La guerra declarada entre el Estado de Israel y la organización islamista Hamás ha puesto nuevamente la atención de la Comunidad Internacional en la coexistencia de dos Estados antagónicos en el Cercano Oriente, así como en el reconocimiento de Palestina como Estado de pleno derecho a nivel internacional. Y dentro de este contexto, el papel que desempeñan las naciones del continente africano es decisivo en el curso de este conflicto. Veamos.
El pasado 7 de octubre de 2023, justo 50 años después del inicio de la guerra de Yom Kippur, miembros de la organización islámica palestina Hamás perpetraron una serie de sorpresivos ataques en territorio israelí, burlando los sistemas avanzados de seguridad, defensa e inteligencia de este país, uno de los más militarizados del mundo. Inmediatamente después, el gobierno de Israel encabezado por su primer ministro Benjamín Netanyahu declaró estado de guerra y envió una operación militar en la Franja de Gaza, el territorio de Hamás.
Estas acciones tienen un amplio y complejo trasfondo, en donde reluce la existencia de un largo y penoso conflicto entre Israel y Palestina, mezclándose reivindicaciones históricas, profundas conexiones religiosas e intereses geopolíticos, que colocan a este rincón del planeta como uno de los más hostiles y peligrosos para vivir.
Por supuesto que las reacciones a nivel internacional no se hicieron esperar, y mientras algunos gobiernos condenaron enérgicamente las acciones contra Israel por parte de Hamás (considerada por Israel y Occidente como una organización terrorista), otros se solidarizaron ante el sufrimiento del pueblo palestino, quien lleva décadas buscando la libertad, plena independencia y reconocimiento mundial.
Pero lejos de ser un conflicto entre dos Estados que no se llevan bien, cuyas diferencias pueden superarse mediante la suscripción de diálogos y acuerdos, la disputa está fuera del alcance de este mundo. Además del territorio, lo que se están jugando Israel y Palestina es la dignidad, el orgullo, sus creencias, la supremacía y aún su misma supervivencia.
Y no se están disputando el control de cualquier territorio, sino aquel que es sagrado para tres de las principales religiones del mundo: el judaísmo, el cristianismo y el islam. Por lo mismo, la confrontación palestino-israelí se distingue de otras porque desata muchas pasiones en todo el mundo, llevando una carga espiritual y simbólica muy importante.
Dentro de este marco, analizaremos la participación y los intereses que tienen los países africanos en estas naciones, y viceversa, las acciones que realizan en África sus dirigentes para obtener apoyo y reconocimiento a sus proyectos. De esta manera, exploramos una faceta poco explorada de este conflicto, y que podría resultar fundamental en lo que respecta a su prolongación, propagación o terminación en un futuro cercano.
Para comenzar, debemos subrayar que África ha resultado ser un actor importante dentro del conflicto entre Israel y Palestina, fundamentalmente por los siguientes factores:
- La cercanía geográfica al territorio en disputa, lo cual genera la implicación directa de los países de África en el conflicto, sobre todo los del Norte de África y los que se ubican en la costa del mar rojo, y en particular, de Egipto.
- Los países árabes y musulmanes de África se sienten identificados con la causa palestina, la cual toman como propia, al grado que algunos de ellos han declarado la guerra abiertamente a Israel. Sin embargo, – y como veremos más adelante – los israelíes han conseguido aliarse con algunos de ellos, obteniendo el reconocimiento como Estado de parte de éstos, y además han emprendido acciones de acercamiento y cooperación con muchos países del continente.
- África representa aproximadamente una cuarta parte de Naciones Unidas, por lo cual el rol de África unida puede jugar un papel importante y decisivo en cuanto a la toma de decisiones, sanciones, condenas o reconocimientos a alguno de los bandos, que son conscientes de ello.
- La presencia e influencia de judíos de origen etíope tanto en África como en Israel, mismos que podrían adquirir mayor protagonismo dentro del sistema político israelí, y que, en consecuencia, pueden modificar las relaciones con Palestina.
- La atroz similitud entre el sistema segregacionista israelí en los territorios palestinos de Cisjordania y Gaza con el sistema del Apartheid que existió en el sur de África, situación que está desencadenando rechazos hacia las políticas de Israel y de apoyo hacia Palestina, en especial por parte de Sudáfrica.
A continuación, con el objetivo de tener una mejor comprensión del asunto, se vinculan y relacionan cronológicamente todos estos factores con los orígenes y el desarrollo del conflicto, ofreciendo un panorama general que cubra el objetivo que se plantea. Con la finalidad de evitar confusiones en los términos que vamos a emplear, resulta necesario hacer las siguientes precisiones, que se muestran en esta infografía.
Para empezar, es necesario ubicarnos bien sobre el territorio que está en disputa, que se sitúa entre el mar mediterráneo y el río Jordán, y entre Líbano y la península del Sinaí, en el norte y sur respectivamente. A lo largo de la historia esta región de Asia Menor ha adquirido distintos nombres: Canaán, Israel y Palestina, este último, denominada por los romanos, y en cuyos tiempos estaba dividida en tres provincias (Galilea, Samaria y Judea).
Este territorio ha sido ocupado durante milenios por varios pueblos que se han empeñado afanosamente en conquistarlo: fenicios, israelitas, asirios, babilónicos, persas, helénicos, romanos, bizantinos, árabes, turcos e ingleses conforman este contingente. En el ámbito del mediterráneo, su ubicación era privilegiada para la práctica del comercio marítimo, y algunos terrenos son muy fértiles y aptos para la agricultura, aunque una parte también es árido y desértico.
Desde tiempos antiguos, una parte importante de las disputas radican en el control y posesión de la ciudad de Jerusalén (cuyo significado en hebreo es, irónicamente, “Ciudad de la Paz”). Antiguamente se conocía como Salem, y poéticamente es nombrada Sion, en referencia al monte sobre la que se encuentra. Además, también ha sido bautizada como Aelia Capitolina por los romanos y como Al-Quds, por los musulmanes (palabra en árabe que significa “la santa”)
Para los judíos, Jerusalén es la ciudad santa, habitada desde tiempos del Rey David, y el centro de la tierra prometida por Dios a su pueblo elegido después de haber sufrido la esclavitud en Egipto. Para los cristianos, es el lugar de la pasión y muerte de Jesucristo. Y para los musulmanes, es la tercera ciudad de importancia para el islam, solo detrás de La Meca y Medina, y donde creen algunos musulmanes que el profeta Mahoma ascendió al cielo.
Hoy en día está dividida en cuatro barrios (judío, musulmán, cristiano y armenio), y presenta una extraña combinación de iglesias, tariqas sufíes, sinagogas, mezquitas, sectas y conmemoraciones sagradas que no terminan nunca, combinándose con una actividad comercial y turística en permanente ebullición.
Pero Jerusalén solo es la joya de la corona. Todo el territorio de Israel-Palestina está considerada como tierra santa, por lo que todas las miradas del mundo se posan en este suelo divino y maldito al mismo tiempo. En la antigüedad, después de muchos esfuerzos, los israelitas conquistaron el territorio, hasta que entre los años 597 y 587 a.C. se dispersaron con el llamado Cautiverio Babilónico.
Esta fue la primera de varias diásporas judías que se registran a lo largo de la historia, en los cuales los israelitas huyen de tierra santa como refugiados a otras regiones para salvar su vida. De esta manera, los judíos se fueron dispersando y formando comunidades por todo el mundo, aunque no todos se fueron debido a conflictos.
Una de estas comunidades es la de los judíos etíopes, que se les conoce como falasha, que en amhárico significa exilio, o como Beta Israel (Casa Israel). Según la tradición, son descendientes de la tribu de Dan, una de las doce de Israel, y que acompañaron al emperador Menelik I, hijo del Rey Salomón y la Reina de Saba, junto con el Arca de la Alianza que se trajeron desde Jerusalén, leyenda asociada al nacimiento de la dinastía imperial de Etiopía. No obstante, algunos historiadores afirman que provienen de las tribus de Agau, ubicadas al sur de Arabia.
Como quiera que sea, suponen una de las ramas del judaísmo más peculiares. Una de las diferencias más notorias es que sus libros sagrados no están escritos en hebreo, sino en ge’ez, una antigua lengua hablada en Etiopía. Tampoco siguen el Talmud y otras prácticas rabínicas que figuran en el Shulján Aruj. Sin embargo, siguen otras tradiciones judías como el Sabbat y la práctica de la circuncisión.
Han vivido por cientos de años en el lago Tana – al noroeste de Etiopía – y gozado de cierta autonomía por siglos. Ante la aparición del cristianismo, algunos de ellos fueron bautizados en esta religión (en su versión copta-ortodoxa). Durante el gobierno del emperador Susenyos I, en 1606, muchos fueron esclavizados y se les prohibió tener tierras. Más adelante regresamos con esta peculiar comunidad judía y su relación con el Estado moderno de Israel.
Mientras tanto, en tierra santa fueron los romanos los que pusieron fin a la dominación judía tras la destrucción de Jerusalén antigua y su templo en el año 70, y más tarde la región toma el nombre de Palestina, que fue dado por el emperador Adriano, ya en el año 135. El mismo emperador reconstruyó la ciudad e inició un proceso de romanización, y tras la fragmentación de su imperio, Palestina pasa a manos de los bizantinos.
Los judíos supervivientes casi fueron masacrados, y a partir del avance y la conquista de Palestina por parte de las tropas árabes en el año 637, terminaron por abandonar el territorio e inició un proceso de islamización. Las diásporas judías se aceleraron y acentuaron, mismas que transformaron las regiones donde se asentaron, principalmente el norte de África, la península ibérica, Europa del Este y Rusia.
En Europa desempeñaron un papel importante en el comercio, y llegaron a estar muy urbanizados, pero desde tiempos de Alejandro Magno se les ganó el prejuicio de pueblo ultranacionalista, y a muchos se les expropiaron sus riquezas, se les discriminaba y expulsaba, como ocurrió con los judíos sefardíes en 1492, quienes fueron echados de la península ibérica por los reyes católicos, aunque después se propagaron por América. Hoy se estima que viven alrededor de 15 millones de judíos en todo el mundo, y muchos de ellos se concentran en Estados Unidos.
Antes de 1880, no hubo intentos de realizar una inmigración masiva de judíos a tierra santa, debido a factores económicos y religiosos. En esa época, Palestina formaba parte de la provincia de Siria, con una población casi exclusivamente de habla árabe (con una pequeña minoría cristiana). Fue entonces cuando, en el contexto de los nacionalismos europeos, la carrera imperialista y la llamada Ilustración judía, cuando nació y se desarrolló la ideología que constituye la base del actual Estado de Israel: el sionismo. Esta ideología se apropia de la historia de sufrimiento del pueblo judío durante la diáspora, y sobre estas bases descansa su legitimidad y su principal objetivo: la creación de un Estado judío en Palestina, tal como lo fue prometido en la Torah: “Para ti y tus hijos daré esta tierra.”
La figura de Theodor Herzl es esencial. Dramaturgo y periodista judío nacido en Budapest, entonces parte del imperio austrohúngaro, fue quien afirmó, ante el fortalecimiento de un sentimiento antisemita en Europa, que la única solución para la cuestión judía era emigrar a un territorio aparte como un enclave judío, es decir, la formación de un Estado-nación por y para los judíos, y en 1897 convocó al primer Congreso Sionista en Basilea, Suiza, con el fin de convencer a los delegados de aceptar su propuesta. Fueron varias las propuestas que en ese momento se manejaron para crear un Estado judío en el mundo, entre ellas, en lo que hoy es Uganda y Kenia, pero finalmente ganó más aceptación el retorno a tierra santa.
En 1917, el Secretario de Exteriores del Reino Unido Artur James Balfour, prometió al líder judío Walter Rothschild, siguiendo los deseos del movimiento sionista, la creación de un Estado soberano para el pueblo judío, durante siglos perseguido y sometido a episodios de exclusión y persecución. Más tarde, cuando se concretó la derrota del imperio otomano en la primera guerra mundial, mediante el Tratado de Sevres de 1920, sus territorios se disolvieron, y Palestina pasó a manos del imperio colonial británico.
Con esto se inauguró el periodo de las Aliyah Bet, o la ola inmigración judía a Palestina. La mayoría de los migrantes eran socialistas provenientes de Europa del Este. Estos pioneros iniciaron el movimiento de los kibutz, una combinación de socialismo y sionismo que pretendía establecer granjas colectivas de orientación marxista. No obstante, dichos kibutz fueron el germen del Estado moderno de Israel y su movimiento obrero.
Los judíos comenzaron a ocupar territorios palestinos de forma muy similar al proceso que hoy conocemos como gentrificación: a través de la compra o renta de tierras a latifundistas locales, dentro de la zona comprendida entre el actual Tel Aviv y Jerusalén. Es importante subrayar que no todos los palestinos rechazaban la inmigración judía, si bien existía un antisemitismo generalizado. Es más, los kibutz empleaban a palestinos, y tenían como objetivo crear una sociedad igualitaria, secular y no capitalista. Además, recuperaron el hebreo, lengua antigua que iba en desuso.
Mientras tanto, lo peor para los judíos en Europa estaba por venir. Las hordas nazis alemanas, promulgando la superioridad de la raza aria sobre las demás, persiguió y se propuso exterminar a otras razas y pueblos, entre los cuales se encontraba el judío. Millones de judíos perecieron asesinados en campos de concentración, solamente por el hecho de serlo. Las estimaciones muestran escandalosas cifras en cuanto al número de víctimas: entre 5.1 y 6.2 millones de judíos que perdieron la vida durante el holocausto.
La pesadilla para los judíos terminó con la derrota de la Alemania nazi en la segunda guerra mundial, y creó las condiciones para la creación del Estado que tanto anhelaban. Con la resolución 181 de la Asamblea General de las Naciones Unidas del 29 de noviembre de 1947, el territorio de Palestina fue dividido en dos Estados: uno árabe y otro judío, además de una unión económica y una zona internacional en las ciudades de Jerusalén y Belén.
Un año más tarde, el 14 de mayo de 1948, David Ben-Gurión proclamó la independencia del nuevo Estado de Israel, y un día después, los británicos anunciaron el fin de su mandato. Paradójicamente, con la llegada de la guerra fría, el sionismo abandona su orientación socialista y termina por situarse dentro de la órbita de los Estados Unidos, especialmente después del apoyo que obtuvieron de éstos para la creación del Estado israelí.
Todo esto dio lugar a la primera guerra árabe israelí, de la cual Israel sale bien librado, mientras que la Palestina árabe desaparece y es repartida entre Israel (que aumenta su territorio en un 40%), Jordania (la Ribera Occidental o Cisjordania) y Egipto (la Franja de Gaza). Y ahora se produce un nuevo éxodo, esta vez, de palestinos (la nakba), y se dispersaron entre Líbano, Kuwait, Siria y los territorios controlados por Jordania y Egipto. Sin organización política, la cuestión palestina queda a manos de la Liga Árabe – con sede en la ciudad de El Cairo -.
Dentro de este marco, la participación directa de Egipto en la disputa por Palestina cobró vital relevancia durante los siguientes 30 años, pero al final, no logró sus objetivos. En 1956, la nacionalización del canal de Suez por parte del líder egipcio Gamar Abdel Nasser involucró a Egipto en un nuevo conflicto con Israel, a quien cierra su única salida al mar rojo, perjudicando sus intereses comerciales, y dejando claro el mensaje de que iban a hacer todo lo posible por perjudicar al Estado israelí.
Para contrarrestar el activismo palestino en Egipto, y ante la inminente descolonización de África, la entonces ministra israelí de Asuntos exteriores, Golda Meir, llevó a cabo una intensa campaña diplomática en todo el continente, estableciendo sólidas recomendaciones diplomáticas con al menos 30 países africanos. Y al final lo consiguió. A partir de los años sesenta comenzaron a aparecer divisiones en la Liga Árabe, sobre todo debido a la fragmentación de la República Árabe Unida entre Egipto y Siria y con la independencia de la República Argelina, que se logró sin contar con otros Estados árabes.
Por ello, la Liga Árabe acordó crear el Consejo Nacional Palestino, que comenzó a asumir el liderazgo de la organización de la lucha palestina, y que unía a distintos activistas interesados en representar al pueblo palestino. De ahí surge Fatah, una organización política que giraba hacia la autosuficiencia. De esta forma, poco a poco muchos países árabes comenzaron a inmiscuirse menos en la cuestión de Palestina, tendencia que se acentuó tras la guerra de los seis días (1967).
Esta guerra relámpago enfrentó a los ejércitos de Egipto, Jordania y Siria contra Israel, provocada por la serie de declaraciones y tensiones que fueron subiendo de tono, hasta que finalmente llegaron a las hostilidades, que terminaron con un saldo sumamente positivo para Israel, que le arrancó a Egipto la península del Sinaí y la Franja de Gaza, mientras que en Siria ocupó los Altos de Golán, así como Cisjordania, que estaba en posesión de Jordania.
Esta humillante derrota selló el declive del panarabismo y fue un duro golpe al presidente egipcio Nasser, el líder árabe más importante de la época, y fundador del Movimiento de los países no alineados. Era carismático y populista, pero la derrota en 1967 afectó su reputación y cambió la balanza de poder en la región.
Dado que Israel no incorporó oficialmente a Gaza y Cisjordania a su territorio (incluyendo Jerusalén Este), se creó un limbo. Entonces, termina de madurar un movimiento nacionalista palestino independiente, a través de la Organización de Liberación de Palestina (OLP), que se convirtió en el representante oficial del pueblo palestino, recurriendo en ocasiones a medios violentos para impulsar su causa, como ocurrió con el asesinato de once deportistas israelíes en los Juegos Olímpicos de Múnich 1972. No obstante, desde los setenta el Estado de Palestina ha ido obteniendo cada vez más representación y reconocimiento internacional.
En 1973 se dio otro acontecimiento importante. En el día de Yom Kippur – el más sagrado para el judaísmo, que coincidía también con la celebración del ramadán -, Siria y Egipto (encabezado ahora por Anwar al Sadat) atacaron a Israel para buscar revancha. Confiados en su victoria años antes, Israel no esperaba un ataque tan feroz y bien planeado por los países árabes, y fueron atacados por dos frentes de manera simultánea, y sin duda hubieran sido derrotados de no ser por el apoyo estadounidense que recibieron, persuadido después de que la Unión Soviética reabasteciera de armas a los países árabes.
Gracias a que Egipto se dedicó a consolidar su posición en lugar de seguir avanzando, las fuerzas israelíes se concentraron en luchar contra las fuerzas sirias en el Golán, logrando resistir, aunque a un elevado costo material y de pérdidas humanas. Teniendo el apoyo estadounidense de su lado, Israel le dio la vuelta a la guerra, hasta que se firmó la paz el 22 de octubre.
Pero el daño ya estaba hecho, y las consecuencias esta vez fueron globales: los países árabes productores de petróleo iniciaron un corte drástico en la producción de hidrocarburos, e implementaron un boicot hacia Estados Unidos y otros países europeos debido al apoyo que habían prestado a los israelíes, desatando una crisis económica a nivel mundial. El embargo logró su cometido, y presionó de tal manera a Israel y a Washington que se devolvieron los ocupados en 1967, y el petróleo demostró su poder de influencia y coacción, y a partir de entonces, varios de los principales productores comenzaron a enriquecerse. El flujo de capital se invirtió, tomaron el control de un insumo básico y acumularon una enorme riqueza.
Desde aquella guerra de 1973, el grueso del continente africano ha representado un tradicional apoyo a la causa palestina en Naciones Unidas. Aparentemente había una divergencia histórica infranqueable entre el continente e Israel, pero las cosas se han ido reacomodando con la misma velocidad en la que han sucedido los grandes acontecimientos geopolíticos más importantes en las últimas décadas.
Un punto de inflexión fueron los acuerdos de Camp David en 1978, en el cual el presidente de Egipto, Anuar el-Sadat, y el primer ministro de Israel, Menájem Beguín, con la intermediación del presidente de Estados Unidos, Jimmy Carter, firmaron un acuerdo de paz, en el cual a Egipto se le devolvió el Sinaí a cambio del reconocimiento egipcio al Estado de Israel. Estos acuerdos buscaban también una solución sobre el asunto de Palestina, al grado que tanto Beguín como Sadat recibieron el Premio Nobel de la Paz por estos acuerdos, pero lo único que se consiguió fue la expulsión de Egipto de la Liga Árabe y el asesinato de Sadat por extremistas islámicos, considerado como un traidor. Con ello, Egipto pasó de ser el principal enemigo de Israel en el continente, a uno de sus primeros socios.
Otro de los pocos países africanos que eran aliados a Israel era Etiopía, pues el emperador Haile Selassie consideraba que mantener a los falasha en Etiopía ayudaba a legitimar su poder como descendiente de Salomón. No obstante, desde la creación de Israel en 1948, los judíos etíopes comenzaron a solicitar el retorno a tierra santa, que era posible con las Leyes de retorno promulgadas por Israel en 1950, que abría la puerta para que los judíos etíopes obtuvieran la nacionalidad israelí.
Pero solo los cambios llegaron con el derrocamiento del emperador y la toma del poder por parte del DERG, que fue el punto de partida para muchos de ellos. A cambio, Israel ha enviado muchos millones de dólares en ayuda a Etiopía, ayudando a paliar las sequías y hambrunas ocurridas en los años ochenta. Finalmente, en 1991, una operación militar encubierta conocida como “Operación Salomón”, trasladó por aire a 14,000 etíopes judíos hacia Israel. Sin embargo, el mantenimiento de grandes diferencias culturales y religiosas con otras ramas del judaísmo siguen limitando la libre expresión de su identidad, y los falashas se encuentran en el escalón más bajo de la sociedad israelí.
A pesar de ello, la discriminación que enfrentan no se compara a la de los palestinos. Israel está ocupando de facto el 60% del territorio cisjordano, construyendo asentamientos para sus propios ciudadanos, y por más alegatos legales internacionales que presente, no se puede ocultar el hecho de que se está anexionando un territorio sobre el cual no debería tener ningún tipo de soberanía. Esta es la fuente de duras críticas, de acusaciones por violación de derechos humanos y de condenas internacionales, incluyendo numerosas resoluciones de la Asamblea General de la ONU, donde la causa palestina goza de un apoyo mayoritario, con el respaldo de muchos países africanos.
En este sentido, la resolución 77 de la Asamblea de Jefes de Estado y de Gobierno de la Organización para la Unidad Africana (OUA) considera que el régimen racista de Palestina y los regímenes racistas en Zimbabue y en Sudáfrica tienen un origen imperialista común, constituyen un todo, presentan la misma estructura racista y están orgánicamente vinculados en su política destinada a la represión de la dignidad y la integridad del ser humano.
Si estudiamos detenimiento ambos sistemas, las similitudes son asombrosas: son elementos comunes la creencia de ser “el pueblo elegido por Dios”, una lectura rígida de las sagradas escrituras, la tierra prometida y el sufrimiento del pueblo en el destierro, todos ellos presentes en el sionismo y en el nacionalismo afrikáner.
Por ello, se habla de bantustanes palestinos y Apartheid cisjordano, y argumentos sobran para sustentarlo. Tenemos restricciones de tierras, zonas marítimas, destrucción de viviendas e infraestructuras y bloqueos económicos y comerciales. La obtención de recursos hídricos se hace estrictamente bajo las órdenes y límites que impone el estado de Israel. También controla la movilidad, e impone toques de queda en los territorios que controla. Los puntos de control y seguridad militar limitan la vida de los palestinos.
Por estos motivos, el actual gobierno de Sudáfrica y los dirigentes del Congreso Nacional Africano ya han dejado clara su posición, y a pesar de ser el principal socio comercial de Israel en África, están dispuestos a apoyar al pueblo palestino, y que del mismo modo que a ellos se les apoyó en su lucha antiapartheid, y solo así fue posible la llegada de la libertad y la democracia en el sur de África, la nación arcoíris va a hacer lo que está en sus manos para que nunca más el racismo institucionalizado impere en alguna parte del mundo.
Curiosamente, casi al mismo tiempo que caía en Apartheid en Sudáfrica, se llevó a cabo el único intento por poner fin al conflicto palestino-israelí entre sus dos principales actores, mediante la firma de los acuerdos de Oslo en 1993, promovido por el entonces mandatario estadounidense Bill Clinton, quien logró reunir al primer ministro israelí Yitzhak Rabin y el líder de la OLP, Yasser Arafat, en el cual los dos se comprometían a respetar las fronteras establecidas en 1967.
Desafortunadamente los acuerdos de paz fracasaron. Rabín fue asesinado por un extremista judío, al tiempo que se despertaron desconfianzas entre los palestinos, quienes se sentían injustamente tratados. Finalmente, en el año 2000 se produce la ruptura definitiva de los acuerdos de Oslo y los palestinos, desencantados con Arafat y con Fatah debido a la corrupción, comenzaron revueltas violentas conocidas como intifadas, que, si bien se remontan a 1987, es aquí cuando se multiplican y cobran mayor relevancia. Los eventos del 11-S perjudicaron a la causa palestina, ante una mayor islamofobia en el mundo, por lo cual la opinión pública cambió a favor de Israel.
Tras la muerte de Yasser Arafat en 2004 y la llegada de Mahmoud Abbas, aparece en la escena un nuevo actor político palestino, Hamás, que obtuvo la victoria en las elecciones legislativas de 2006 en Gaza. Esta organización se distingue de Fatah por el fundamentalismo islámico que está presente en sus filas, a diferencia de éstos, quienes defienden un proyecto estatal de estilo secular, y de que ellos no están dispuestos a reconocer un Estado judío en Palestina.
Hamás – creado en 1987 – es aliado de los Hermanos Musulmanes, de Hezbollah y de Irán, país que provee apoyo material, dinero y armas. A partir de su victoria en Gaza ha obtenido un importante respaldo por parte de los gazatíes y los cisjordanos, y dado que su objetivo es convertir a Palestina en un Estado islamista, esto pone en alerta a Israel y sus aliados de Occidente.
Desde 2007, debido al sistema de túneles que unían a Gaza con Egipto para intercambiar recursos entre Hamás y los Hermanos Musulmanes, Gaza sufre un bloqueo por tierra, mar y aire. Tras las revueltas populares sucedidas en el marco de la primavera árabe en Egipto contra Mosni Mubarak y la llegada al poder de Mohamed Morsi (aliado de los Hermanos Musulmanes), se convirtió en motivo de mucha preocupación para Israel y Occidente, quienes percibieron de inmediato la amenaza.
Por ello, movilizaron recursos y auspiciaron un golpe de Estado perpetrado por Abdelfatah Al Sisi, evitando así una catástrofe como en Siria y Libia, pero al mismo tiempo, la contención de una posible alianza entre Egipto y Hamás. Desde su llegada al poder de Al Sisi, se ha impuesto un bloqueo en el paso fronterizo de Rafah, aislando aún más la Franja de Gaza. Con ello, se desapareció el peligro de que Egipto nuevamente se inmiscuyera en el conflicto con Palestina.
Pero Israel aún no estaba conforme, y en la última década, organizaciones privadas benéficas, empresas tecnológicas y políticos israelíes han intensificado sus esfuerzos para ganar protagonismo en África, desplegando una ofensiva diplomática sobre el continente para obtener mayor reconocimiento, y con mayor razón al ver que la Unión Africana concedió a Palestina el estatus de observador en el 2013. Israel había sido observador de la OUA hasta 2002, año que fue expulsada, en buena medida, por una exigencia del líder libio Muamar Gadafi, cuya influencia era notable en aquel entonces.
No obstante, era un movimiento atrevido, considerando que una parte considerable de las naciones y población africana es musulmana, lo que llevaba implícito el reconocimiento a Palestina y el rechazo a Israel, pero quizás tomando en cuenta los éxitos que varios países asiáticos estaban obteniendo en África, los israelíes se aventuraron en el continente, conscientes de los beneficios que les pudiera representar.
Desde 2016 Israel y el primer ministro Benjamín Netanyahu se embarcaron en la agenda africana más intensa de décadas, bajo el lema “Israel ha vuelto a África, África regresa a Israel”. La estrategia rindió frutos, pero no los esperados. Hoy en día, Israel tiene embajadas en doce países africanos – que son pocas, dado su carácter de potencia emergente – y además, 45 miembros de la Unión Africana reconocen la condición de Estado de Israel.
El punto culminante de la estrategia de Tel Aviv iba a ser la organización en octubre de 2017 en Lomé de una cumbre entre Israel y África, pero al final se canceló debido a las protestas contra la dictadura de Faure Gnassingbé en Togo y las noticias de que muchos países pensaban boicotear la cumbre. Ese mismo año, Netanyahu asistió a la cumbre de la Comunidad Económica de los Estados de África Occidental en Liberia, pero su presencia fue criticada por países con población musulmana, como Senegal, Nigeria y Níger.
En contraparte, funcionarios de varios países africanos como Ghana y Etiopía han realizado visitas de trabajo a Israel, donde han expresado su apoyo al país. Al sur del Sahara, también destacan las buenas relaciones que mantiene con Kenia, Eritrea y Camerún. Estos dos últimos no reconocen a Palestina como Estado.
Se remarca la contribución de Israel en África en los campos relacionados con la tecnología, la agronomía, recursos hídricos y generación de energía, sectores en los que se centra la MASHAV, su agencia de cooperación al desarrollo. Entre las 1,500 empresas israelíes con presencia en África, destacan las que se dedican a la agricultura: Natafim y LR Group, presentes en Angola y la República Democrática del Congo. También las firmas de seguridad y empresarios como Eran Moas, el grupo NSO – fabricante del programa espía Pegasus – Elbit Systems, el grupo Mer y Verint.
Por otra parte, Israel es uno de los diez principales países vendedores de armas a nivel mundial, testados gracias a su ocupación de Palestina. Y los gobiernos africanos son uno de sus principales compradores. Está demostrada la implicación israelí en el conflicto en Sudán del Sur, país al que incluso Estados Unidos y la Unión Europea habían puesto embargos en el comercio de armas, dada la magnitud del conflicto. También han vendido armas a otros países africanos como Camerún, Chad, Guinea Ecuatorial, Lesoto, Nigeria, Ruanda y Sudáfrica. Los acuerdos también incluyen entrenamiento militar a diferentes ejércitos y facciones. El liderazgo israelí en el sector tecnológico de la vigilancia a civiles, el ciberespionaje y la ciberguerra es igualmente considerable.
En materia económica, el comercio entre Israel y África Subsahariana alcanzó 750 millones de dólares en 2021, de los cuales, aproximadamente dos terceras partes fueron con Sudáfrica. Israel exportó maquinaria, productos electrónicos y químicos. Las necesidades tecnológicas, asistencia militar y ayuda para el desarrollo han ayudado a posicionar a Israel en África, que mediante todas estas estrategias de gobernabilidad pretenden revertir una narrativa africana imperante (especialmente entre comunidades de confesión musulmana) de las acciones de Israel contra la población palestina.
Gracias a sus esfuerzos, Israel fue readmitido por la Unión Africana como observador en el 2021, y consiguió de momento equilibrar su presencia con respecto a Palestina. Pero la guerra con Hamás revirtió nuevamente la balanza, y en la última cumbre de la Unión continental la delegación israelí fue expulsada, condenando el asedio sionista contra Gaza.
Pese a todo, Israel ha ido ganando reconocimiento entre los países árabes y musulmanes del continente africano. Reanudó relaciones con Chad en 2018, pero tras la ofensiva con Hamás, este país está retirando a su personal diplomático con Tel Aviv. También se destaca la apertura de relaciones diplomáticas con Marruecos en 2020, gestadas gracias a los Acuerdos de Abraham promovidos por el presidente estadounidense Donald Trump, en donde a cambio, Israel reconoció la soberanía marroquí sobre el Sahara Occidental. Dentro de los mismos acuerdos Sudán también reconoció a Israel a través de su gobierno de transición.
Por su parte, el resto de los países árabes del continente africano (Libia, Argelia, Túnez, Mauritania y Comoras) continúan apoyando a la causa palestina, así como cuatro países musulmanes no árabes: Somalia, Djibouti, Níger y Malí. Argelia y Sudáfrica encabezan la coalición en favor del bando palestino, pero no todas las iniciativas pro-Palestina son a nivel gubernamental. Por ejemplo, en el norte de Nigeria han hecho llamamientos a boicotear a Israel, mientras que la Iglesia anglicana en Sudáfrica aprobó una resolución de apoyo de toda acción no violenta para terminar con la ocupación de Israel.
Como vemos, los reveces han estado siempre presentes para Israel en África, pero no deja de insistir en la búsqueda por lograr sus objetivos. De igual forma, vemos cómo África está dividida en torno a este conflicto – al igual que en la invasión rusa a Ucrania – . Son pocos los líderes que hablan abiertamente del conflicto con Palestina, pero las posiciones son divergentes, determinadas por vínculos históricos, intereses geoestratégicos y preocupaciones humanitarias.
Las divisiones en África subrayan los intentos de cada gobierno de proteger sus intereses y obtener legitimidad a nivel interno. Muchos países han decidido ejercer su propia agenda y separar los intereses económicos de sus posiciones políticas en los foros internacionales, y es lo mejor que pueden hacer. Sin embargo, se están enfrentando al dilema de aceptar ayudas e inversiones por parte de Israel a cambio de restar apoyo a Palestina y callar la ocupación israelí de sus territorios.
Por lo pronto, la presión de Sudáfrica y de los países africanos de mayoría musulmana – que han hecho llamados para implementar contra Israel la estrategia BDS (Boicot, desinversión y sanciones) – serán fundamentales en el curso del conflicto palestino-israelí, que sitúan al continente africano como un punto de referencia importante a nivel internacional con respecto a la evolución de este conflicto, que ha tenido y tendrá implicaciones directas en la geopolítica africana. Si así lo decide, África representaría una de las pocas esperanzas a nivel internacional para sofocar definitivamente el conflicto.
Lamentablemente en los últimos meses el conflicto se ha recrudecido. La incursión del ejército israelí en la Franja de Gaza – una de las zonas más densamente pobladas de la tierra, con 4,200 personas por km2 – con el pretexto de perseguir a los miembros de Hamás ha provocado una oleada de asesinatos y ataques indiscriminados, en los cuales la población civil y las agencias de ayuda humanitaria están siendo afectados de forma directa.
Una buena parte de la Franja de Gaza está en ruinas, y esto genera sospechas de que Israel busca construir asentamientos ilegales para sus ciudadanos, tal como lo hace en Cisjordania. Además, los recientes intercambios balísticos entre Israel e Irán (aliado de Hamás) hacen temer un nuevo conflicto regional en donde Palestina sea el centro de la disputa, que podría tener consecuencias inimaginables.
De continuar así, el conflicto está a años luz de darse por terminado. La solución de dos Estados propuesta por la ONU en 1948 fue el causante de toda la escalada de violencia en Palestina. Israel es, por mucho, el gran ganador, porque se cumplió el anhelo sionista de crear un Estado judío y por ocupar más territorio del que le fue concedido en primera instancia por la ONU (con el beneplácito de Estados Unidos, su gran e incondicional aliado). En todo ello, Israel ha reforzado un ideario antipalestino entre su población y la comunidad judía en el mundo, y lo que viene haciendo Israel sobre Palestina es violencia estructural.
En cambio, el pueblo palestino ha llevado las de perder desde un inicio. Con un territorio dividido en dos zonas, separados totalmente por Israel, y donde no hay conexión alguna, ha significado un lastre para su unidad, organización y representación. A pesar del reconocimiento y respaldo que ha tenido a nivel internacional la causa palestina, a nivel interno las políticas supremacistas y racistas por parte de Israel han impedido un desarrollo interno pleno, que a la postre se convirtió en el caldo de cultivo para la radicalización islámica.
Por ello, hay analistas que plantean una Solución de tres Estados como una propuesta de paz sólida, que serían Israel, Cisjordania (gobernada por Fatah) y Gaza (al mando de Hamás). Esta configuración también favorecería a los israelíes, e implica la fragmentación definitiva del estado palestino y el entierro del espíritu de los acuerdos de Oslo. Además, la OLP no está dispuesta a abandonar sus pretensiones sobre Gaza.
Sin embargo, visto desde un punto de vista práctico, esta propuesta traería mayor cohesión social y favorecería la gobernabilidad y organización interna. Pero no se elimina el problema de la coexistencia de Estados antagónicos, y por el contrario, podrían intensificarse las tensiones.
Una de las principales lecciones principales que dejó Oslo fue que los acuerdos internacionales de coexistencia para alcanzar la paz en Palestina no son suficientes. Hay que trabajar también en los temas más controvertidos y sensibles, que son Jerusalén, las fronteras, los refugiados y los asentamientos. Estas acciones llevan implícitas una serie de reformas políticas al interior tanto de Israel como Palestina, así como alcanzar consensos democráticos entre los principales partidos y fuerzas políticas, mismas que están al rojo vivo en ambas naciones.
Otro paso importante para desescalar el conflicto es que Israel abandone sus pretensiones sobre los territorios palestinos ocupados, desmantele el Apartheid cisjordano y sus tropas cesen los bombardeos y la destrucción sobre la Franja de Gaza, con el pretexto de combatir el terrorismo. Por desgracia, el gobierno de Israel no tiene las mínimas intenciones de hacer todo lo anterior.
Una cuestión moral trascendental es determinar hasta qué punto árabes y judíos se pueden defender de los ataques. La pregunta está abierta, y las más recientes acciones demuestran la existencia de mucho odio entre los pueblos semíticos. No obstante, el conflicto entre Israel y Palestina dista mucho de ser una confrontación entre judíos contra musulmanes, porque, para empezar, no todos los judíos son israelíes, ni tampoco todos los musulmanes apoyan a Palestina.
Es fundamental e indispensable llevar a cabo procesos de diálogo y reconciliación, de forma que se reduzcan los nacionalismos, el adoctrinamiento político y los fanatismos religiosos. No hay forma de que el sionismo y un Estado de corte islámico como el que propone Hamás convivan en el territorio de Palestina, es imposible. Tendrían que moderarse, pero si lo hicieran, ellos mismos atentarían contra su propia existencia.
Si Israel se anexiona Cisjordania y Gaza, su territorio cambiaría completamente como país, y ya no tendría una mayoría judía. La propia idea de crear un Estado judío sería anulada. Habría un gran riesgo de guerra civil, tal como ocurrió en los países balcánicos, como Bosnia. Y si por el contrario, Israel otorga pleno reconocimiento a Palestina crearía un problema de seguridad. Por su parte, Hamás nunca va a reconocer un Estado que no sea islámico en la región.
Por tanto, una nación judía, desprendida de la ideología sionista, y una nación árabe, alejada de los fundamentalismos islámicos es un escenario ideal, pero casi imposible de lograr. Ambas ideologías han atentado contra los derechos humanos, y su presencia representan una amenaza seria para la seguridad mundial.
Las encrucijadas y los dilemas en torno al conflicto entre Palestina e Israel son demasiado grandes, y las Naciones Unidas llevan la mayor carga de la responsabilidad del desastre que causaron al permitir la creación de dos Estados en este territorio, y ahora, debe actuar de manera enérgica para frenar este conflicto antes de que sea demasiado tarde.
El nazismo tuvo que ser aniquilado para liberar al mundo de la amenaza que representó en su momento. La caída del Apartheid se consiguió con base en la determinación de los sudafricanos en superar sus diferencias con base en el diálogo y la reconciliación. Ahora, el desafío es mayúsculo tanto para Israel como para Palestina, lugares donde pareciera que la multiculturalidad y la diversidad son aspectos no están permitidos.
Con todo, hay que creer que una convivencia pacífica entre los pueblos judío y árabe es posible. En África encontramos muchos países que han estado dispuestos a crear modelos de convivencia entre personas con distinto orígen, cultura y religión, que si bien no son perfectos y enfrentan muchos retos, representan una luz de esperanza para una convivencia más armónica, con democracia, desarrollo económico y justicia social. Mientras el mundo gire, no hay que decir que es imposible acabar con cualquier conflicto.