El lado oculto de lo salvaje en África

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Imagen de Christine Sponchia en Pixabay.

El continente africano está lleno de sitios considerados como maravillas naturales, cuya belleza y magnificencia atraen la atención de millones de personas, al grado que sus extraordinarios paisajes se encuentran dentro de las primeras imágenes que se nos vienen a la mente cuando pensamos en África. A continuación nos adentraremos en este mundo fantástico, pero de una forma distinta a la que estamos acostumbrados.

Este no es el típico relato de las historias de la vida salvaje en África. No profundizaremos en la convivencia entre los miembros de una manada de grandes felinos, ni tampoco sobre sus técnicas de caza, ni mucho menos en las características físicas de algunos de los animales que viven en una aparente libertad. Aquí revisaremos todo lo que se encuentra detrás de ello, particularmente, la repercusión e importancia que representa para los países africanos la conservación de sus hábitats y áreas naturales, su impacto económico y ecológico, así como las relaciones que los distintos pueblos del continente han forjado con su entorno natural, que se manifiestan en sus costumbres, tradiciones, historia y cultura, entre muchos otros aspectos más.

Se estima que África posee más de mil 200 áreas naturales protegidas y parques nacionales, que comprenden aproximadamente dos millones de kilómetros cuadrados, superficie equivalente al 6.58% del continente, que albergan una rica y variada biodiversidad animal, vegetal y marina. Hoy en día estas zonas quizás sean la mejor carta de presentación de África ante el resto del mundo, y un atractivo turístico capaz de atraer inversiones y de potencializar el crecimiento y el desarrollo de sus economías. Pero al mismo tiempo, estas zonas naturales se encuentran amenazadas por la actividad del ser humano, que podría revertir todos los beneficios que la naturaleza ofrece.

Entre las amenazas más importantes se encuentran la urbanización y el crecimiento descontrolado de las ciudades, la caza furtiva, el tráfico ilegal de especies y los efectos del cambio climático. En relación a este último, los expertos estiman que para el año 2100 este fenómeno por sí solo podría causar la pérdida de más de la mitad de las especies de aves y mamíferos de África, así como de algunas especies de plantas, consecuencias que serían terribles para sus ecosistemas.

Es por esto que la protección y conservación de la naturaleza y la vida silvestre debería ser un componente estratégico para el renacimiento y el desarrollo de África, a partir de una visión integral, incorporando la participación activa de todos los sectores de la sociedad en pro del fortalecimiento del patrimonio natural del continente mediante la cooperación regional, reafirmación cultural y desarrollo sustentable.

Desafortunadamente, los mecanismos e instrumentos que se han implementado para este propósito se encuentran severamente influenciados y dominados por los intereses nacionales e internacionales, debido a que las áreas naturales son vistas como un jugoso negocio, donde la conservación de la naturaleza pasa a un segundo término, sujetándose a una lógica lucrativa.

Un informe realizado por la Asociación Comercial de Viajes de Aventura (ATTA, por sus siglas en inglés) reveló que el turismo de observación de vida silvestre es un importante segmento del turismo africano, que representa el 80% de los viajes anuales al continente. La industria turística está en pleno auge, convirtiéndose en un sector que conlleva desafíos y oportunidades para las empresas y las comunidades cercanas a las zonas de flora y fauna africanas, muy de moda entre la socialité mundial.

Con el tiempo, el espíritu de aventura se fue convirtiendo en una experiencia adaptada a los gustos de los visitantes, incrementándose la oferta. Hay paquetes y tours de todo tipo, aunque cada vez más proliferan aquellos que sólo son accesibles para los bolsillos de los multimillonarios, los cuales incluyen traslados en vehículos 4×4, vistas increíbles, viajes en globos aerostáticos, acampar en una montaña y hospedarse en un hotel con todos los servicios y comodidades.

Según la Organización Mundial de Turismo, la llegada de turistas internacionales supera al promedio mundial en los últimos siete años, que en 2017 aportaron 37 mil millones de dólares. Kenia, Tanzania, Sudáfrica y Namibia son los principales lugares que concentran estos servicios y reúnen las condiciones para el florecimiento de este segmento turístico.

Hipopótamos en el Parque Nacional Kruger al noreste de Sudáfrica, que es una de las mayores reservas de animales del continente. Fotografía de Diego Delso en Wikimedia Commons.

Todas estas cifras en torno al turismo de safaris no son nada despreciables, pero su impacto no es tan positivo sobre las comunidades locales africanas, puesto que sus efectos se encuentran desconectados del curso de su vida social y económica, que inclusive afectan su modo tradicional de vida al producirse una paulatina degradación del medio ambiente. El gran reto que tienen los países africanos es encontrar una forma más eficiente de gestionar los safaris y áreas naturales sin alterar los procesos de reproducción animal y los ciclos de la naturaleza.

Un modelo bastante interesante que algunos países africanos (sobre todo en el Sur) han venido implementado son los Peace Parks, o áreas de conservación transfronterizas de la biodiversidad, creadas sobre las fronteras comunes entre varios países y que son administradas por todos. Sin embargo, sus resultados no han sido los esperados, fundamentalmente porque su realización ha estado severamente obstaculizado por los intereses nacionales y las fricciones causadas por la insuficiente consulta comunitaria y otros asuntos sensibles, como los flujos de bienes y de personas entre los países involucrados.

Esta forma de administración de las riquezas naturales no es la única que existe en África. También tenemos los parques naturales, áreas naturales protegidas y los safaris. Es importante marcar las diferencias entre cada uno de ellos. En sentido estricto, al hablar de un parque nos referimos a un terreno que se destina exclusivamente para un solo uso (usualmente para fines de conservación), mientras que un área natural protegida combina usos múltiples de la tierra (áreas de conservación, zonas de tránsito de tribus nómadas e, incluso, concesiones de caza).

Por su parte, el safari es realmente el producto estrella que se ofrece a los visitantes, cuyas características ya marcamos anteriormente, y pese a su gran valor, el modelo de negocio está en riesgo, debido a que algunas de las especies más apreciadas en este tipo de experiencias, como los elefantes y los rinocerontes, corren peligro por el desarrollo de prácticas ilícitas, como la caza furtiva y el tráfico ilegal de especies.

En especial conmueve el tráfico ilegal de colmillos de elefantes, pero este es un asunto que África viene arrastrando del pasado. Muchos pueblos y sultanatos africanos antiguos (sobre todo del occidente y la costa oriental del índico) practicaban el comercio de marfil con los europeos, árabes y chinos a cambio de mercancías inexistentes en sus regiones. El problema ahora es que el número de ejemplares cae dramáticamente.

Desde 1989 el comercio mundial de marfil está prohibido. Hace cinco años el gobierno keniano quemó los colmillos de 6.700 elefantes cazados para el tráfico de marfil, un gesto simbólico y un mensaje importante para detener esta barbarie, y fue el propio presidente Uhuru Kenyatta quien les prendió el fuego. Pero las redes de tráfico ilegal se las arreglan para continuar con esta perversa práctica.

Muy relacionado con lo anterior es la caza indiscriminada, en la cual los países africanos tienen que endurecer las medidas y castigos para quienes cometan este delito, que cobra mayor importancia ante las crecientes evidencias de que el comercio ilegal de las presas genera recursos para financiar las actividades de los grupos armados que operan en el continente. No obstante, y como veremos más adelante, estas medidas no deben ser implementadas de forma abrupta.

Las especies vegetales tampoco se salvan de la destrucción. El árbol del baobab, de gran valor cultural para algunas culturas africanas, y que brinda importantes servicios ambientales, se encuentra al borde de la extinción por la tala indiscriminada, causada por el descubrimiento de propiedades nutricionales que se traducen en la elaboración de suplementos alimenticios.

Todas esas criaturas y seres no están conscientes de las convulsiones provocadas a su alrededor por los seres humanos, pero para nada son ajenas a estos procesos, en los que también desempeñan un papel que no podemos dejar de ignorar. Un ejemplo muy evidente lo tenemos en los camellos, quienes desde tiempos precoloniales recorren decenas de kilómetros a lo largo del desierto del Sahara fungiendo como medios de transporte de mercancías, jugando un papel determinante en las caravanas comerciales que se realizan en los lugares de la región.

Como ellos, muchas especies forman parte de los procesos sociales africanos, bajo una combinación extraña de admiración, encanto, misterio y temor. Pero los elefantes, leones, rinocerontes o serpientes son los más peligrosos de África. El más asesino es el Anopheles, un pequeño mosquito que transmite la malaria, responsable de la muerte de medio millón de personas al año. Por el contrario, en algunas ocasiones son víctimas inocentes de los conflictos armados que estallan en África, como el aniquilamiento de muchos gorilas durante el genocidio de Ruanda y las guerras del Congo.

Vista del parque nacional de Nairobi, ubicado a pocos kilómetros de esta ciudad. Los edificios que se divisan a lo lejos son un fiel reflejo del encuentro entre lo natural y lo moderno, equilibro al que aspiran lograr las naciones africanas. Fotografía: Pxfuel.

Una nación que no protege a los seres vivos presentes en su territorio difícilmente prosperará. Probablemente el país africano que mejor refleja la validez de esta premisa es Madagascar. El 70% de las especies que habitan esta isla son endémicas, en el cielo, el mar y la tierra, y por lo mismo, es uno de los países megadiversos del mundo. Esta gran riqueza natural que posee contrasta con la crónica miseria en la que vive la mayor parte de la población malgache. Esta contradicción no debería ser tal.

Esta nación tiene por delante el gran reto de crear un modelo alternativo donde el desarrollo sustentable sea el núcleo de sus políticas. Lamentablemente la isla se enfrenta a graves amenazas ambientales que golpean fuertemente a este frágil paraíso, y lo peor de la situación es que desde el exterior no ha recibido el apoyo que requiere para proteger y conservar su gran biodiversidad.

Por el contrario, se ha creado una imagen de Madagascar que no corresponde a su realidad. Para muestra, recordemos el mensaje de la película de Dreamworks que lleva el nombre del país: es mejor vivir bajo las rejas de un zoológico de Nueva York que vivir en libertad en las selvas de Madagascar.

Por todo lo anterior, y en comparación con otras regiones del planeta, en África es más evidente la conexión entre la historia natural y la historia social, cuyo producto es la conformación de una tradición cultural milenaria de respeto y admiración hacia la naturaleza, sus elementos y al reino animal, conformada de cuentos, fábulas, proverbios y enseñanzas, donde los animales y los elementos de la naturaleza son los principales protagonistas. El resultado final de este proceso fue el surgimiento de las grandes civilizaciones africanas, que contribuyeron enormemente al progreso de la humanidad.

Al ser África un santuario de animales, los antiguos pueblos no dejaron de admirar las especies, apropiándose de algunas de ellas. En el Egipto antiguo, por ejemplo, los dioses tomaban forma de animales diversos, como el escorpión, el escarabajo, la serpiente y algunos peces. El león de Judá, por su parte, fue el símbolo de la dinastía imperial de Etiopía, pese a que, paradójicamente, en este país no viven leones. Actualmente en los escudos de armas de muchos países africanos encontramos animales: los elefantes, leones, caballos y águilas son los más comunes.

Todavía hoy sobreviven grupos humanos cuya supervivencia depende de la aprehensión material y cultural de los elementos de su entorno natural inmediato. En este sentido, es paradigmático el caso de los sanes o bosquimanos, uno de los pueblos más antiguos del mundo de los que se tiene registro, que se dedican desde tiempos remotos a la caza y la recolección. Actualmente enfrentan una disputa legal contra el gobierno de Botsuana, en los que buscan defenderse de los embates del gobierno por limitar su ancestral modo de convivencia comunitario en el desierto del Kalahari, relacionados con la prohibición de la caza, celebrado por las asociaciones proteccionistas de animales, pero que afecta directamente el modo de vida de este grupo, que es de los pocos que presentan una cosmovisión fundada sobre el conocimiento del funcionamiento del mundo natural, el delicado equilibrio de la vida y la espiritualidad interior, poniendo al desnudo nuevamente la incompatibilidad de la lógica proteccionista occidental con las especificidades de los pueblos africanos.

Otro pueblo que depende directamente de la naturaleza para sobrevivir son los fulanis, pastores nómadas musulmanes que habitan en los países del Sahel, quienes se ven sometidos a fuertes presiones por la escasez de agua, la degradación del medio ambiente en el que se desenvuelven y están constantemente expuestos a la violencia imperante en la región.

Como podemos ver, es mucho lo que se encuentra detrás de esas imágenes que vemos de los desiertos, las sabanas, las selvas y los bosques de África. El cuidado de la naturaleza es un tema sensible en cualquier parte del mundo, pero que en África su importancia es mucho mayor por todo lo que ya hemos repasado.

Los países del continente necesitan remitirse a su historia para retomar la base natural sobre la que prosperaron sus civilizaciones antiguas: tomar de la naturaleza solo lo necesario, sin renunciar a sus ideales de progreso social y económico. África posee un invaluable tesoro, del cual debe sacar provecho de una manera responsable y sustentable, pero del que actualmente apenas puede disfrutar.

Sus safaris, parques nacionales y áreas naturales protegidas tienen un gran valor de uso, mismo que no se puede medir en términos económicos. Los gobernantes africanos deben de tener siempre esto en mente al momento de definir acciones en esta materia. No es posible revivir una especie peligro de en extinción ni con todo el dinero del mundo. La modernidad económica imperante nos han hecho olvidar que los seres humanos dependemos de la naturaleza para vivir, y resulta urgente plantear una nueva dinámica social equilibrada entre las personas y la naturaleza. Es una cuestión de conciencia y educación. Las generaciones del futuro deben disfrutar, como nosotros, de las maravillas naturales que existen a nuestro alrededor.


Carlos Luján Aldana

Economista Mexicano y Analista político internacional. Africanista por convicción y pasatiempo. Colaborador esporádico en diversos medios de comunicación internacionales, impulsando el conocimiento sobre África en la opinión pública y difundiendo el acontecer económico, geopolítico y social del continente africano, así como de la población afromexicana y las relaciones multilaterales México-África.

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