Lecciones y experiencias desde África para combatir la pandemia del COVID-19 en el mundo

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Imagen de Erika Varga en Pixabay

En los últimos días del 2019 apareció en China una nueva enfermedad infecciosa causada por una nueva cepa de coronavirus. Tan solo tres meses después se convirtió en una pandemia, y hasta ahora un millón de personas han sido contagiadas y se han registrado alrededor de 50 mil muertes en todo el planeta. Los gobiernos y los sistemas de salud pública se han visto desbordados por esta situación, obligando a la población a emprender dolorosas medidas para protegerse. Ante este desastre mundial es sumamente urgente y necesario rescatar experiencias previas para combatir mejor esta nueva pandemia, y en este aspecto, África tiene un amplio camino recorrido.

Sin duda alguna nos estamos enfrentando a una crisis mundial de gran magnitud, que no se veía desde la segunda guerra mundial, pero ahora la lucha es contra un microorganismo que llegó para quedarse, cuyo impacto ha sido la paralización de una buena parte de la economía mundial, paros en las industrias y los negocios, cancelación o suspensión de eventos de todo tipo y el desplome de los mercados bursátiles. Y no hay tiempo que perder antes de que esta situación se agrave aún más. Por tal motivo, en estos momentos es crucial voltear a ver otros casos similares a éste para retomar lecciones y enseñanzas de otras epidemias.

Por supuesto que la enfermedad del COVID-19 es distinta a otras, como el ébola, el VIH-SIDA, el paludismo, la tuberculosis y el cólera, pero todas éstas nos darán las pautas y patrones clave para saber qué se hizo bien y qué se hizo mal en un contexto de emergencia sanitaria como la actual. Sin más preámbulo a continuación se señalan las que, a mi juicio, son las lecciones y experiencias más útiles, de las que podemos extraer grandes conclusiones.

Replantear el modelo de urbanización actual.

Comienzo hablando sobre un aspecto un tanto ignorado, pero crítico para saber cómo fue que surgió esta pandemia de coronavirus. En las últimas décadas se ha incrementado el número de enfermedades transmitidas de animales a humanos, y cuyo origen es casi siempre algún lugar de Asia o África. El COVID-19 no fue la excepción. Y está comprobado que el surgimiento de estas enfermedades está directamente relacionado con cambios sin precedentes en las actividades humanas y en las altas tasas de urbanización, principalmente en estos dos continentes. La invasión humana a los ecosistemas naturales provoca un mayor contacto con animales salvajes, que son portadores de virus desconocidos, lo que incrementa la probabilidad de que surja un nuevo patógeno.

Por ello, hace falta un cambio en el modelo de urbanización y transitar hacia otro más sustentable y responsable, así como mejorar la gestión de los asentamientos humanos. La tarea es compleja, pero necesaria. El brote de COVID-19 terminará, pero no sabemos cuándo nos va a tocar enfrentar el siguiente.

La importancia de un buen sistema de salubridad pública a nivel nacional.

Cualquier epidemia pone a prueba los sistemas públicos de salud y sanidad, y lógicamente los países mejor preparados y equipados son que tienen mayores posibilidades de no salir tan afectados ni golpeados ante una pandemia. Desafortunadamente muchos países africanos han pagado un precio muy alto por las fallas estructurales en sus sistemas ante el surgimiento de epidemias mortíferas (malaria, VIH y ébola, principalmente).

En un artículo anterior ya había explorado, a grandes rasgos, la realidad de los sistemas de salud en África, cuyas deficiencias se deben más a la falta de inversión y políticas públicas adecuadas que a los efectos de las enfermedades como tales. Durante el brote de ébola en Sierra Leona, ocurrió que mucha gente acudió a los centros de tratamiento de ébola, y no lo tenían. Muchos de estos casos eran malaria, que presenta síntomas similares. El resultado fue que su frágil sistema de salud colapsó con mayor rapidez.

Sin embargo, ya vimos que en el resto del mundo la situación tampoco es la óptima, incluyendo a los europeos, que han sido de los más golpeados por el COVID-19. Por ello, invertir en este sector y no escatimar recursos en su fortalecimiento es la mejor defensa contra cualquier amenaza. La situación de África es un recordatorio de esto.

Hospìtal de Kenema, en Sierra Leona, donde se practicaron pruebas de detección de ébola. Fotografìa: Wikimedia Commons.

Epidemias y pobreza, un círculo vicioso.

Obviamente los más pobres son los más vulnerables ante el surgimiento de una pandemia como la actual, pero nunca está de más recordarlo. Muchas veces no somos conscientes de todo lo que implica en términos monetarios el tratamiento de una enfermedad, hasta que ya la tenemos. Se requieren medicamentos, alimentos, productos higiénicos y de limpieza, así como cubrir costos de traslado y hospitalización. Por ello, cualquier epidemia desnuda todas las contradicciones de la sociedad, y todas las heridas quedan al descubierto.

África cuenta con innumerables casos que prueban ello. Uno de ellos es el combate al paludismo o malaria, una de las principales causas de muerte en África hasta hace unos años, a pesar de haber tratamiento probado y de que está en marcha un proyecto piloto de una vacuna en Kenia, Ghana y Malawi. La misma Organización Mundial de la Salud (OMS) reconoce que la falta de fondos sigue siendo el principal obstáculo para erradicar esta enfermedad. Esto nos obliga a replantear las estrategias en la lucha contra la pobreza y el logro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible en el plazo previsto.

Creación de plataformas de comunicación científica y transmisión de conocimientos.

Cuando nos enfrentamos a una nueva enfermedad se genera, en primera instancia, una negación de la realidad ante la incertidumbre y falta de información al respecto. En África ocurrió con los brotes de VIH y de ébola, y ahora se está repitiendo la historia. Hoy sabemos que el COVID-19 es una enfermedad parecida a la influenza, al SARS y al MERS, ya que presenta síntomas similares a estos, y que tenemos medicamentos que funcionan, pero ninguna vacuna. Pero de ahí en fuera, muy poco.

Este es el escenario perfecto para la propagación de información falsa, generando mayor caos. No hacen falta grupos de WhatsApp ni redes sociales para esparcir el pánico, en un contexto de crisis sanitaria, los rumores corren igual en todos lados. Por esto y para avanzar en el conocimiento del coronavirus, se requiere compilar y difundir toda la información disponible y comprobada para emprender las medidas más adecuadas y evitar la difusión de falsos remedios. Y para esto no hay nada como la difusión del conocimiento a través de plataformas, aplicaciones y foros virtuales multidisciplinarios. Se ha comprobado que gracias a la creación de estas plataformas han descendido en 20% los casos de SIDA en África. En un futuro estas plataformas serán nuestras mejores aliadas.

En una pandemia, nunca se sabe nada.

Complementando el punto anterior, es preciso señalar que durante la crisis del ébola en África Occidental (2014), surgieron innumerables predicciones de epidemiólogos, médicos, economistas, matemáticos y gente de la calle. Muchas de ellas se equivocaron, y algunas más o menos acertaron. Es normal equivocarse en un contexto como este, y es una prueba de la gran incertidumbre y especulación que se genera durante una pandemia, ante la poca claridad de la situación. Si bien la creación de plataformas ayuda para confirmar o rechazar todo lo que se comenta, su consolidación lleva tiempo, por lo cual es prudente no descartar cualquier escenario.

En este sentido, resulta fundamental replantear y evaluar constantemente las medidas de protección contra las pandemias, así como adecuarlas a la realidad socioeconómica de los distintos países y regiones. En el caso africano, por ejemplo, la estrategia de confinamiento aplicada en Europa puede ser contraproducente, ya que mucha gente vive al día y no puede darse el lujo de quedarse en sus hogares. Por ello, el desafío es encontrar la fórmula que les permita sobrevivir del coronavirus y de la pobreza al mismo tiempo. Más que nunca, se requieren de soluciones creativas y solidarias.

Programas de tratamiento universal.

En esta pandemia del COVID-19 se ha hecho mucho énfasis en proteger a los adultos mayores, mujeres embarazadas y a las personas que padecen diabetes, obesidad, problemas respiratorios e hipertensión arterial, ya que se ha comprobado que son los más vulnerables a este virus. Sin embargo, todos los grupos etarios de la población pueden ser portadores del mismo, por lo que sería un grave error que las autoridades sanitarias den prioridad a algunos pacientes sobre otros. No debería haber filtro de ningún tipo. Reitero, en una pandemia, nunca se sabe nada.

En el combate a la pandemia de SIDA en el mundo se han dado resultados diversos, puesto que los esfuerzos para el combate a esta enfermedad se concentraron en África (el continente con la mayor prevalencia), y a pesar de que aquí se han reducido las infecciones en un 50%, en el resto del mundo se bajó la guardia y los contagios han aumentado. Nadie está exento de contraer alguna enfermedad.

Un niño es vacunado contra el paludismo en Guinea. La población infantil es la más vulnerable a esta enfermedad. Fotografía: Flickr.

Respeto a la privacidad del enfermo y la cuestión del proceso post-enfermedad.

La OMS ha sido muy clara en el sentido de que se deben practicar la mayor cantidad de pruebas de COVID-19 para detectarlo en etapas tempranas y facilitar el tratamiento. No obstante, un aspecto central sobre las pruebas, y del cual casi nadie habla, es el hecho de que se deben practicar bajo el anonimato y con la mayor privacidad posible, para evitar la posterior estigmatización del paciente. En situaciones como esta, nunca faltan personas que discriminan y rechazan a los enfermos recuperados, hecho que dificulta su reintegración a la sociedad.

Para muestra, veamos a las personas sobrevivientes de ébola en África Occidental, que aparte de las secuelas físicas, sufrieron problemas psicológicos, sociales y familiares. Por ello, es necesario que a partir de ahora pongamos énfasis en este tipo de cuestiones que importan mucho. Existen muchas opciones de las cuales podemos aprender. En Sudáfrica, por ejemplo, se han probado con éxito pruebas anónimas de VIH y la adquisición de medicamentos para su tratamiento a través de máquinas expendedoras.

El modelo de convivencia entre enfermos.

A diario, nuestras autoridades nos recuerdan que la mejor estrategia para frenar el contagio de coronavirus es el distanciamiento social y quedarse en casa para detener la cadena de contagios, pero, ¿qué pasa cuando conviven de cerca dos o más personas que ya portan el virus? Ya no hay nada de qué protegerse.

En África, durante la crisis de ébola, se implementó un modelo de convivencia entre enfermos que dio buenos resultados en la lucha contra la enfermedad. Los que no estaban tan graves o en proceso de recuperación animaban a los que estaban decaídos, les daban de comer o ayudaban a sentarse. Son las reglas de la supervivencia humana. En muchas culturas del continente el espíritu comunal está muy arraigado entre la población, y resultó muy duro para algunos evitar el contacto corporal con sus seres queridos. Y de esta manera, entre muestras de ánimo y alguna que otra representación teatral o humorística, varias personas recibieron un gran impulso para superar el ébola. Aunque el coronavirus es aún más contagioso, esta estrategia puede funcionar bastante bien en muchos casos.

Sobrevivientes de ébola durante una reunión. Fotografìa: Flickr.

Énfasis en los no contagiados.

Como hemos visto, de todas las epidemias recientes que se han dado recientemente en el mundo, sin duda el ébola es de la que más podemos aprender para combatir el COVID-19. Y una de las mayores enseñanzas que nos dejó fue que las enfermedades matan a miles, pero millones se ven afectados de muchas formas. La calidad de vida se ve seriamente afectada, y ni hablar de la recuperación económica, que bien puede equipararse a la de una postguerra. Miles de personas pierden sus empleos, su dinero, sus bienes y, en algunos casos, a sus familiares. Y las heridas tardan años en sanar.

Además, hay que asegurar la alimentación y servicios básicos a toda la población. Esta fue una dura lección para los africanos, que comprendieron tarde que el combate a la epidemia habría que acompañarse de una gran inversión social y económica para la recuperación del país y el tratamiento de la enfermedad misma. Siempre debemos considerar el impacto de una pandemia en nuestras economías y nuestras vidas.

La necesaria cooperación internacional.

Antes del brote de ébola en África Occidental en 2014, los casos conocidos de esta enfermedad se daban en la República Democrática del Congo y regiones circunvecinas, a 5,000 kilómetros de distancia. En ese entonces la situación era nueva para ellos, como lo es ahora para nosotros el COVID-19. ¿Y qué hicieron ellos? Muy fácil, pidieron ayuda. De esta forma accedieron a los recursos necesarios para combatir la epidemia, mismos que serían imposibles de conseguir internamente.

Ahora el reto no es solamente dotar a todas las naciones de los insumos y materiales indispensables para protegerse de un posible contagio, sino en que cada una de ellas tenga internamente los medios suficientes para combatir la pandemia, todo bajo un arduo trabajo de coordinación. El coronavirus está en todos lados, de nada sirve que una país le gane la batalla si otros la están perdiendo. Así lo han entendido los africanos, y se han dado hechos hasta hace poco impensables, como el envío de médicos somalíes para ayudar a Italia a combatir el COVID-19 en su territorio.

Confianza entre las autoridades y la gente.

Las enfermedades y las pandemias no conocen fronteras ni saben de política, por lo que golpean por igual a democracias, monarquías y dictaduras. Pero, ¿qué pasa cuando no hay libertad de expresión y los doctores en China son silenciados para no causar alarma entre la población? ¿O cuando la gente no le hace caso a sus gobiernos y no cumple con las medidas básicas de protección? ¿O cuando son los mismos mandatarios los que no cumplen con dichas medidas?

En estos casos obviamente la confianza se rompe, y la gente cree saber más que los expertos, como ocurrió en Uganda, país que enfrentó en 2012 un brote de ébola. Los ugandeses no creyeron lo que el gobierno les decía, y lanzaron ataques a los centros médicos, convencidos de que todo se trataba de un engaño por parte del dictador Yoweri Museveni, que aprovechó la ocasión para hacer propaganda política y aparecer como el salvador del país. Todo mal por parte de ambas partes.

Una rápida y eficaz reacción social.

De acuerdo con el testimonio de un integrante de Médicos Sin Fronteras, la razón por la que se redujeron los contagios de ébola en Liberia fue la rápida y eficaz reacción social de la población, a pesar de que todos los expertos y ciudadanos a los que preguntaba daban distintas respuestas. Ante el aumento en el número de muertes y la impotencia de no poder hacer nada, ni siquiera un entierro digno, se generó un mecanismo solidario de defensa. O despertaban, o la situación los rebasaría por completo. Es una cuestión de vida o muerte, de supervivencia.

Ahora mismo muchos países africanos aplicaron medidas más drásticas y rápidas que muchos occidentales para minimizar el impacto del nuevo coronavirus, principalmente a través de estrategias de comunicación y sensibilización a través de los agentes comunitarios, la radio y las redes sociales. Están conscientes de sus debilidades y prefieren establecer estas medidas porque saben muy bien que los efectos del COVID-19 en las naciones africanas serán catastróficos. Hasta el más mínimo detalle cuenta. Pero no sólo cuenta lo que pasa durante una epidemia, sino también lo que pasa después.

Antes de que apareciera el ébola en Guinea Conakry, cada año ese país registraba numerosos casos de cólera. Pero tras los estragos de la enfermedad, la gente adquirió el hábito de lavarse las manos, y ya no se produjeron después tantos casos de cólera. Esto nos recuerda que aprender de la experiencia es clave para evitar que en el futuro otra pandemia nos golpee de nuevo.

Realismo, ante todo.   

Todo lo que he comentado hasta ahora ha ocurrido, para bien o para mal, en las distintas regiones africanas a las desafortunadamente les ha tocado enfrentarse a varias epidemias. Lo que nunca se había visto, y que está ocurriendo ahora, es la ansiedad por saber cuándo se va a terminar la pesadilla. En otras ocasiones, lo único que importaba en los momentos de crisis era seguir con vida, otro día más con vida. Y nada más. No había horizonte ni proyecto alguno, solo realismo ante la situación. Y ahora, más que nunca con el coronavirus, todos necesitamos una buena dosis de realismo.

Estoy convencido que si todos actuamos de manera conjunta, enérgica, decidida, y aprovechando nuestra experiencia previa en cuanto al combate de otras enfermedades, vamos a salir pronto de esta crisis sanitaria.


Carlos Luján Aldana

Economista Mexicano y Analista político internacional. Africanista por convicción y pasatiempo. Colaborador esporádico en diversos medios de comunicación internacionales, impulsando el conocimiento sobre África en la opinión pública y difundiendo el acontecer económico, geopolítico y social del continente africano, así como de la población afromexicana y las relaciones multilaterales México-África.

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