África y los Juegos Olímpicos de México 1968

Fotografía: Wikimedia Commons.

En este artículo se relata cómo se desarrolló y resolvió el conflicto diplomático más importante que México tuvo que enfrentar en el marco de la organización de los Juegos Olímpicos de 1968: la amenaza de boicot a la justa olímpica por parte de los países africanos.

En 1968 yo tenía ocho años. Ahora dicen que 1968 fue un año revolucionario, y lo fue, por lo menos para mí. La verdad que en 1968 yo no estaba para revoluciones, me preocupaban otras cosas. Me preocupaba, por ejemplo, que el pobre fugitivo estuviera siempre huyendo cuando todos sabíamos que no había matado a nadie. También me preocupaba que el televisor que mi padre acababa de comprar no llegara a tiempo al festival de Eurovisión.

El extracto anterior es una cita del primer capítulo de la icónica serie de Televisión Española (TVE) Cuéntame cómo pasó, que sintetiza lo que representó el año de 1968 para el mundo: revolución y modernidad, que se abrían paso en medio de la confrontación bipolar de la guerra fría.

Y en efecto, ese fue un año convulso. En el plano internacional se libraba la guerra en Vietnam, y estalló la llamada Primavera de Praga. También se suscitaron protestas estudiantiles en el marco del movimiento del mayo francés, mientras que estaba a tope la carrera espacial entre la Unión Soviética y los Estados Unidos, así como los asesinatos en este último país de Martin Luther King y de Robert F. Kennedy.

Para México también se trató de un año importante y definitorio. Tras el impulso que supusieron las reformas cardenistas (1934-1940), durante los años sesenta del siglo XX el país crecía y se modernizaba de la mano del modelo económico conocido como el desarrollo estabilizador. La economía crecía en un promedio del 6% anual, la inflación estaba controlada y había estabilidad cambiaria.

A la par, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) mantenía un dominio absoluto en la escena política nacional, y aunque continuaba proyectando el discurso del nacionalismo revolucionario que le dio origen, no dudaba en utilizar todos los medios posibles para reprimir cualquier amenaza al orden público y al régimen político presidencialista, que en aquel entonces se encarnaba en la figura del presidente Gustavo Díaz Ordaz, ante una oposición casi inexistente.

En síntesis, el éxito económico descansaba bajo una cohesión social muy frágil. Y justamente en 1968 el desarrollo estabilizador se encontraba en su cenit, y para coronar todo este “milagro mexicano”, el país se preparaba para celebrar las XIX olimpiadas de la era moderna, el evento deportivo más importante del mundo.

Cinco años antes, es decir, en 1963, la ciudad de México fue elegida por el Comité Olímpico Internacional (COI) para albergar la olimpiada, en detrimento de las ciudades Lyon, Buenos Aires y Detroit, que también se postularon. Esta era la primera ocasión en la cual se otorgaba la sede a un país emergente y de Latinoamérica.

En buena medida, la elección de la Ciudad de México se debió a los esfuerzos e influencias del presidente del Comité Olímpico Mexicano (COM), José de Jesús Clark Flores – amigo personal de Avery Brundage, entonces presidente del COI – y del ex gobernador de Tamaulipas Marte R. Gómez, quien también era miembro del COM.

A nivel geopolítico, albergar la sede de los Juegos Olímpicos no es un asunto menor. No cualquier nación tiene la capacidad para organizar el evento, debido a que es necesario contar con las instalaciones y la infraestructura adecuadas para que las competencias deportivas se lleven a cabo de la mejor manera y sin contratiempos, y solo los más desarrollados pueden realizar las inversiones y gastos que todo ello conlleva.

Pese a ello, son varias las ciudades del mundo que se apuntan para que en su territorio se encienda el fuego olímpico. Las motivaciones principales tienen que ver con aspectos económicos, turísticos, propagandísticos y, por supuesto, geopolíticos. Pero también ser sede de los Juegos Olímpicos es un honor, y representa un valor simbólico muy importante.

Vista de la villa olímpica que se construyó al sur de la Ciudad de México para hospedar a los atletas de todo el mundo. Fotografía: Wikimedia Commons.

Los Juegos Olímpicos de la antigüedad surgen en la Grecia antigua como una forma de negociar los conflictos bélicos entre las ciudades-estado, quienes mandaban a sus habitantes más vigorosos para participar en ellos y competir con los del resto de las ciudades, a quienes representaban, pero al final, la gloria olímpica era individual, y destacaba en lo que podían hacer más allá de los límites físicos y mentales.

Inspirado en la civilización griega, y decidido a rescatar el espíritu heleno de la antigüedad, el historiador y pedagogo francés Pierre de Coubertein impulsa el renacer de los Juegos en 1896, llevándose a cabo la primera olimpiada de la era moderna en la ciudad de Atenas, Grecia, de donde se trasladó a todo el mundo, bajo el ideal de fomentar el desarrollo de la humanidad a través del deporte y del esfuerzo físico.

Para el barón francés, “lo importante no es ganar, sino participar” y “lo esencial en la vida no es vencer, sino luchar bien”, resaltando valores como la universalidad, la igualdad de oportunidades, el esfuerzo y el sacrificio. De esta manera, el olimpismo resalta emociones muy profundas, donde el honor y la entereza se demuestra en el juego limpio, sin ninguna necesidad mas que la gloria personal de saberse superior a la adversidad. Esta mística resume el significado del espíritu olímpico.

A su vez, las olimpiadas forman parte de la metáfora de la confrontación bélica: el combate cuerpo a cuerpo, el tiro con arco, el tiro deportivo y la marcha se han convertido en disciplinas deportivas que no tienen nada que ver con la guerra, sino en demostrar las habilidades de los atletas, sin un propósito beligerante. Y como en toda competición de cualquier tipo, todas las naciones quieren ganar, pero para ello deben de demostrar que son superiores a sus adversarios. El triunfo es sobre ti mismo, pero te echas la bandera de tu país en la espalda.

Por supuesto que un enfrentamiento deportivo es mejor que un enfrentamiento bélico, que dejan a su paso muertes, hambrunas y destrucción. En su lugar, es menester promover la paz y la convivencia pacífica entre todas las naciones del mundo. Por tanto, la sede de los juegos (rotativa por todo el planeta cada cuatro años) debe promover esos objetivos y resaltar el espíritu olímpico.

En este sentido, el año de 1968 parecía ser la ocasión perfecta para que México se convirtiera por unos días en el centro del mapa político internacional, presumiendo su acelerado desarrollo a todo el mundo, en vísperas de alcanzar la modernidad, y suponía, en caso de éxito, tener ganancias en cuanto a reputación e imagen internacional. Porque en cuanto al aspecto económico se refiere, realizar la justa olímpica es siempre deficitario. En este punto, en la Ciudad de México se realizaron inversiones y los gastos por un monto de dos mil 198 millones 800 mil pesos, de acuerdo con el reporte financiero final del Comité Organizador de los Juegos Olímpicos que presidía el connotado arquitecto Pedro Ramírez Vázquez.

El escenario era perfecto, pero una serie de protestas estudiantiles que buscaban una mayor democracia y la liberación de presos políticos culminaron con la célebre masacre de Tlatelolco el 2 de octubre de ese año, y este trasfondo ensombreció la realización de los juegos a tan solo diez días antes de su inauguración en el estadio olímpico universitario, con un mensaje de paz y hermandad.  

Este evento trajo importantes consecuencias políticas, económicas y sociales para el país, pero se vieron reflejadas en años posteriores. Por su parte, los Juegos Olímpicos de México se desarrollaron con normalidad, y fueron una fiesta. Pero esto no pudo haber sido así.

El movimiento estudiantil del 68 no representó la única amenaza con la que tuvo que lidiar el gobierno de Díaz Ordaz para asegurar el éxito de la olimpiada mexicana. A nivel internacional, tuvo que resolver un conflicto diplomático bastante delicado, relacionado con los países africanos por la cuestión de la segregación racial. Sin más preámbulo, revisemos con detalle qué fue lo que generó esta discusión.

A partir de 1960 África se empezó a descolonizar, y para 1968 ya teníamos un buen contingente de atletas africanos que participaban en los Juegos Olímpicos. Y mientras el COI aceptaba miembros, en 1963 Sudáfrica fue suspendida por este organismo debido a sus políticas de discriminación racial, que atentaban contra los principios en los que se fundaban los juegos. Por tanto, no asistió a los Juegos de Tokio 1964.

Sin embargo, sus dirigentes deportivos trabajaron en la reincorporación del país, poniendo sobre la mesa el argumento de que en las pruebas deportivas ya se aceptaban “atletas de color” representando al país, y que en los deportes en equipo estaba dispuesto a enviar equipos multirraciales. Pero en realidad intentaban maquillar el problema para conseguir la readmisión, sin cambios estructurales encaminados a desaparecer las políticas de discriminación y racismo.

Ocho meses antes de los juegos, es decir, en febrero de 1968, la cancillería mexicana y el comité organizador fueron avisados de que el COI había readmitido a Sudáfrica. Cuando el COI avisó a México que Sudáfrica tenía que ser invitado erró en el destinatario, pues envió la carta al Comité Olímpico Mexicano y no al Comité Organizador.

Esta decisión provocó la molestia de muchos países y una reacción en cadena. En primera instancia, los ministros de la Organización de la Unidad Africana plantearon una resolución conjunta muy severa como respuesta a la readmisión de Sudáfrica al COI. Se daba por descontado que 22 países africanos no asistirían a México por el efecto Sudáfrica, amén de dos asiáticos (Siria e India), un americano (Jamaica) y un europeo (Yugoslavia).

Otros países que pedían una rectificación de la decisión eran Italia, Suecia, Bulgaria, Líbano, Suiza, Brasil, Bélgica y Mongolia. Y en el mismo COI, diez de sus integrantes protestaron a título personal. La crisis fue de tal magnitud, que fue la mayor desde Berlín 1936 con el problema del antisemitismo nazi.

De esta manera, el Apartheid se convirtió en el tema principal de los juegos mexicanos, y era evidente que la readmisión de Sudáfrica estaba dañando al país sede, que había tenido una “posición intachable”, poniendo en entredicho los ideales olímpicos que el COI tenía la obligación de cumplir y salvaguardar, y que las políticas sudafricanas eran un crimen de lesa humanidad.

En el pasado, México fue de los primeros países del mundo en sumarse al embargo internacional contra Sudáfrica por este sistema, pero ahora se veían obligados a recibir a su delegación olímpica. De esta manera, el país se enfrentó al dilema de cumplir sus compromisos deportivos y respetar los principios que caracterizan a la nación, en específico, la lucha contra todas las formas de discriminación. Los mexicanos tuvieron que hacer que el COI entrara en razón. Según testigos, el presidente Gustavo Díaz Ordaz le habría dicho al comité organizador: “esos cabrones no entran”.

Si tal era la premisa, era necesario trabajar con las naciones africanas, no contra ellas. Y así fue. El camino elegido por los mexicanos fue el correcto, y presionó a Brundage y los miembros de la comisión ejecutiva del COI (en su mayoría, de países anglosajones). La apelación mexicana consiguió que se reunieran el 24 de abril de 1968 en Lausana, Suiza. Pero antes de la crucial reunión, la diplomacia mexicana tuvo que poner manos a la obra.

En primera instancia, se ordenó al embajador mexicano en Etiopía a platicar el asunto con el emperador Haile Selassie, con quien había una excelente relación. A pesar de ello, le advirtió que la situación era delicadísima, y que su nación se abstendría de asistir a los juegos si se invitaba a Sudáfrica, y que su reacción era apenas una muestra de lo que venía. Y tenía razón. Tras la plática, la sugerencia del embajador mexicano en Etiopía al comité organizador de los juegos era mostrar una actitud activa y militante de México entre las jóvenes naciones africanas.

Posteriormente, el embajador en Ghana, Eduardo Madero, se reunió en Brazzaville con el Consejo Supremo del Deporte Africano, para dejar establecida la posición mexicana: que la decisión era del COI, y nada tenía que ver con el gobierno mexicano, e insistieron que la presencia de los sudafricanos atentaba contra los principios de la política exterior mexicana.

Por su parte, Ramírez Vázquez argumentó que no era el boicot africano lo que constituye una intromisión de la política en el ambiente olímpico, sino lo que es político, es la actitud del gobierno y el comité olímpico sudafricanos para justificar y legitimar su sistema de exclusión, y que su insistencia en ser readmitidos, lo que convirtió un asunto olímpico en político.

Esta estrategia funcionó, y los miembros de la comisión ejecutiva del COI fueron sensibilizados. Para garantizar el voto a favor de la exclusión de Sudáfrica, los mexicanos tuvieron que realizar algunas concesiones, entre las que destacó el levantamiento del veto en México contra la empresa distribuidora Columbia Pictures (propiedad de uno de los miembros de la comisión) por un problema con la distribución de las películas de Cantinflas. También se negoció que el tenis sería deporte de exhibición en los Juegos, a costa de la charrería, el deporte nacional de México por excelencia.

En vista de las negociaciones, Brundage pidió que la votación fuera unánime, y ratificó la resolución de la junta a los miembros del COI por telegrama. La expectación de la prensa era enorme respecto a la decisión de la comisión. Así, se dio la noticia global de que Sudáfrica no iba a poder asistir a México 1968. Y en efecto, no asistió. Lo único que quedó fue la elegante invitación a Sudáfrica empastada y cubierta de tela, misma que nunca fue enviada, y permanece en el despacho del arquitecto Ramírez Vázquez.

Pese a su exclusión, el tema de la segregación racial siguió presente en México 68. El gesto más conocido fue el podio de los 200 metros planos, en el cual pudimos ver a los atletas Tommie Smith y John Carlos en el podio alzando el puño en protesta contra la segregación racial en los Estados Unidos, así como al australiano Peter Norman (el atleta que completó el podio en esa ocasión) que también se unió a la protesta.

Los atletas estadounidenses Tommie Smith y John Carlos protestan contra la segregación racial en su país durante la ceremonia de premiación de los 200 metros planos, en los Juegos Olímpicos de 1968. Fotografía: Picryl.

Sudáfrica permaneció vetada de toda justa olímpica hasta los juegos de Barcelona, en 1992, que marcó el regreso del país ante la inminente caída del Apartheid. El éxito con el cual la diplomacia mexicana y el COI resolvieron la amenaza del boicot africano no pudo ser replicada en las ediciones posteriores de los Juegos Olímpicos. Nacionalismos, enemistades políticas, boicots sí realizados y hasta terrorismo han hecho presencia en el mayor evento deportivo.

La creciente mediatización y difusión de la competición han convertido a los juegos en una mayor ventana al mundo, un escenario donde se libran disputas geopolíticas y un gran negocio donde miles de marcas comerciales patrocinan a los atletas más reconocidos y a los mismos juegos. Es todo, menos un espectáculo apolítico, como se pensó en un inicio. Son el resumen del estado del arte de la política internacional de cada momento.

1968 fue, efectivamente, un año que marcó un antes y un después, tanto para México como para el mundo, y la olimpiada de ese año se inscribe en este proceso. Lo más sobresaliente del conflicto que revisamos fue que observamos una de las primeras demostraciones de que África unida tiene un gran poder de negociación, y ésta es otra de tantas lecciones que nos dejó ese año que transformó al mundo. La revolución y la modernidad llegaron para quedarse, aunque sus efectos no han sido del todo buenos.


Carlos Luján Aldana

Economista Mexicano y Analista político internacional. Africanista por convicción y pasatiempo. Colaborador esporádico en diversos medios de comunicación internacionales, impulsando el conocimiento sobre África en la opinión pública y difundiendo el acontecer económico, geopolítico y social del continente africano, así como de la población afromexicana y las relaciones multilaterales México-África.

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