La corrupción en África y sus raíces sociales

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Imagen de Mohamed Hassan en Pixabay.

La corrupción es uno de los principales problemas y obstáculos para alcanzar un mayor bienestar social, sobre todo en los países en desarrollo, como en África. En este artículo comparto una reflexión sobre la relación entre los niveles de corrupción con los de pobreza y desigualdad en el continente africano, con el propósito de dar una aproximación sobre este vínculo y combatir la corrupción mediante lo social.

En África, el fenómeno de la corrupción se encuentra muy generalizado. Cada año, los países del continente se encuentran entre los peor clasificados dentro del Índice de Percepción de la Corrupción (IPC) que elabora Transparencia Internacional, que en sus informes, recomienda a los gobiernos africanos emprender medidas para intensificar los esfuerzos en el combate a la corrupción y fortalecer sus instituciones democráticas.

Y es que, en varias regiones, la corrupción se ha convertido en un modo de vida, dando lugar al surgimiento de múltiples prácticas en esta materia, algunas de ellas tan absurdas y ridículas como afirmar que una serpiente se tragó $100,000 dólares en billetes de una agencia estatal de Nigeria, monto que estaba destinado a apoyar los jóvenes que buscan acceder a la educación superior. Por acciones como éstas se estima que en África se pierden anualmente $50,000 millones de dólares a causa de la corrupción.

No es casualidad que los países más pobres también se encuentren entre los más corruptos. Sin embargo, ¿es la corrupción lo que causa pobreza, o es la pobreza lo que estimula la corrupción? Considero que es esto último la relación causal correcta. Me apoyo en lo siguiente.

El entorno socioeconómico en prácticamente todos los países de África está lejos de alcanzar niveles dignos para la población. Es por ello que los más desfavorecidos son más dependientes de los servicios básicos que ofrecen los Estados, situación que es aprovechada por algunos funcionarios públicos para cometer abusos y obtener dinero a cambio del acceso a dichos servicios que, dicho sea de paso, son en su mayoría deficientes. De esta manera, la corrupción se origina debido a las precarias condiciones materiales de vida, al bajo nivel de desarrollo humano (en el sentido amplio de concepto de pobreza) y al deseo de ascender de estatus dentro de la pirámide social a cualquier costo, creando un círculo corruptivo difícil de contener.

Para demostrar mejor este vínculo, a continuación, se presenta un diagrama de dispersión, en el cual se visualiza la relación entre los resultados que presentan los países africanos, tanto en el Índice de Desarrollo Humano, como en el ya mencionado IPC.

Elaborado con datos de Transparencia Internacional y el PNUD.
Elaborado con datos de Transparencia Internacional y el PNUD.

Pese a que la línea de tendencia presenta una pendiente positiva (de izquierda a derecha), en realidad la relación es negativa, ya que el 100 dentro del IPC significa que no existe percepción alguna de corrupción. Es decir, mientras más alto sea el dígito, menor es la percepción de corrupción, lo que equivale que, a mayor desarrollo, menor corrupción.  

Esta asociación negativa entre los niveles de corrupción con los de la pobreza ha sido demostrada con claridad por la literatura sobre el tema. Un estudio realizado en 18 países de África subsahariana llegó a la conclusión de que en esta región el número esperado de transacciones corruptas en las que un pobre se ve involucrado se multiplica en 2.5 veces más en comparación con una persona rica.

Además del efecto negativo que estas prácticas tienen sobre la inversión, el gasto público y el crecimiento económico, acentúan las desigualdades sociales – principalmente en las ciudades -, y se crea un ambiente de impunidad para que la corrupción se posicione al más alto nivel, consumándose así el círculo vicioso de corrupción-pobreza.

Los papeles de Panamá revelaron que muchos líderes y multimillonarios africanos habían depositado sus fortunas en sociedades offshore para eludir sus responsabilidades fiscales. Quizá el caso más emblemático es el de Guinea Ecuatorial, país que, a pesar de tener una renta per cápita anual de $26,000 dólares, similar al de países desarrollados, la mayor parte de la población vive en la extrema pobreza. La razón de esto es la corrupción institucionalizada encabezada por su presidente Teodoro Obiang, quien es el principal accionista de una decena de empresas públicas y privadas que absorben el 75% del presupuesto a través de desvío de fondos y adjudicaciones directas. De esta forma, ser jefe de Estado en África significa adquirir riqueza y fortuna a costa del erario público, lo que explica gran parte de los golpes de Estado, control de recursos naturales y estallido de conflictos estatales e interétnicos.

Así, la corrupción se ha convertido en uno de los principales problemas que deben enfrentar los africanos. Los resultados de un reciente sondeo en el que se les preguntó a los ciudadanos de 32 países africanos sobre el nivel de corrupción en sus países, revelan que el 37% de los encuestados perciben una mayor corrupción en sus países en relación con años pasados, mientras que solamente el 6% de ellos creen que la corrupción ha disminuido. Estos resultados se muestran en las siguientes gráficas.

Poco más de la mitad de la población africana percibe un incremento en los niveles de corrupción
Elaborado con datos de Afrobarometer
El nivel de corrupción percibido en África varía de acuerdo al país que se trate, aunque éste es más alto en los regímenes autoritarios.

Elaborado con datos de Afrobarometer

No obstante, raramente la percepción de la corrupción corresponde a lo que realmente es. Más bien, explica la forma en que es vivida la corrupción, esto debido a factores subjetivos y a que los corruptos tienden a ocultar su participación en estos actos.

A pesar de ello, estos resultados nos dan una idea aproximada sobre el estado real de la corrupción en África. Es interesante notar que la corrupción es percibida como alta en aquellos países que viven bajo gobiernos autoritarios (Sudán) y baja en donde las tasas de crecimiento son altas (Tanzania). Estos análisis se asemejan a los obtenidos en América Latina, donde los escándalos de corrupción estallan cuando la economía no va bien.

Todo esto resalta que la corrupción es un fenómeno complejo, cuya erradicación requiere de un amplio conocimiento del marco legal en que se desarrolla, sus múltiples facetas, especificidades regionales y un profundo estudio de la conducta de los actores involucrados.

Sería un error afirmar que la corrupción es un problema solamente de carácter público, aunque en su combate es preciso la participación activa del Estado y el fortalecimiento de sus instituciones.

Por supuesto, no tiene el mismo impacto dar dinero a un policía para evitar una multa (lo que comúnmente se conoce como “mordida”), que el desvío de recursos por parte de un funcionario público o la evasión de obligaciones fiscales a través de empresas offshore. Deben existir reglas, sanciones y castigos proporcionales a la acción cometida, aunque la corrupción dista mucho de ser un problema meramente de derecho y de leyes.

Para que exista, en la corrupción actúan siempre dos o más corruptos, por lo que estudiar y entender su conducta es clave para dar con la raíz del problema. La corrupción es también un fenómeno que distorsiona las relaciones de poder y redistribuye los beneficios, en tanto es entendida como el mal uso intencional del dinero para el beneficio personal del corrupto, que actúa al marco de la legalidad, y por esto, asume el riesgo de ser descubierto y castigado por esta conducta.

De acuerdo a los principios de la teoría económica convencional, los individuos toman decisiones de manera racional, y están ligadas a la maximización del interés propio. Bajo este supuesto, la corrupción puede ser vista incluso como un “mal necesario” para progresar.

En cambio, la teoría economía conductual afirma que los individuos toman sus decisiones influenciados por sus emociones, psicología, entorno social, instinto y recursos económicos de los que está dotado, por lo que difícilmente tomará decisiones racionales. Esta situación se traslada al comportamiento corruptivo. Bajo este enfoque – que ha sido respaldado con el Premio Nobel de Economía – se explica por qué los países más pobres son más propensos a la corrupción, como ya lo explicamos antes.

Por ello, es preciso que el combate a la corrupción comience en la lucha contra la pobreza y evitar que aumente la desigualdad. Sin justicia social no se terminará la corrupción. También es importante que estas medidas se combinen con sistemas nacionales anticorrupción, la creación y fortalecimiento de una sociedad civil que exija transparencia y rendición de cuentas a sus gobernantes y consecuencias serias para los corruptos.

Al respecto, en los últimos meses, y debido a escándalos de corrupción, Jacob Zuma presentó su renuncia a la presidencia de Sudáfrica  y Ameenah Gurib-Fakim a la presidencia de las Islas Mauricio, lo cual marca un precedente importante para otros mandatarios. Sin embargo, queda mucho por hacer en otros Estados africanos para que los corruptos paguen por sus actos.

Para el caso particular del continente, se requiere de una coordinación entre gobiernos, empresas extranjeras, la Unión Africana y la sociedad Civil africana para que unan esfuerzos contra esta lacra. De manera general, la corrupción es producto de una multiplicidad de factores, entre los cuales se cuenta el social, pero es un factor (no una causa) muy importante para perpetuar la pobreza. Hacen falta más investigaciones que exploren más en detalle este vínculo, pero sin duda, una parte de la solución al problema pasa por mejorar las condiciones de vida de la población africana.


Carlos Luján Aldana

Economista Mexicano y Analista político internacional. Africanista por convicción y pasatiempo. Colaborador esporádico en diversos medios de comunicación internacionales, impulsando el conocimiento sobre África en la opinión pública y difundiendo el acontecer económico, geopolítico y social del continente africano, así como de la población afromexicana y las relaciones multilaterales México-África.

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