
Acompáñenos a revisar los principales gobiernos y líderes populistas que han surgido en África a lo largo de su historia independiente.
El populismo es un fenómeno político complejo, cada vez más común en el mundo. En los últimos años ha sido objeto de estudio dentro de los círculos académicos y empresariales debido a sus efectos, características, prejuicios y, sobre todo, su proliferación dentro de diversos contextos nacionales.
El uso de este término es muy controversial, ambiguo y en ocasiones hasta contradictorio, generando mucha confusión entre la gente común. Aún entre los mismos expertos en ciencias políticas se han suscitado acalorados debates acerca de lo que es populismo, y lo que no es, teniendo una connotación bastante peyorativa.
Así que, considerando la multiplicidad de significados asociados al populismo, es fundamental desmenuzar el concepto antes de cualquier otra cosa.
Para empezar, debemos aclarar que el populismo es un estilo político sobre la forma de gobernar un Estado. No es una doctrina, ni una ideología, ni tampoco una corriente política como tal.
En su acepción básica, en el populismo el pueblo es quien gobierna. Pero en este caso, sería un sinónimo de democracia, y no es el caso. Del mismo modo, no todos los políticos populares o famosos son populistas. De ser así, todo aquel que gana una elección sería populista. Solo hasta cierto punto, el político populista aprovecha su popularidad para perseguir determinados propósitos individuales o colectivos.
En una definición corta, puede decirse que el populismo proclama la supremacía de la voluntad popular sobre las instituciones políticas, y aboga por una relación directa entre el pueblo y los gobernantes. De esta forma, se trata de un movimiento personalista, antisistema y transversal, es decir, que trasciende la tradicional división ideológica de derecha e izquierda.
El populismo tiene una característica principal: presenta una visión dicotómica del mundo, entre un pueblo homogéneo, encarnado en la figura de un líder populista, y una élite o grupo, a quienes señala de ser los causantes de todas las desgracias que suceden en la nación.
La conceptualización que se realiza de ese pueblo, y ese grupo antagónico, dan como resultado tantos tipos de populismos como líderes políticos que arrastran esta etiqueta, así sean demócratas, socialistas, capitalistas, dictadores, militares, intelectuales o lo que sea.
Al respecto, el politólogo e historiador británico Isaiah Berlin, de la Universidad de Oxford, utilizó desde 1967 la metáfora del complejo de cenicienta para abordar al populismo: es como un zapato que se adaptaba a una multitud de pies, pero que no encajaba perfectamente en ninguno de ellos.
Desde su óptica, siempre existirá una lucha de contrarios: los de adentro contra los de afuera, los de abajo contra los de arriba, los musulmanes contra los cristianos, los blancos contra los negros, o los buenos contra los malos.
Algunos de los elementos comunes del populismo son los siguientes:
- La apelación directa al pueblo, un ente abstracto al que se le trata como la única voluntad legítima, cuya voz es la Ley.
- Una crítica contra el establishment que prevalece dentro de la nación, cuya presencia es dañina para el bienestar del pueblo.
- La presencia de un liderazgo demagógico, relaciones clientelistas y manipulación de las masas mediante un discurso nacionalista.
- Abierto rechazo a la tecnocracia y a una parte de las instituciones gubernamentales, las cuales es preciso reformar o eliminar.
- Simplificación de problemas complejos.
- Uso de un lenguaje emotivo que polariza a la sociedad en su conjunto.
Cada uno de estos elementos tiene una naturaleza amenazante y explosiva, capaces de generar divisiones irreconciliables entre los grupos sociales que habitan un determinado país.
No obstante, hay académicos que argumentan que el populismo puede tener algunos efectos positivos, como el empoderamiento de grupos marginados, el desafío a las estructuras de poder arraigadas y favorece una mayor participación ciudadana.
En contraparte, hay quienes consideran que el populismo es una trampa que empeora todo lo que pretende arreglar, y que su proliferación supone riesgos significativos para la democracia, dado que existe una línea muy sutil entre el populismo y el autoritarismo.
En realidad, los beneficios y peligros potenciales del populismo dependerán de la forma en la cual lo ejerce su líder. No olvidemos que estamos hablando de un estilo de hacer política, y cada populista tiene su sello personal, que responde a las necesidades y los problemas de su nación.
Por lo tanto, el populismo continúa siendo un concepto teórico vago e impreciso, aunque cada vez más cobra mayor notoriedad dentro del lenguaje político periodístico. Mientras la teorización del populismo sigue en construcción, quizás la mejor forma de comprenderlo es observar y analizar cómo se desarrolla en la práctica.
Las primeras manifestaciones de populismo se desarrollaron en las zonas rurales tanto de Estados Unidos como de Rusia en el siglo XIX, con poco éxito. Sin embargo, el auge del populismo se produjo en América Latina después de la segunda guerra mundial, entre las clases marginadas y urbanas.
En ese momento, surgieron una serie de gobiernos que defendían la soberanía nacional frente a las injerencias extranjeras – sobre todo estadounidenses – y que reivindicaban a las clases sociales populares frente a las elites económicas, tanto locales como foráneas.
A partir de entonces, y hasta la fecha, en la región latinoamericana han aparecido populismos en distintas etapas y con doctrinas económicas diversas, sobre todo en Brasil y Argentina.
El ejemplo más paradigmático es el peronismo, encabezado por Juan Domingo Perón en Argentina. Pero la lista de líderes políticos de la región que abarca este término es muy extensa: José María Velasco Ibarra (Ecuador), Alberto Fujimori (Perú), Hugo Chávez (Venezuela), Evo Morales (Bolivia), Jair Bolsonaro (Brasil), Andrés Manuel López Obrador (México), Nayib Bukele (El Salvador), Gustavo Petro (Colombia), Javier Milei (Argentina), entre muchos otros.
Estos nombres ponen al descubierto la amplia tradición populista que se ha mantenido con el tiempo por las desigualdades sociales, la corrupción, la inseguridad y las intervenciones extranjeras. Los sistemas presidencialistas también son un factor que alimenta al relato populista.
Parecía ser que el populismo era un movimiento político prácticamente exclusivo de la región latinoamericana. Sin embargo, a partir del siglo XXI la ola populista ha invadido a Europa, donde era residual debido a la sombra del fascismo y de la presencia del bloque socialista en el Este.
En un primer momento aparecieron líderes populistas de derecha, como Silvio Berlusconi en Italia. Pero a partir de la crisis económica de 2008 también comienzan a aparecer líderes populistas de izquierda, encabezados por Alexis Tsipras, que accedió al poder en Grecia a través de Syriza, su movimiento político.
Hacia 2015, tras la crisis migratoria que afectó al continente europeo, han surgido iniciativas y movimientos políticos populistas que defienden una retórica antiinmigrante, islamófoba y de soberanía nacional frente al multiculturalismo y la globalización.
Uno de los pioneros en este aspecto fue el gobierno de Viktor Orbán, de Hungría, pero en prácticamente todos los países de Europa existe al menos un partido político de carácter populista, incluso en los de mayor tradición democrática, como Suecia y los Países Bajos, aunque no en todos los casos han accedido al poder.
Como vemos, el populismo se ha puesto de moda últimamente. Sin ir más lejos, actualmente los Estados Unidos tienen a su propio líder populista: Donald Trump, quien ya ganó dos veces la elección presidencial.
Por su parte, en Asia también tenemos figuras populistas destacadas, como Recep Tayyip Erdoğan (Turquía), Rodrigo Duterte (Filipinas) y Joko Widodo (Indonesia).
África no ha escapado a la emergencia de populismos a lo largo de su vida independiente, donde se desarrollan regímenes políticos de lo más diverso, pero dada su fragilidad institucional y los continuos golpes de Estado, es un campo fértil para el surgimiento de líderes populistas.
A continuación, se presentan cuatro ejemplos de populismos que se han desarrollado en el continente africano, que son, a mi juicio, los más representativos de este fenómeno político en África En cada uno de ellos veremos personajes, contextos, situaciones, regiones y épocas diferentes, pero que encajan dentro de la definición y conceptualización del populismo que acabamos de describir, a la cual se pretende nutrir con estas experiencias en África, que se han desarrollado de manera muy distinta en relación con las de América, Europa y Asia.
Gamal Abdel Nasser (Egipto, 1954-1970).

Comenzamos nuestro recorrido por los populismos africanos en Egipto, con uno de los personajes más influyentes del Medio Oriente y el Norte de África, y en una época tan temprana como los años cincuenta y sesenta del siglo XX.
Nos referimos a Gamal Abdel Nasser (1918-1970), un líder indiscutible que transformó Egipto, convirtiéndose en la personificación del nacionalismo árabe.
Oficialmente Egipto logró su independencia en 1922 como una monarquía constitucional encabezada por el rey Faud, al que después sucedería su hijo Faruk. No obstante, la presencia británica continuaba siendo asfixiante para los egipcios, quienes antes habían sometidos por los turcos otomanos.
Pese a que Egipto colaboró con los aliados durante la segunda guerra mundial, el sector más nacionalista del país consideraba que el auténtico enemigo no eran los alemanes, sino los británicos, dada su excesiva influencia.
Bajo este contexto surge la figura de Gamal Abdel Nasser. De origen humilde y alejandrino, ingresó en la academia militar desde muy joven, y participó en varios mítines y manifestaciones contra la monarquía y los británicos.
Posteriormente fue enviado a combatir en la primera guerra árabe-israelí, en la cual, pese a que los egipcios fueron derrotados, regresó como héroe nacional. Al mismo tiempo aumentaba el descontento social y se fortalecía el sentimiento nacionalista.
Aprovechando todo esto, Nasser, junto con un grupo de militares, fundó una sociedad secreta revolucionaria en el seno del ejército, llamada “los oficiales libres”.
A inicios de 1952, en medio de una dura crisis económica, el descontento popular se tradujo en la revuelta del Sábado negro, donde una multitud enardecida incendió edificios propiedad de europeos en El Cairo.
Finalmente, el 23 de julio de 1952 los oficiales libres dieron un golpe de Estado que trajo como resultado la abolición de la monarquía, y aunque en teoría el general Mohamed Naguib se convirtió en el presidente y era el hombre fuerte del grupo, el líder real era Gamal Abdel Nasser, quien supo ganarse el respaldo de diversos sectores sociales, hasta llegar a la presidencia en 1954.
Nasser era conocido como “el Rais” (guía). Consideraba prioritario mantener la justicia social y el orden, aún por encima de la democracia. Abolió los partidos políticos y reprimió a los disidentes sin importar su orientación ideológica. Muchos de sus enemigos acabaron ejecutados o en campos de concentración en el desierto.
Si bien su proyecto tenía una clara tendencia de izquierda, el régimen que estableció es de difícil definición. No era fascista, ni socialista y ni siquiera militarista, pese a tener un grado de militar. En esa época el populismo no estaba ni conceptualizado ni definido, pero en retrospectiva, y sin duda, es la mejor denominación que podemos decir acerca del nasserismo.
De acuerdo con la historiadora Wilda Celia Western, dentro de la construcción del nasserismo encontramos tres elementos fundamentales: una cuidadosa construcción del pasado (para formular el futuro y desautorizar resistencias y oposiciones), una interpretación gloriosa de la revolución-nación, y la fundación de instancias de regulación de conductas sociopolíticas en diferentes planos de la vida pública.
Bajo estas premisas, Nasser realiza una mezcolanza conceptual, al adoptar como proyecto de nación una idea socialista, un sistema político de partido único y el panarabismo, una ideología que propone la unidad de los pueblos árabes en un solo Estado, que debía ser republicano, laico y socialista.
De esta manera, el nasserismo matiza los problemas del país, que serían resueltos configurando una alianza entre el ejército con la clase obrera.
Durante su permanencia en el poder, Nasser trabajó por la autonomía de Egipto y los países árabes. Desde su óptica, los enemigos de Egipto y el resto de los pueblos árabes eran los colonizadores europeos, en especial los británicos, quienes se beneficiaban de los recursos locales.
Ante ello, se embarcó en proyectos de infraestructuras enormes. Brindó educación gratuita, nacionalizó las empresas extranjeras, impulsó la industria y una reforma agraria. Uno de los proyectos más destacados fue la construcción de la presa Asuán, que contribuyó a prevenir las inundaciones frecuentes en el Bajo Egipto y permitió la generación de electricidad.
Otra medida que dio mucho de qué hablar fue la nacionalización del canal de Suez en 1956. Para proteger sus intereses, Inglaterra, Francia e Israel lanzaron un ataque conjunto en contra de Egipto, pero fracasaron, y no consiguieron revertir la decisión de Nasser, quien salió fortalecido de este asunto.

Otro de sus éxitos fue reducir la corrupción de la administración pública, pero lo hizo a través de la militarización de las instituciones para “hacerlas más eficientes”. La distorsión fue de tal magnitud, que en Egipto el ejército se convirtió en la única fuerza política del país.
A nivel internacional, Nasser era un convencido antiimperialista. Dio cobijo a movimientos de liberación nacional, y fue uno de los promotores de la Conferencia de Bandung y del Movimiento de los Países no Alineados, integrado por aquellos que permanecían neutrales en la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética.
Pese a su prestigio, cosechó rotundos fracasos, como el proyecto de la República Árabe Unida con Siria y la intervención en Yemen. Pero la derrota más dolorosa fue frente a Israel en la guerra de los seis días, donde se pierde la península del Sinaí en 1967.
Los últimos años al frente del gobierno egipcio fueron complicados. Las medidas populares eran difíciles de financiar, y su intento por llevar a cabo reformas radicales se saldó con un incremento exorbitante de la deuda, mientras el mercado laboral no lograba absorber a la población.
Su popularidad no se vio afectada por las sucesivas derrotas militares y los fracasos económicos, y aunque llegó a presentar su renuncia, ésta no le fue aceptada. La muerte lo sorprendió el 28 de septiembre de 1970 tras un infarto. Cerca de cinco millones de personas asistieron a su funeral público organizado en El Cairo, así como todos los líderes de los países árabes.

Con su muerte, Anwar el-Sadat, su sucesor en la presidencia, abandonó paulatinamente las políticas impulsadas por Nasser, iniciando la transición hacia una economía de libre mercado y abandonando el sueño panarabista.
Este fue el fin del nasserismo. Sus partidarios veían en él al hombre que le devolvió la dignidad al pueblo frente a las injerencias extranjeras, y que favoreció, con sus reformas, a los desposeídos.
En cambio, sus detractores subrayaban sus métodos antidemocráticos y represivos, así como su incompetencia económica e imprudencia geopolítica.
En Egipto continúa la controversia en torno a su figura, pero su principal herencia es la prevalencia del ejército en el poder político ante otras fuerzas políticas, como la Hermandad Musulmana.
Lo que no se puede negar es que Gamal Abdel Nasser es un ícono del panarabismo, quien estimulaba un sentido de dignidad árabe y como un presidente con el que se identificaban muchos egipcios.
Jerry John Rawlings (Ghana, 1981-2001).

Este personaje es uno de los líderes más controversiales en la historia reciente de África, y una figura ambivalente que polariza hasta la fecha.
A partir del derrocamiento de Kwame Nkrumah en 1966, Ghana atravesó por una serie de golpes de Estado y gobiernos militares. Era complicado que emergiera un liderazgo bajo la sombra de Nkrumah, uno de los próceres independentistas panafricanos más influyentes y respetados.
Pero las cosas no marchaban bien en el país durante los años setenta, y es aquí donde aparece por primera vez el nombre de Jerry John Rawlings (1947-2020) en el panorama nacional.
Fue hijo de un boticario escocés (que nunca lo reconoció) y una ghanesa de la tribu ewe, minoritaria en el país. Se instruyó como piloto aviador de combate, y llegó a pertenecer a la Fuerza Aérea de Ghana.
Era alto, bien parecido, con carácter impulsivo y se caracterizaba por imponer métodos expeditivos. Desde joven dio muestras de gran liderazgo, y gracias a su disciplina y vocación logró ascender dentro del ejército.
Pronto se convirtió en crítico del Consejo Militar Supremo que gobernaba la nación, entonces encabezado por el general Frederick Akuffo. Rawlings acusó a la cúpula militar gobernante de corrupción e incompetencia, proclamando un ideario regeneracionista.
Se puso al frente de un Consejo Revolucionario de las Fuerzas Armadas y preparó un golpe de Estado, que en primera instancia fracasó, siendo capturado y condenado a muerte. Sin embargo, sus simpatizantes lo liberaron de prisión y prosiguieron con su objetivo, que finalmente alcanzaron en 1979.
Con esto, J.J. Rawlings acrecentó su popularidad, que se reforzó con la promesa de suprimir los males que afligían al país y de entregar el poder a los civiles “en el más corto espacio de tiempo” a través de un proceso constituyente.
Para ello dispuso una espectacular depuración de personajes asociados a la corrupción y al mal gobierno, encabezando una purga de militares y estadistas sin precedentes, y no le tembló la mano para mandarlos ejecutar.
En el mismo 1979 transfirió el poder al presidente electo Hilla Limann, del Partido Nacional Popular, que agrupaba a los antiguos partidarios de Nkrumah. Pero Rawlings no cesaba de criticar al gobierno por su incapacidad de reactivar la economía y erradicar la corrupción.
Tras ser dado de baja de las Fuerzas Armadas por el gobierno de Limann, inició una campaña de oposición por todo el país, pilotando él mismo un avión. El 31 de diciembre de 1981 dio el golpe al gobierno que dos años antes había encumbrado, y ahora él mismo se puso al frente del gobierno.
Durante los 20 años que permaneció a la cabeza del gobierno de Ghana, su sistema político era difuso, con una mezcla de socialismo y nacionalismo, bajo un estilo disciplinado, vehemente y dispuesto a supervisar sus políticas sobre el terreno.
Su estilo era de un estilo de populismo revolucionario y carismático, pero que nunca se desarrolló como previó: como una democracia popular bajo una estructura piramidal emanado de las clases desfavorecidas.
A pesar de que su asalto al poder no se dio a través de las urnas, estaba convencido de que la democracia era lo mejor para su país. Sin embargo, quería una democracia que transformara la vida de la gente ordinaria, pero falló en esta visión.
Además, priorizó “las necesidades del pueblo” sobre la democracia, y prueba de ellos eran sus frecuentes recorridos por todo el país. Lo mismo iba a pie, a caballo o en avión, todo lo cual reforzó su carisma ante la población.
Se ganó el apodo de “Papa Jerry”, y se le aparejaron similitudes con Thomas Sankara y Muammar Gaddafi, con quien estrechó amistad. También mantenía buena relación con Fidel Castro, quien lo condecoró en Cuba. No obstante, también mantuvo relaciones cordiales con los Estados Unidos, país del que recibió generosas líneas de crédito y ayudas al desarrollo.
Llevó al extremo la premisa populista de establecer una relación directa entre él y sus gobernados. En este sentido, puso en marcha comités de defensa de la revolución para implicar a las capas bajas en la política del país y dar cumplimiento de las promesas realizadas. Tales brigadas fungieron como puente de comunicación entre el líder y la población ghanesa, y en la práctica asumieron tareas policiales que terminaron dividiendo a la sociedad.
Rawlings consolidó su influencia en las zonas de mayoría Ashanti y en el delta del río Volta, lugares que fueron sus bastiones durante toda su trayectoria política.
Siempre se preocupó por el desarrollo agrícola del país, y concedió máxima importancia a la autosuficiencia alimentaria, así como a las cooperativas industriales y organizaciones de mujeres.
El crecimiento económico era parejo, pero con elevada inflación, pobreza y desempleo. Ante ello, se implementaron políticas de control de precios y nacionalización de actividades económicas, medidas que no fueron suficientes.
Por tanto, desde 1984 se adoptaron políticas de ajuste estructural y de libre mercado, que incluyó privatizaciones en sectores clave, como el cacao, el oro y la madera, pero a mediados de los noventa la crisis financiera mundial arrojó incertidumbre en las finanzas públicas de Ghana ante la caída de los precios internacionales de las materias primas.
Sólo el populismo carismático de Rawlings permitió que la población aceptara la reconversión liberal. Además, la carencia de combustibles centró las preocupaciones de la ciudadanía en las debilidades estructurales y la dependencia de la ayuda externa.
Hacia 1992 Rawlings abrió, por fin, un proceso de transición democrática, con miras al retorno a un gobierno civil, la legalización de partidos políticos y un referéndum para una nueva Constitución, proyecto que cumplió al pie de la letra.
No obstante, esto no significó para nada su salida del poder. Gracias a su popularidad consiguió batir con las elecciones presidenciales en dos ocasiones, en 1992 y 1996, manteniéndose como máximo dirigente del país y abanderado por el partido del Congreso Nacional Democrático (NDC, por sus siglas en inglés).

En el plano regional, durante los noventa trabajó por la resolución de la guerra civil liberiana y el cumplimiento de los acuerdos de paz en Sierra Leona, en su calidad de presidente de la Comunidad Económica de los Estados de África Occidental (ECOWAS, por sus siglas en inglés).
Al término de su segundo y último mandato, de acuerdo con lo establecido en la constitución de 1992, Jerry John Rawlings cumplió su promesa de abandonar el país, y secundó al candidato de su partido, el vicepresidente John Atta Mills, quien perdió ante John Agyekum Kufuor, del Nuevo Partido Patriótico (NPP).
Con esto, se inauguró una nueva era política en Ghana, que de este modo transitó, ahora sí, a un sistema político democrático, donde el NDC y el NPP se han relevado en el poder desde entonces.
Con ello, resulta paradójico que aquel populista que evolucionó de izquierdista dogmático a derechista liberal, y de dictador militar violador de derechos humanos a presidente democrático civil, respetuoso de la voluntad popular expresada en las urnas, fue quien lideró este proceso, y consolidó a Ghana como una nación democrática y con buenas perspectivas hacia el futuro.
Así fue Jerry John Rawlings, que después de entregar el poder se retiró de la vida pública de su país, pero mantuvo su firme apoyo al NDC hasta su fallecimiento en 2020, víctima de COVID-19.
Michael Sata (Zambia, 2011-2014).

Ahora vayamos a la parte sur del continente, a Zambia, otra nación políticamente estable de África que también comenzó la transición hacia el multipartidismo a inicios de la década de los noventa, aunque no por esto es ajena a conflictos.
De aquí es nuestro personaje, Michael Sata (1937-2014), a quien le apodaban “el Rey Cobra” porque era muy “lengualarga”. Decía lo que pensaba sin ningún tipo de filtro, con un carácter acometedor con verbo hiriente, estilo que le deparó la etiqueta de populista.
Aunque no estuvo al frente del ejecutivo tanto tiempo, su papel como opositor dio mucho de qué hablar a nivel interno y regional, y a diferencia de Egipto y Ghana, donde el populismo fue una respuesta a un claro vacío de liderazgo, en Zambia el discurso populista era menos nacionalista, y emergió sobre la base de la falta de justicia social para el pueblo zambiano.
Esta tendencia comenzó a ser más visible en algunos países de África desde hace 15 años, lo que indica la existencia de lo que se puede denominar como “populismo de segunda generación”, que se caracteriza por la defensa de la identidad africana ante lo extranjero.
En esta línea se inscribe Michael Sata, originario del norte de Zambia, justo donde se encuentra el Cooperbelt o cinturón de cobre, sede de las grandes minas de cobre y cobalto del país.
Durante su juventud trabajó como policía y obrero ferroviario en la entonces Rhodesia del Norte. Partiendo de un activismo sindical, se involucró en la política dentro de las filas del Partido Unido de la Independencia Nacional (UNIP, por sus siglas en inglés), la fuerza opuesta al colonialismo británico y de corte socialista, cuyo líder, Kenneth Kaunda, se convirtió en 1964 en el primer presidente de la República de Zambia.
Dentro de este partido, Sata fue desarrollando una lenta pero sólida carrera, hasta llegar a la gobernación de Lusaka, la capital del país, donde dejó su marca como un hombre de acción con enfoque práctico, embelleciendo la ciudad y haciéndola más funcional y moderna. Se hizo muy conocido por su cercanía con el pueblo, con acciones como ponerse a limpiar las calles con sus propias manos.

Desilusionado con la deriva dictatorial de Kenneth Kaunda, Sata rompió con el oficialismo semanas antes de las históricas elecciones multipartidistas de octubre de 1991, que el veterano independentista se había visto obligado a convocar presionado por la sociedad.
Sata se unió al Movimiento para la Democracia Multipartidaria (MMD), y ayudó a Frederick Chiluba a ganar las elecciones. Diez años después, en 2001, Sata entró en conflicto con el presidente Chiluba debido a sus ambiciones sucesorias y de cambiar la constitución para un tercer mandato, esto porque se perfilaba como uno de los candidatos más fuertes para sucederlo.
Sin solución de continuidad en el MMD, Sata fundó su propia fuerza política, el Frente Patriótico, al que dotó de un ideario de tipo socialdemócrata. De acuerdo con varios observadores políticos, Sata hablaba algunas veces como un tribuno sindicalista, e intentaba articular medidas nacionalistas de izquierdas en beneficio de su potente base electoral en Lusaka y Copperbelt, con muchísimos mineros y proletarios urbanos que confiaban en sus promesas sociales.
Desde su perspectiva, gran parte de los problemas de la nación eran ocasionados por las empresas multinacionales chinas, involucradas en las industrias extractivas del país (privatizadas por Chiluba en los noventa) que explotan y abusan de los trabajadores zambianos, quienes aplaudían las declaraciones de Sata contra la gestión empresarial china que explota los recursos del país, la base de la economía zambiana.
Sata asumió el compromiso de armonizar los niveles de pobreza y desarrollo humano, sumidos en un nivel bajo, con el crecimiento económico, que era alto y sostenido a pesar de la crisis global, gracias a la cotización al alza del cobre en aquellos años.

Los tonos agrios y populistas envolvieron sus campañas, en la que se erigió en defensor de los pobres, fustigó el aperturismo económico y se mofó de sus capacidades de sus adversarios, principalmente de los presidentes Frederick Chiluba, Levy Mwanawasa y Rupiah Banda.
En sus discursos decía que, de llegar a la presidencia, emprendería enérgicas medidas en contra de las empresas chinas del país, así como la posibilidad de reconocer a Taiwán. Estas declaraciones provocaron un conflicto diplomático entre Lusaka y Beijing, que amenazó con retirar sus millonarias inversiones en la minería del país si Sata asumía la presidencia.
Este no fue el único conflicto externo que desató. En una ocasión se refirió al presidente estadounidense George W. Bush como un “hombre joven y colonialista”, lo que causó polémica.
En cambio, y a diferencia de los gobiernos del MMD, se declaró admirador del presidente de Zimbabue, Robert Mugabe, por su política de confiscación de tierras a los granjeros blancos, esto con la doble intención de diferenciarse de sus adversarios y generar tensiones en Zambia. Por otro lado, debido a su activismo político, Sata fue declarado persona non grata en Malawi.
Poco a poco Sata incrementaba su rendimiento electoral, debido a la persistencia de las enormes desigualdades sociales, el alto desempleo y la pobreza generalizada, pese al buen crecimiento económico. Durante sus infructuosos intentos por ganar la presidencia, frecuentemente acusaba al gobierno de fraude electoral, y le resultaba obvio que querían dejarlo fuera de juego con acusaciones infundadas.
Michael Sata se presentó cuatro veces como candidato a la presidencia, y solo triunfó en la última de ellas, donde consiguió derrotar al aspirante a la reelección, Rupiah Banda, y poner fin a dos décadas de gobiernos del MMD, de los que una vez fue destacado miembro. Ganó las elecciones en 2011 con el 42% de los votos, y la entrega del poder fue pacífica, con discursos a favor de la unidad nacional y con una ceremonia solemne en la que abundaron en el simbolismo de una jornada de exaltación democrática.
Una vez que el eterno aspirante presidencial asumió la jefatura del Estado, el clima de inversión en Zambia se mostró incierto tras la victoria, pero Sata moderó su discurso contra los inversionistas chinos, a quienes garantizó la seguridad de un clima favorable a los negocios, y que podrían seguir operando en el país, aunque de ellos esperaba mejoras sustanciales en las condiciones laborales de sus empleados.
Sin embargo, aún como presidente no abandonó su aspereza habitual y tono belicoso, y a menudo reprendía a sus ministros en público. También proclamó la necesidad de “fregar y lavar” el país, y puso manos a la obra en esta labor.
Desde sus tiempos de candidato decía que era “alérgico a la corrupción”, y había llegado el momento de demostrarlo, lanzando una enérgica campaña anticorrupción, que fue saldada con una serie de destituciones y rescisiones de contratos firmados por el anterior Ejecutivo.
La aplicación de estas medidas populares buscaba mantener las expectativas suscitadas en la opinión pública, como más empleo digno y de reducir la pobreza. Con todo, sus críticos lo acusaban de haberse vuelto cada vez más autoritario y de perseguir a la oposición y a la prensa.
Así marchaban las cosas cuando, a mediados de 2014, Michael Sata dejó de aparecer en público, lo cual es raro para un líder tan franco, extrovertido y que basaba su legitimidad por sus apariciones en público. Pronto se supo que su salud estaba muy deteriorada.
Incapaz de continuar con su vida pública, abandona el país para hospitalizarse en Londres, dejando encargada la presidencia a su Ministro de Defensa, Edgar Lungu. Finalmente, el 28 de octubre de 2014 Sata falleció en el hospital Eduardo VII, sin que especificaran las causas de su enfermedad. Su figura siempre estuvo en medio de la polémica y los reflectores mediáticos sensacionalistas, pero sin duda dejó huella en su nación, e inspiró el cambio hacia una verdadera transformación social y un desarrollo más inclusivo.
Su muerte desató una lucha por su sucesión en el Frente Patriótico, pero al final, el mismo Edgar Lungu terminó siendo el nuevo presidente de la nación hasta el 2021, con una nueva transición democrática, esta vez encabezada por Hakainde Hichilema.
John Magufuli (Tanzania, 2015-2021).

La última gran figura populista que ha surgido en África hasta el momento es el tanzano John Magufuli, quien logró acaparar los reflectores mediáticos hacia su persona, aunque no por sus logros en la presidencia de su país, sino por sus declaraciones polémicas y su agrio estilo populista, al grado que se le llegó a conocer como “el Bolsonaro de África”.
John Magufuli (1959-2021) era oriundo del distrito de Chato, ubicado en la parte noroccidental de Tanzania, a orillas del lago Victoria, e hijo de campesinos de fe católica. Era matemático y químico industrial por la Universidad de Dar es-Salaam.
De carácter audaz y eficiente, desde joven ingresó a la política. Fue militante activo del Chama Cha Mapinduzi (CCM), el partido oficial del país de ideología de izquierda y panafricana, fundado por Julius Nyerere, considerado el padre de la nación.
A lo largo de su historia, Tanzania tiene una merecida fama de ser políticamente estable, libre de violencias étnicas, religiosas y militares. Hasta antes de la aparición de Magufuli, había estado inmune de autoritarismos y populismos, además de ser un actor muy valioso en la pacificación de los conflictos africanos.
No obstante, desde que Nyerere dejó el poder, el pueblo tanzano buscaba un líder carismático que los guiara en su proceso de desarrollo económico, teniendo como base su estabilidad, y parte de la población vio en Magufuli a ese líder, quien cimentó su carrera política como un funcionario hacendoso e incorruptible.
Como militante de su partido fue diputado y estuvo a cargo de varios Ministerios durante las administraciones de los presidentes Benjamín Mkapa y Jakaya Kikwete.
En particular fue exitosa su gestión a cargo del Ministerio de Obras Públicas, donde se ganó el sobrenombre de “bulldozer” por sus tácticas inflexibles, su línea dura y su ímpetu constructor, al promover y supervisar la ejecución de importantes proyectos de infraestructura. Su brioso programa de construcción y asfaltado de carreteras le hizo merecedor de una incipiente fama.

En los cargos públicos que ejerció siempre se mostró íntegro e inasequible a la corrupción que le podían propiciar, en contraposición a lo que sucedía con la mayoría de los funcionarios públicos de alto y bajo rango, envueltos en múltiples escándalos de corrupción, quienes se beneficiaban de las licitaciones de contratos y de los lucrativos acuerdos entre el Estado tanzano y los inversores privados.
A pesar de esto, Magufuli aún no estaba considerado un peso pesado del oficialismo con miras a las elecciones presidenciales de 2015, al no formar parte del círculo íntimo de colaboradores del presidente Kikwete, ni tampoco de la cúpula dirigente del CCM.
Pero los astros se alinearon a su favor, y tras una serie de desacuerdos y desbandadas en el partido oficial, Magufuli fue el elegido por el congreso del partido como candidato a la presidencia. Las elecciones de 2015 fueron especialmente importantes porque era la primera vez que el CCM tenía posibilidades reales de perder el poder, pero finalmente Magufuli pudo reternerlo con el 58.5% de los votos.
Una vez obtenido el principal cargo público del país, se hizo cada vez más visible su sello populista, que con el paso del tiempo se volvía más autoritario, intolerante y conservador, bajo un descarado culto a su personalidad. Las políticas públicas que emprendió eran una mezcla de capitalismo y autocracia, y su fanatismo religioso llegó al extremo de despreciar a la ciencia.
Primeramente encaró el problema de la corrupción, la pobreza generalizada y el ausentismo laboral de la burocracia. Como tenía una buena reputación como un hombre honrado y austero, hilvanó un discurso sugestivo centrado en acabar contra la corrupción, a la que se refería como la verdadera lacra nacional.
Implementó recortes en los gastos suntuarios del gobierno, y reorientó los gastos corrientes del gobierno a la inversión social, principalmente en ampliar la cobertura del suministro de energía eléctrica y garantizar la educación pública gratuita en todos los niveles.
También recalcó la necesidad de atraer las inversiones necesarias para explotar las abundantes y recién descubiertas reservas de gas natural, para transformar una economía que tradicionalmente ha dependido del desarrollo rural y las exportaciones de bienes primarios, que debía sumarse al pujante sector minero e incrementar los buenos datos de la economía, cuyo crecimiento promedio en la última década venía superando el 6%, aunque este magnífico registro no estaba teniendo incidencia – al igual que en Zambia – en la reducción de la pobreza, presente en las vidas de dos de cada tres personas en el país africano oriental.
En el marco de este proceso, renegoció contratos con multinacionales para explotar los recursos naturales del país y canceló algunos otros que se mantenían con los chinos.
Consiente también de que más del 80% de la población tanzana dependía de la agricultura,diseñó su agenda como una continuación de la visión socialista de Julius Nyerere, quien abogó por la autosuficiencia alimentaria, la intolerancia a la corrupción y un fuerte carácter nacionalista.
No se puede negar que Magufuli tuvo significativos logros durante su gestión, sobre todo en materia de infraestructuras ferroviarias e hidroeléctircas. Sin embargo, también se apuntó varios fracasos. La creación de empleo fue escasa, y el aumento a los impuestos afectaron al sector privado y mermaron el interés de los inversores extranjeros en el país.
A pesar de lo anterior, el balance de su gobierno se inclinaba hacia el lado positivo, pero lo que más afectó su imagen fue su estilo personalista de incidir hasta en la vida privada de sus gobernados conforme a sus valores. Ese fue su gran error y perdición.
Atentó contra los derechos de las niñas y las mujeres al expulsar de los colegios a las adolescentes embarazadas, criminalizó la modificación de las estadísticas oficiales y se tuvo una regresión en cuanto a la libertad de expresión y el pluralismo político. Cono consecuencia, restringió las operaciones de las Organizaciones no Gubernamentales en el país, así como las de los medios de comunicación y la oposición política. El intento de asesinato del opositor Tundu Lissu en 2017 reafirmó esta nueva y preocupante tendencia.
Con el advenimiento de la pandemia de COVID-19 el mundo conoció la peor cara de John Magufuli. Cuando todo el mundo emprendía medidas de confinamiento, protección, y buscaba una vacuna para combatir a esta enfermedad, el presidente de Tanzania mantuvo una posición escéptica y negacionista, dudando de la misma existencia del virus.
A partir de sus creencias religiosas, afirmó que “es tiempo de mirar a Dios y no depender de los cubrebocas” y se negó a cerrar las Iglesias y lugares de culto, porque en ellos era donde estaba Dios y se curaban los males. También llegó a proponer remedios curanderos para protegerse de la enfermedad.
Minimizó los efectos de la pandemia y rechazó imponer la cuarentena. Sostuvo diversas teorías conspirativas sobre las vacunas, y como muchas personas alrededor del mundo pensaban igual que él, su popularidad traspasó las fronteras de Tanzania.
Lamentablemente la historia tuvo un mal desenlace. Magufuli, que empezaba su segundo mandato después de su triunfo en las elecciones de octubre de 2020 con más del 84% de los votos, murió el 17 de marzo de 2021 por complicaciones relacionadas con el corazón, de acuerdo a la versión oficial.
Sin embargo, todo apunta a que el mandatario realmente falleció por Covid-19, dado que existen pruebas de que estaba recibiendo tratamiento médico en Kenia, y que estaba conectado a un respirador artificial, y no se le había visto en público durante las últimas dos semanas previas a su muerte.
Cierto o no, lo único seguro es que su paso por la presidencia de Tanzania marcó un parteaguas en la historia de su país, rompiendo con la tradición política preexistente y estableciendo nuevas prioridades nacionales encaminadas al desarrollo económico y social, y sin duda su recuerdo persistirá mucho tiempo en la memoria colectiva de los tanzanos como un hombre que siempre predicó con el ejemplo, y dispuesto a todo para encarar los desafíos nacionales.
Tras su muerte, Samia Suluhu, vicepresidenta en el gobierno de Magufuli y musulmana de Zanzíbar, asumió como la primera mujer en la presidencia del país, quien hasta el momento ha moderado el tono populista de las políticas de su antecesor, pero que se encamina a una nueva sucesión tensa en este 2025.

Caracteristicas de los populismos africanos.
A manera de conclusión, en la siguiente tabla resumimos los preceptos y elementos de los populismos africanos que acabamos de revisar.
Líder populista | Gamal Abdel Nasser | Jerry John Rawlings | Michael Sata | John Magufuli |
---|---|---|---|---|
Apodo | “El Rais” | “Papa Jerry” | “El Rey Cobra” | “El Bulldozer” |
Periodo que ejerció como Jefe de Estado | 1954-1970 | 1981-2001 | 2011-2014 | 2015-2021 |
Tipo de populismo | Paternalista | Carismático | Discursivo | Intolerante |
Concepción del pueblo | Nacionalista árabe | Democrático | Sindicalista minero | Agrario |
Grupo antagónico | El imperialismo europeo | La cúpula militar gobernante | Las empresas trasnacionales chinas de la minería | La burocracia ineficiente y corrupta |
Simplificación del problema | La injerencia extranjera es dañina para los pueblos árabes | Hay que dotar al pueblo ghanés de las condiciones sociales y políticas necesarias para el desarrollo de la nación | La persistencia de la sobreexplotación laboral y de los recursos del país impide el desarrollo social de Zambia | La corrupción es el principal problema de Tanzania |
Acciones realizadas | Políticas nacionalistas y de expropiación, así como una alianza entre el ejército y la clase obrera | Satisfacer las necesidades del pueblo, para después emprender una transición política democrática | Renegociación de contratos de explotación de recursos y destitución de funcionarios por corrupción | Medidas anticorrupción, recorte de gastos suntuarios y reorientación de gastos corrientes del gobierno |
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