Repensar África: una visión desde México

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En este texto les invito pensar de una forma diferente las realidades del continente africano, así como a aprender, discutir y reflexionar sobre la actualidad por la que atraviesan sus pueblos y sus perspectivas hacia el futuro, a través de una serie de afirmaciones y acciones que nos ayudarán combatir la desinformación, los estereotipos y los prejuicios en torno a África y su gente.

África pertenece a este mundo.

El desarrollo económico, social y humano se encuentra lejos de ser igualitario y unitario entre todos los pueblos del mundo, debido a causas geográficas, culturales, y al propio funcionamiento del sistema económico mundial y la constante evolución de las fuerzas productivas. En consecuencia, se ha levantado un sistema jerárquico desigual entre todos los países con base en el nivel de avance económico de cada uno de ello, en el cual los países de África se encuentran en el estrato más bajo.

Durante el periodo de la Guerra Fría (1945-1989), entre los analistas surgieron las categorías de primer y segundo mundo para referirse a los países alineados en el bloque estadounidense capitalista y al soviético comunista, respectivamente. A ellos se les agregó el llamado “Tercer Mundo”, otro conjunto de países, que compartían el hecho de que no estaban alineados a ningunos de los primeros bloques. Tras el fin de la confrontación bipolar la etiqueta del “Segundo Mundo” desapareció, pero ahora los países del “Primer Mundo” eran los más poderosos, mientras que el “Tercer Mundo” lo constituyen los países subdesarrollados (México incluido).

Sin embargo, entre algunos académicos e investigadores surgió una nueva categoría, el “Cuarto Mundo”, que comenzaron a utilizar para referirse a aquellos países que ni siquiera alcanzaban el nivel suficiente para que se les considerara como subdesarrollados, es decir, para nombrar a los más pobres entre los pobres, entre los que se cuentan la mayoría de los africanos.

Aunque el orden mundial ha cambiado bastante desde el fin de la guerra fría, todavía se escuchan con frecuencia estas denominaciones de corte jerárquico, mismas que si en su momento su uso era cuestionable, en estos tiempos ya resultan totalmente inadecuadas, no solamente por las asimetrías en el desarrollo y las desigualdades que se observan en el seno de cada Estado, sino también, y más grave aún, por la reproducción de ideas y pensamientos perjudiciales, que en el caso de África han provocado un enorme daño.

En su conocido ensayo satírico How to write about Africa (cómo escribir sobre África), el escritor keniano Binyavanga Wainaina nos describe las ideas que se encuentran más asociadas a África, mismas que tienen que ver con la pobreza, la naturaleza, los conflictos, el salvajismo, y lo exótico, en donde pareciera que África se encuentra en otra dimensión, fuera de las fronteras del mundo civilizado, y que todo lo bueno que tienen les fue traído de Occidente.

De esta manera, si seguimos considerando a los habitantes de África como “seres de otro mundo”, asumiremos, aunque sea de manera inconsciente, cada una de las etiquetas negativas que erróneamente se asocian al continente y que los asuntos africanos no son de nuestra incumbencia.

En la medida en que todos asumamos que pertenecemos a un mismo mundo, los principales acontecimientos mundiales dejarán de ser un asunto exclusivo para algunos, y así habrán mayores condiciones para la creación de mejores propuestas y soluciones a los grandes problemas globales, como el cambio climático. A fin de cuentas, el planeta tierra es el hogar de todos.

Desterrar el mito del “África negra”.

Existe una clara comunión entre el continente africano y el color negro, por múltiples razones. La principal de ellas es por el color de la piel de la mayoría de la población africana, característica que ha sido asociada desde la antigüedad a todo el continente. Pero no solo es esto.

El negro también simboliza la oscuridad, lo malo y lo negativo, cualidades que refuerzan la percepción de la existencia en África de un cúmulo de cosas malas, como la aparición de enfermedades mortales, la pobreza, las hambrunas, la guerra, la muerte, entre otras manifestaciones similares.

Todo ello constituye una metáfora perfecta sobre la marginación de África: representarla como una tierra oscura, hogar de todas las calamidades imaginables y de seres malignos. De esta forma, “África, el continente negro”, es una afirmación que tiene un doble sentido: descriptivo y despectivo. Todas estas formas se quedan en nuestro subconsciente, y degeneran en una imagen muy superficial.

En realidad, África es un macrocosmos mucho más diverso de lo que se piensa, porque ni todos los africanos son negros, ni tampoco es una sucursal del infierno como para referirnos al continente como algo indeseable. Así, no tenemos que generalizar y asumir en automático la negritud de África, sino más bien aprehenderla dentro del conjunto de realidades yuxtapuestas que ahí se desarrollan.

Por supuesto que existe un África negra, pero no es la única tonalidad que existe. Tenemos que dejar de ver las cosas, literalmente, en blanco y negro, y concentrarnos en los matices de colores, para observar las realidades africanas con toda su nitidez y contrastes.

Practicar la Afroresponsabilidad.

En la actualidad, el campo de los estudios africanos está dominado por dos tendencias opuestas: un razonamiento superficial, catastrófico y pesimista sobre el pasado, el presente y el futuro de África, bajo un discurso en el que se mezclan medias verdades con medias mentiras, en lo que se considera como la última manifestación de desprecio y arrogancia occidental hacia África. Cabe mencionar que los sectores de ultraderecha latinoamericana están reproduciendo este mismo discurso.

En contraparte, en los últimos años está emergiendo con fuerza una posición totalmente opuesta, que aunque también es superficial, visualiza a África como la mayor esperanza de la humanidad en las próximas décadas, como una tierra de oportunidades, un mercado en expansión con gran potencial de crecimiento y con una población también en crecimiento que tendrá la capacidad de proponer soluciones a los principales problemas internos y externos.

Esta visión ha ido ganando cada vez mayores adeptos ante el fortalecimiento de los principales agregados económicos y la reducción de la pobreza y la desnutrición en algunas regiones y países del continente. Aunque sus partidarios son menos numerosos, caen en el mismo error de no incorporar todos los aspectos y factores que afectan el curso de las naciones africanas, que por más que queramos, están lejos de alcanzar niveles dignos de desarrollo.

El profesor congolés Mbuyi Kabunda Badi nos propone adoptar una posición intermedia entre el pesimismo y el optimismo sobre las realidades africanas, en lo que él mismo ha denominado como afroresponsabilidad o afrocentrismo, un enfoque que se coloca justo en el centro de las concepciones radicales, y en donde afirma que el resto del mundo debe asumir un nuevo paradigma sobre África, que consiste en explicar aquellas realidades a través de sus causas históricas, estructurales y coyunturales, y no a través de sus efectos o sus prejuicios. De esta forma llegaremos al sometimiento de las relaciones externas a la racionalidad interna africana, se da prioridad a las exigencias del desarrollo interno y se fortalece la capacidad de acción y actuación de los africanos.

Así, tomando como base este paradigma, contaremos muchas historias reales de lo que pasa en África, lo que nos lleva en última instancia a ser más responsables y sensatos al momento de emitir un juicio o conclusión sobre las trayectorias de los pueblos y las naciones africanas. Con ello, África, los afrodescendientes y sus diásporas tendrían un mayor control de su destino, actualmente en manos de los demás, y se lograría alcanzar al tan ansiado renacimiento africano.

Acabar con el síndrome de la inferioridad africana.

Cuando se dicen cosas malas de África y los africanos, y cuando éstos observan que no tienen suficiente representación y atención en los grandes foros a nivel mundial, muchos se sienten inferiores a los ciudadanos del resto del mundo, fenómeno psicológico que se ha manifestado por muchos siglos a través del despojo y saqueo de sus recursos, incluyendo a los seres humanos.

Eso se lo debemos, en buena medida, al eurocentrismo, una corriente que coloca al continente europeo como el centro del mundo y el origen de todas las ciencias, desde las aportaciones de los antiguos griegos, el renacimiento europeo (después de mil años de atraso durante la Edad Media), el movimiento de la ilustración encabezado por los enciclopedistas franceses, hasta la revolución industrial inglesa y otros sucesos posteriores. Bajo esta lógica, como mexicanos, y como nación colonizada por europeos, hemos sido educados bajo los métodos y conocimientos que surgen desde allá, por lo que también poseemos cierta dosis de eurocentrismo como parte de nuestra formación.

El discurso eurocentrista fue la principal maquinaria ideológica que intentó justificar la dominación europea sobre el continente africano. De acuerdo con Nestor Nongo, la sumisión de los africanos se consiguió bajo una triple negación: ontológica (negándoles la categoría de seres humanos y rebajándolos mediante la esclavitud); epistemológica (trasmitiéndoles que eran incapaces de crear) y teológicamente (donde las creencias autóctonas africanas eran supersticiones).

La descolonización africana se llevó a cabo sin el derribo de estos supuestos, por lo cual aún sufren las consecuencias de tener que llevar el control de su destino sin la más mínima preparación y rehabilitación para desprenderse de sus estigmas. Por esto, urge emprender acciones de reafirmación y valorización de lo africano.

Por ejemplo, se habla de París como la capital del amor; de Nueva York, como la ciudad que nunca duerme; de Milán, como la capital de la moda. Pero no se habla nada bueno de ciudades africanas como Windhoek, Yamusukro, Nairobi, Gaborone y otras más, no porque no tengan nada bueno que ofrecer, sino porque al referirse a ellas no se apela al glamour ni a lo elegante al que está acostumbrada la socialité a nivel mundial.

Lo que parece inocente, no lo es. Estamos rebajando lo africano a una categoría inferior. Hay que convencer a los africanos de que su vida, su cultura, su historia y su entorno también valen mucho.

Reconocimiento, afirmación y conservación de las culturas africanas y afrodescendientes.

Cuando hablamos de África, nos referimos a un continente con 54 países que atraviesan por realidades y circunstancias muy distintas, por lo que frecuentemente solemos generalizar y homogeneizar las interpretaciones sobre los aspectos de su vida y su entorno. El escritor senegalés Boubacar Boris Diop nos recuerda que África, como tal, no existe. Igual que no existe una sola América, ni una Europa uniforme. De la misma manera, tampoco podemos hablar de una cultura africana, sino de culturas africanas, en plural.

Así, es lógico que los mejores expertos en África sean los mismos africanos. Y a manera de autocrítica, desde Occidente solemos hacerlo mal. Aunque con buenas intenciones, seguimos desconociendo aún los aspectos fundamentales de su historia, su cultura y las características de sus habitantes, y trabajando con los datos y la información que alcanza a fluir desde allí. Sin embargo, esto no nos debe detener en nuestra labor. Por el contrario, resulta en una motivación extra para poner todo nuestro empeño en construir narrativas alternativas más objetivas y responsables para contar las realidades africanas.

Dentro de estas narrativas, la revalorización y reafirmación de las culturas africanas y afrodescendientes ocupa un lugar trascendental. Se trata de un acto de justicia. Todavía, y a más de 200 años de distancia de la independencia, sectores de la sociedad mexicana se refieren a España como “la madre patria”, por sus aportaciones a la conformación de la nación mexicana.

Sin embargo, si nos ponemos a razonar de esta manera, también habría que denominar a África como “nuestra otra madre patria”, dado que las personas que desembarcaron en nuestro territorio en calidad de esclavos también aportaron a la conformación de nuestra gran nación.

El hecho de que a una sí se le reconozca y a la otra no es otra manifestación más del rechazo hacia nuestros orígenes africanos. México evita el encuentro con los pueblos africanos por la ignorancia y el desinterés que muchos compatriotas sienten hacia las naciones africanas. Un cambio de mentalidad en este aspecto requerirá probablemente de mucho tiempo, pero un buen primer paso sería tener una mayor apertura hacia las manifestaciones culturales africanas.

Un mayor y sano intercambio con los africanos haría comprender a muchos que todos los pueblos del mundo tenemos muchas cosas en común de las que nos imaginamos, a pesar de estar lejos.


Carlos Luján Aldana

Economista Mexicano y Analista político internacional. Africanista por convicción y pasatiempo. Colaborador esporádico en diversos medios de comunicación internacionales, impulsando el conocimiento sobre África en la opinión pública y difundiendo el acontecer económico, geopolítico y social del continente africano, así como de la población afromexicana y las relaciones multilaterales México-África.

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