción de su identidad nacional se remonta más de 1,200 años atrás, apropiándose de una historia mística, legendaria y apasionante, con momentos de grandeza y de decadencia, pero nunca la nación marroquí ha sido puesta en entredicho, que en las épocas de su mayor esplendor se alzaba desde el río Senegal hasta el centro de España. Estas experiencias no son comparables con las de sus vecinos. La actual monarquía alauí del Marruecos moderno se alza como la heredera y defensora de esta tradición.

En contraste, Argelia es una construcción colonial, moldeada acorde a los intereses de Francia, país que la invadió y colonizó. Antes de su llegada, el vasto territorio que hoy conocemos como Argelia estaba fragmentado en pequeñas tribus y emiratos semi-independientes, influenciados desde Marruecos y Túnez. De 1530 a 1830 fue una provincia del imperio otomano, pero su poder directo se circunscribía únicamente a la ciudad de Argel y sus alrededores.

Desde la expedición de Napoleón al norte de África en 1798, todo el Magreb se convirtió también en una zona importante para Francia, que se encargó de redefinir el oeste de Egipto ya en la década de 1830. Sin embargo, no eran los únicos europeos que se encontraban en la zona. Al final, tuvo que compartir el dominio del Magreb con Italia y España.

Con esta última estableció un protectorado conjunto en Marruecos, aprovechando la debilidad de la dinastía alauí. Francia colonizó su parte más productiva y menos inhóspita, mientras que a España le tocó el norte y el Sahara. Al mismo tiempo, Francia se hizo fuerte en Argelia, su primera colonia en la región, y poco a poco la dominación fue penetrando hacia el sur y el oeste, donde se encontraban muchos terrenos áridos que aparentemente no eran de nadie y no había más que unos cuantos oasis.

En lo que al principio se suponía iba a ser un asentamiento temporal, lo que hoy es Argelia terminó convirtiéndose en un territorio integral de Francia, aunque muchos de los colonos no fueron franceses, sino ciudadanos de Italia, Malta y España. Los musulmanes y bereberes se empobrecieron, y fueron separados de la moderna infraestructura económica de la comunidad europea.

Después de la primera guerra mundial, en Argelia se comienza a gestar un liderazgo político a nivel local contra la dominación francesa, para lo cual se apoyó en el islamismo político, el panarabismo y el socialismo. Estas corrientes ideológicas fueron el amalgama que moldeó el surgimiento de la nación argelina, con pocos referentes históricos.

Entre los marroquíes, el movimiento nacional surge como respuesta al protectorado franco-español. Sería poco después de concluir la segunda guerra mundial, cuando el entonces monarca Mohamed V se negó a obedecer las decisiones de Francia, hasta que en 1956 se le otorgó la independencia.

Por el contrario, los franceses no estaban dispuestos a permitir la descolonización de Argelia, que tenía estatus de departamento de su República, y entonces los argelinos se fueron a la guerra por su libertad, que finalmente obtuvo en 1962 bajo el liderazgo del Frente de Liberación Nacional (FLN).

El fortalecimiento de los nacionalismos marroquí y argelino frente a la colonización europea era necesario para sus pueblos durante el proceso de descolonización para que pudieran delimitar sus territorios, que nunca antes habían funcionado como Estados. Y es justo aquí donde se viene a dar la ruptura inicial entre Argelia y Marruecos.

Como resultado del proceso histórico por el que atravesaron, surgieron factores que derivaron en el nacimiento de la rivalidad entre Argelia y Marruecos a nivel político. Entre estos factores, destacan los siguientes:

Diferencias ideológicas y políticas entre Argelia y Marruecos.

Así, siendo dos Estados antagónicos, Argelia y Marruecos compiten por obtener la supremacía regional bajo dos distintos proyectos políticos, en donde la existencia de una nación al lado de la otra se convierte en un obstáculo para su supervivencia como Estados, estando en juego la estabilidad y legitimidad de las élites gobernantes, que no han dudado en utilizar todos los medios políticos, diplomáticos, ideológicos y financieros a su alcance para debilitar el poder y la influencia del vecino.

De esta manera se comprende que, a pesar de compartir historia, religión, costumbres, lenguas y tradiciones, no exista una base sólida para fomentar la unión, la prosperidad y la cooperación entre ellos. Así, lo que podría haber sido una sólida base de unión y prosperidad regional, se truncó muy prematuramente por la incompatibilidad de las ambiciones políticas y económicas de sus dirigentes.

Como era de esperarse, el trazado de la frontera común fue el primer detonante del conflicto. El papel simbólico del territorio explica gran parte de los focos de tensión. En este punto, y al igual que en otros casos similares en el continente africano, la responsabilidad moral recae sobre las potencias europeas, que desfiguraron el mapa de África.

Mientras que Marruecos se nutrió de su pasado y nacionalismo para ocupar territorios que, según ellos, les pertenecen, uno de los objetivos fundamentales de Argelia, una vez lograda la independencia, fue la conservación integral del territorio, abundante en hidrocarburos y minerales. Su desproporcionada extensión en pleno corazón del Magreb entró en pugna con las ambiciones irredentistas marroquíes contenidas en el proyecto del Gran Marruecos, ilustradas en la concepción de Allal el Fasi, líder de Istiqlal, el partido político oficial.

MAPA: Ámbito territorial del Gran Marruecos, que abarca los actuales Marruecos, Mauritania, el Sahara Occidental, el norte de Malí y el Oeste de Argelia.

En los años sesenta Marruecos era un auténtico hervidero, donde diversos partidos políticos emergentes deseaban limitar o abolir el poder real. Ante ello, el monarca Hassán II necesitaba una base territorial para justificarse ante sus compatriotas. Y se lanzó hacia la conquista de Tinduf, oasis pseudo marroquí del que Francia se apoderó.

El conflicto fue inevitable, y su máximo punto de tensión fue la efímera Guerra de las Arenas (1963), en donde se batieron las fuerzas armadas marroquíes y un incipiente ejército argelino, que venía de luchar por su independencia. La victoria fue para los marroquíes, aunque no se tradujo en adquisiciones territoriales, pero arraigó el sentimiento anti marroquí entre los argelinos.

La entonces Organización para la Unidad Africana (OUA) intervino, y bajo el principio del respeto a las fronteras heredadas de la colonización, logró que Marruecos reconociera las fronteras con Argelia en 1972, renunciando así al oeste de Argelia.

Pero Marruecos continuó con sus ambiciones, y se concentró en su principal objetivo: el Sahara Occidental, territorio que ocupó en 1975 mediante la campaña conocida como la Marcha Verde, uno de los hitos más importantes en relación a este territorio, que aún busca lograr su reconocimiento como Estado, y que se ha convertido realmente el campo de batalla en el que se desarrolla la rivalidad entre Argelia y Marruecos.

En un principio, Marruecos esperaba que Argelia reconociera la soberanía marroquí sobre el Sahara en correspondencia por aceptar las fronteras coloniales. Pero Argelia terminó siendo el principal promotor del frente Polisario y su expresión política, la República Árabe Saharaui Democrática (RASD), que tiene en la región argelina de Tinduf su base de operaciones.

Ya por entonces habían adoptado trayectorias distintas: Marruecos se inclinó hacia el bando occidental y Argelia al oriental durante la guerra fría. Pese a las diferencias, en los años ochenta hubo acercamientos entre ambos países: se restablecieron las relaciones diplomáticas y se reabrió la frontera, como resultado de un apaciguamiento de la guerra en el Sahara Occidental.

Pero lo más destacado fue la constitución de la Unión del Magreb Árabe (UMA) en 1988, en lo que ha sido el primer y único intento de cooperación que han suscrito Argelia y Marruecos, junto con el resto de los países de la región (Libia, Túnez y Mauritania), en el marco del fin de la guerra fría y un nuevo entorno internacional.

Este intento no resultó como se planeaba, y el peso de los factores políticos frenó de tajo todo el proceso, acabando todo en un rotundo fracaso: el embargo internacional a Libia, la guerra civil en Argelia, un atentado terrorista en Marruecos y un rebrote de violencia en el Sahara Occidental deterioraron nuevamente las relaciones entre Argelia y Marruecos en 1994, ocasionando el cierre de la frontera, que se mantiene desde entonces.

Las tensiones han ido de mal en peor, y aunque ya no se han enfrascado en una guerra, su conflicto ha tenido graves consecuencias que han tenido repercusiones e impactos graves más allá de sus territorios. Pero antes de entrar de lleno en dichas consecuencias, habría que mostrar los giros que ha dado este conflicto.

En un primer momento, Argelia tomó ventaja gracias a los beneficios de la explotación de hidrocarburos y al respaldo en África que recibió el Sahara Occidental en su lucha por alcanzar su autodeterminación, a lo que se sumó el respaldo del país a los movimientos de liberación nacional y de inspiración socialista en el continente africano y el Mundo Árabe.

A partir de los años noventa Marruecos poco a poco ha ido ganando terreno, en buena medida gracias a su alianza con Occidente y con los países que integran el Consejo de Cooperación del Golfo, sobre todo en el terreno diplomático, con iniciativas económicas, políticas, religiosas y financieras, que le han generado buenos dividendos tanto en términos económicos como políticos, como su reintegración a la Unión Africana, que dejó en 1984 en protesta por la adhesión de la RASD.

El gobierno de Argelia no ha reaccionado a tiempo por el mal momento económico y político por el que atraviesa, acuciado por la parálisis y enfrentando una grave crisis política interna, bajo una intensa agitación social contra el régimen militar dominado por los veteranos de guerra del FLN. De esta manera, podría decirse que actualmente Argelia y Marruecos se encuentran en igualdad de circunstancias en su competencia por la hegemonía, que por momentos, amenaza con convertirse en algo más serio.

Tras el progresivo acercamiento de Argelia a Occidente después de la guerra fría, el conflicto del Sahara Occidental se ha convertido en el principal detonante de las crisis con Marruecos, en medio de un nacionalismo saharaui que lucha desde hace más de 40 años por su libertad. Argel ha tratado de vincular la apertura de fronteras a un acuerdo que ponga fin a este conflicto, y rechaza abordar los temas por separado, mientras que Rabat continúa considerando al Sahara como parte de Marruecos, y se niega rotundamente a hablar del “Sahara ocupado”, y mucho menos a reconocer su independencia. Se vislumbra muy remota la posibilidad de que alguna de las partes flexibilice su postura.

Al mismo tiempo, los dos países están envueltos en una carrera armamentística. Se pone como justificación la lucha contra el terrorismo yihadista en el Magreb y el Sahel, pero estos países concentran la mitad de las adquisiciones armamentísticas del continente: el 6.2 del Producto Interno Bruto (PIB) de Argelia y el 3.2% del de Marruecos se destina a gasto militar.

En el plano económico, como consecuencia del cierra de la frontera, han florecido las redes de contrabando. Las economías argelina y marroquíes son complementarias, pero los dos se ven obligados a pagar productos más caros que lo que podrían adquirir directamente de su vecino. En el siguiente esquema se muestran éstas y otras consecuencias en diversos ámbitos.

Así las cosas, la normalización de las relaciones entre Argelia y Marruecos debería ser una prioridad, por el mero bienestar de los ciudadanos, que son los que absorben los costos más altos de la ruptura.

No obstante, el conflicto ente Marruecos y Argelia es muy difícil de resolver. Tanto Rabat como Argel se instrumentalizan y utilizan como chivo expiatorio para desviar la atención de sus asuntos domésticos. Aunque nadie se atreve a descartar una confrontación bélica entre las dos potencias magrebíes, los expertos creen que las tensiones y acusaciones diplomáticas van a continuar, dado que no hay voluntad de ninguna de las partes para revertir las medidas que tanto daño les han hecho.

Por el contrario, en las últimas semanas las tensiones entre Argelia y Marruecos han ido en aumento. El pasado 24 de agosto ambas naciones rompieron relaciones, como resultado de un reinicio de hostilidades en el Sahara Occidental y del llamado Acuerdo de Abraham, en el cual los Estados Unidos reconocieron la soberanía marroquí sobre el Sahara a cambio del establecimiento de relaciones diplomáticas formales entre Marruecos e Israel.

Una de las repercusiones de todo ello ha sido el cierre del gasoducto Magreb-Europa, que pasa por Marruecos, y por el cual Argelia abastece de gas a la península ibérica. No es el único, pero la medida podría provocar una escasez de combustible en Europa, que de manera indirecta también se ve afectada por el conflicto.

De acuerdo con varios analistas, una de las causas de la intensificación de este conflicto es la resistencia de ambos países a democratizarse. Siendo democracias, Argelia y Marruecos encontrarían vías de diálogo para entenderse mejor. Una monarquía autoritaria y un régimen militar en decadencia no es una buena combinación para que florezca un espíritu de unión y solidaridad entre dos naciones rivales.

La idea de una autonomía amplia para el Magreb es un proyecto sugerente, pero que bajo la coyuntura política regional, parece imposible de alcanzar, ya que esto significaría un traspaso de poder a muchos actores locales, que pondría en peligro la supervivencia de las élites nacionalistas. Por otro lado, sería un paso importante la reinstalación de la UMA, aunque la posibilidad también parece lejana.

Además de la rivalidad entre Marruecos y Argelia, el resto de los países de la región no parecen estar muy animados para revivir la cooperación a nivel regional, con Libia intentando resolver su propia crisis, una Mauritania que genera la desconfianza tanto de Argelia como de Marruecos, y Túnez colocado en un equilibrio incómodo entre las dos potencias regionales.

La Unión Africana y la Unión Europea deben y pueden establecer mecanismos de diálogo para que Argelia y Marruecos se sienten en la mesa y dejen las diferencias a un lado en pro del desarrollo regional y trabajen por el bienestar de sus pueblos y evitar situaciones que comprometan la seguridad en su ámbito regional. Desafortunadamente la rivalidad es grande, y por más optimistas que seamos, no hay condiciones ni voluntad para la reconciliación. Lo único que está garantizado es la permanencia de la inestabilidad regional y las tensiones bilaterales por tiempo indefinido.


Carlos Luján Aldana

Economista Mexicano y Analista político internacional. Africanista por convicción y pasatiempo. Colaborador esporádico en diversos medios de comunicación internacionales, impulsando el conocimiento sobre África en la opinión pública y difundiendo el acontecer económico, geopolítico y social del continente africano, así como de la población afromexicana y las relaciones multilaterales México-África.

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