Dilemas de la diversidad en África: la comunidad LGBT+

El movimiento de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Transexuales (a los cuales posteriormente se sumaron otros subgrupos, como los Intersexuales y los Queer, de ahí las siglas LGBT+) nace de manera oficial el 28 de junio de 1969 tras los disturbios de Stonewall Inn, un bar ubicado en un popular barrio de Nueva York, en donde un grupo de clientes desafiaron a la policía a causa de las medidas discriminatorias y de persecución de las cuales eran objeto las personas homosexuales.

A partir de entonces se sentaron las bases de su protesta social, en cuya raíz se encuentra la defensa de los derechos civiles, al igual que otros movimientos que cimbraron a la sociedad estadounidense de aquella época, como las movilizaciones feministas y la lucha contra la segregación racial.

La principal visión del movimiento LGBT+ es la construcción de un mundo más inclusivo e interseccional, donde todos sean libres de ser auténticos, rompiendo prejuicios, desestigmatizando sus preferencias y combatiendo la discriminación hacia sus integrantes.

Su incesante activismo les ha permitido avanzar en el logro de sus objetivos, al grado que hoy en día existe una igualdad de derechos, así como una mayor aceptación hacia las personas LGBT+ en las sociedades occidentales. A su vez, muchos Estados de América y Europa han adoptado la agenda LGBT+ dentro de sus planes de desarrollo, algo que hace 50 años era impensable.

De esta manera, se trata de un movimiento que surge y se desarrolla en Occidente, con una naturaleza social y política muy particulares. Con el paso del tiempo sus demandas adquirieron un carácter universal, por lo cual el colectivo LGBT+ ha realizado movilizaciones en todo el mundo, alentando a todas aquellas personas que tienen preferencias sexuales diferentes a aceptar su condición y vivir su vida con libertad, sin miedo al rechazo o la crítica.

Y es que los distintos tipos de orientaciones afectivas y sexuales son un tema polémico en muchas partes del mundo. En la gran mayoría de las civilizaciones y culturas antiguas, era muy mal vista, e incluso se trataba como un trastorno o patología mental, e iba de la mano con la discriminación, intolerancia y criminalización, dando lugar a amplias investigaciones científicas y filosóficas.

Las religiones representaron – o mejor dicho, aún representan – un instrumento que infunde sentimientos de represión y culpa entre las personas con expresiones atípicas de la sexualidad, pero éstas son tan antiguas como la propia especie humana, independientemente de sus causas, que científicamente todavía no quedan claras, pero que también se documentan en al menos 450 especies del reino animal.

Pues bien, el movimiento LGBT+ ha puesto el foco en África y Medio Oriente como dos de las principales regiones del mundo donde las personas con preferencias sexuales diferentes corren mayor peligro, y no sin razón.

Pese a los avances en materia de diversidad social y sexual en todo el mundo, todavía en las naciones ubicadas en estas regiones ser homosexual y/o tener alguna identidad sexual diferente representa, por sí mismo, una amenaza para su integridad física y el pleno goce de sus libertades individuales.

Al respecto, existen muchos mitos y versiones contrapuestas alrededor del tema LGBT+, los cuales es preciso aclarar o desmontar. Solamente a través de una visión integral e histórica del asunto nos acercaremos a la realidad LGBT+ en África, así como las claves para encontrar las mejores soluciones para un mayor involucramiento, inclusión y aceptación de las personas LGBT+ en las sociedades africanas y sus procesos de desarrollo social y económico.

La historia de la diversidad sexual en África es compleja y diversa, ya que el continente alberga una gran variedad de culturas, tradiciones y sistemas legales, mismas que lo han concebido de múltiples maneras.

Aunque muchas veces se asume que la homofobia es “tradicional” en los países africanos, muchos estudios indican que antes del colonialismo ya existían las identidades LGBT+ y expresiones de género y sexualidad que no encajaban en el modelo binario hombre-mujer en muchas sociedades africanas precoloniales.

Dentro de los pueblos san, ubicados en el sur de África y uno de los más antiguos del continente, se tienen registros de relaciones entre personas del mismo sexo, plasmadas en pinturas rupestres, muchas de ellas ubicadas en lo que hoy es Zimbabue.

Por su parte, varios pueblos bantús aceptaban socialmente lo que hoy se conoce como transexualidad. Así se constata con los shona (ubicados en el oriente de Zimbabue), donde a través del ritual kupinga nyika la autoridad política integraba formalmente en la sociedad a las diversas expresiones de género.

Por su parte, en Uganda, los “mudoko dako”, del pueblo langui, eran hombres considerados de género femenino y eran aceptados. En Benín y Nigeria, los “yan daudu” son otro ejemplo similar.

A partir de sus creencias animistas, los bantús creían que en ciertas ocasiones los espíritus de sus ancestros se posesionaban de un cuerpo del sexo opuesto, y de este modo explicaban por qué unos hombres se sentían mujeres, y viceversa.

Los padres serían los primeros en notar si un hijo se estuviera desarrollando de manera “anormal”. Dado que se consideraba como una desviación, se harían esfuerzos en “curar” el problema, quizás con una paliza, consultando a los  N’angas (especie de curandero o médium espiritual, muy importantes en las sociedades bantús) o realizando un sacrificio.

En el caso de las niñas, el confinamiento forzado con sus prometidos era una opción extrema para lograr un embarazo o matrimonio efectivo. Si no había cambios, podría interpretarse que, efectivamente, el niño o niña estaba poseído por un espíritu del sexo opuesto.

En este caso, un hombre probablemente sería entrenado para aprender las artes de la adivinación. Con el paso del tiempo, el cuerpo masculino se manifestaría en características cada vez más femeninas, y entre más extravagante sea la efigie, más eficaz es el N’anga.

Esta tradición aún prevalece, y es curioso observar que en la cultura yoruba y la santería cubana la astrología y otras artes similares son practicadas, en muchos casos, por personas homosexuales o transexuales.

El concepto de lesbiana no existía en las culturas bantús, pero los N’angas les otorgaban fuertes poderes para actuar como mbonga (guardianas) del espíritu del jefe de la tribu o pueblo, al cual estarán comprometidas durante el resto de su existencia y serán utilizadas como esposas mientras duermen.

A cambio, reciben todos los favores del jefe. Las mbonga eran a menudo las hermanas o tías reales del gobernante. Los reyes dependían de ellas para obtener consejos y muti (medicina), hasta el punto en que en la guerra las mbonga eran tratadas con carácter supremo.

De esta forma, la diversidad de normas y comportamientos de género en gran parte del África precolonial eran toleradas e integradas a la sociedad a través de sus creencias culturales y religiosas.

Pero no todas las culturas eran tolerantes, y algunas ya tenían prohibiciones antes de la época colonial, sobre todo en las sociedades musulmanas. No obstante, en la época de esplendor de Al-Ándalus (España musulmana), la homosexualidad tanto masculina como femenina era tolerada entre la élite de la sociedad y la literatura árabes. De hecho, en los harenes eran frecuentes las relaciones sexuales entre mujeres por placer, y el término “sahq” era el equivalente a “lesbiana” en aquella época.

Del mismo modo, la poesía homoerótica (como la de Abu Nuwas) era común. Pero en la mayor parte de África este tipo de prácticas eran perseguidas con la misma severidad que hoy.

Tras la colonización del continente africano, los europeos introdujeron las primeras leyes que criminalizaban la homosexualidad en África, y ello dio pie a persecuciones y campañas de ideologización.

En este sentido, en el reino de Buganda, el rey Mwanga II era abiertamente gay y “un soberano queer, y no enfrentó el odio de sus súbditos hasta que apareció la Iglesia cristiana y su condena.

Después de las independencias, muchos Jefes de Estado y de Gobierno africanos mantuvieron o endurecieron las leyes anti-LGBT+. En general, la situación no se ha revertido, pero hoy tenemos más heterogeneidad en este aspecto.

En el siguiente mapa se muestra el estatus legal sobre las relaciones entre personas del mismo sexo en África, donde destaca el hecho de que 34 de los 54 países del continente criminalizan de alguna manera este tipo de prácticas.

MAPA. Estatus legal de las relaciones entre personas del mismo sexo en África. Elaboración propia.

Mucho se habla de la situación de los derechos LGBT+ en las sociedades musulmanas. En general, la mayoría de las interpretaciones ortodoxas del Islam consideran las relaciones homosexuales como haram (prohibidas). Como resultado, la mayoría de los países de mayoría musulmana han adoptado leyes muy restrictivas, a menudo heredadas de códigos coloniales.

Inclusive en Mauritania, Somalia y en los 12 Estados de Nigeria que aplica la Sharia como fuente de derecho, se contempla la pena de muerte si se comprueba que personas del mismo sexo hayan tenido intimidad. No obstante, desde 1987 no se han registrado ejecuciones por esta causa.

Sin embargo, también hay matices que vale la pena rescatar. Por ejemplo, en Egipto y Túnez no hay leyes explícitas contra la homosexualidad, pero en cambio, se usa la “moral pública” para perseguir a los miembros de la comunidad LGBT+.

En Senegal existe una tolerancia relativa hacia los gor-jigen (hombres afeminados que a veces tienen relaciones con otros hombres), donde el activismo LGBT+, aunque riesgoso, sigue creciendo y busca reinterpretaciones más inclusivas del Corán.

Por su parte, Sudáfrica fue el primer país del continente y del mundo en prohibir la discriminación por orientación sexual en la Constitución de 1996, y a la fecha, es el único que permite celebrar matrimonios entre personas del mismo sexo.

Otros países africanos que han descriminalizado las relaciones consensuales entre personas del mismo sexo son Guinea-Bissau, Cabo Verde, Mozambique, Botsuana Angola y Gabón. Pero aún representan la minoría.

El rechazo de los actos homosexuales por considerarlos contrarios a la “Ley natural” y al Plan de Dios está muy extendido y une a cristianos, musulmanes y practicantes de religiones animistas tradicionales.

De acuerdo con un sondeo realizado por Afrobarometer en 39 países del continente, en 2023 aproximadamente el 76% de los encuestados afirmó que le desagrada tener que convivir con un vecino homosexual, y a dos terceras partes de ellos les desagrada demasiado. En cambio, la proporción de simpatía hacia la comunidad LGBT+ apenas es de 6.7%. En general, los países del sur de África (como Botsuana y Sudáfrica) son quienes tienen mayor apertura en este aspecto, y justo las naciones que tienen las leyes más duras contra las relaciones homoparentales son las que registran más resistencia para su aceptación, aunque se percibe alta de forma general.

Elaborada con datos de Afrobarometer.
Elaborada con datos de Afrobarometer.

Dada esta condición, si un político promete endurecer la legislación contra la Comunidad LGBT+, seguramente tendrá un fuerte respaldo popular, lo cual deja a los miembros de esta comunidad en una situación más vulnerable.

De esta manera, algunos Jefes de Estado y de Gobierno han emprendido o mantenido las medidas de criminalización hacia las relaciones afectivas entre personas del mismo sexo. Entre ellos se encuentan Uhuru Kenyatta (Kenia), Robert Mugabe (Zimbabue), Goodluck Jonathan (Nigeria) Yahya Jammeh (Gambia) y Yoweri Museveni (Uganda).

Todos se justifican con el mismo argumento: “las culturas y sociedades africanas no aceptan a las personas LGBT+”. Sin embargo, ya vimos que tal argumento es falso, por lo menos en el seno de algunas sociedades bantús precoloniales.

Pero hay más. El movimiento LGBT+, al surgir en Occidente, por ese simple hecho, carece de legitimidad para un sector de la población africana. De esta forma, Invertir en activismo LGBT+ se percibe como un “lujo occidental”, promovido por una agenda neocolonial que intenta distraer a los africanos de sus problemas más apremiantes para mantenerlos inmersos en el desastre humanitario.

Líderes como Yoweri Museveni (Uganda) y Samia Suluhu (Tanzania) acusan a las Organizaciones no Gubernamentales (ONG) pro-LGBT+ de esta cosa, jugando la carta del neocolonialismo ideológico. Al respecto, los países africanos que consideran avanzar en derechos LGBT+ enfrentan dilemas políticos y sociales complejos:

¿Deben priorizar estas reformas frente al combate a la pobreza, el desempleo, la corrupción y otras cuestiones con la misma importancia? ¿Descriminalizar la homosexualidad traería mayores conflictos sociales? O por el contrario, ¿se abren más posibilidades y oportunidades para impulsar el desarrollo?

Esta tensión genera debates acalorados, con argumentos tanto a favor como en contra. Si se está a favor, hay consecuencias, y si no, también. El caso es que esta polarización afecta tanto a la economía como a los derechos humanos. Mientras que para algunos es una distracción, para otros no hay desarrollo sin inclusión.

En realidad, la elección entre derechos LGBT+ y el desarrollo económico es una falsa disyuntiva, ya que lo uno no está peleado con lo otro. Por ejemplo, Sudáfrica no esperó a que mejorara la economía para avanzar en materia de inclusión de grupos minoritarios.

Algunos activistas argumentan que no se puede posponer la igualdad mientras se resuelven otros problemas, y que la persecución de la que son objeto tiene altos costos económicos y sociales, como fuga de cerebros, el aumento de casos de VIH-SIDA e impactos al turismo (como el boicot a Uganda por parte del colectivo LGBT+ a causa de su controvertida Ley anti-gay).

El verdadero obstáculo para el avance de las demandas del movimiento LGBT+ en África es su carácter occidental. Por esta simple característica, para gran parte de la población africana carece de legitimidad, dadas las terribles consecuencias que trajo la época colonial. Irónicamente, fueron los colonialistas europeos quienes combatieron las relaciones homoparentales en el continente africano.

No obstante, esta vez los africanos están más decididos que nunca a desterrar toda influencia de la cultura occidental, por lo cual el gran reto para los activistas africanos LGBT+ es desprenderse del occidentalismo y crear un movimiento propio, es decir, africanizar la protesta por la diversidad sexual.

Desde su creación, el movimiento LGBT+ presenta un grave conflicto ideológico: al momento de impulsar el reconocimiento a la diversidad, sus movilizaciones desconocen o pasa por alto las condiciones económicas, políticas y socioculturales de muchos países en desarrollo.

Se han encasillado todas las expresiones sexuales diferentes en el término LGBT+, sin considerar las especificidades regionales. Y por ello los esfuerzos por avanzar en el tema de la diversidad sexual en el continente africano han fracasado.

Si bien África tiene una tradición precolonial de tolerancia a las distintas expresiones de género y sexualidad, el hecho de que muchas sociedades africanas prioricen los asuntos comunitarios sobre los derechos individuales constituye una barrera ideológica para la consecución de los derechos que exigen, que no será posible franquear sin un cambio de paradigma, mismo que no se dará a través de una visión occidental del asunto.

El ejemplo más claro de ello es la consigna “love is love” (amor es amor), muy utilizada por la comunidad LGBT+ y sus partidarios que respalda su lucha por su aceptación en la sociedad.

Pues bien, el amor es un sentimiento abstracto, y por tanto, subjetivo, por lo cual no es importante en muchas sociedades africanas que presentan una estructura tribal o clánica, sustentada en la pertenencia étnica.

Las sociedades bantús otorgan gran importancia al matrimonio, como el cimiento de una buena familia, cuya finalidad es la procreación y la perpetuación del linaje, que asegura la supervivencia del clan. El matrimonio no gira necesariamente en torno al amor, que solamente se trata como un complemento.

En base a ello, una pareja cuyos miembros son del mismo sexo no son capaces de procrear. Todo lo que está afuera de la relación hombre-mujer es algo totalmente inconcebible para ellos, pero las relaciones homosexuales existen. Desde una perspectiva occidental, tenemos dos sexos y muchos géneros. Pero en África estos dos conceptos se encuentran ligados, y su separación representa una disociación.

Por este motivo temas como el matrimonio igualitario y la adopción homoparental son inconcebibles para muchos países africanos y del Medio Oriente, y apenas se mencionan en los debates políticos.

De este modo, el movimiento LGBT+ es incompatible con algunas sociedades africanas, donde la comunidad es más importante que las libertades individuales. Alrededor de sus demandas existe una enorme confusión conceptual, que luego se traduce en un alto grado de intolerancia.

Por ello se resalta la importancia de que los africanos deben transformar sus sociedades desde adentro. Es imposible desprenderse de influencias externas, pero éstas debes ser sujetas de juicio y modificación para adecuarlas a los diversos contextos sociales y culturales del continente. También se trata de una cuestión de cambio de idiosincrasia nacional, educación y valores.

Definitivamente no es un tema fácil. En el caso particular de África, las personas LGBT+ son un grupo discriminado y vulnerable. Su situación es difícil en muchos países, pero el activismo en pro de esta causa sigue creciendo.

Por lo mismo, los esfuerzos de la comunidad LGBT+ se han concentrado en una lucha moderna por los derechos humanos en medio de una mezcla de tradiciones diversas. En consecuencia, no hay forma en la cual sus demandas puedan alcanzarse sin comprender el contexto político, social, económico y cultural de sus pueblos.

Los miembros del colectivo LGBT+ tendrán que adoptar una postura ideológica que fortalezca su rol como minoría para impulsar sus demandas.

La solución puede estar en enfoques graduales como despenalización sin matrimonio igualitario y combinar políticas sociales con educación y derechos humanos. Dependerá del contexto y situación específica de cada país las medidas más adecuadas para avanzar en esta materia.

Pero tiene que ser un movimiento de africanos para africanos para que sea exitoso. Sin una revolución de conciencias y un cambio de paradigma social, su lucha en el plano jurídico está condenada al fracaso.  

Finalmente, las expresiones violentas y burlescas (a las que han incurrido algunos de los miembros de esta comunidad) son contraproducentes. Proponer soluciones a partir de la diversidad, esa que tanto defienden, y bajo un enfoque multidimensional, es la mejor manera de impulsar su lucha.


Carlos Luján Aldana

Economista Mexicano y Analista político internacional. Africanista por convicción y pasatiempo. Colaborador esporádico en diversos medios de comunicación internacionales, impulsando el conocimiento sobre África en la opinión pública y difundiendo el acontecer económico, geopolítico y social del continente africano, así como de la población afromexicana y las relaciones multilaterales México-África.

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