Crónica de la primera rebelión de esclavos en la Ciudad de México

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Los acontecimientos que a continuación se relatan tuvieron lugar entre septiembre y diciembre de 1537, donde un grupo de esclavos africanos en la Ciudad de México tramaron una conspiración contra las autoridades coloniales, en lo que se convirtió en la primera insurrección importante de su tipo dentro del territorio mexicano.

Nos remontamos a los primeros años de la conquista de México. Tomando como base los territorios que pertenecieron al imperio mexica, los españoles se dispusieron a extender los dominios del rey de España en América, cumpliendo con lo dispuesto en el Tratado de Tordesillas. Su afán de aventuras y riquezas, así como el deseo de emular las hazañas de Hernán Cortés y sus hombres, estimularon la llegada de miles de europeos a la Nueva España, quienes sometieron a trabajos brutales a los indígenas, cuya población disminuía dramáticamente.

Al mismo tiempo se llevaban a cabo las misiones de evangelización de los indios – la otra conquista – y los religiosos que estaban a cargo de estas actividades no fueron indiferentes a la desgraciada situación de la raza de los vencidos, y consiguieron que los monarcas españoles, sus ministros y el Consejo de Indias emitieran cédulas que favorecían la libertad y el buen trato de los vencidos, lo cual perjudicaba a los intereses y la codicia de los conquistadores.

Este factor, sumado al deseo de explotar las minas y fomentar el cultivo de la caña de azúcar, trajeron como consecuencia la introducción de esclavos negros de África en todas sus posesiones. No era entonces reprobada la esclavitud. En algunos concilios y doctrinas filosóficas, de derecho y teología se tenía por justa y legal la de los negros. Y como ellos ya estaban degradados “por naturaleza” a ese lamentable estado, y los indios eran considerados, al menos en papel, como súbditos del rey de España, se procedió al embarque de miles de personas de África en condición de esclavitud.

Los primeros que llegaron a México formaban parte del ejército de Cortés, y ya en los primeros años de la conquista comenzaron a llegar de forma sistematizada. El abuso y descontrol en las licencias que otorgaba la corona para traer esclavos al Nuevo Mundo pronto causó alarma entre los españoles radicados en las colonias, pues su número llegó a ser muy excesivo. En el caso particular de la Nueva España, cuando llegó el primer virrey Antonio de Mendoza su número era desconocido, aunque con toda seguridad era de varios miles, porque los asientos se extendían con facilidad, y el contrabando de esclavos a gran escala burlaba la poca vigilancia de los oficiales reales.

Los negros en la Ciudad de México, calculando su número, la debilidad relativa de las fuerzas de la colonia y teniendo la esperanza de contar con el apoyo de los indios, conspiraron secretamente contra los españoles para apoderándose de la tierra, y a este fin eligieron entre ellos un rey y prepararon armas para la sublevación. Las duras condiciones de trabajo forzado y servidumbre habían desarrollado entre ellos una gran tendencia por el uso y manejo de las armas, las rebeliones y la delincuencia, ejerciendo una enorme presión en la vida pública de la ciudad.

En esa época era común que las autoridades otorgaran el derecho de poseer y portar armas a aquellos negros, con el objeto de proteger a sus amos, muchos de ellos personalidades importantes y funcionarios destacados dentro de la sociedad novohispana. Pero pronto todos los esclavos se sentían con la plena confianza de llevar armas, y aprovecharon esa oportunidad para intentar liberarse del yugo de la esclavitud.

Sin embargo, el 24 de septiembre de 1537, uno de los negros denunció la conspiración al virrey Mendoza. Este último, comprendiendo la inmensa gravedad del peligro, envío algunos espías para tener total seguridad de la veracidad de la revelación. Inmediatamente después de que confirmó las sospechas, el escogido para rey (cuyo nombre desafortunadamente no se registra en la historia) y los principales conjurados fueron aprehendidos, y se alertó con correos a todos los pueblos y minas en donde había negros, encargando mucha vigilancia.

Confesaron los negros aprehendidos, y muchos de sus cómplices fueron denunciados por ellos mismos. Y entonces Antonio de Mendoza, presa del pánico, ordenó un terrible acto de crueldad: mandó reprimir a los rebeldes mediante el uso excesivo de la fuerza pública, matando a multitud de aquellos hombres. Los principales protagonistas fueron descuartizados, y se enviaron a otros a los principales pueblos y minas para que sufrieran igual suplicio, y de esta forma sirviera de escarmiento a los demás esclavos.

Se cita un caso en donde, a las minas de Amatepec, en el actual Estado de México, mandó el virrey a Francisco Vázquez de Coronado a que llevase hasta ahí 24 esclavos para asesinarlos. De igual forma, unos indios aprehendieron de entre los conjurados a cuatro negros y una negra que habían huido de la ciudad, y los mataron también por instrucciones de Mendoza, y con el objeto de que los cadáveres no se corrompiesen mientras los traían a presentar ante el Virrey, les pusieron sal como a la carne de res para conservarlos.

El temor del virrey fue tan grande que, en diciembre de ese mismo año, escribió al rey de que no consintiese el envío de más esclavos negros a la Nueva España, que se le remitiesen armas en la mayor brevedad y que le mandasen cargamentos de pólvora. Además dictó algunas disposiciones que limitaron la tenencia de armas en los esclavos. La severidad de su reacción se explica también por el peligro que representaba una posible alianza entre negros e indios, lo cual hubiera sido desastroso para las autoridades, al grado de perder la colonia.

Como vemos, la rebelión no prosperó. Es más, tan siquiera puede decirse que se llevó a cabo en la práctica como una insurrección, que sin duda hubiera sido de grandes proporciones, pero que fue descubierta y denunciada antes de que se levantaran en armas. Pero lo relevante del asunto es que demostró que un movimiento social de grandes magnitudes podía poner en jaque a las autoridades coloniales.

La trata de esclavos africanos continuó por muchos años, y muchas más rebeliones estallaron por todo el territorio mexicano, algunas de las cuales causaron profundos dolores de cabeza a los gobiernos virreinales. La lucha contra la esclavitud en México fue larga, pero el reconocimiento pleno de los derechos fundamentales de las personas afrodescendientes dentro y fuera de nuestro país es un asunto que hasta nuestros días sigue pendiente.

Referencia: México a través de los siglos, Tomo III.


Carlos Luján Aldana

Economista Mexicano y Analista político internacional. Africanista por convicción y pasatiempo. Colaborador esporádico en diversos medios de comunicación internacionales, impulsando el conocimiento sobre África en la opinión pública y difundiendo el acontecer económico, geopolítico y social del continente africano, así como de la población afromexicana y las relaciones multilaterales México-África.

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