Este es un pequeño ensayo que remarca la importancia de los estudios africanos en la época actual, particularmente en México, a través de la vinculación de un elemento cultural común tanto en la República Mexicana como en el continente africano, mismo que constituye la identidad de este blog: la máscara.
El proyecto “Tlilxayac” nace con el objetivo de crear un espacio digital que promueva la difusión de los asuntos africanos más relevantes en los ámbitos económico, geopolítico y social. En ese entonces no dimensionaba la magnitud, amplitud y complejidad de la labor que me estaba proponiendo, dadas las múltiples variantes en las que se manifiesta la realidad africana y su naturaleza cambiante.
Pese a ello, esta labor es más necesaria que nunca, por lo cual tendremos que realizar un esfuerzo directamente proporcional a todo ello. Lo que se busca es la adecuada asimilación y comprensión de los fenómenos sociales que se desarrollan en África, abierta para todo público, pero muy especialmente al mexicano, y de esta manera, ser conscientes del gran impacto que África tiene sobre nuestras vidas, y sobre todo, actuar en pro de la transformación de África en un continente más desarrollado y próspero..
Personalmente, la situación de los pueblos africanos tiene un atractivo misterioso que despierta la curiosidad y el interés por aprender, que se alimenta por la lejanía entre México y África, así como por la aparente desconexión entre los sucesos que ocurren en uno y otro territorio. Mas sin en cambio, como mexicano, puedo asegurar que el conocimiento sobre África en este país es sumamente limitado, y apenas existe difusión sobre lo que pasa ahí, aunque también aprecio un incipiente y creciente interés por conocer más sobre este continente.
Por eso he puesto especial atención en las relaciones entre México y los países africanos, utilizando como enlace a la población afrodescendiente en México (los afromexicanos), que con sus tradiciones y costumbres nos recuerdan que las y los mexicanos estamos conectados con África por lazos mucho más estrechos de los que nos imaginamos.
Por todo ello decidí valerme de una máscara como un símbolo de unión entre los pueblos africanos y el mexicano, que tienen en común este accesorio. Reconozco que al principio ese era el único objeto de utilizar una máscara, pero reflexionando y profundizando en el asunto, considero que existen múltiples aspectos de la situación actual de África se manifiestan, al menos en México, bajo una máscara que protege, distorsiona y oculta facetas. Para entenderlo mejor, conviene revisar brevemente la función social y cultural de las máscaras en África y en México.
El uso de la máscara es tan antiguo como el hombre mismo. En la prehistoria los grupos humanos fabricaron las primeras máscaras para facilitarles las labores de caza, que con frecuencia iban acompañadas con un disfraz hecho con la piel de los mismos animales. Posteriormente la humanidad comenzó a hacer rituales y danzas con este atuendo, y a las máscaras les otorgó poderes mágicos y sobrenaturales, ya que creían que tenían un espíritu o alma independiente con la cual, al portarla, podían dominar a los elementos naturales, los animales y los personajes a quien pertenecían esas máscaras.
Por esta razón las máscaras cumplían funciones religiosos y de culto en las civilizaciones antiguas, y algunos pueblos africanos fueron los primeros en utilizarlas. De los más de mil grupos étnicos que habitan en África, unos cien fabrican máscaras, y a pesar de la variedad, existen semejanzas entre ellos. Fundamentalmente emplean máscaras en cultos religiosos, en ritos funerarios, en las ceremonias de iniciación e, incluso, en celebraciones cristianas.
Se considera que el portador está en estrecha relación con el espíritu del personaje representado en la máscara y asume su personalidad, perdiendo su propia identidad y convirtiéndose en un mero instrumento, un individuo sin voluntad, al servicio del personaje de la máscara. De esta forma, la máscara se convirtió en un fetiche donde el hombre podía dominar a los espíritus, los antepasados y seres sobrenaturales a modo de protección contra la brujería y otros peligros.
En la época actual, las máscaras tienen cada vez menos importancia en la vida social y cultural de los pueblos africanos. Los carnavales son de las pocas manifestaciones en las que se mantiene la antigua esencia de las máscaras. En contraste, las máscaras son admiradas como obras de arte que reflejan la cultura africana, cuyos diseños y materiales son de lo más variado, que van desde la madera hasta el oro. Los coleccionistas y los visitantes a los museos que las resguardan no la evalúan teniendo en cuenta la función para la cual fueron creadas, sino por lo que expresan. Como consecuencia, se desconoce su significado y uso original.
Del otro lado del Atlántico, en las sociedades mesoamericanas, la función de la máscara era similar: representaban la personificación de las fuerzas superiores que ayudan a los hombres en su devenir en el mundo. Al igual que en África, en las culturas maya y teotihuacana se utilizaban máscaras de jade o mascarones en las ceremonias funerarias. Sin embargo, en estas tierras las máscaras tenían un significado más cósmico.
En otras regiones del país cumplía, además, funciones específicas en la religión, la siembra y la guerra. En el pueblo wixárika o huichol, al Occidente de México, representaban con máscaras a sus dioses y a sus enemigos, vinculadas a su vida ritual. Entre los antiguos mexicas, por otra parte, las máscaras se utilizaban en la guerra, donde sobresalían los caballeros tigre (más bien, jaguar) y los caballeros águila, la máxima aspiración para los hombres del ejército de ese pueblo guerrero, quienes portaban elegantes trajes completos que simulaban y personificaban a aquellos animales.
Muchos de los diseños de las máscaras mexicanas antiguas solo se pueden apreciar en los códices, pues la mayoría de los materiales con los que se fabricaban las máscaras eran biodegradables (papel, tela y plumas). Actualmente solo sobreviven las que fueron realizadas a base de piedra, barro o jade. Todavía hoy en los bailes típicos de algunas regiones continúan utilizándose máscaras de diablos, de jaguares o de ancianos.
A pesar del paso del tiempo, la máscara mantiene una presencia simbólica en el México contemporáneo. El ejemplo más representativo lo encontramos en la lucha libre mexicana, donde las máscaras son su principal seña de identidad y parte esencial dentro del proceso de creación de un personaje, rodeando al luchador de un entorno de misterio. Aunque muchos sólo ven en las máscaras un simple accesorio, hay muchos atletas que en su máscara denotan su vida y se toman muy en serio su papel del personaje enmascarado.
Este deporte – uno de los más populares en México – es la representación moderna de las antiguas tradiciones, dado que podemos admirar que los luchadores ocultan sus rostros con representaciones de animales (Bengala, El Felino, El Gallo Tapado, Blue Panther); seres mitológicos (Mr. Águila, Atlantis, Fishman, Drago); seres de la oscuridad (Blue Demon, Satánico, Averno, Mephisto, Tinieblas, Black Shadow) o caballeros del bien (El Santo, Místico, Sagrado, El Valiente, Fray Tormenta, Máscara Sagrada), a los que se han venido agregando algunos otros que pueden englobarse en otras categorías, donde destacan los héroes de guerra (Canek, Anibal) y los personajes del cine (El Solitario, El Zorro). Por toda esta conjunción cultural y tradicional, la lucha libre mexicana es patrimonio cultural intangible de la Ciudad de México.
Como vemos, la cultura en el uso de la máscara se ha ido transformando y adecuando a los nuevos tiempos, pero su presencia continua despertando inquietud. Friedrich Nietzsche afirma, en su obra Más allá del bien y el mal, que todo aquello que es profundo ama la máscara. Para Jorge Luis Borges, la máscara representa la obsesión humana por adquirir un rostro o personalidad que no le corresponde a su portador, lo cual le puede llevar a su autodestrucción, como lo plasma en su cuento El espejo y la máscara.
Mención aparte merece la opinión de Octavio Paz, quien en su ensayo El laberinto de la soledad, además de describir el ser del mexicano, afirma que éste tiende a ser hermético, encerrado en sí mismo y capaz de guardarse lo que se le confía, como si todo el tiempo estuviera enfundado en una máscara de luchador profesional, expresiones que revelan que la vida es para los mexicanos una lucha constante contra cualquier tipo de adversidades.
Todas estas metáforas también son susceptibles de trasladarse a todos aquellos fenómenos sociales que, al ser tan profundos, al momento de manifestarse, no revelan todas sus características y sustancias particulares, por lo que terminan encerrados en sí mismos y condenados a no mostrarse como realmente son, como si estuvieran dominados por seres que no son de este mundo.
Sin duda, la situación actual de los países africanos, al menos en México, se ajusta a estas premisas, y se muestra, en concreto, bajo una máscara negra. Y es negra no solamente por el color de piel de una parte de la población africana, sino también porque el negro está asociado a la oscuridad, a lo malo y lo negativo, cualidades que comúnmente se asocian a África, percepción que se refuerza por la prevalencia de la pobreza, las guerras, las enfermedades y tantas otras desgracias.
Esta situación ha derivado en la formación de un discurso potente en el que África es presentada como la región del mundo más desfavorecida y atrasada, que es asumida por muchos de manera automática, cuestión que oculta muchas virtudes (y aún defectos) de las culturas, los pueblos y la gente de África. Ello ha favorecido la elaboración de muchos clichés, estereotipos y mitos en torno a África, donde sus problemas se exageran y sus logros se minimizan u ocultan.
Por tales motivos la realidad africana no se presenta como en verdad es. Pero lo malo de quitarse la máscara es que todo queda al descubierto, y puede que no nos guste lo que vemos. A mí me pasa con frecuencia que, una vez que investigo sobre algún aspecto en específico, encuentro algo que no esperaba y que me obliga a cuestionar y replantear mis hipótesis.
Existe una resistencia natural que nos dificulta enterrar las creencias e ideas falsas y sustituir el conocimiento viejo por el nuevo, pero por convicción, justicia y objetividad, todos los que escribimos algo sobre África debemos desenmascarar todos los prejuicios, y ser más responsables y comprometidos para mostrar la real y auténtica realidad africana, así como difundirla y aprehenderla.
Como parte del mundo en desarrollo, México evita la tendencia al encuentro con África, lo que se debe fundamentalmente a tres motivos. En primer lugar, porque los investigadores e intelectuales están fuertemente influidos por la visión eurocéntrica, que mucho tiene que ver en la construcción de las falsas y tendenciosas afirmaciones sobre África; en segundo lugar, y muy relacionado con esto, es porque quizás no es deseable convivir con pueblos de bajo desarrollo, y si bien se han estrechado algunas relaciones con aquellos pueblos, éstas no son lo suficientemente sólidas en comparación con las de otros países.
Y finalmente, porque a menudo nos quedamos atrapados en la burbuja de los muchos asuntos y problemas internos a los que nos enfrentarnos en nuestro día a día como mexicanos, importando poco lo que pasa en un lugar tan desconocido como África. Sin embargo, vaya que nos afecta lo que pasa ahí, seamos conscientes o no de ello.
Nunca está de más recalcar que esta situación debe cambiar, y espero en verdad que algo de lo que aquí publico cambie la percepción acerca de África. La ignorancia, el desinterés y el prejuicio siguen siendo los principales enemigos que evitan la difusión de lo que pasa en ese continente, por lo cual es necesario ver, investigar y analizar su realidad de otra manera, sin utilizar esa máscara negra que nos impide mostrarla tal y como es.
Pero la culpa no es la máscara en sí misma, sino de quien se la pone. La máscara es una evocación al anonimato y del cambio de identidad, y como tal, el temor a mostrarse como es, es grande. Sin embargo, debería ser más fuerte el trabajo por descubrir la verdad. Al final, tarde o temprano, la realidad termina imponiéndose a cualquier intento por ocultar cualquier cosa.
Me gustó el artículo