África fue un continente colonizado en su mayor parte por los europeos, quienes a su conveniencia explotaron sus recursos y dominaron a la población local. Sin embargo, tenemos una notable excepción en una parte de África Occidental: Liberia, Estado que desde su nacimiento está íntimamente vinculado a los Estados Unidos de América, convirtiéndose en un proyecto muy singular e interesante, pero que terminó siendo perjudicial para los africanos, al igual que el colonialismo europeo. A continuación, un breve repaso y análisis del proceso histórico de Liberia.
El título de este artículo no es el nombre oficial del país al que coloquialmente conocemos como Liberia, pero esta denominación le queda a la perfección. Y es que la creación de este Estado de África Occidental se debió a una serie de acontecimientos que sucedieron en los Estados Unidos de América a comienzos del siglo XIX, convirtiéndose así en la única experiencia moderna dentro del continente africano de un territorio que fue propiedad de una potencia no europea, lo cual representa, de entrada, una particularidad que merece la pena ser estudiada.
A su vez, la conformación histórica de Liberia nos revela la existencia de una forma de colonialismo en África muy peculiar, que operó bajo la fachada de la abolición de la esclavitud y una supuesta labor humanitaria, pero que en realidad se trató de una simulación de libertad, inaceptable en términos éticos y morales, situación que tuvo consecuencias negativas para los pueblos y tribus autóctonas de este lugar, con pocas diferencias con respecto al “colonialismo europeo clásico”. Sin más preámbulo, vayamos al grano.
Antiguamente, Liberia fue habitada por diversas tribus y etnias que competían por el acceso a territorios y recursos a través de una compleja red de alianzas y rivalidades entre ellos y con los grandes reinos e imperios de la región en la época del África precolonial. Inclusive algunos de aquellos pueblos llegaron a comerciar con los navegantes europeos y participaron activamente en la trata de esclavos, hasta la segunda década del siglo XIX.
Fue entonces cuando agentes de la Sociedad Estadounidense de Colonización (ACS, por sus siglas en inglés), llegaron a esta zona dispuestos a fundar un asentamiento para devolver a los esclavos libertos a África. Esta organización fue fundada en 1816 por el presbiteriano Robert Finley, y entre sus filas había importantes políticos, senadores, filántropos y humanistas.
Para comprender los motivos que llevaron a sus miembros a llevar a cabo esta empresa, es necesario entender el contexto político y social de los Estados Unidos de esa época. Norteamérica no puede entenderse sin referirnos al comercio trasatlántico de esclavos africanos, un pilar fundamental para el funcionamiento de la economía, sobre todo en las colonias sureñas, que se practicó desde la fundación de las trece colonias americanas hasta la aprobación decimotercera enmienda, en 1865, cuando por fin se abolió la esclavitud, que siempre fue un tema polémico y que casi termina con la fragmentación del país.
A pesar de la expansión de las prácticas de esclavitud a lo largo del territorio de los Estados Unidos, varios esclavos negros consiguieron su libertad mientras las ciudades en el país crecían y prosperaban. Los nuevos ciudadanos de color no eran bien vistos. Algunos no creían posible alcanzar el ideal de una sociedad multirracial, y entre la población blanca siempre existieron temores de una rebelión de esclavos que les hiciera perder sus tierras y privilegios, en vista de algunos estallidos en Virginia y de la independencia de Haití, que fue una revolución de esclavos.
Por su parte, la trata de esclavos africanos a gran escala fue disminuyendo paulatinamente durante el siglo XIX, e Inglaterra comenzó a repatriar a algunos esclavos hacia lo que hoy es Sierra Leona, y la ACS siguió su ejemplo, y “compró” un territorio colindante de casi 100 kilómetros, entre los ríos Mesurado y Junk, región que fue nombrada como “Liberia”, que evoca a la “libertad” de los esclavos.
Esta vía parecía una buena solución: los esclavos obtenían su libertad, regresaban a su continente y la sociedad estadounidense se sentiría más tranquila. Sin embargo, ésta fue una decisión unilateral. A los esclavos nunca se les pidió su opinión al respecto. Y la mayoría no deseaba volver, ya que habían formado un patrimonio o una familia en los Estados Unidos. Aun así, se embarcaron aproximadamente 15 mil personas de regreso a África a lo largo de la existencia de la ACS, a partir de 1818.
A pesar de que el proyecto fue perdiendo fuerza conforme pasó el tiempo, encontramos en la Doctrina Monroe (elaborada por John Quincy Adams, pero atribuida a James Monroe), la justificación principal para el embarque de esclavos africanos a lo que sería Liberia. Recordemos que esta doctrina está sintetizada en la frase “América para los americanos”, pero en esa época, los esclavos no estaban considerados como ciudadanos americanos. Eran esclavos de África, por lo cual, ellos quedaban fuera del proyecto de nación estadounidense, y debían regresar a su continente. De hecho, Monrovia, la capital de Liberia, fue nombrada de esta manera en honor a James Monroe.
El proyecto no alcanzó, ni de cerca, las proporciones de una auténtica “limpieza racial” de los Estados Unidos, pero fue así como surgió la colonia de Liberia. Aunque en casi todas las obras que abordan la colonización africana no se trata a Liberia como tal, en realidad sí lo fue, al menos en los primeros años de su fundación, dado que en su formación se explotaron los recursos del territorio y se imitó el mismo sistema político, económico y administrativo estadounidense, en función de los intereses de los colonizadores y los esclavos libertos recién llegados, con todo y que fue una organización (la ACS), y no el Estado norteamericano, quien ejecutó labores de asesoría, vigilancia y defensa en el territorio liberiano.
La llegada de estos esclavos liberados provenientes de Norteamérica modificó el curso social, político y económico de la región. La población autóctona fue desplazada por los recién llegados, quienes se concentraron en las zonas costeras. De este modo, asistimos a un proceso de colonización, mismo que, si bien fue distinto al europeo por la manera en que se desarrolló y por el perfil de sus protagonistas, las consecuencias no fueron muy diferentes.
La élite américo-liberiana fundó un país hecho a su conveniencia. A pesar de que sólo representaban el 3% de la población que se asentaba en los límites del territorio, se quedaron con todos los puestos de poder. Estos inmigrantes, que eran conocidos como americoes, replicaron en este territorio africano el mismo modelo que hizo posible la conformación de las Trece Colonias de Norteamérica.
Existen muchos elementos que nos ilustran al respecto. Además del nombre de la capital, tenemos ejemplos como el idioma inglés, la moneda (el dólar liberiano) y la bandera – que tiene barras con los mismos colores que la de los Estados Unidos, y una estrella -. Incluso los nombres de las poblaciones tenían los mismos nombres que los Estados de la Unión Americana: Mississippi, Georgia, Kentucky, Pennsylvania, Luisiana, Maryland, entre otras, todas en suelo liberiano. Al final, todas esas colonias se juntan y en 1847 proclaman la independencia, más de 100 años antes que el resto de los Estados de África. Joseph Jenkins Roberts, de origen virginiano, fue su primer presidente.
Pero lejos del surgimiento de establecimientos políticos donde las libertades civiles se convirtieran en el principio de su existencia, con el paso del tiempo se consolidó en Liberia un sistema segregacionista, construido desde el Estado, entre los antiguos esclavos y el resto de la población local, cuyas características autóctonas fueron ignoradas por completo, como resultado de la asimilación del American way of life.
Las relaciones entre los antiguos esclavos y la población liberiana local estuvieron marcadas por la confrontación y el distanciamiento, a tal grado que llegaron a un punto donde la discriminación y el racismo dominaron la escena pública del país, bajo un sistema bastante similar al Apartheid sudafricano que surgiría más tarde.
La desigualdad institucionalizada se mantuvo durante muchas décadas. La oligarquía negroamericana se consolidó, cuya expresión política fue el partido whig o liberal. Las grandes empresas se hicieron con el control de la minería y las grandes plantaciones de exportación, donde muchos locales sirvieron como esclavos.
Fue hasta 1944, de la mano del presidente William Tubman, cuando comenzaron los primeros intentos en pro de la integración de los africanos autóctonos al desarrollo del país. Pese a ello, los odios acumulados durante tantos años no desaparecieron, y fueron los orígenes de las dos intensas guerras civiles liberianas, que abarcaron un periodo de 1989 a 2003, marcadas por el enfrentamiento entre las etnias y los descendientes de aquellos colonos.
Durante estas guerras emergieron dos figuras tristemente recordadas: Samuel Doe, quien se convirtió en el primer presidente descendiente de africanos nativos, pero lejos de promover la reconciliación nacional, implantó una férrea dictadura; y Charles Taylor, líder del Frente Patriótico de Liberia y famoso por ser el “señor de la guerra”, juzgado y condenado por la Corte Penal internacional por crímenes de lesa humanidad.
Ya para entonces la influencia estadounidense sobre Liberia era mucho menos intensa. Los Estados Unidos ya se habían convertido en una superpotencia, mientras que Liberia se veía obligada a adaptarse a la convivencia con Estados africanos independientes, como consecuencia del proceso descolonizador del continente africano. Atrás habían quedado los tiempos de esclavitud, y Liberia ha tenido que implementar nuevas estrategias de desarrollo con menor participación norteamericana.
El gobierno de Ellen Johnson-Sirleaf (primera mujer elegida como presidenta de un país africano) logró que Liberia pasara de un Estado en ruinas a uno capaz de asumir tareas esenciales: la economía creció a un ritmo de 7% anual, y aumentó en 8 años la esperanza de vida durante su mandato, de 2005 a 2017. No obstante, los desafíos son muchos y grandes, como el combate a la corrupción, la impunidad y el acceso universal a los servicios educativos. Afortunadamente el país no ha vuelto a las armas, pero las rencillas continúan.
En lo que va de la administración de George Weah, Liberia ha mantenido la estabilidad. La figura del ex futbolista es muy popular entre los liberianos por los logros que consiguió durante su carrera deportiva (ganador del balón de oro en 1995 y nombrado tres veces el mejor jugador africano, justo en los años de la guerra civil). Quizás el perfil de un político ex futbolista no sea el ideal para una nación como Liberia, donde más de la mitad de la población vive en la pobreza, fue golpeada por la epidemia del ébola y aún con cicatrices de la guerra, pero tenemos elementos para ser optimistas en cuanto al futuro de Liberia. Además, son muchos los políticos africanos que, aún con mayor formación académica y experiencia política, han fracasado estrepitosamente.
Aunque la importancia geopolítica actual de Liberia no signifique un asunto prioritario para el gobierno de los Estados Unidos, la diáspora liberiana que vive ahí desempeña un papel protagónico en la vida social, económica y política de Liberia, principalmente a través de apoyo financiero y formación profesional en muchas áreas. Sin ir más lejos, Timothy Weah, hijo del presidente y también futbolista, tiene la nacionalidad estadounidense y juega para la selección de las barras y las estrellas.
Ya ha pasado mucho tiempo desde que los esclavos libertos llegaron a este punto de África desde Estados Unidos, pero las formas, usos y costumbres provenientes de Norteamérica han perdurado. Resulta imposible romper los fuertes lazos familiares e identitarios entre liberianos y norteamericanos, pero una condición para la transición de Liberia hacia un mejor futuro y mayor bienestar y progreso para su población radica en el rescate de sus raíces y esencia africana, a través de una mayor cooperación e integración con el resto de los países de su continente. Liberia siempre pertenecerá a África, aunque su alma y espíritu sean norteamericanos.