Mauritania, el Islam y los Derechos Humanos

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En este artículo nos adentraremos en la realidad social de Mauritania, y a partir de una perspectiva histórica, se exploran las condiciones en las que se desarrolla el respeto y salvaguarda de los Derechos Humanos, el papel que juega el Islam en esta dinámica, y en qué grado esta religión explica el enorme déficit que presenta el país africano en esta materia.

Todo ser humano, por el simple hecho de serlo, es sujeto de derechos y obligaciones. Por tanto, resulta indispensable crear mecanismos jurídicos y legales que garanticen el correcto funcionamiento de estos elementos, que son inherentes a nuestra especie y nos permiten vivir en un ambiente digno, sano y pleno. De esta necesidad surgen los Derechos Humanos, un conjunto de prerrogativas que fueron creadas para la realización efectiva de los anteriores propósitos, y que es una condición básica para el desarrollo económico y social de cualquier nación.

Al respecto, Mauritania es uno de los países en el mundo donde menos se respetan los Derechos Humanos. El Comité de Derechos Humanos de la ONU y diversas Organizaciones no Gubernamentales, como Amnistía Internacional y Human Rights Watch tienen en la mira a este país africano, y en sus múltiples observaciones y recomendaciones han expresado su preocupación por la persistencia de múltiples violaciones a los Derechos Humanos y la impunidad en la que se cometen.

Todo esto ha colocado en graves apuros al gobierno mauritano, que hace todo lo posible por ocultar, minimizar o silenciar las demandas por parte de la sociedad civil. En muchos casos, se justifican los atropellos a los Derechos Humanos argumentando que así lo establece la Ley Islámica, en un país donde prácticamente toda la población (98%) es musulmana. Bajo estas condiciones, aunadas a la supervivencia de formas de organización social de corte esclavista y feudal, miles de personas están condenadas a un futuro sombrío sin oportunidades de mejorar su condición.

Mauritania necesita una transformación social de fondo urgentemente, pero ésta tendrá que estar consensuada internamente, estar acorde a las especificidades locales y, que, al mismo tiempo, esté abierta al diálogo con el resto de África y del mundo. Este es un reto gigantesco, pero necesario para su desarrollo nacional. Y ello implicaría profundos cambios en la idiosincrasia y mentalidad tanto del Estado como de la sociedad mauritana.

En este orden de ideas, resulta interesante e ilustrativo explorar la vinculación entre los Derechos Humanos, el Islam y las características de la sociedad mauritana, y de esta forma, tener una mejor comprensión de su situación actual y proponer soluciones a sus problemas. Todo esto se desarrolla a continuación.

La visión islámica de los Derechos Humanos.

Para hablar de Derechos Humanos, siempre es necesario considerar los elementos históricos, contextos y discursos que han enmarcado el proceso de construcción de los mismos, que surgen de la necesidad de los pueblos e individuos de dignificar al ser humano.

Al respecto, las ideas que dieron forma a los Derechos Humanos, tal y como los conocemos, surgieron en el marco de la filosofía política liberal durante el periodo de la ilustración y la Revolución Francesa. Su construcción tuvo como base ideológica la defensa del individuo frente a cualquier arbitrariedad que emane del poder político, así como en la separación de los asuntos de la Iglesia (cristiana) con los del Estado.

No sería sino hasta terminada la segunda guerra mundial cuando la Organización de las Naciones Unidas (ONU) formuló la Declaración Universal de los Derechos Humanos en 1948, a la que se supone todos los países deben adherirse, los cuales están libres de cualquier condición, incluida la religión.

Síntesis de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Entre las críticas que se le hacen a esta Declaración, la más sobresaliente es la que cuestiona su condición de universalidad, esto debido a que estos Derechos obedecen a una imposición de una “visión occidental”, que se eleva a la categoría de “universal” en detrimento de la incorporación de principios de otras culturas y civilizaciones, como la islámica, la hindú, la ortodoxa y aún a las latinoamericanas.

En el caso de los países musulmanes, la religión juega un papel fundamental en la vida pública y privada de las personas, incluso en aquellos que podrían parecer superfluos. Por lo tanto, de entrada, aparece una incompatibilidad entre la Declaración y lo islámico, en el sentido de la indivisibilidad entre la religión y los derechos.

Desde una perspectiva islámica, la naturaleza individualista de los Derechos Humanos deja de lado que el ser humano responde a su creador con derechos y obligaciones. Por ello, el principal desencuentro surge en la posición del ser humano, como alguien libre e independiente, o como alguien sujeto a un orden superior de carácter divino.

Estas diferencias fueron claves para la firma de la Declaración Islámica de los Derechos Humanos el 5 de agosto de 1990 en El Cairo, Egipto, por los integrantes de la Organización para la Cooperación Islámica, con base en las fuentes de derecho islámico. Esta Declaración es vista como pautas y reglas generales de carácter orientativo, además de aparecer como complementaria a la Declaración Universal de la ONU.

Estas diferencias no significan una ruptura ni el desconocimiento a los Derechos Humanos reconocidos por el Comité de Naciones Unidas, sino un llamado a la incorporación de diferentes visiones que nos ayuden a avanzar en el respeto a la dignidad humana a partir del reconocimiento a la diversidad cultural del mundo.

Estos proporcionan las bases para enumerar derechos y obligaciones más específicas, tanto privados como públicos. Todos ellos se encuentran reivindicados en la Ley Islámica (Sharia), el Corán, la Sunna, los Hadices, la Ijma y otras fuentes. Bajo la interpretación de estos elementos se protegería de forma integral la vida humana y las relaciones políticas, sociales y económicas. Así, desde el proceder islámico, los preceptos constituyen órdenes, y son prescripciones obligatorias como deberes religiosos.

A juicio de diversos autores, la Ley Islámica presenta una oposición fuerte a lo establecido según los Derechos Humanos. En específico, la supervivencia en algunos países musulmanes de prácticas como la poligamia, las amputaciones, penas de muerte, el control de la mujer por el hombre y otras más representarían pruebas de su carácter violatorio de derechos fundamentales.

No obstante, en esencia, el Islam no es una religión que carezca de un enfoque de derechos. Más bien, éste último se construyó a partir de un paradigma distinto al que surgió en Occidente. A pesar de ello, no debemos negar el surgimiento de fanatismos y fundamentalismos muy peligrosos para el goce de los derechos fundamentales a partir de algunas vertientes de islamismo político. El Islam, al igual que el Cristianismo, ha estado sujeto a distintas interpretaciones.

En materia de Derechos Humanos, la cuestión de la laicidad es muy importante para los países musulmanes. Desde la Declaración Islámica, la anulación de Dios como referencia primaria es un punto de tensión, más esto no es impedimento para el cumplimiento, defensa y protección de los derechos.

Debe haber un esfuerzo por entender cómo funcionan los elementos jurídicos islámicos para trabajar de manera conjunta. En este punto, debemos destacar la ambivalencia entre las fuentes tradicionales de derecho islámico y la incorporación y aplicación de códigos legales europeos cuando estuvieron presentes en la etapa colonial del mundo árabe-musulmán.

Como resultado, hoy en día muchos países de esta región se rigen bajo sistemas jurídicos mixtos, lo cual, lejos de promover un ambiente propicio al desarrollo de la sociedad, lo ha obstaculizado, por la diferencia de criterios y las contradicciones entre las fuentes de derecho vigentes.

Aún con todo esto, en la práctica, las violaciones a los Derechos Humanos que se comenten en los países musulmanes no necesariamente están relacionadas con asuntos religiosos islámicos, sino que es un asunto todavía más complejo, donde se combinan factores de diversa índole. Así lo constatamos en Mauritania.

Mauritania, entre la modernidad, el esclavismo y el feudalismo.

Antes de abordar específicamente el asunto de la defensa de los Derechos Humanos en Mauritania, es conveniente echar un vistazo a su proceso histórico, así como las características de su población y su territorio. Mauritania es un Estado que se ubica en el Sahel, justo en la frontera entre África Subsahariana y el Magreb, pero que se encuentra cultural y socialmente más integrado a esta última región. Estamos hablando de un país relativamente extenso, cuyo territorio está prácticamente cubierto en su totalidad por el desierto del Sahara. Por lo mismo, su población se concentra en el sur, a lo largo de la cuenca del río Senegal.

Desde la antigüedad ha sido habitado por tribus independientes unas de otras. Hasta antes de su independencia, Mauritania nunca había tenido un poder estatal unificado. Toma su nombre del pueblo mauri, de origen bereber, cuya inmigración tuvo lugar desde el siglo III. La islamización y arabización del territorio fue un proceso que duró 500 años, a través de la migración y el comercio.

Actualmente casi toda su población es musulmana y profesa el Islam, al grado que en su constitución se proclama como una República Islámica. Sin embargo, su territorio alberga una mezcla de pueblos de origen árabe-bereber y pueblos subsaharianos arabizados (haratines) y no arabizados (fulani, soninke, wolof, entre otros).

Sin embargo, todos esos grupos étnicos mantenían un referente social central: la distinción entre personas con estatuto libre o servil, lo cual dio lugar a la construcción de un sistema de castas, que se ha mantenido prácticamente intacto desde hace nueve siglos. En la siguiente figura se observa la estructura jerárquica de la sociedad mauritana y las características de cada una de sus clases.

Todos estos calificativos son una invención de las “clases nobles”, principalmente, por los eruditos, quienes son los principales responsables de la estigmatización del resto de castas. Esta clasificación se asemeja mucho a las clases sociales que existían en Europa durante la Edad Media, pero nos estamos refiriendo a estratos que permanecen vigentes en Mauritania hasta el día de hoy, por increíble que nos pudiera parecer.

En este país, todo el mundo sabe a qué casta pertenece, y hace lo posible para evitar relaciones que los lleven a un estrato inferior. Las clases sociales se observan en la ropa que usa la población, en la manera de hablar, de moverse y de expresarse. Por lo general, los grupos serviles tienen origen subsahariano, pero también se han dado procesos de mestizaje, aunque la condición clasista es heredada por vía materna.

Este sistema es, a todas luces, discriminatorio e injusto, pero a diferencia de otros similares, el color de la piel, la posición económica y aún la pertenencia étnica no son indicadores directos del sistema clasista mauritano, que debe entenderse como el resultado de un largo proceso histórico, que ha logrado sobrevivir debido a factores sociales, geográficos y culturales, y que tiene como núcleo al esclavismo.

Muchos siglos antes de la llegada del Islam, la esclavitud era una práctica muy común en las regiones africanas, y que después fue justificada hasta cierto punto por la Ley Islámica y muchos filósofos occidentales y no occidentales. En las comunidades mauritanas, donde no se podía tener tierra en propiedad debido a las condiciones áridas del terreno y el carácter seminómada de los distintos pueblos y tribus, se utilizó la esclavización humana como medio para aumentar la influencia de una persona y ampliar sus conexiones. En aquella época no tenía un lazo directo con el comercio de esclavos fuera de África.

Las invasiones árabes a partir del siglo VIII, la penetración del Islam y los intercambios comerciales entre árabes, bereberes y subsaharianos, terminaron moldeando la estructura social que ya revisamos, en donde un grupo de origen yemení, los Beni Hassan, dominaron todo el país, ya en el siglo XVII, pero sobre una base que ya estaba en pie desde hace mucho tiempo atrás.

Las rivalidades y resentimientos entre las clases sociales luego fueron aprovechadas por los franceses, aunque su dominio sobre Mauritania fue muy superficial, y durante décadas fue administrada desde la ciudad de Saint Louis, en Senegal. Su capital moderna, Nouakchott, se fundó en la víspera de la descolonización. El periodo colonial no cambió las estructuras sociales, políticas y económicas de la sociedad.

Con la llegada del proceso de descolonización, su territorio se debatía entre la pertenencia a Senegal o a Marruecos, pero el 28 de noviembre de 1960 se proclamó definitivamente su independencia, con unas fronteras que siempre han sido más virtuales que reales, trazadas con regla y escuadra por los colonizadores. De hecho, los grupos étnicos que habitan en Mauritania son prácticamente los mismos en lugares limítrofes, como Malí, Senegal, Argelia y el Sahara Occidental, lo cual ha causado no pocas disputas territoriales.

Con el inicio de la era post-colonial, la urbanización y la migración a la ciudad redujeron en parte la extensión de la práctica de la esclavitud. Ahora, las “clases nobles” tradicionales han intensificado sus esfuerzos para arabizar muchos aspectos de la vida social del país, como las leyes y el idioma. De esta forma, puede decirse que los ciudadanos mauritanos están divididos entre quienes consideran al país como una nación árabe, y aquellos que buscan una identidad subsahariana.

Bajo estas tensiones se han escrito historias políticas asociadas con autoritarismo, militarismo, debilidad institucional y los golpes de Estado, tan característicos en la mayoría de los países del continente africano, pero que en Mauritania son tan sólo una mutación de la lucha de clases en torno al sistema clasista que ya hemos revisado.

El primer presidente, Multar Ould Daddah, afirmó que no tenía medios de ningún tipo para proceder a una modernización de la sociedad. Y tenía razón. La idea de modernización surgida en Europa es totalmente opuesta a las jerarquías tradicionales de Mauritania. De esta manera, para que se lleve a cabo una verdadera transformación de la sociedad mauritana, tendrá ocurrir una verdadera revolución ideológica.

En Mauritania, nacer en un estrato específico determina de manera muy importante las opciones de movilidad social, entendida como un mejoramiento en las condiciones de vida de una persona en comparación con la que tuvieron sus padres. Persiste la mentalidad conservadora que las personas nacen con estatuto libre o servil, lo cual reproduce las relaciones sociales de dependencia.

Mucho se habla sobre la supervivencia de prácticas de esclavitud en el país, ya que esta terrible práctica apenas se ilegalizó en Mauritania apenas en 1981 y se penalizó hasta el 2007. Pero esta es solo la punta del iceberg de todo el cúmulo de violaciones a los Derechos Humanos.

Actualmente es raro encontrar esclavos en su versión más “pura”, pero sí hay una mayoría de personas liberadas de hace una o varias generaciones que se ve obligada a realizar labores que se ajustan a la definición de esclavitud moderna. Grupos locales de Derechos Humanos calculan que hasta el 20% de la población vive en condiciones de esclavitud, con uno de cada dos haratines.

Quizás lo más preocupante de la situación social actual de Mauritania es que una gran parte de los esclavos libertos no tiene la posibilidad de acceder a la educación, a un salario digno, a oportunidades decentes de empleo, elegir con quién casarse, entre muchas otras decisiones más. De ese tamaño es el déficit en materia de Derechos Humanos, así como el reto para su erradicación.

En todo el mundo sobreviven muchas tradiciones, costumbres y expresiones antiguas que simplemente no se pueden mantener ni sostener bajo ningún punto de vista, y el sistema clasista mauritano es un buen ejemplo de ello, y de que no porque las cosas siempre se han hecho así significa que estén bien.

En este sentido, solamente la legislación y el Estado mauritano, con algo de ayuda internacional, tienen la capacidad y las facultades para terminar con ello. Pero los sucesivos gobiernos no han tenido como prioridad este asunto, tal como vimos al inicio. Ubicado en una región convulsa, se ha consolidado un Estado fuerte, y sobre esta condición descansa su legitimidad dentro y fuera de sus fronteras. Con todo, su percepción como un país sólido es superficial, debido a la ausencia de una verdadera identidad nacional a causa de las fracturas internas.

Ante ello, Mauritania se enfrenta a múltiples presiones internas y externas. Simplemente las clases altas no están dispuestas a perder sus privilegios, y se escudan en la religión islámica para evitar que los más desfavorecidos no luchen por sus derechos. A pesar de la existencia de distintos aristas y enfoques, y dados los elementos que revisamos en la primera parte del artículo, no podemos concluir para nada que el Islam, por sí mismo, explique el déficit de Derechos Humanos.

El gran obstáculo es el sistema de castas vigente en este país africano, no solamente en materia de Derechos Humanos, sino también para alcanzar su desarrollo pleno. Actualmente es un país que tiene modernidades inacabadas, con muchos recursos naturales (hierro, pescado, gas, petróleo y oro), pero con una pésima distribución de la riqueza.

Es cuestión de tiempo para que el sistema de castas, las interpretaciones rígidas del Islam y la esclavitud desaparezcan para siempre sobre la faz de Mauritania, debido a que así lo exigen los procesos económicos globalizados que dominan en la actualidad. Solo esperemos que, para cuando esto ocurra, no sea demasiado tarde para la sociedad mauritana. El diálogo es la mejor herramienta que tiene a su disposición para sanar las heridas sociales e iniciar un proceso de adaptación cultural inclusivo.


Carlos Luján Aldana

Economista Mexicano y Analista político internacional. Africanista por convicción y pasatiempo. Colaborador esporádico en diversos medios de comunicación internacionales, impulsando el conocimiento sobre África en la opinión pública y difundiendo el acontecer económico, geopolítico y social del continente africano, así como de la población afromexicana y las relaciones multilaterales México-África.

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