Relaciones entre Turquía y África: una cooperación en ascenso

Cada vez son más las potencias tradicionales y emergentes que se acercan a África en la búsqueda de mayor influencia geopolítica. Entre el grupo de países emergentes que han decidido incursionar en el continente, Turquía es quien mayor protagonismo ha ido ganando, y aunque los niveles de cooperación e intercambios no son tan altos en comparación con países como Francia, China y Estados Unidos, su política exterior africana es muy exitosa, que resulta muy interesante analizar.

El continente africano es un escenario que tiene cada vez más importancia geopolítica. Sus abundantes recursos naturales, su población creciente, libres mercados y poco más de una cuarta parte de los votos en Naciones Unidas son parte de los factores han hecho a África un continente multipolar muy competitivo, donde muchos países buscan obtener mayores oportunidades e influencia.

China representa el caso más impresionante de un país que ha obtenido grandes beneficios gracias a su presencia en África. El éxito chino ha motivado a otras potencias emergentes a buscar alianzas con los países africanos mediante una estrategia política y diplomática similar, entre las cuales destaca Turquía. Para entender las motivaciones e intereses de este país euroasiático sobre el continente africano, debemos detenernos un poco en el contexto político turco y retroceder un siglo en la historia.

Una de las principales consecuencias de la primera guerra mundial fue la desintegración definitiva del imperio otomano, siendo el fin de un Estado con más de 600 años de existencia, que en su máximo esplendor llegó a abarcar Oriente próximo, los Balcanes, parte de Europa Oriental y casi toda la costa africana del Mediterráneo.

La Turquía moderna, cuya República nació el 29 de octubre de 1923 bajo el liderazgo del General Mustafa Kemal Atatürk, se alza como la heredera natural de la tradición otomana. A partir de entonces se implementaron una serie de reformas, conocidas como kemalismo, que cambiaron el rumbo del país, que se adhirió a los siguientes principios: republicanismo, populismo, nacionalismo, secularismo, estatismo y reformismo.

La idea de Atatürk era unir a sus gobernados y convencerlos de que solo existía “una nación turca”, cuando realmente Turquía es un país multiétnico. El legado kemalista fue muy grande para el país, y hacia el exterior, Turquía siguió durante muchos años una estricta política de neutralidad y sostuvo relaciones cordiales con todos sus vecinos.

Sin embargo, en el 2002 el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP, por sus siglas en turco) gana las elecciones generales, y los nuevos dirigentes se propusieron sacar al país de la irrelevancia internacional, de la mano de su fundador, Recep Tayyip Erdoğan, la más grande figura moderna de Turquía y máximo representante de su renacido islamismo.

En sus primeros años al frente del gobierno, el AKP continuó con la tradición diplomática kemalista, llenando el vacío de poder en la zona euroasiática tras la caída de la URSS, siendo vista como un líder natural en la región, al ser el puente entre Occidente y el Mundo Árabe. No obstante, los altos dirigentes del AKP no se encontraban cómodos con la posición de Turquía a nivel internacional, y abandonaron definitivamente el kemalismo con el surgimiento de las Primaveras Árabes, prestando apoyo a los grupos opositores (entre ellos, a los Hermanos Musulmanes) para reforzar la idea de un espíritu de solidaridad musulmana.

Una de las consecuencias más importantes de este giro de la política exterior turca fue el retorno de viejas doctrinas políticas que se pensaba ya eran cosa del pasado, pero que redefinieron la identidad turca con la finalidad de “hacer Turquía grande de nuevo”. Estamos hablando del panturquismo y el neo-otomanismo, que tienen como propósito alcanzar la unidad de los pueblos túrquicos y en extender la influencia de Turquía en el ámbito que alguna vez abarcó el Imperio otomano, respectivamente.

Bajo esta retórica, Turquía se ha lanzado hacia el mundo buscando afianzarse como una potencia emergente, mediante la aplicación planificada de instrumentos típicos de lo que se conoce como soft power, en combinación con otros recursos clásicos, incluyendo el militar, concentrando sus esfuerzos en las siguientes regiones: los Balcanes, el Cáucaso, Oriente Próximo y África.

Desde 1998 Turquía ha desarrollado una extensa red de relaciones políticas, económicas y culturales con la mayoría de los países africanos. Pero no sería hasta la llegada al poder del AKP cuando surge un verdadero interés geopolítico hacia África. El 2005 fue declarado “el año de África” en Turquía, aunque en ese entonces África no era un objetivo prioritario para los dirigentes turcos.

La expectativa era conseguir el ingreso de Turquía en la Unión Europea, posibilidad que cada vez parece más lejana, debido a las tensiones con Occidente y sus aliados del Medio Oriente por el apoyo del gobierno de Ankara a los movimientos islamistas de su región. Ante ello, Turquía ha concentrado sus esfuerzos en los países africanos, algunos de los cuales se han convertido en unos socios incondicionales que hacen cada vez más real el sueño de ser más poderosa e influyente.

Así, en poco más de 20 años de relaciones, África se convirtió para Turquía en su área de expansión privilegiada. A lo largo de este periodo de tiempo, éstos son parte de los logros que Turquía ha obtenido.

  • El número de embajadas de Turquía en África pasó de 12 en 2004 a 43 en el 2021.
  • Turkish Airlines es una de las principales compañías aéreas en África, y vuela a 61 destinos.
  • Los proyectos de inversión de las compañías turcas en África han alcanzado $71 billones de dólares en 2021.
  • El comercio ha pasado de $5.4 a $28.3 billones de dólares en 2021.
  • El presidente Erdoğan ha visitado 30 países africanos.

Turquía pretende posicionarse en el continente africano como un socio de primer orden, pero con aspiraciones de influencia a nivel global, y mantener unas relaciones multidimensionales de las que ambas partes puedan beneficiarse. En cierta forma, la estrategia de Turquía en África es similar a la de China, en el sentido del respeto a los principios de no intervención en asuntos internos, amistad confiable e igualdad en soberanía, donde temas como los derechos humanos y la democracia brillan por su ausencia.

Pero lo que más distingue a las operaciones de Turquía con respecto a otras potencias emergentes en África es que no ocultan ni disimulan su intención de influir en el curso de los acontecimientos internos de los países africanos conforme a su conveniencia.  A su vez, la expansión de Turquía en África también responde a intereses económicos, como control de recursos naturales, posicionamiento estratégico comercial e intervenciones culturales y religiosas.

Su desempeño es particularmente visible en el mar rojo, el cuerno de África y Libia. No obstante, también llama la atención el gran despliegue que está realizando en África Subsahariana, así como el buen acogimiento que ha tenido en esta zona.

Durante la tercera cumbre África-Turquía, celebrada en Estambul en diciembre de 2021, asistieron más de una docena de líderes africanos, entre los que destacaron Muhammadu Buhari (Nigeria), Nana Akufo-Addo (Ghana), Emmerson Mnangagwa (Zimbabue), Félix Tshisekedi (República Democrática del Congo) y Macky Sall (Senegal), éste último, actual presidente en turno de la Unión Africana.

Y el alma de la presencia de Turquía en África son las Agencias de Cooperación Internacionales y diversas Organizaciones no Gubernamentales, que se han convertido los principales mecanismos e instrumentos de la política exterior turca, que responden a los intereses de las más altas esferas de Ankara. Entre todas destaca la Agencia de Cooperación y Coordinación Turca (TIKA, por sus siglas en turco), que cuenta con 22 oficinas de representación en África.

De acuerdo con las declaraciones de diversos funcionarios y diplomáticos turcos, los africanos ven a Turquía como un país amigo, que no tiene un pasado colonial en el continente, y es una relación ganar-ganar. No obstante, esto es una media mentira. Hay que recordar que el imperio otomano mantuvo durante mucho tiempo posesiones en el norte de África y en la costa del mar rojo, y el paso de los turcos o es recordado con afecto.

Conscientes de ello, Turquía ha intensificado gradualmente sus vínculos políticos con los países africanos e implementando programas de cooperación que mejoren la imagen de su país en la percepción de la ciudadanía africana, al grado de considerar a Turquía como un país “Afro Euroasiático” como parte de esa táctica.

En general, las relaciones entre Turquía y África tienen tres ejes de actuación: cultural y religioso; económico y comercial; y seguridad y cooperación militar. Estos ejes se complementan entre sí mediante instrumentos políticos que en la práctica han demostrado ser muy eficaces.

Elaboración propia

En el marco de las relaciones Turquía-África, vale la pena revisar su desarrollo en tres países clave para los turcos. El primero de ellos es Somalia, un país terriblemente sacudido por los conflictos armados y que desde hace más de 30 años no puede funcionar como Estado.

El presidente Erdoğan, consciente de esta situación, pero también de las oportunidades que podía aprovechar, inició un programa de cooperación con Somalia destinado a combatir la hambruna que azotaba al país. Fue el primer mandatario no africano en 20 años en visitar el país, y se ha convertido, junto con Qatar, en un aliado firme del gobierno encabezado por Abdullahi Mohamed Farmajo. Cabe decir que Turquía también ha impulsado conversaciones entre el gobierno somalí con aquellos que se encuentran escindidos, como Puntland y Somalilandia.

En 2019 la ayuda turca a Somalia se estimó en mil millones de dólares. Para Turquía es muy importante mantener presencia en esta zona para tener un mayor control militar y marítimo sobre el golfo de Adén y el estrecho de Bab el Mandeb.

En Mogadiscio, capital de Somalia, Turquía construyó en 2017 la base militar más grande del país en el extranjero, con una superficie de 400 hectáreas, conocida como campamento Turksom, donde se forman y entrenan fuerzas de seguridad somalíes, teniendo como objetivo principal combatir las operaciones del grupo yihadista Al-Shabab y contribuir a la seguridad interna. En la práctica, la presencia militar turca sustituyó a la AMISOM, la misión especial de la Unión Africana para alcanzar la paz en este país del cuerno de África.

No obstante, la presencia militar turca en Somalia es una amenaza para los intereses de países como Arabia Saudita, Emiratos Árabes y Egipto, que ven las acciones de Turquía con recelo, y han intentado responder de la misma manera: ofreciendo inversiones para estabilizar y reconstruir Somalia.

Otro país africano que se encuentra en la órbita cercana de Turquía es Sudán. Para Ankara, las costas sudanesas ofrecen una gran oportunidad para tener un mayor control del mar rojo. Los turcos se encuentran en una posición sólida en Somalia. En Djibouti, otra zona importante dentro del cuerno de África, la presencia de otras potencias como Francia, China y Estados Unidos limita al extremo las capacidades de acción de Turquía, por lo cual decidió concentrar sus esfuerzos en Sudán.

Los turcos lograron, todavía durante el gobierno de Omar Al-Bashir, el establecimiento de una base en la isla de Suakin, situada entre la frontera con Egipto y Port Sudán, puerto que posibilita el control parcial del flujo de peregrinos africanos que se desplazan hacia la ciudad santa de La Meca. A cambio de la construcción de dicha base, Sudán recibió inversiones en infraestructuras y la reconstrucción del patrimonio cultural y arquitectónico de dicha isla, que fue un antiguo puerto otomano.

Este acuerdo fue el detonante de la intervención de Egipto y Arabia Saudita en Sudán, con el objetivo de restar apoyos a Ankara y asestar otro golpe político a la cofradía de los Hermanos Musulmanes, aliados del gobierno turco y que fueron expulsados de Egipto en 2013. La cercanía de Erdoğan a los Hermanos Musulmanes ha sido el factor de desencuentro con El Cairo, cuyas relaciones bilaterales actuales son extremadamente complejas.

Sin embargo, la caída de Al-Bashir en 2019 modificó el acuerdo de Sudán con Turquía, cancelando cualquier misión militar o policial. Así, se logró atraer a Jartum a la alianza de las monarquías del golfo, junto con Egipto e Israel. A pesar de este revés, fue Libia el campo de batalla donde Ankara se jugó su relevancia como actor principal en el continente africano, y de donde salió bien librado.

El apoyo militar brindado por el gobierno de Erdoğan al Gobierno de Acuerdo Nacional Libio (GAN) fue determinante para que el ejército de Jalifa Haftar no lograra tomar Trípoli. Para Turquía, el éxito o fracaso en el frente libio era determinante no sólo para convertirse en un actor destacado en África, sino también, y más importante aún, para garantizar la seguridad energética de Turquía, que es precisamente una de sus debilidades, por lo que está muy interesada en construir un sistema de suministro de combustibles a través de Libia, recursos por los que también están compitiendo países como Chipre, Grecia y Egipto.

La ofensiva en Libia siguió las mismas líneas que implementó en su momento en Siria y en el Alto Karabaj, empleando combatientes mercenarios y trasvasados para finalmente enviar tropas regulares turcas. Ankara también contó, aunque en menor medida, con el apoyo de grupos armados sudaneses, de Chad y unidades somalíes entrenados por Turquía.

En el otro bando, compuesto por países como Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Egipto, Rusia y Francia, no se quedaron atrás y también emplearon mercenarios y unidades especiales de apoyo en favor del general Jalifa Haftar, lo cual explica el estado de ingobernabilidad en el que está sumida Libia.

Las actuaciones de Turquía en Somalia, Sudán y Libia demuestran que el gobierno encabezado por Erdoğan está dispuesto a consolidarse como una gran potencia en el continente africano, y para ello está dispuesto a hacer uso de la fuerza, con todo lo que puede significar. Pese a ello, se presenta como una nación comprometida con el desarrollo y la cooperación, al amparo de sus estrategias religiosas, culturales y económicas. El deterioro en sus relaciones con los miembros de la Unión Europea ha sido un proceso catalizador que ha incentivado la búsqueda de alternativas, donde África se presenta como una magnífica oportunidad.

Sin embargo, y analizado desde la perspectiva africana, Turquía continúa siendo un socio económico menor. Entre los expertos hay discrepancia sobre las capacidades de Turquía como una potencia, pero de cualquier manera, este país no puede ser subestimado por cualquiera. En el plano externo, no hay que dejar de considerar el concurso de otras potencias en África, con cuyos intereses Turquía puede llegar a colisionar. Por el momento, dos de esas potencias que ya tienen encendida la luz de alerta a causa de las operaciones turcas en África.

La primera es Francia, una de las principales ex metrópolis del continente. El conflicto en Libia tuvo un fuerte impacto en las relaciones diplomáticas entre Francia y Turquía, y el presidente Emmanuel Macron ha expresado públicamente su preocupación por las amenazas a la seguridad en el continente, en particular del Sahel, el “patio trasero” por excelencia de Francia en África. Por esta razón en especial, Francia busca frenar la creciente influencia turca en el norte de África, o al menos limitarla.

La otra potencia incómoda para Turquía es Rusia. El Kremlin lleva a cabo en distintos puntos del continente africano formas de cooperación militar muy similares a las de Turquía, y aunque sus regiones prioritarias no son las mismas, ambos países euroasiáticos tratan de sumar más apoyos entre los países del continente, y gozan de una relativa buena reputación. Si mantienen ese mismo impulso, tarde o temprano los enfrentamientos irán subiendo de tono, lo cual puede ser muy peligroso.

En este sentido, asistimos a diferencias de criterio entre Ankara y Moscú en Libia, a diferencia de lo que sucedió en otros escenarios, como en Siria. Por su parte, en el Alto Karabaj Turquía apoya a Azerbaiyán y Rusia a los armenios, y más recientemente, Turquía cerró el acceso al mar negro a la Armada rusa durante su invasión a Ucrania. De esta manera, la presencia en África de ambos países puede ser un obstáculo tanto para el uno como para el otro.

Estas son es, a grandes rasgos, las principales facetas de la expansión de Turquía en África, cuya estrategia ha sido, indudablemente, muy exitosa, a pesar de las tensiones que existen con algunos países, en particular con Egipto y Marruecos, debido a su cercanía con Occidente y al eje de Riad. Una de sus principales ventajas es que comparte similitudes y principios con los países africanos musulmanes, ventaja que ha sabido explotar. El gran reto para Turquía es consolidar su presencia en esos países, así como ampliar y fortalecer sus vínculos con los países ubicados al sur del Sahara.

Dada su situación política y económica interna, en un futuro cercano la presencia de Turquía en África podría tomar un giro aún más estratégico. La situación política del continente ha vuelto a tornarse inestable ante el estallido cada vez más frecuente de golpes de Estado, y Turquía puede aprovechar esta incertidumbre a su favor. El respaldo brindado al gobierno de Trípoli nos confirma su interés militar y sus aspiraciones de potencia.

A nivel interno, es cierto que Turquía no goza de la misma solvencia económica que China o Estados Unidos, pero se encuentra en una posición ascendente, y si resuelve las tensiones políticas internas, y étnicas, la capacidad de Turquía para actuar en África será aún mayor. El panorama geopolítico africano es dinámico y puede cambiar en cualquier momento, pero lo más seguro es que la cooperación entre Turquía y África va a seguir acelerándose a corto y mediano plazo en todos los aspectos, y con ello, las preocupaciones del resto de países que también mantienen intereses en África.

Y ya vimos que Turquía está dispuesta a todo con tal de ganar más influencia y beneficios en el continente africano. Su estrategia es muy atrevida, pero los turcos han asumido el riesgo y quieren ver reflejado su poderío en África y restaurar su grandeza.


Carlos Luján Aldana

Economista Mexicano y Analista político internacional. Africanista por convicción y pasatiempo. Colaborador esporádico en diversos medios de comunicación internacionales, impulsando el conocimiento sobre África en la opinión pública y difundiendo el acontecer económico, geopolítico y social del continente africano, así como de la población afromexicana y las relaciones multilaterales México-África.

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