
En este artículo relatamos la historia de la selección sursudanesa de baloncesto y la increíble hazaña que consiguió, tanto a nivel deportivo como político: unir a una nación devastada por la guerra y brindar la esperanza de tener un mejor futuro.
Alguna vez, la política, ecologista y ganadora del Premio Nobel de la Paz, Wangari Maathai, dijo que las pequeñas cosas que hacen los ciudadanos son las que marcan la diferencia. Esta frase encaja a la perfección con la historia y conformación de la selección de basquetball o baloncesto en Sudán del Sur, impulsada por pocas personas y con muy pocos recursos, pero con mucha fe y la convicción de mejorar las condiciones de vida en el lugar con menor desarrollo humano del mundo. Y a pesar de todo, marcaron una diferencia enorme.
Esta historia en verdad es increíble, un auténtico milagro, no solo para los sursudaneses, sino para toda África, con la que la mayoría de la gente puede identificarse, de esas que merecen ser llevadas al cine, porque es digna de contarse y ser fuente de inspiración para todos.
Sudán del Sur es un país africano que existe desde 2011, ubicado en África Oriental, que ha atravesado prolongados periodos de guerra civil: de 1955 a 1972; de 1983 a 2005, y la más reciente, de 2013 a 2020, ésta última ya como nación independiente, dado que anteriormente pertenecía a Sudán.
Con estas condiciones, el baloncesto emergió como una flor en medio de las ruinas, pero ¿cómo fue posible esto?, y ¿por qué este deporte se convirtió en el vehículo que trajo la esperanza a este castigado pueblo?
Bueno, la población de Sudán del Sur presenta una característica física que sobresale por encima de todas: la altura. Las principales etnias que habitan el país – los dinka, los nuer y los mundari – son conocidos por ser las personas más altas del planeta. En promedio, los hombres superan los 1.90 metros de estatura. Esta estatura excepcional ha despertado el interés de genetistas, antropólogos y observadores.
Desde una dieta única hasta tradiciones que veneran la fuerza física, la altura va más allá de una simple característica visible: es un símbolo de identidad, supervivencia y control ancestral.
Por tanto, en un deporte de conjunto cuyo objetivo es encestar un balón en un aro sobre un tablero a diez pies de altura (3.05 metros) sobre el suelo, resulta lógico que la altura es una característica imprescindible para quienes buscan destacar en esta disciplina.
Pero los sursudaneses tenían la cualidad, más no la habilidad ni las capacidades para tener éxito. Además, en un ambiente hostil, donde el principal objetivo era comer y lograr la supervivencia, no había tiempo ni espacios para ponerse a jugar al basket.
Este deporte, creado en Estados Unidos, fue introducido en el continente africano por misioneros y educadores americanos, y algunas escuelas lo adoptaron como parte del programa de educación física a partir de los primeros años de vida independiente, a mediados del siglo XX. Actualmente el basketball ha crecido tanto, que es el segundo deporte más popular del continente, solo superado por el fútbol.
En el caso específico de Sudán del Sur, el basketball llegó proveniente de Jartum, donde ya comenzaba a practicarse con regularidad a partir de la segunda mitad del siglo XX. Pero realmente quien abrió las puertas de este deporte a su pueblo fue Manute Bol, uno de los jugadores más altos que han jugado en la NBA (la liga profesional más grande de Estados Unidos, y la mejor del mundo), con sus 2.31 metros de estatura.
Proveniente de un pueblo dinka trashumante que se dedicaba a la ganadería, ubicado en una zona selvática cerca de Turalei, en Sudán del Sur, conoció a un entrenador estadounidense (Don Feeley) que lo vio jugar en Jartum, a dónde se mudó para aprender el deporte.
Su reclutamiento en las Universidades estadounidenses fue complicado, porque no había pasado un día en la escuela y no sabía ni una palabra en inglés, pero pudo convertirse en uno de los primeros jugadores africanos en jugar en la NBA al ser seleccionado por los entonces Washington Bullets en 1985.
En Estados Unidos Manute Bol se convirtió en todo un fenómeno, y aunque en defensa tapaba todo, gracias a su imponente estatura, en el ataque no daba una. La historia del extraño gigante se hizo cada vez más conocida, y su popularidad le llevó a colaborar en campañas de marketing para empresas como Nike, Kodak y Coca-Cola.
Retirado en 1995, se alió con John Garang, el jefe del ejército de Liberación de Sudán del Sur, y contribuyó con dinero a su causa para lograr la salvación de su país, arruinado por décadas de lucha armada. Manute sabía que su destino estaba en su país, pero falleció en 2010 a causa de una enfermedad renal, pocos meses antes del referéndum de autodeterminación que decidió la independencia de Sudán del Sur.
Con su deber cumplido, otros siguieron su ejemplo. Luol Deng, de nacionalidad británica pero de origen sursudanés, y ex estrella de la NBA con los Chicago Bulls, es realmente la pieza central de nuestra historia.
Abrumado porque, a pesar de su paso brillante por la NBA, no había hecho nada por el país donde nació, su hermano Deng Deng le propuso impulsar un programa de baloncesto en su país, financiando el proyecto con su propio dinero, pagando gimnasios, alojamientos y boletos de avión para que todo salga adelante.
Era una empresa titánica, pero poco a poco fue reuniendo las piezas necesarias para echar a andar su idea y consiguió la adhesión del país a la Federación Internacional de Baloncesto (FIBA) en el 2013.
Pero al mismo tiempo, la guerra se hacía presente de nueva cuenta por todo el país. Ahora, Salva Kiir y Riek Machar, presidente y vicepresidente respectivamente, iniciaron una disputa por el control del poder político, apoyados por milicias ligadas a ellos con base en lealtades étnicas.
De esta manera se desencadenó un nuevo conflicto interno que ha costado miles de vidas y millones de desplazados en los países vecinos. El 31 de agosto de 2020 se llegó a un acuerdo de paz, y aunque la violencia ha disminuido, la población ha quedado desprotegida, dividida y sin las herramientas y recursos necesarios para volver a empezar.
Dentro de este panorama tan desolador, el basketball apareció como un halo de esperanza para los sursudaneses, agotados por la guerra y las noticias aterradoras. Y los héroes fueron Luol Deng y su “banda de refugiados”.
Entrenados por el estadounidense Royal Ivey, ex compañero de instituto de Deng, la selección sursudanesa de baloncesto, sin liga propia, fue conformada principalmente por jugadores emigrados a Australia, Canadá, Estados Unidos o Inglaterra, y algunos de ellos fueron reclutados directamente en campos de refugiados al amparo del programa.
Carlik Jones, una de las estrellas del equipo, nació en Cincinnati, Ohio; Marial Shayok, en Ottawa; J.T. Thor creció en Alaska. Todos ellos conocen poco de su país, porque sus padres huyeron de la guerra.
Khaman Maluach es de los pocos seleccionados que nació en Sudán del Sur. Deng le ayudó a descubrir su talento y potencializar su altura diferencial, buscando explotar esta característica y traducirla en una ventaja competitiva. Su caso de éxito es la razón de ser del proyecto, que el propio Deng lo describe con estas palabras:
Quiero ayudar al crecimiento del deporte, pero quiero usar el baloncesto para cambiar la narrativa y las historias en Sudán del Sur […] pero también encontrar una manera de atraer a las diferentes comunidades y que todos tengan inspiración por ello
Referencia: Gigantes.
Y vaya que brilló. Al principio comenzaban a entrenar en pisos de concreto y canchas al aire libre, que a veces estaban inundadas, sin gimnasios, instalaciones profesionales y tendiendo vuelos incómodos. Su camino a la cima inició en el 2017, en el clasificatorio para el Afrobasket, del cual quedaron fuera. Pero en 2021 sí clasificaron al torneo continental, que se celebró en Ruanda, que fue para los jugadores una especie de campus de entrenamiento duro, pero del que salieron fortalecidos para encarar lo que estaba por venir.
El momento más importante fue su clasificación al Mundial de 2023, celebrado conjuntamente en Japón, Filipinas e Indonesia. Las victorias sobre China en fase de grupos y ante Angola en la repesca les dejó como el mejor combinado de África, y como premio, un boleto directo a los Juegos olímpicos de París 2024, el primero que conseguía el país en cualquier disciplina.
La selección de Sudán del Sur compitió con dignidad en los Juegos Olímpicos de París 2024, a la altura de lo que se esperaba, al más alto nivel, poniendo en jaque al poderoso Dream Team de los Estados Unidos, que sufrió para derrotar a la Estrella Brillante.
Tras los éxitos deportivos alcanzados, ahora el reto es igual de grande: consolidar el proyecto de Deng, y cosechar los frutos que con tanto esfuerzo se han sembrado. Pero el futuro es promisorio: una nueva generación de basquetbolistas, liderados por Bol Bol, hijo de Manute, tienen la calidad y la preparación necesaria para dominar las duelas, y ahora que por fin han llegado los patrocinadores, Deng no tendrá que pagar todo de su bolsillo.
Así, se mantiene vivo el sueño de un país invisible y dividido que intenta emerger de las profundidades del desastre humanitario, un sueño sostenido por 12 guerreros de la alegría que invitan a olvidar, por un rato, lo dura, injusta y cruel que puede ser la vida. El capitán del equipo, Kuany Kuany, describe este sentimiento de la siguiente manera:
Cada vez que me pongo esta camiseta sé que no jugamos solo por nosotros mismos, que hay toda una nación, un país detrás que nos considera como un lugar de esperanza para cambiar la mirada de la gente y aportar optimismo
Referencia: El Economista – AFP.
Como podrán imaginarse, las actuaciones de la selección de basketball en el Mundial y en los Juegos Olímpicos paralizaron Sudán del Sur. El país por fin tenía un motivo de alegría, y celebraron en grande.
En Yuba, la capital, y en muchas otras ciudades del país, la gente veía los partidos de su selección a través de pantallas gigantes en campos, clubes, plazas y lugares concurridos. La clasificación a los Juegos Olímpicos fue motivo de fiesta nacional, y a su llegada, los atletas fueron recibidos como los héroes que son.
El sentimiento de unidad que generaron las victorias y éxitos deportivos sorprendieron a todos, y el equipo se convirtió en una fuente de orgullo, unidad y cohesión. Animar al equipo nacional significó también la oportunidad de la reconciliación y reunificación de los distintos sectores de la sociedad del país, convirtiéndose en un solo pueblo, que está detrás de un solo equipo, que al ver que triunfaba, les devolvió la esperanza de que Sudán del Sur aún vive.
Y no es para menos. Ver doblegados a países como China y Estados Unidos ante naciones débiles como Sudán del Sur, aún sea en el ámbito deportivo, es un mensaje poderoso para la población, de que sí se puede superar a los más grandes, y que no existe el enemigo pequeño. Esa es la magia que tiene el deporte, de convertirse en un instrumento capaz de transformar vidas, con potencial de arreglar lo que la política ha echado a perder.
Todavía hay muchos retos y desafíos que resolver en Sudán del Sur. Los acuerdos de paz son frágiles, y el fantasma de la guerra aún ronda por el país. Pero en medio de esto, el basketball ha demostrado ser un medio eficaz que puede transformar vidas y un puente de unión, disciplina, esfuerzo y trabajo en equipo.
Luol Deng y sus muchachos nos ofrecen una lección de humildad para difundir esperanza, y ser testigos del ascenso y la superación de un pueblo. Los olvidados que lograron escapar del infierno, marcando los primeros pasos para la reconciliación nacional, iluminando con la luz de su estrella brillante un mejor futuro, demostrando que la nación sursudanesa está más unida que nunca.
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