La regresión de Sudán del Sur

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El 9 de julio de 2011, los habitantes de Sudán del Sur salieron a las calles a festejar la independencia del país. Fotografía: Wikimedia Commons.

Hace 10 años se hizo oficial la partición de Sudán, y un nuevo país emergió dentro del concierto de naciones bajo el nombre de Sudán del Sur. A una década de distancia, es un buen momento para realizar un balance sobre su desempeño como Estado independiente, el cual, por desgracia, se inclina totalmente hacia el lado negativo.

El 9 de julio de 2011 Sudán del Sur obtuvo su independencia, convirtiéndose en el Estado número 193 con pleno reconocimiento soberano otorgado por la Organización de las Naciones Unidas (ONU), aumentando a 54 el número de países que existen en el continente africano (aunque la Unión Africana tiene 55 miembros, entre los que se incluye a la República Árabe Saharaui Democrática, que no tiene el pleno reconocimiento internacional). A la fecha, mantiene el estatus de ser el “país más joven del mundo”, dado que ningún otro territorio ha conseguido independizarse desde entonces.

Con un pasado esclavista y atravesado por el río Nilo, para poder conseguir su independencia tuvo que enfrascarse en una larga y cruenta guerra con Sudán. Pero bueno, en esta ocasión no voy a concentrarme en los sucesos que hicieron posible su independencia, sino en analizar su desempeño durante sus primeros diez años como Estado independiente, el cual puede resumirse como un notorio y estrepitoso desastre.

Tras un referéndum donde el 99% de la población dijo sí a la independencia, en Yuba, la capital, se respiraba un ambiente festivo, de alegría y de esperanza para sus habitantes, que salieron a las calles a celebrar su libertad. Se suponía que, al desprenderse de las políticas de Jartum que favorecían a la parte norte, islámica y árabe, la emancipación favorecería el desarrollo, la estabilidad y el progreso en el sur.

Sin embargo, ni el más pesimista de los analistas políticos pudo prever el estado en el que se encontraría diez años después: una nación devastada y dividida por la guerra, en medio de una prolongada hambruna, y con la mayor crisis de refugiados que se desarrolla en el continente africano.

Desde tiempos antiguos, en lo que hoy es Sudán del Sur coexisten muchos elementos y condiciones muy peculiares que estimulan la aparición de conflictos por el control de los recursos (muy desigualmente distribuidos), mismos que la independencia no resolvió en automático. Estamos hablando de un país étnica, religiosa y lingüísticamente diverso, cuyos pueblos se unieron para combatir contra el gobierno sudanés que los marginaba en todos los aspectos.

Como consecuencia, el país nació bajo unas condiciones económicas y sociales bastante precarias, y para su desgracia, se encontró con líderes corruptos que llevaban toda su vida metidos en las trincheras. Específicamente, estamos hablando de Salva Kiir, el presidente del país, y de Riek Machar, el vicepresidente. Las personalidades de estos hombres son incompatibles en muchos sentidos, y a pesar de que pelearon juntos por la independencia, muy pronto comenzaron a aparecer las primeras diferencias entre ellos, y comenzaron a apuntar hacia adentro. En julio de 2103 Kiir separó del cargo de la vicepresidencia a Machar, acusándolo de planear un golpe de Estado. Por su parte, Machar considera a Kiir como un líder autoritario y dictador en potencia.

Finalmente, en diciembre de ese mismo año las milicias que apoyaban a uno u otro abrieron las hostilidades y comenzó la guerra civil. La confrontación ha tenido un comportamiento cíclico, con episodios de mucha violencia, treguas, guerra de guerrillas, reinicios de guerra y más de una decena de acuerdos de paz.

Lo importante es que ya son ocho años en donde los sursudaneses han estado envueltos en un ambiente de guerra, tiempo suficiente para desatar una gran tragedia humanitaria, sin presentar aún las condiciones precisas para impulsar un gobierno de unidad y un proceso de reconciliación nacional, sepultando los continuos esfuerzos realizados por el Consejo de Seguridad y de la Unión Africana. Las cifras que presentamos a continuación resumen lo que ha sido esta guerra para la población civil:

Existen muchas variables que se encuentran entremezcladas en el conflicto sursudanés, pero en la mayoría de las lecturas simplistas sobresale la cuestión de la etnicidad, subrayando que el presidente Kiir pertenece a los dinkas, y Machar a los nuer, los dos grupos étnicos mayoritarios del país.

Sin embargo, el sentido de pertenencia a una u otra etnia no está en la raíz de la guerra. Más bien, es una herramienta de manipulación muy útil cuando las cosas van mal y están en juego muchos intereses, al igual de lo que ocurre en la región del los Grandes Lagos, no muy lejos de ahí.

Como ya vimos, la lucha por el control del poder político y los recursos también han abonado a la violencia. Tampoco hay que perder de vista que Sudán del Sur guarda en su subsuelo importantes reservas de petróleo, que contribuye con más del 90% del ingreso presupuestario, pero la extracción anual que se registra en la actualidad apenas alcanza la tercera parte con respecto del 2011.

Durante la contienda, los seguidores de Machar se hicieron con el control de amplias zonas del norte del país, una de las más ricas en petróleo, sobre todo en las zonas de Ecuatoria Oriental y Unidad, que a su vez han sido de las más golpeadas y devastadas. Según observadores, como Human Rights Watch, la violación a los derechos humanos se da por las dos partes.

El factor que por sí solo genera la presencia de yacimientos petrolíferos provoca que la gama de intereses regionales e internacionales sobre el conflicto en Sudán del Sur sea bastante amplia y fundamental sobre la evolución del mismo. En particular, el gobierno de Uganda encabezado por Yoweri Museveni ha apoyado abiertamente al presidente Salva Kiir, mientras que éste último en su momento acusó a Omar al Bashir de apoyar a los rebeldes e intentar desestabilizar al país, pero el gobierno sudanés ha negado en múltiples ocasiones que participa en el conflicto.

Estas dos naciones, junto con Kenia, compiten para que el petróleo proveniente de Sudán del Sur pase por sus oleoductos o sus puertos. Tan importante es este asunto que algunos analistas aseguran que el acuerdo de paz que se firmó en septiembre de 2018 en Addis Abeba es, en realidad, un acuerdo implícito entre Museveni y al-Bashir donde resolvieron las discordias que tenían en Sudán del Sur, a causa de que el dictador sudanés quería concentrarse en resolver la dura crisis política y económica interna que enfrentaba y que, finalmente, lo sacaría del poder.

Por esta razón, muchas organizaciones estuvieron en contra de este acuerdo, porque dejó fuera de las negociaciones a muchos actores que están implicados en el conflicto, dado que las fuerzas que apoyan a kiir y a Machar no son las únicas que operan, aunque sí las más importantes.

Para completar el cuadro internacional, vale la pena señalar la presencia en Sudán del Sur de empresas canadienses, ucranianas, israelíes, principalmente, que vendían armas a las facciones en disputa. Fue hasta 2018 cuando el Consejo de Seguridad de la ONU impuso un embargo de armas a Sudán del Sur, pero ya tarde. A nadie le interesa la aparición de un nuevo “Estado fallido” en una región con tantos desastres, como Somalia y la República Centroafricana, además de la presencia del yihadismo en el continente, por lo cual los motivos para traer la paz y estabilidad a Sudán del sur son más fuertes.

El ya referido acuerdo de paz de septiembre de 2018 por lo menos ha conseguido disipar un poco la violencia, pero la situación del país continúa siendo bastante tensa, en buena medida, porque el proceso de transición que se desarrolla se está operando con ideas completamente opuestas en la conformación del parlamento y en la división política del país, por lo cual no está garantizado que el periodo de transición sea pacífico ni que se reinicen por enésima vez las hostilidades.

Sudán del Sur es una sociedad fragmentada, por lo que no será tan fácil superar todas las heridas abiertas. No obstante, el pueblo de Sudán del Sur, y nadie más, debe emprender las acciones necesarias para reconstruir su nación, para lo cual tendrá que atacar el problema de raíz, y éste se remonta a la época de la colonización.

El proceso político que llevó a la independencia a Sudán del Sur se enmarca dentro de los intentos de los africanos de desprenderse de los efectos de la colonización del continente y de la configuración que recibió en la Conferencia de Berlín (1884-1885), del cual representa una excepción, ya que representa, junto con Eritrea, los dos únicos casos de Estados que lograron romper el orden político colonial africano al escindirse de Sudán.

Por lo tanto, Sudán del sur accedió a su libertad bajo un contexto mundial totalmente distinto al de los años sesenta y setenta del siglo XX, cuando la inmensa mayoría del resto de los países de África se independizó. A primera vista, esto parecería ser una ventaja, porque la experiencia acumulada en las naciones africanas podría haber sido aprovechada por Sudán del Sur para que el país no sufriera las calamidades que enfrentaron muchos países del continente en sus primeros años (crisis de deuda, hambrunas, golpes de Estado, guerras civiles, etcétera). Desafortunadamente ocurrió todo lo contrario.

Las disputas por el control del poder político, propias de un país de reciente creación que carece de instituciones fuertes y consolidadas, se antepusieron a resolver las necesidades sociales y económicas de la población, y así generar una base sólida para el desarrollo de la nación. Prueba de ello es que el gasto militar supera, por mucho, la proporción que se invierte en sanidad.

Por todo esto, se concluye que Sudán del Sur está experimentando una regresión. Y es una regresión porque tal pareciera que Sudán del Sur está atrapado 50 años en el pasado, ya que debió ser independiente desde una fecha mucho antes de 2011, y está viviendo procesos y fenómenos que eran comunes en África hace algunas décadas, mismos que ya no deberían de aparecer en el siglo XXI. No obstante, la historia volvió a repetirse.

Ante ello, los sursudaneses, sus organizaciones y su sociedad civil tienen por delante un arduo trabajo para transitar hacia una nueva etapa más pacífica y próspera de este joven país. La no violación a los acuerdos de paz, la formación de un nuevo gobierno y el apoyo de la Comunidad Internacional deben convertirse en el arranque de una nueva etapa, y así poder concentrarse en resolver las desigualdades existentes, superar las diferencias entre la población y en convertir los recursos de la nación en la punta de lanza de su desarrollo económico y social.

A diferencia de hace 10 años, hoy Sudán del Sur no tiene nada que festejar. Su situación actual es muy crítica, y prevalece mucha incertidumbre sobre su futuro inmediato. Su sociedad está fragmentada, y no parece haber en el horizonte signos de una pronta recuperación. Sin embargo, en el pasado sus habitantes se unieron contra un adversario en común para alcanzar su independencia, lo que nos indica que sí es posible generar un espíritu de unión nacional, pero ahora la lucha sería contra la pobreza, el hambre, la desigualdad y otros problemas que afectan al país.

Los principales líderes, las naciones vecinas y la Unión Africana tienen que trabajar, en conjunto, en una estrategia que impida que la guerra vuelva a aparecer en Sudán del Sur, y en contribuir a revertir la regresión en la que se encuentra. Sus próximos años tienen que ser mucho mejores que sus diez primeros.


Carlos Luján Aldana

Economista Mexicano y Analista político internacional. Africanista por convicción y pasatiempo. Colaborador esporádico en diversos medios de comunicación internacionales, impulsando el conocimiento sobre África en la opinión pública y difundiendo el acontecer económico, geopolítico y social del continente africano, así como de la población afromexicana y las relaciones multilaterales México-África.

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