Cómo llevar a la ruina económica a un país en 40 años: el caso de Zimbabue

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Manifestaciones de júbilo en las calles de Harare tras la renuncia de Robert Mugabe a la presidencia, durante la marcha de la solidaridad en noviembre de 2017. Fotografía: Flickr.

Los países de la región del Sur de África presentan mayor desarrollo económico y estabilidad política en comparación con otras regiones del continente. No obstante, tenemos una notable excepción, Zimbabue, país que ha tomado desafortunadas decisiones de política económica que lo han precipitado paulatinamente hacia una profunda crisis que parece no tener fondo. Veamos qué fue lo que sucedió aquí.

Cuando se declaró la independencia de Zimbabue, el 18 de abril de 1980, probablemente nadie se imaginó que 40 años después el país estaría en la ruina y enfrentando serios problemas de difícil y larga solución. Y es que el territorio de Rhodesia del Sur (como era nombrado durante el periodo colonial) era de los más ricos y productivos de toda África. El nuevo país tenía todo para implementar un gran proyecto de nación, y hasta para convertirse en un referente continental. Desafortunadamente ocurrió todo lo contrario.

Retrocedamos un siglo en el tiempo, cuando Cecil Rhodes – uno de los capitalistas y colonizadores británicos más poderosos – consiguió apropiarse de este territorio y sus cuantiosos recursos a base de engaños e intrigas que sembró entre los jefes shona y ndebele que dominaban la región. Con paso del tiempo comenzaron a formarse asentamientos de colonos blancos, que desarrollaron la agricultura de exportación y otras actividades económicas con buenos resultados.

En el marco del proceso de descolonización africana, en 1965 los colonos europeos y sus descendientes declararon unilateralmente la independencia de la colonia, misma que la Corte Internacional de Justicia declaró inválida. Había el temor de que surgiera un nuevo sistema de corte racista, como el Apartheid sudafricano. Y entonces los africanos nativos se fueron a la guerra, que llegó a ser muy cruenta.

Las dos principales facciones insurgentes fueron la Unión del Pueblo Africano de Zimbabue (ZAPU), y la Unión Nacional Africana de Zimbabue (ZANU), organizaciones que tuvieron enfrentamientos contra los blancos, y entre ellas mismas. En 1976 la ZAPU y ZANU acordaron una plataforma de colaboración, el llamado Frente Patriótico (FP), que nunca fue completo. La ZANU (que presentaba una ideología marxista leninista) gozaba de mayor respaldo entre la población, y de la cual Robert Mugabe emergió como su principal líder, quien posteriormente sería elegido primer ministro tras conseguir la independencia.

Zimbabue heredó una economía relativamente desarrollada y diversificada, basada en la sustitución de importaciones, un sistema comercial proteccionista  y un sector manufacturero que aportaba una cuarta parte del Producto Interno Bruto (PIB) del país, pero con amplias desigualdades. Aprovechando esta estructura productiva y los estrictos controles y regulaciones gubernamentales de la economía, se introdujo una legislación de salarios mínimos, seguridad laboral y un amplio programa de distribución de tierras. A su vez, aumentó el gasto en salud y educación.

Estas políticas favorecieron un rápido crecimiento de la economía, sobre todo durante los primeros años de vida independiente, aunque a mediados y finales de los ochenta el ritmo del crecimiento disminuyó. Ante el fuerte impulso a la demanda y la apertura del país al exterior, algunos indicadores se dispararon, como el aumento de la inflación, del déficit de la cuenta corriente de la balanza de pagos, el déficit público y la deuda externa. No obstante, todavía podíamos hablar de una situación estable y controlable. Sin embargo, fueron motivaciones políticas las que detonaron los factores que precipitaron la crisis.

Desde el poder se construyó un discurso con un fuerte contenido racista y étnico. Mugabe era cada vez más autoritario y corrupto, y pronto comenzó a realizar maniobras para afianzar su régimen, perpetuarse en el poder y beneficiar a los veteranos de la guerra de independencia (los War Vets). Aplicó contra sus adversarios la política gukurahundi (la tormenta que lo destruye todo), principalmente contra miembros de la etnia ndebele (agrupados en la ZAPU), apoyado por milicias norcoreanas.

Así, en 1987 introdujo cambios constitucionales que catapultaron a Mugabe – ya con la figura de presidente – como la máxima figura del Estado y de la ZANU, que terminó absorbiendo a la ZAPU. Aunque la ZANU gozaba de una amplia base popular, en realidad era una organización débil, sin una ideología clara, y solo se mantenía gracias a la retórica ultranacionalista y anticolonial impuesta por Mugabe para manipular a los ciudadanos.

De este modo, el partido y el país abandonaron la línea socialista que los habían caracterizado hasta entonces al implantarse en 1991 un Programa de Ajuste Estructural (PAE) avalado por el Fondo Monetario Internacional (FMI), con la finalidad de reducir el déficit Público y lograr una distribución más eficiente, abrazando los preceptos del mal llamado modelo neoliberal.

Los resultados del PAE quedaron por debajo de lo esperado en términos de crecimiento, empleo y desarrollo social. El sector manufacturero se contrajo, las sequías disminuyeron los rendimientos agrícolas y la epidemia del SIDA anuló los avances en el sector salud que se habían conseguido. Todo ello afectó la recaudación impositiva, y el déficit presupuestario se disparó. De este modo el PAE resultó ser contraproducente.

Y en medio de todo esto, el gasto militar aumentó por la participación de Zimbabue en la Guerra de los Grandes Lagos. No había ninguna necesidad de ello, pero Mugabe y sus allegados se beneficiaron con concesiones mineras del Congo Zaire con un valor de 200 millones de dólares. Estallaron huelgas por todos lados, y la oposición política, agrupada en nuevas organizaciones y algunos desertores de la ZANU, se fortaleció.

Ante el fracaso del PAE, comenzó nuevamente un proceso de control gubernamental de la economía, pero no con el modelo de antes. Se creó el programa ZIMPREST, una serie de políticas económicas que no tenían un hilo conductor. Dentro de estas políticas destacó la controvertida reforma agraria del año 2000, que buscaba reducir las desigualdades existentes en el país, pero que careció de una buena planeación, asesoría técnica y financiamiento.

Los agricultores blancos fueron despojados de sus tierras y sus granjas para distribuirlos, en teoría, a los campesinos negros. Pero realmente los War Vets, los paramilitares y la cúpula cercana a Mugabe acapararon muchas de ellas. Una buena parte de estas tierras continúa sin producir desde entonces. Este fue un duro golpe a una economía ya tambaleante, y significó el aniquilamiento de uno de sus sectores clave.

De esta manera Zimbabue – conocido antiguamente como el granero de África – se convirtió de vendedor a comprador de alimentos. Y la producción industrial, sin materias primas, se detuvo. Y esto no fue todo. Las autoridades introdujeron controles de divisas en un momento en el que éstas escaseaban. El déficit público se disparó, lo que condujo a un elevado crecimiento de la oferta monetaria. La inflación se fue a las nubes. En 2008 ésta se calculó en 14,000,000%, pero se han estimado cifras aún más estratosféricas.

La situación era muy crítica, y las cosas en el país se pusieron al rojo vivo mientras más se acercaban las elecciones generales de 2008. El Movimiento para el Cambio Democrático (MCD), encabezado por Morgan Tsvangirai, recibió una gran cantidad de apoyos dentro y fuera de Zimbabue. La ZANU por primera vez perdió el control del senado y el parlamento, y también seguramente hubiera perdido la presidencia de no ser porque Tsvangirai se retiró por la falta de garantías para la celebración de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, dejando el camino libre a Mugabe. Decenas de simpatizantes del MCD, activistas de derechos humanos, observadores electorales y periodistas desaparecieron. La Comunidad de Desarrollo de África Austral (SADC), bajo el liderazgo del entonces presidente sudafricano Thabo Mbeki, tuvo que mediar en el conflicto.

Finalmente en enero de 2009 se alcanzó un acuerdo parcial con la formación de un gobierno de coalición y la promesa de una nueva constitución (que fue posible hasta 2013), en donde los dos principales líderes opositores de las facciones del MCD (Morgan Tsvangirai y Arthur Mutambara) se convirtieron en primer y viceprimer ministro respectivamente, pero Mugabe conservaría la presidencia. Tras el anuncio de este acuerdo los Estados Unidos y la Unión Europea impusieron sanciones contra Zimbabue, tan poco oportunas dada la situación del país, que ya sufría una escasez de alimentos básicos y era golpeada por una profunda epidemia de cólera.

En abril de ese año se abandonó el dólar zimbabuense y se introdujo un sistema de divisas múltiples, entre las que se cuentan el rand sudafricano, la pula de Botsuana, la rupia india, el yuan chino, la libra esterlina y el euro, pero en la practica la economía zimbabuense se dolarizó, ya que la moneda estadounidense fue la más utilizada. Con esto las existencias de dinero dependían de las exportaciones y las remesas.

En cierta medida este sistema y el gobierno de coalición permitieron una leve recuperación económica, a pesar de que la ZANU volvió a recuperar el control de todos los poderes en 2013, pero la economía volvió a caer en recesión en 2015, provocada por una caída en los precios de los minerales a nivel internacional. La disminución de ingresos y del flujo de divisas provocó, en automático, la escasez de productos básicos y un nuevo aumento en la inflación.

Así estaban las cosas cuando en las zonas urbanas estallaron nuevas protestas contra Mugabe, que ya tenía más 90 años y 37 en el poder. Sin embargo, tras una serie de intrigas por parte de la primera dama, Mugabe comenzó una purga contra los War Vets. Este mal cálculo provocó que la ZANU lo acusara de traición, y entonces el ejército decidió poner a Mugabe en arresto domiciliario en noviembre de 2017, y lo “invitaron” a renunciar. Nombraron como su sucesor al vicepresidente Emmerson Mnangagwa (uno de los War Vets más reconocidos y destituido de su cargo por Mugabe días antes).

Así, bajo una combinación entre Impechment y golpe de Estado, Mugabe se convirtió en el último líder africano de su estirpe en abandonar el poder. Nunca se le podrá negar su lucha contra el racismo, pero su ambición desmedida condujo a su país a la miseria, mientras él acumulaba una gran fortuna personal.

Después de alzarse vencedor en las elecciones presidenciales de 2018, Mnangagwa prometió un cambio, la reconciliación de todos los actores del país y una regeneración económica. Pero hasta el momento ha seguido la misma línea que su predecesor. La economía de Zimbabue sigue en caída libre. Es tal la falta de billetes, que la nueva administración ha recurrido a la impresión de su propio dinero falso, los bonds, que solo se pueden conseguir en el mercado negro. No es real, pero tiene paridad con el dólar.

Actualmente los pagos en las transacciones se realizan con tarjeta o a través de los teléfonos móviles. Es una economía sin papel. El gobierno ha estado ejecutando fuertes sobregiros, y ha propuesto la creación de un impuesto del 2% en las transacciones electrónicas financieras internas, pero esta maniobra puede llevar al comercio a la clandestinidad. Además, se mantienen estrictos controles a la importación y otros intercambios, situación que estimula mayor corrupción, consumándose la tragedia.

Y así, de esta forma, Zimbabue ha visto cómo su economía se ha transformado de una de las más prósperas de África, a otra en donde ni siquiera puede garantizar el acceso a bienes y servicios de primera necesidad, producto de decisiones de política económica muy desafortunadas, donde cada remedio aplicado para enmendar el rumbo deriva en una situación peor que la anterior. Hasta el momento, no hay teoría económica que explique técnicamente el comportamiento hiperinflacionario y la depreciación cambiara de Zimbabue durante los años de crisis, pero la historia del país nos da las claves de cómo ha llegado hasta este punto.

Esta nación ha estado manejada de manera muy desafortunada por hombres que no tuvieron una experiencia previa en cuestiones de política y administración, mismos que podrían saber mucho sobre tácticas de guerra, pero nada de economía. Todo esto derivó en una aprehensión acrítica de ideologías y recomendaciones externas poco aptas para un país como Zimbabue. Robert Mugabe no resultó ser el líder que su país necesitaba. Su ambición desmedida y el antifaz que representó su ideología hueca, llevaron al país a la desintegración nacional y hacia una profunda crisis económica.

Todavía es frecuente escuchar entre los jefes de Estado africano discursos en los que culpan al periodo colonial africano como la principal causa de los males que sufre el continente, y en parte tienen razón, pero ellos mismos también son responsables del desastre económico y social en algunas partes, siendo Zimbabue un ejemplo muy ilustrativo. Es difícil no comparar su penosa situación con la de otros países de su región, como Namibia, Botsuana y Sudáfrica. Los contrastes son enormes.

Pese a que el nuevo gobierno de Mnangagwa no ha dado muchas muestras de un cambio verdadero, y de que la coyuntura económica actual del país sigue siendo desesperada, ahora que Mugabe ya no figura más en el panorama político del país puede ser la ocasión perfecta para que Zimbabue comience una nueva era, en el marco de sus primeros 40 años como país independiente. Sin duda el proceso de recuperación económica será largo y complejo, aspecto que merece otro análisis más adelante. Por lo pronto dejaré algunas cuestiones que serán clave para su recuperación económica.

Antes que nada, Zimbabue necesita recuperar la confianza de su gente a través de un discurso conciliador. En este sentido, uno de los asuntos pendientes es la reparación del daño a los productores agrícolas que se vieron afectados de la reforma agraria del 2000. En los últimos años de Mugabe se manejó la opción de que, después de muchos años, se indemnizaría a los productores agrícolas blancos que fueron expropiados, pero la caída de Mugabe detuvo este proceso, aunque el presidente Mnangagwa ya ha anunciado esta restitución largamente esperada.

Pero este es el primer paso de muchos más. Zimbabue necesita generar riqueza y producir. Después de ello, fortalecer el mercado interno y detonar el consumo, el ahorro y la inversión. Volver a tener su propia moneda requerirá de más tiempo todavía. Otros aspectos no menos importantes son el combate a la corrupción y la violencia, así como el fomento a la democracia, la educación, la salud y los derechos humanos y civiles. Obviamente también requiere de apoyo y ayuda externa.

Finalmente, el proceso de recuperación económica de Zimbabue tendrá que estar acompañado de una vinculación y cooperación muy estrecha con el resto de los países africanos en el marco del nuevo TLC continental. Si bien Zimbabue es de los países del continente que más practica el comercio intraafricano, esto se debe a la imposición de sanciones por parte del resto del mundo que a una política predeterminada. Un aumento en la demanda de alimentos por parte del resto de los africanos puede ser el impulso que Zimbabue necesita para volver a convertirse en el granero de África y fortalecer su economía. Pero esto, y todo lo demás, dependerán de la adecuada y correcta gestión de sus asuntos internos y desprenderse, de una buena vez, de la espiral de fracasos y malas decisiones en la que se han metido. El pueblo zimbabuense necesita y merece una vida más digna.


Carlos Luján Aldana

Economista Mexicano y Analista político internacional. Africanista por convicción y pasatiempo. Colaborador esporádico en diversos medios de comunicación internacionales, impulsando el conocimiento sobre África en la opinión pública y difundiendo el acontecer económico, geopolítico y social del continente africano, así como de la población afromexicana y las relaciones multilaterales México-África.

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