La descomposición y el fracaso del Estado en Somalia

Publicado por

Imagen: Pikist.

Todos los países, sin excepción, afrontan conflictos de diversa intensidad. Desafortunadamente no todos tienen la capacidad de resolverlos adecuadamente, cuestión que también afecta el curso del resto, considerando que estamos inmersos en un mundo globalizado e interconectado en muchos aspectos. En este sentido, cobra singular relevancia observar qué es lo que está pasando en Somalia, país que está considerado como el Estado más frágil de África. Aquí les presento una explicación detallada acerca de su trágica descomposición.

Desde hace 15 años el Fondo por la Paz elabora anualmente un Índice de Estados Frágiles, que mide el riesgo y la vulnerabilidad de los países a través de indicadores políticos, económicos y de cohesión social. En las últimas clasificaciones, Somalia aparece siempre como el primer o el segundo Estado más frágil de todo el mundo, cuya incapacidad estatal y gubernamental genera trastornos más allá de “sus fronteras”. Actualmente solo es superado por Yemen en este aspecto. Es tan compleja y caótica su situación actual, que es necesario partir de una revisión histórica crítica para desmenuzar las causas de la desintegración que sufre este país, en el marco de la propia teoría del Estado y su implantación, tanto en Somalia como en el resto de su continente.

Elaborada con datos del Fondo por la paz.

Para empezar, debemos tener claro que la construcción del Estado en África está plagada de desaciertos, donde la ignorancia y el desconocimiento de la verdadera realidad de sus pueblos, así como la competencia por el acceso a sus recursos durante la colonización, han conducido a grandes tragedias. La división política actual de África es el resultado de la creación de unidades estatales sobre los antiguos imperios coloniales europeos, en donde no se respetaron las características y especificidades de los diversos pueblos y culturas africanas al momento de trazar las fronteras. Por lo tanto, desde su creación muchos Estados africanos carecen en su seno de legitimidad, autoridad y soberanía, pilares clave para la consolidación de cualquier sociedad, generando muchos problemas crónicos, incluso en aspectos esenciales.

Sin embargo, esta incompatibilidad ha conducido a graves distorsiones y confusiones teórico-conceptuales sobre la realidad africana al momento de abordar sus conflictos, dada la cantidad de adjetivos calificativos negativos que muchos analistas e historiadores han dado al Estado en África. Esta visión simplista oculta el hecho de que muchos países africanos han intentado redefinir el Estado de muchas formas (cambios de nombres, nuevo trazado de fronteras, reformas políticas), tratando de adaptarse a un mundo que se transforma constantemente, por lo que, en cierta forma, los Estados africanos son un resultado de hibridación, y no un simple trasplante o burda imitación de los europeos, aunque estos últimos elementos son los más fuertes.

En este sentido, para tener una base explicativa de la realidad política africana es necesario adoptar una orientación analítica que incorpore el contexto histórico, las visiones de los actores externos, las técnicas de administración estatal y detectar influencias externas que impactan en el curso de los países. Bajo estas premisas intentaremos comprender mejor la situación actual de Somalia.

Este país posee la mayor longitud de costas de su continente, ubicado en una posición geográfica muy privilegiada, dentro de la región del Cuerno de África y cercana a la península arábiga, separada por el Golfo de Adén. Desde tiempos antiguos encontramos referencias hacia este territorio, que ha recibido influencias de varias culturas. Sus pobladores se consideran descendientes de los musulmanes gallas, aunque podemos hallar también migrantes de otros pueblos afroasiáticos.

Debido a las características semiáridas del terreno, la mayoría de sus habitantes trabajan como pastores y agricultores nómadas. No obstante, entre ellos es más fuerte el sentimiento de pertenencia a los clanes que a la etnia somalí, más incluso que a la propia familia. Los ancianos de los clanes son la base de su sociedad.

A pesar de ello, se puede afirmar que Somalia constituye una nación en sentido estricto, dado que sus habitantes comparten idioma (el somalí), religión (el Islam sunní), vínculos históricos y culturales (inmigración, navegación, comercio y nomadismo) y se ubican en un territorio más o menos delimitado (el Cuerno de África). No obstante, esta nación ha fracasado en la conformación de un Estado moderno, concepto ligado a aspectos como organización, instituciones y sistemas políticos.

El periodo colonial europeo que comenzó a mediados del siglo XIX trajo esta noción a los clanes somalíes, y consiguió dividirlos políticamente, agregando mayor diversidad a un área ya convulsa. El momento clave fue la apertura del canal de Suez (1869), que abrió una nueva ruta más corta en el comercio marítimo entre Europa, Asia y la India. De esta forma, el dominio del Cuerno de África adquirió mayor interés entre los europeos, y fue así la última región del continente en ser repartida, y varios países se hicieron de un hueco dentro de la misma.

Desde 1840 Gran Bretaña se instaló en la costa norte somalí; por su parte, Italia llegó primero a Eritrea, y luego ocupó el centro y sur de Somalia a través de concesiones por parte de los sultanes; por vía similar, Francia creó la Somalia Francesa en el actual Djibouti. Aunado a ello, el imperio de Etiopía estaba en pugna constantemente con los clanes somalíes, y en 1876 el emperador Menelik II ocupó la región de Ogaden. De esta forma, tenemos tres potencias europeas y una africana sobre un área de gran influencia somalí.

Por ser de mayor incumbencia para nuestro propósito, nos concentraremos en el colonialismo italiano. Este tema no ha sido estudiado con la profundidad que se merece, y son pocos los estudios específicos en la materia. Este no es un asunto menor, porque cada país europeo que tuvo colonias en África imprimió su sello particular, y cuyo resultado fueron diversas formas, tendencias y concepciones del Estado-nación, acordes con la realidad de las metrópolis por aquel entonces.

Italia fue de los últimos países europeos en acudir al reparto de África después de su unificación, y quizás era el más débil de todos. Su paso por el continente no fue brillante, registrando humillantes derrotas. Tampoco pudo sacar provecho de los recursos de sus posesiones, por lo que sus funciones se limitaron a las esferas política y administrativa. Así, Eritrea y la parte de Somalia que administró eran como trofeos opacos sin mayor trascendencia, que solo les aseguraba no quedarse atrás en la competencia imperialista europea.

Sus intereses en África realmente estuvieron puestos en la costa del Mediterráneo y en Etiopía, y no fue sino hasta la etapa del fascismo cuando Italia se hizo de una parte de lo que hoy es Libia, e invadió Etiopía. Pero el gusto les duró muy poco tras la derrota de Mussolini en la segunda guerra mundial, que provocó entre los clanes somalíes el reforzamiento del nacionalismo a través del Pansomalismo, doctrina que defendía la creación de una entidad política que unificara todos los territorios somalíes que se encontraban divididos, proyecto que se denominó como “La Gran Somalia”, con una base nacionalista, religiosa (islámica) y anticolonial frente a sus adversarios. A su vez, se incluyeron ideas con cierto oscurantismo, como la supresión de escuelas jurídicas, la guerra santa y una concepción rígida del Islam.

Pero el proceso de autodeterminación y descolonización africana se manejó desde afuera, respetando en esencia las fronteras acordadas en la Conferencia de Berlín, y las Somalias británica e italiana se unieron en un solo país, mientras los demás territorios se convirtieron en Estados, o formaron parte de otros. La unificación somalí no fue fácil, dado que en la parte italiana la administración fue muy débil, concentrada fundamentalmente en Mogadiscio, su capital, y en las costas. Por su parte, en la parte británica el control fue mayor.

En sintonía con el sistema parlamentario implantado por los italianos, caracterizado por el pluralismo y la existencia de muchos partidos políticos, los primeros años de la Somalia independiente se caracterizaron por la defensa de los intereses locales y clánicos, hasta que en 1969 el general Siad Barre dio un golpe de Estado y se hizo con el poder. De esta forma el país abandonó la influencia occidental y se alineó con el bloque soviético.

Su mandato fue el primer y único periodo en el que Somalia intentó resolver todas sus contradicciones y divisiones internas funcionando como un Estado africano en el sentido práctico, aunque el proceso quedó incompleto y tuvo un carácter sumamente autoritario, antidemocrático y represor. Se implementaron políticas inspiradas en el modelo maoísta, como el fomento de la agricultura cooperativa, construcción social, campañas de alfabetización y nacionalización de bancos, empresas e industrias. Pero todo se fue al traste debido a que las alianzas internas y externas que sostuvo el régimen militar para sostenerse agravaron la desunión y fracturas internas.

El suceso que marcó el destino del régimen de Barre fue la guerra contra Etiopía (1977-1978) por la disputa del Ogaden. Este acontecimiento alteró el orden geopolítico de la región, principalmente por el rompimiento con Unión Soviética, que apoyó al bando etíope, mientras que Estados Unidos vio la oportunidad de posicionarse en la zona y su gobierno respaldó a Barre. Todo acabó en una estrepitosa derrota para Somalia, y el régimen militar tuvo que enfrentar una mayor presión interna tras los sucesivos fracasos, agravados por agudas sequías. Los clanes comenzaron a exigir mayor autonomía, sobre todo los del norte, cuya presión fue determinante para el derrocamiento de Barre el 26 de enero de 1991.

A partir de entonces Somalia entró en un periodo de completo desorden, y su territorio es escenario de disputas entre muchos actores, cuyas aspiraciones e intereses contrapuestos han hecho de esta zona en una tierra de todos, y al mismo tiempo, en una tierra de nadie, donde ninguna autoridad ha sido capaz de poner un orden duradero, detener la extrema violencia y mejorar las condiciones sociales de la población.

Hasta ese momento, la situación no parecía ser tan distinta a la de muchos otros países de África. Sin embargo, las especificidades de la población somalí y la intromisión de muchos intereses externos derivaron en nuevos y más complejos problemas que impiden la formación de una entidad política que reorganice el rumbo de esta zona.

Desde mi punto de vista, los factores que aquejan a Somalia pueden dividirse en tres grandes grupos interrelacionados: movimientos secesionistas, la actuación desafortunada e influencia de actores internacionales, y la formación de cacicazgos regionales y pequeños núcleos de poder independientes unos de otros.

El primer elemento de esta triada se desató tras la derrota de Barre, dando inicio una guerra civil entre las facciones políticas que aspiraban al poder. La primera en mover ficha fue la región norte, donde predomina el clan de los Isaac y cuna del Movimiento Nacional de Somalia (MNS). A raíz de su pasado colonial inglés, el MNS logró el entendimiento con las élites y subclanes, y declaró su separación del resto del territorio. Hasta la fecha esta región, que se conoce como Somalilandia, ha logrado mantener una gran autonomía política y no se ve afectada por las convulsiones del resto, y aunque no es un Estado de jure, sí lo es de facto.

Cuenta con bandera, himno, moneda, elecciones regulares y hasta relaciones exteriores independientes, pero no está reconocido como un país con pleno reconocimiento a nivel internacional, fundamentalmente porque su separación no fue aprobada por la autoridad de Somalia, porque no había tal, y por el absurdo principio de la carta fundacional de la Unión Africana que aboga por el respeto a las fronteras coloniales. Tampoco es reconocida por la ONU. Su éxito inspiró otros movimientos, siendo los más destacados los de Jubaland, en el extremo sur-occidental, y el de Puntland, en el noreste. Ninguno de ellos se ha consolidado como proyecto.

MAPA: Territorios en disputa y movimientos unionistas y secesionistas en la zona del Cuerno de África, donde habitan clanes somalíes.

Un factor impulsor de estos movimientos secesionistas es el apoyo externo, ya sea por parte de las naciones vecinas, de las potencias y de las ex metrópolis. Estos intereses tienen un papel importante en el desarrollo de la dinámica conflictiva somalí. Para Estados Unidos, por ejemplo, es sumamente importante mantener presencia en esta zona, que es un importante corredor comercial y energético. La posición etíope, por otra parte, tiene raíces históricas, tendientes a mantener la tradición copta-cristiana en la región ante el proyecto unificador de la Gran Somalia.

Las misiones de la ONU en Somalia sirvieron como vehículo para el ingreso de tropas de estas y muchas otras nacionalidades, quienes desde 1992, en conjunto con otras misiones y mandos, como la AFRICOM y la AMISOM, tienen presencia en Somalia para imponer el orden. Pero éstas desconocían la realidad interna del país. Sus agencias humanitarias buscaron apoyarse en los clanes para su labor, pero esto propició el repartimiento desigual de la ayuda, y aprovecharon para ganar posiciones sobre sus rivales. Esta es, quizá, la peor intervención de la ONU en su historia, ya que después de 30 años y haber gastado miles de millones de dólares, la hambruna y la violencia son generalizadas.

Miembros de la AFRICOM y del Ejército de los Estados Unidos intercambian información en uno de los frentes de combate en Somalia. Fotografía: Reserva del ejército de EUA.

Ante la incapacidad de formar una entidad política y civil que se imponga en Somalia, la autoridad ha estado en manos de los paramilitares y los religiosos, dos grupos de la sociedad bastante explosivos, de donde difícilmente puede florecer el progreso y el bienestar. Los primeros porque hacen de la guerra su modo de vida. Por su parte, el papel de la religión dentro de una sociedad es un asunto más delicado aún, pero una situación como la de Somalia es perfecta para el surgimiento de fanatismos que pueden traer terribles consecuencias. Y vaya que lo hemos comprobado.

Ante el fracaso del gobierno de transición de 2004, comenzaron a surgir los primeros cuerpos de seguridad islámica, que posteriormente se fusionaron para conformar la Unión de Cortes Islámicas, ante la necesidad de la provisión de servicios básicos y la existencia de un marco legal que diera certeza y seguridad jurídica a los actos cotidianos.

En poco tiempo lograron resultados positivos, imponiendo la paz y el orden en el centro y sur de Somalia, y para 2006 tomaron el control de Mogadiscio. Pero pronto impusieron prohibiciones que generaron disgusto entre la población, como el fútbol, el cine, la música y el consumo del khat, cuando históricamente los somalíes han practicado un Islam moderado.

También Estados Unidos, a través de la CIA, orquestó un fondo secreto para apoyar a los señores de la guerra para asegurar sus intereses, en el marco de la lucha contra el terrorismo. Todo esto llevó a la división y desintegración de la UCI, en donde una facción armada integrada por jóvenes que defendían la aplicación estricta de la Sharia se agruparon en una nueva organización: Al-Shabab, una de los grupos yihadistas más temidos de la actualidad.

De esta forma se profundiza la crisis humanitaria y la grave situación de seguridad. La violencia genera muertes, desplazados, hambre y desesperación. Son casi 30 años en los que los somalíes han vivido en un ambiente violento y sin oportunidades.

Apenas en febrero de 2017 se dieron las condiciones mínimamente aceptables para que Somalia emprendiera el mayor proceso electoral que ha tenido en 47 años, donde el ex primer ministro Mohamed Abdullahi Farmaajo fue elegido por la Asamblea Nacional como nuevo presidente del Gobierno. Sin embargo, su gobierno solamente tiene influencia en Mogadiscio y sus alrededores. El interior sigue estando en control de los jefes locales. Y si en tierra no se respeta la Ley, en sus aguas jurisdiccionales, menos. Tal motivo ha provocado que las historias de piratas sigan vigentes.

Un grupo de supuestos piratas es detenido en las costas del golfo de Adén. Fotografía: Wikimedia Commons.

Así las cosas, y dada esta triste situación, da la impresión de que los conflictos de otros países son más fáciles de resolver en comparación con los que sufre esta nación. Actualmente la maquinaria ideológica y de guerra de Al-Shabab es la principal amenaza del momento, y es raro no encontrar noticias mes tras mes sobre algún atentado de este grupo en la región. Además, las guerras intestinas continúan vigentes.

Después de analizar toda la historia del Estado en Somalia, francamente no sé cuál sería la mejor fórmula que traiga la paz y la seguridad en su territorio, pero cualquiera que ésta sea, traerá una inevitable transformación en el mapa político del Cuerno de África. Y no todos los actores involucrados en la trama somalí están dispuestos a asumir un compromiso gigantesco ni a aceptar cambios profundos. No creo posible que Somalia, con las fronteras reconocidas internacionalmente, vuelva a funcionar como un Estado. Tal vez está condenada al mismo destino que Yugoslavia.

No obstante, esta posibilidad no debería anular la integración económica de los clanes de origen somalí, aunque para ello tendrían que existir consensos entre todos los países del Cuerno de África, escenario muy complicado de alcanzar bajo las condiciones actuales.

De cualquier manera no es justo que más generaciones de somalíes crezcan en un ambiente de guerra. El gran reto para ellos es reinventar nuevas formas de organización política que, al mismo tiempo, recojan los usos y costumbres de los clanes somalíes, sean lo suficientemente fuerte para imponer el orden, la paz, el desarrollo económico, y sean partícipes dentro del contexto mundial y africano, a través de una o más entidades políticas supraestatales, conformadas ya sea por provincias, Comunidades Autónomas (como en España), Estados libres y soberanos unidos en una Federación (como en México y EUA), un Estado Plurinacional (como en Bolivia), o un nuevo sistema de gobierno similar. Experiencias sobran. Nadie puede negarle ese derecho a la nación somalí.

Otras partes del mundo poseen una diversidad igual o mayor que la de este país, y han logrado construir Estados fuertes, por lo que esta característica no debería ser un obstáculo para su consecución. Pero el Estado tiene que ser construido y consensuado desde adentro. De lo contrario volverán a fracasar.

Los somalíes no son menos capaces que otros pueblos para poder resolver sus problemas y acceder al bienestar, pero se encuentran tan profundamente divididos, que se requerirá de mucho esfuerzo y voluntad para que se dé un mayor acercamiento entre todos los miembros de la sociedad y disipar todos los odios y resentimientos. Sólo del diálogo depende el resurgimiento de la sociedad somalí. Sin un progreso serio en materia de reconciliación nacional no puede hablarse de paz en Somalia.

En dicha labor la Comunidad Internacional tendrá que jugar un papel fundamental. Si gran parte de sus desgracias vinieron de afuera, las soluciones también tendrán que venir de afuera, pero a través de una intervención constructiva y asertiva. Muchos países tienen una deuda histórica muy grande con Somalia, y es justo emprender medidas y acciones que les ayuden a reconstruir su nación. Mientras no suceda, este asunto estará lejos de llegar a su fin.


Carlos Luján Aldana

Economista Mexicano y Analista político internacional. Africanista por convicción y pasatiempo. Colaborador esporádico en diversos medios de comunicación internacionales, impulsando el conocimiento sobre África en la opinión pública y difundiendo el acontecer económico, geopolítico y social del continente africano, así como de la población afromexicana y las relaciones multilaterales México-África.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *