A continuación se expone parte de las biografías de los dos etíopes más influyentes de nuestros tiempos – Abiy Ahmed y Tedros Adhanom – y a través del perfil político de cada uno de ellos, intentamos comprender mejor la posición geopolítica de Etiopía en la actualidad.
Abiy Ahmed Ali.
Hace un año el nombre del Primer Ministro de Etiopía, Abiy Ahmed, apareció en los diarios y noticieros internacionales como el flamante ganador del Premio Nobel de la Paz 2019, mismo que obtuvo por la histórica firma de un acuerdo de paz con la vecina Eritrea, después de décadas de guerras, enfrentamientos y tensiones. A partir de ese momento se convirtió en uno de los líderes mundiales más respetados y admirados del mundo. Aunado a lo anterior, a nivel interno impulsó importantes reformas estructurales que buscan convertir a Etiopía en un país más democrático, igualitario y próspero.
Sin embargo, su sobreexposición a los reflectores ha saltado, a la vista de todos, las grandes contradicciones internas y añejas del país, mismas que no ha podido resolver. Y por la magnitud de las transformaciones emprendidas conviene muchísimo realizar un breve balance de su gestión en el gobierno, cuyas acciones afectan de manera directa e indirecta el curso de todas las naciones ubicadas en el cuerno de África, así como a los actores foráneos que mantienen intereses en esta región.
La elección de Abiy Ahmed como Primer Ministro, en abril de 2018, se dio en medio de una grave crisis política en todo el país, después de que su antecesor, Hailemariam Desalegn, renunció al cargo por la fuerte presión social ejercida contra las políticas de su gobierno. Al mismo tiempo sobrevino una fractura en el seno del Frente Democrático Revolucionario Etíope (EPRDF, por sus siglas en inglés), la hasta entonces coalición gobernante del país, que se conformaba por cuatro partidos regionales. No obstante, pocos podían imaginar que el nuevo Primer Ministro se atrevería a implementar cambios radicales dentro del Estado etíope. Y vaya que lo hizo.
De padre musulmán de la etnia Oromo, y madre cristiana ortodoxa de los Amhara, Ahmed está convencido de que es posible la plena integración de los pueblos y etnias que habitan Etiopía, a pesar de las diferencias ancestrales. Desde muy joven, Abiy Ahmed se sumó a las filas del grupo revolucionario que forzó la caída de Mengistu Haile Mariam en 1991, y tras la llegada del multipartidismo, inició su carrera política en el Partido Democrático Oromo, uno de los que formaban parte del EPRDF. Siempre se ha destacado por su carácter conciliador y negociador. Ya era una figura bastante conocida en Etiopía cuando asumió el cargo de Primer Ministro, e inmediatamente comenzó a llevar a la práctica su plan político.
Su primera gran decisión fue la liberación de los presos políticos, el levantamiento de las restricciones a los medios de comunicación, así como el fin del estado de emergencia en todo el país, aprovechado por muchos para cometer excesos, abusos y violaciones a los derechos humanos. También se comprometió con la igualdad de género al promover la llegada a la presidencia del país de Sahle-Work Zewde, única Jefa de Estado en África en funciones.
Con estas bases, Abiy Ahmed se propuso llevar a Etiopía por el camino de la reconciliación, la unidad y la paz. En el aspecto económico inició un proceso de liberalización, que permita transitar hacia una economía que genere oportunidades para todos y que el país se inserte definitivamente en el proceso de globalización que caracteriza a los Estados modernos. A su vez, se planteó la reducción de las asimetrías de desarrollo regionales como parte integral del programa económico.
Pero la reforma más polémica se implementó en el ámbito político, con la decisión de terminar con el Federalismo étnico prevaleciente hasta entonces, para pasar a un nuevo orden político más centralizado, a través de la renovación del Estado Federal desde la ciudadanía, no importando la pertenencia étnica. De la misma manera, decidió la fundación de un partido político, el Partido del Progreso (PP).
Al nuevo partido se integraron la mayor parte de las fuerzas que conformaban el EPRDF, con la notable excepción del Frente de Liberación del Pueblo de Tigray (TPLF), el cual se debilitó con el ascenso de Ahmed, y más todavía con la firma de paz con los eritreos, sus enemigos históricos y con quienes hacen frontera. Y ahora también lo eran de Ahmed, a quien acusaron de realizar estas maniobras para concentrar mayor poder en su persona.
Aquí cabe mencionar que el TPLF representa a la antigua élite gobernante, y que Tigray fue la región más favorecida por las inversiones y el crecimiento del país, aún y cuando los oromo y los amhara representan la mayoría de la población.
Con estas decisiones, Ahmed movió el frágil equilibrio entre las naciones que conforman Etiopía, y ahora debe hacer frente a las consecuencias que esto podría representar. Este país tiene una larga historia donde las diferentes etnias buscan imponerse sobre las demás, y cualquier decisión errada puede ser motivo de grandes confrontaciones interétnicas. Se dice, con justa razón, que Etiopía es una “Federación de naciones” constituida por un pacto social plasmado en la Constitución de 1994. Para algunos, incluso la simple idea de “nación etíope” implica un agravio contra la autonomía de las regiones y el respeto a las costumbres de las etnias. Junto a ese férreo regionalismo y las dinámicas discriminatorias que lo caracterizan, se ha impuesto una larga tradición de gobiernos centralizados que por la fuerza pretenden evitar la disgregación territorial a falta de estabilidad interna.
Y ese pacto es justamente el principal obstáculo para llevar a cabo el plan político que se propuso Ahmed, que busca de algún modo eliminar las diferencias culturales y lingüísticas de cada etnia y posibilitar el consenso político a nivel nacional. Sin embargo, la parte conservadora del país – representada principalmente por el TPLF – se resiste a aplicar cambios profundos.
Así las cosas, en agosto de este año estaban programadas las elecciones parlamentarias y presidenciales en Etiopía, pero la pandemia de COVID-19 orilló al gobierno de Abiy Ahmed a posponerlas, lo cual no fue del agrado del TPLF. Esto desencadenó una serie de hechos que culminaron con el anuncio de una operación militar en Tigray en noviembre.
Y en vez de sentarse a la mesa a negociar una solución pacífica, implementó exactamente las mismas medidas que levantó en sus primeros días como Primer Ministro: decretó estado de emergencia y cortó las comunicaciones en la región. Desde entonces la crisis en la región de Tigray aumenta cada día, y poco se sabe lo que está ocurriendo ahí en estos momentos, aunque varias agencias de noticias han informado de bombardeos cerca de la región de Amhara.
La ruptura total con los dirigentes de Tigray no es una buena noticia para Ahmed, que ve cómo su proyecto federal se resquebraja. Pero este no es el único problema que enfrenta. El asesinato del cantante y activista de origen oromo Haacaaluu Hundeessa produjo importantes protestas en Oromía, y la región de Sidama se ha escindido del resto de los pueblos del Sur para conseguir su propio estatus regional.
A nivel externo la situación tampoco es color de rosa. La construcción y el llenado de la llamada Gran Presa del Renacimiento Etíope ha dado lugar a una confrontación con Egipto por el control del río Nilo, asunto que siempre ha sido para los egipcios un motivo de conflicto, ya que las aguas del río han sido determinantes para su progreso en todas las épocas. Esta disputa por el agua continúa abierta, y no se debe descartar ningún escenario.
En cada uno de estos frentes las miradas se posan en Abiy Ahmed, en buena medida porque él logró resolver una disputa interestatal que duró décadas, en menos de dos años, y se esperaría que hiciera lo mismo en casa. Por supuesto que el acuerdo de paz con Eritrea es una buena noticia para la estabilidad de la región, aunque no exenta de riesgos. Por el contrario, lo que no se puede justificar son los medios de los que se ha valido para alcanzar esos objetivos.
Por ello, hoy la figura de Abiy Ahmed se presenta ambivalente, que en menos de dos años de mandato ha pasado de firmar la paz en un frente, a declarar la guerra en otro. Pero no cabe la menor duda de que se trata de un líder diferente y marca una diferencia muy importante con respecto a sus antecesores, con lo cual se abre una esperanza para que Etiopía se convierta en un país más democrático, tolerante y próspero. Ahmed ya ha demostrado que es capaz de influir de manera importante en el curso de los acontecimientos, tanto en Etiopia como en el resto del cuerno de África, y que está dispuesto a lo que sea para conseguir la unidad política de Etiopía, aunque para ello tenga que emprender acciones totalmente opuestas a sus objetivos finales.
Debe ser consciente y convencerse de que la transformación que se propone es una carga muy pesada para una sola persona. Tampoco debemos olvidar que, en cierta medida la población del país sabe que estos cambios se han logrado gracias a las protestas populares. Y esa población estará atenta a cada uno de sus movimientos. Abiy Ahmed aún está a tiempo de rectificar sus errores y retomar la línea pacifista, democrática y progresista que lo había caracterizado hasta hace poco.
Siempre será mal visto que alguien que ya ganó un Nobel de la Paz recurra a las armas para lograr sus objetivos, y ese galardón estará acompañando a Abiy Ahmed por el resto de su vida. Pero independientemente de esto, estamos ante un personaje que en los próximos años será muy importante para el futuro de África y del mundo.
Tedros Adhanom Ghebreyesus
Este 2020 quedará grabado en la historia como el año en que la humanidad enfrentó una intensa y desgastante lucha contra una nueva cepa de coronavirus con origen en China, el SARS-CoV-2 o COVID-19. Ante este inesperado suceso, la Organización Mundial de la Salud (OMS), con sede en Ginebra, Suiza, tuvo que enfrentarse a la peor crisis sanitaria desde su creación, y de esta forma, de la noche a la mañana, Tedros Adhanom, su Director General, quedó al frente de esta lucha como su principal cara.
Él es biólogo y médico epidemiólogo e inmunólogo, con una larga experiencia como funcionario público en Etiopía . Nació en 1965 en la ciudad de Asmara, la actual capital de Eritrea, que en ese entonces era provincia del Imperio Etíope. Estudió Biología en la Universidad de Asmara, y desde joven es militante del TPLF, que durante los años en los que gobernaba el Consejo Administrativo Militar Provisional (DERG), era un partido clandestino.
Tras la caída del DERG en mayo de 1991, Tedros aprovechó para profundizar en su formación académica en los Estados Unidos y en Europa, pero regresó a su país en 2001 para dirigir la Oficina de Salud de Tigray desde Makele, la capital regional. Tras lograr buenos resultados fue transferido al Ejecutivo central, donde fue ascendiendo rápidamente hasta llegar al puesto de Ministro de Salud.
En sus siete años en este cargo logró avances realmente sorprendentes, mismos que están plenamente sustentados por datos duros. Paralelamente fue cultivando grandes relaciones con China y los Estados Unidos, adquiriendo un rol de activista sanitario internacional. Después del fallecimiento de Meles Zenawi en 2012, el nuevo Ministro Hailemariam Desalegn colocó al doctor Adhanom en el Ministerio de Exteriores. Como diplomático participó como mediador en algunos conflictos del continente y abogó por la adopción de los Objetivos de Desarrollo Sustentable en la Unión Africana. Además estrechó buenas relaciones con China y los Estados Unidos, donde desarrolló sus cualidades como hábil negociador.
Su amplia experiencia dentro del sector sanitario etíope, sus éxitos diplomáticos y sus vínculos con las más grandes fundaciones internacionales en materia de salud lo colocaron como un fuerte y natural aspirante para dirigir la OMS, cargo para el que finalmente fue elegido en mayo de 2017. Sin embargo, su figura siempre ha estado a la sombra de los ex primeros ministros Meles Zenawi y Hailemariam Desalegn, cabezas de un régimen ejecutivo elogiado por sus éxitos económicos, pero también censurado por su autoritarismo y abusos represivos. Una de las acusaciones más graves en su contra fue el destape de un supuesto encubrimiento de unos brotes de cólera durante su gestión en el Ministerio de Salud en Etiopía, asunto que el Doctor Tedros calificó como falso.
Su nombramiento como director de la OMS respondía a la necesidad de fortalecer y consolidar los logros en materia de salud en los países africanos, en aspectos como el aumento en la esperanza de vida, reducir la mortalidad materna e infantil, intensificar las campañas de vacunación y en encarar las enfermedades del ébola y del VIH, las cuales afectan principalmente a los países del continente africano. Se esperaba que su éxito y experiencia previa en Etiopía conduciría a la creación de las condiciones necesarias para alcanzar mayores avances en salud y sanidad en África, uno de los principales campos de acción de esta organización.
Así estaban las cosas cuando, apenas en su segundo año de gestión, una nueva y misteriosa enfermedad apareció en la ciudad china de Wuhan. Y a partir del 31 de diciembre de 2019 Tedros Adhanom y el personal de la OMS a su cargo han emitido diversas orientaciones y recomendaciones para enfrentar esta crisis sanitaria, mismas que han evolucionado al ritmo que marcan los acontecimientos.
La sucesión de mensajes del Director General dirigidos a alertar y exhortar a todas las naciones para encarar la amenaza del COVID-19 no han estado exentos de polémica y controversia. Ante esto, Tedros ha puesto “el pecho a las balas”, y llamó a no politizar una pandemia que el 9 de abril de 2020 ya estaba extendida a casi todos los países y territorios del mundo, y que acumulaba, en la fecha de publicación de este artículo, más de 71.5 millones de casos y 1.6 millones de muertes, siendo los más golpeados Estados Unidos, India, Brasil, Rusia y Francia.
Según el Doctor Tedros, solo desde la unidad mundial se podrá ganar una lucha que trasciende fronteras, subrayando que debe prevalecer un espíritu de solidaridad y cooperación entre todas las naciones. Para su desencanto, estas declaraciones no han evitado críticas y suspicacias por la actuación de Tedros y la OMS, sobre todo por Donald Trump, presidente de los Estados Unidos, ya que les recriminó una lentitud de respuesta en las primeras fases del brote del COVID-19, a minimizar la gravedad del mismo y en encubrir a China, que según el todavía mandatario estadounidense, controla la OMS.
Este conflicto escaló a tal grado que en el mes de julio Trump anunció la salida de su país de la OMS, país que contribuye aproximadamente con el 16% del presupuesto de la organización. De esta manera Tedros Adhanom se encuentra en medio, por un lado, de la lucha contra el COVID-19, y por otro, de las disputas geopolíticas que la misma pandemia genera.
Sin duda esta es una posición incómoda para cualquiera, por lo cual es fundamental que siga manteniendo la calma ante la tormenta, puesto que los reflectores de todo el mundo están posados no solamente en sus discursos, también en sus acciones en otros ámbitos, lo cual ya ha dado paso a la formación de rumores sobre su persona, como las acusaciones por parte del Ejército Etíope de que el Director de la OMS está apoyando a las autoridades de Tigray, lo cual ha negado.
Originalmente, como africano, Tedros Adhanom estaba destinado a mejorar las condiciones de salud en el continente africano, pero las circunstancias lo han llevado a estar al frente en la lucha contra la pandemia del COVID-19, la cual está lejos de ser controlada, y en el horizonte aparecen nuevos presagios de conflicto, como el desarrollo de las vacunas y los intereses políticos y económicos en torno a su posesión e implementación, además de atender el resto de la agenda global en materia de salud, que ya de por sí estaba saturada.
Como principal responsable del máximo organismo internacional en materia de salud debe seguir trabajando para generar sinergias y orientar a los países miembros para mejorar las condiciones sanitarias en todo el mundo. Todo ello bajo el principio de que ninguna persona puede estar por encima de ninguna institución u organización, mucho menos en una tan importante de corte internacional como la OMS.
Con todo, me parece que la conducción de la pandemia del COVID-19 por parte de la OMS y su director ha sido positiva, siempre tomando decisiones y emitiendo recomendaciones que están plenamente comprobadas y que cuentan con respaldo científico. Pese a ello, la misma pandemia del COVID-19 ha puesto al desnudo algunos puntos débiles de la propia organización, sobre todo en materia de financiamiento, así como la falta de apoyo y respaldo de parte de la Comunidad Internacional. A sus 55 años Tedros Adhanom ha sabido potenciar sus destrezas y minimizar sus sombras, por lo que su perfil y experiencia le permiten seguir siendo alguien capaz de dirigir la OMS.