
La desigualdad es uno de los principales problemas de los países del sur de África, donde se presentan condiciones socioeconómicas específicas que estimulan mayores desigualdades, impidiendo el progreso de sus pueblos. A continuación se realiza un estudio sobre este tema, bajo un enfoque regional.
El sur del continente africano es la región del mismo con mayor desarrollo económico, esto debido a la abundancia y diversidad de recursos naturales, así como a la presencia de infraestructuras sofisticadas, mercados medianamente organizados, grandes empresas, agentes económicos con alto poder adquisitivo y muchos otros aspectos más que caracterizan a las economías modernas.
No obstante, en la última década esta región registró en promedio las tasas de crecimiento económico más bajas de África. Y peor aún, su población presenta importantes rezagos sociales que requieren atención inmediata, entre los que destacan el elevado desempleo, las altas tasas de prevalencia de VIH-SIDA, y el asunto que nos ocupa, la desigualdad.
La combinación de bajo crecimiento económico con desigualdad representa un serio desafío para las naciones del sur de África y un pesado lastre para su desarrollo, situación que se lleva arrastrando durante décadas, comprometiendo hoy el logro de los Objetivos de Desarrollo Sustentable y la Agenda 2030, en temas relacionados con la pobreza, educación, salud, oportunidades de empleo, entre otros.
La gran e importante peculiaridad de la desigualdad en el sur de África radica en su vinculación con otro aspecto de la misma gravedad: la discriminación racial, misma que ha derivado en uno de los sistemas económicos y sociales más nefastos que ha conocido la humanidad, el Apartheid, sistema que, aunque ya fue desmantelado, sus terribles consecuencias siguen reproduciéndose hasta la fecha.
¿Qué se entiende por desigualdad?
Antes de entrar de lleno en materia, conviene examinar el concepto de desigualdad, qué entendemos cuando nos referimos a ella, y cuáles son sus tipos. Con frecuencia, este fenómeno suele confundirse con otros males, como pobreza, marginación o subdesarrollo, lo cual nos obliga a precisar este concepto lo mejor posible, y así evitar confusiones.
De entrada, la misma palabra des-igualdad se refiere a algo que no es igualitario, paritario ni justo. Trasladada a la esfera económica, la desigualdad es la disparidad en la distribución de la riqueza y de los ingresos que se generan en un territorio como resultado del funcionamiento del sistema económico. Así, tenemos dos elementos clave que conforman la desigualdad: el ingreso y la riqueza.

La desigualdad en la distribución de los ingresos viene determinada por el funcionamiento de los mercados, en especial del laboral y los de capitales, porque de ellos se obtiene la cantidad de dinero que reciben los agentes económicos para su consumo.
La desigual tenencia de dinero afecta negativamente tanto el crecimiento de una economía como la reducción de la pobreza, cuyas asignaciones dependen principalmente del funcionamiento de los servicios públicos de salud, educación, seguridad y de gobierno en general.
La desigualdad de ingresos se manifiesta a través de diversos canales, entre los que destacan los siguientes:
- La debilidad del mercado interno, que afecta las decisiones de consumo e inversión.
- La deficiente formación del capital humano.
- Los mercados financieros imperfectos, entendidos como aquellos en los cuales solo unos cuantos individuos tienen la capacidad de ahorrar.
Hasta hace unos diez años, muchos economistas (como Simon Kuznetz, ganador del Premio Nobel de Economía en 1971), cuando hablaban de desigualdad, pensaban únicamente en términos de ingreso, es decir, lo que se recibía en términos de sueldos, salarios, rentas, prestaciones, honorarios o dividendos en un determinado periodo de tiempo.
Sin embargo, a partir de las ideas del economista francés Thomas Piketty, plasmadas en su obra El capital en el Siglo XXI, se comenzó a tomar con mayor seriedad a la riqueza como factor de la desigualdad, demostrando que ésta no es comparable a la que se estudia en relación con los ingresos, siendo ésta mucho mayor, al incluirse bienes y activos no financieros, terrenos, propiedades, herencias, medios de producción y capitales iniciales, independientemente del capital humano.
De esta manera podemos distinguir entre la desigualdad en los ingresos y la desigualdad en la riqueza, y por lo tanto, la desigualdad (económica) es la relación de ambas a lo largo del tiempo, y cuando la tasa de rendimiento del capital supera a la tasa de crecimiento de la producción y el ingreso, la desigualdad crece, cuestionando los valores meritocráticos en los que se fundamentan las sociedades democráticas.
Donde hay desigualdad, en un mismo lugar o territorio conviven personas que no tienen nada (pobres), aquellas que tienen todo (ricos) y las que se encuentran en algún punto intermedio (clases medias), como resultado del funcionamiento de la economía, dadas las condiciones previas de ingresos y riqueza en función del estrato socioeconómico al momento del nacimiento del individuo.
La desigualdad es un fenómeno intrínsecamente económico, que también se clasifica en varios tipos, dependiendo del espacio y su expresión. Así, podemos hablar de desigualdad social, política, regional, de género, entre otras más. En estas, distintos grupos de individuos (que pueden clasificarse por sexo, región, creencias o edad) son sistemáticamente privados de sus derechos.
No obstante, y a pesar de que el concepto de desigualdad tiene un claro trasfondo económico, ya que es en esta esfera en la que surge, es realmente dentro de las relaciones sociales en donde la desigualdad se manifiesta y reproduce.
Y los estragos suelen ser terribles, que abarcan el estallido de violencia, conflictos armados, altos índices de criminalidad, golpes de Estado, narcotráfico, pérdida del estado de derecho, inestabilidad política y daños a propiedad ajena. En consecuencia, se va deteriorando la cohesión social, afectando directamente los niveles de desarrollo, felicidad y satisfacción de la población.
Algunos autores y analistas económicos ven la desigualdad como un efecto estructural, inevitable y permanente del capitalismo, en donde la riqueza termina por acumularse en unos cuantos individuos, generando diferencias abismales. No obstante, desde hace mucho tiempo se han hecho grandes esfuerzos por erradicarla, o al menos, reducirla a niveles aceptables.
Durante gran parte del siglo XX, el Estado de bienestar y sus ideales de progreso, emancipación social y derechos civiles implementaron mecanismos de reducción de las desigualdades, pero que ahora no están funcionando del mismo modo.
A nivel moral, la desigualdad es totalmente inaceptable, considerando sus efectos. Pero hoy tenemos más desigualdad en el mundo que nunca. De acuerdo con un estudio realizado por el World Inequality Lab, el 10% de la población mundial más rica recibe el 52% del ingreso mundial, mientras que la mitad más pobre de la población gana el 8.5%.
Si esa cifra resulta escandalosa, ésta es peor: la mitad más pobre de la población mundial apenas posee el 2% del total de la riqueza. En contraste, el 10% más rico de la población mundial posee el 76% de toda la riqueza.

Por su parte, Oxfam muestra, en un informe, que la fortuna de las diez personas más ricas del mundo se duplicó durante la pandemia de COVID-19, mientras que el 99% de la humanidad es ahora más pobre que antes, debido a que sus gobiernos no han querido, o no han podido, proporcionarles una atención y protección social para sobrevivir a sus circunstancias precarias y crisis continuas.
Si bien la desigualdad ha aumentado a nivel global, en algunos países ha disminuido. En América Latina y el Caribe, por ejemplo, en los últimos 30 años la desigualdad ha disminuido de forma importante, aunque sigue siendo alta. En Medio Oriente también han disminuido, pero en ciertas zonas ha aumentado.
En África las tendencias han sido más variadas, pero aquí se presenta la particularidad de que también hay desigualdades dentro de las comunidades, y aún dentro de una misma familia, en donde las características demográficas y fisiológicas tienen un peso importante en las disparidades.
Por tal motivo, algunos países africanos presentan niveles de desigualdad muy elevados, principalmente en el sur. En la siguiente gráfica se muestran a los 20 países con mayor desigualdad en el mundo, considerando como medida el coeficiente de Gini (que mide la desviación de la distribución de ingresos entre los hogares dentro del país), indicador que nos muestra una primera aproximación al problema de la desigualdad.

Ahí vemos que ocho países de la región (Sudáfrica, Namibia, Zambia, Eswatini, Mozambique, Botsuana, Angola y Zimbabue) se encuentran entre los 20 más desiguales del mundo, es decir, alrededor de la mitad. Este dato es lo suficientemente revelador como para detenernos en indagar sobre las condiciones en las cuales se reproduce la desigualdad en esta parte de África.
Magnitud de la desigualdad en África del Sur.
Actualmente nos encontramos a la paradoja de tener acceso a miles y miles de bases de datos, pero aún carecemos de información básica sobre la desigualdad. A su vez, los promedios e indicadores per cápita ocultan amplias disparidades, tanto entre países como al interior de ellos, por lo cual no podemos fiarnos en los resultados de estos datos.
Las cifras de crecimiento económico no detallan cómo se distribuye, por lo cual no sabemos si una determinada política pública es eficaz en el combate a la pobreza y los distintos tipos de desigualdad. Sin embargo, con los datos que poseemos podemos asegurar categóricamente que la magnitud de la desigualdad en los países de África del sur es gigantesca.
En la siguiente gráfica se muestra la concentración del Ingreso Nacional en África del Sur entre distintos sectores económicos de la población, para lo cual se obtuvo el promedio de las cifras registradas por diez países de la región (Angola, Botsuana, Lesoto, Malawi, Mozambique, Namibia, Sudáfrica, Eswatini, Zambia y Zimbabue) sobre dichos sectores, en tres años distintos (1980, 2011 y 2022), esto con la finalidad de observar la evolución de la distribución de los ingresos.

Ahí vemos que prácticamente la concentración de los ingresos se ha mantenido constante a lo largo de 45 años en la región. El 50% de la población más pobre apenas ha visto aumentar sus ingresos, mientras que el 1% más rico de la población concentra alrededor de 20% de los mismos.
Por ende, la desigualdad en los ingresos se ha mantenido alta por décadas en los países del sur africano, con algunos episodios de disminución marginal, todo ello sin indagar en las causas de la desigualdad en la región. En el siguiente apartado profundizaremos en este asunto.
Ahora veamos las cifras en relación con la concentración de la riqueza en la región, que se sintetizan en la gráfica que se muestra a continuación, para los mismos países, solo que con periodos distintos (1995, 2011 y 2022), esto debido a que 1995 es el año más antiguo con información disponible para esos países.

Basta con observar el tamaño de las gráficas para dimensionar la enorme concentración de la riqueza en los países del Sur de África en unas cuantas manos, en donde comprobamos que ésta es aún mayor que la de los ingresos, y también se ha mantenido constante, sin importantes cambios.
No es un error mostrar cifras en números negativos. Dado que estamos hablando de patrimonio neto valuado en precios constantes de mercado, en este caso significa que los pasivos superan a los activos. Es decir, que las deudas acumuladas a diversos acreedores o proveedores son mayores que los recursos con los que cuentan para cubrirlas.
De esta manera, los datos demuestran que el 50% de la población más pobre que vive en algún país del sur de África está desprovista de riquezas. En contraste, alrededor del 77% de la riqueza generada en la región está concentrada en el 10% más rico de la población, del cual, el 1% posee el 45.10% de la riqueza, de acuerdo con las cifras más recientes.
Con el propósito de comparar por país las proporciones de ingreso y riqueza que poseen los sectores económicos antes analizados, en los siguientes cuadros aparecen las cifras desglosadas.


Llama la atención que la desigualdad económica es mayor en los países miembros de la Unión Aduanera de África Austral (SACU, por sus siglas en inglés). En Sudáfrica, por ejemplo, la mitad de los sudafricanos vive con menos de 130 euros al mes, mientras que el 10% más rico tiene rendimientos medios de 7.850 euros mensuales. El 1% más rico vio aumentar (en más de 20%) su participación en la renta nacional desde 1980 y gana hoy, en promedio, 25 mil euros mensuales.
Sus vecinos más cercanos, que también pertenecen a la SACU (Namibia, Lesoto, Botsuana y Eswatini) también presentan profundas desigualdades. Esta situación ha llevado a los expertos a analizar a estos países en específico para estudiar el fenómeno de la desigualdad.
Los hallazgos de un estudio empírico en el cual se analizaron los factores de mercado sobre la desigualdad en los ingresos en el sur de África mostraron que el acceso a la educación secundaria y la dependencia económica en los recursos naturales son significativos para la reducir las brechas en los ingresos, descartando otros factores, como el crecimiento demográfico y la tasa de inversión interna.
En cuanto a la desigualdad en la riqueza, de acuerdo con un informe realizado por el Banco Mundial, el origen de las desigualdades tiene, principalmente, las siguientes raíces:
- Desventajas basadas en el territorio, que se caracterizan por la incorrecta asignación de recursos, sobre todo en el ámbito rural y urbano, y entre las distintas subregiones o provincias de cada país.
- Baja movilidad intergeneracional, entendida como los cambios y movimientos entre generaciones de una misma familia sobre la base de indicadores socioeconómicos (tasa de alfabetización, esperanza de vida, salarios, entre otros).
- Mal funcionamiento de los mercados de trabajo urbanos.
- Falta de oportunidades para acceder a una educación superior.
- Largas brechas de ingresos entre géneros.
- Mercados de tierras rurales restringidos.
Para los casos específicos de Sudáfrica y Namibia se citan, además de las anteriores, las siguientes causas-raíz:
- El racismo.
- El legado del Apartheid.
- Ineficiencias en la asignación salarial.
- Grandes desequilibrios históricos en la propiedad y tenencia de la tierra.
Cada una de estas causas hace énfasis en alguno de los factores de la producción, los cuales se encuentran concentrados en muy pocas manos en esta región. Y para entender cómo es que se llegó a esta situación, tendremos que revisar el peculiar proceso histórico que derivó en la desigualdad en África del sur.
El Apartheid y otras causas de la desigualdad en África del Sur.
Los académicos y expertos en el estudio de la desigualdad en África del sur colocan al sistema del Apartheid como el principal conductor de la desigualdad en la región. Y tienen razón. Este sistema descansaba sobre una base de injusticias, discriminación, racismo, prejuicios y privación, sustentado en una base legal y normativa que atentaba contra los derechos y libertades fundamentales de las personas.
Todos esos defectos también forman parte del concepto de desigualdad, por lo cual, el sistema del Apartheid fue, en esencia, un sistema generador de desigualdad por naturaleza. A pesar de que este sistema fue implantado en Sudáfrica y África del Sudoeste (hoy Namibia), sus efectos y prácticas traspasaron sus fronteras, y otros países de la región sufrieron de igual forma sus estragos, como Lesoto, Suazilandia (hoy Eswatini), Botsuana y Rhodesia del Sur (hoy Zimbabue).
De hecho, Sudáfrica y Namibia son los países más desiguales del mundo, y ambos tienen el denominador común del Apartheid en su pasado reciente. Existe una relación muy evidente entre este sistema y la desigualdad, pero desde antes, las condiciones económicas fueron propicias para la reproducción de la desigualdad.
En 1913, cuando aún Sudáfrica estaba bajo la tutela de la Gran Bretaña, el 87% del territorio fue reservado a los blancos mediante la Ley de Tierras.
Posteriormente, en 1948, se institucionaliza el Apartheid con el triunfo electoral en Sudáfrica del Partido Nacional (en comicios reservados para los blancos), y con él, se implementó una política de “desarrollo separado”, que dividió a la población de acuerdo con su color de piel. Esto se cristalizó con la creación de los bantustanes o homelands, que eran pequeños territorios que carecían de recursos y servicios básicos.
En Ciudad del Cabo, más de 60 mil negros fueron expulsados de las zonas que contaban con infraestructura y transporte hacia áreas distantes. Actualmente esas áreas conforman algunas de las favelas más precarias de la región.

A pesar de que el sistema político de los bantustanes fue disuelto, su legado ha impedido la implementación y eficacia de las políticas públicas redistributivas, al verse el Estado en el dilema de atender las necesidades de los individuos sobre el desarrollo de la comunidad, en un contexto donde los jefes tribales y las costumbres ancestrales siguen teniendo mucha influencia.
Y a la par que los africanos negros eran desplazados hacia los bantustanes, el ingreso per cápita de los blancos crecía exorbitantemente, y la fuerza de trabajo negra entró en una acelerada fase de pauperización, desprovista de sus derechos sindicales, por lo que en muchas ocasiones fue necesario el uso de la represión policial.
Con la ampliación de la mecanización en la agricultura y la minería, actividades de peso en la región, y de la exigencia por trabajadores cada vez más calificados en las industrias, el desempleo entre la población negra se tornó estructural, situación que se mantiene hasta la fecha.
De acuerdo con Patrizio Piraino, economista de la Universidad de Ciudad del Cabo, la desigualdad en África del Sur es provocada por el mercado de trabajo, pero es imposible desvincularla del Apartheid. Con 60 millones de habitantes, Sudáfrica tiene una de las mayores tasas de desempleo del mundo, de casi 32% en el cuarto trimestre de 2024, y está concentrada sobre todo entre los negros, que representan 80% de la población.
Entre ellos, el índice de desocupación es de 35%, y llega a 50% entre los más jóvenes. Ya entre los blancos, que son menos de 10% de la población, el desempleo oscila alrededor de 7,5%, muy abajo también del nivel entre las demás minorías mestiza y asiática.
Todos estos contrastes son herencia directa del Apartheid. Hacia 1976, después de los sucesos de Soweto – donde miles de estudiantes de secundaria fueron masacrados en protesta contra la Ley de Educación Bantú, que les obligaba a estudiar en afrikaans – el Apartheid entró en una crisis estructural, que coincidió con el auge de la resistencia africana. Finalmente, en 1994 el sistema fue desmantelado con la ascensión de Nelson Mandela a la presidencia del país.

En un inicio, se registró una caída en la diferencia de rentas entre negros y blancos. Incluso así, la desigualdad subió porque aumentó la disparidad dentro de la mayoría negra, según los datos disponibles. Los cambios en el mercado de trabajo contribuyeron para eso, sobre todo a una mayor oferta de empleos mejor remunerados en el sector público para negros con escolaridad elevada.
De esta manera, una elite negra pudo prosperar, educar mejor a los hijos y abrir una serie de negocios que surgieron con el fin de los boicots internacionales que estuvieron vigentes contra el régimen segregacionista hasta 1993, todo bajo las políticas del Empoderamiento Económico Negro (BEE, por sus siglas en inglés).
En Namibia ocurrió un proceso similar, pero hasta la fecha, existen amplias disparidades sociales y territoriales que no se han podido corregir, pese a los avances en materia de desarrollo social que ha obtenido en los últimos años.
A pesar de algunas medidas compensatorias, la distribución de la tierra en África del sur sigue concentrada, con cerca de 75 mil hacendados blancos ocupando la mayor parte de las áreas fértiles. Durante el boom mundial de los commodities de los años 2000, esta élite agrícola blanca multiplicó sus ganancias, impidiendo una reducción mayor de la desigualdad entre blancos y negros.
En fechas recientes, la pandemia del COVID-19 supuso una pérdida de tres años en términos de progreso en el combate a la desigualdad en la región, aunado a otros temas que impactan en su desarrollo, como el problema de la deuda externa y los efectos del cambio climático.
Con todo ello, resulta hasta cierto punto sencillo culpar al Apartheid de la enorme desigualdad económica que impera en el sur de África, debido a los efectos que tuvo, sobre todo en el funcionamiento de los mercados de trabajo y la propiedad y tenencia de la tierra, mismos que ya revisamos.
Sin embargo, las consecuencias del Apartheid no explican por qué países como Angola, Zambia, Mozambique y Malawi, que no estuvieron bajo un sistema segregatorio, también presentan altos niveles de desigualdad. A su vez, en otras regiones del continente la desigualdad no se encuentra a los niveles tan altos que vemos en el sur. Ello nos obliga a indagar en el pasado colonial, y en fenómenos económicos y sociales más recientes.
Si bien Lesoto y Eswatini operaron, en la práctica, como bantustanes. En otras naciones de la región los orígenes de la desigualdad son diversos, tomando diferentes rutas. En Botsuana, por ejemplo, el gobierno británico estableció un protectorado, y de forma indirecta, gobernó a través de jefes locales, lo cual generó una división social en la sociedad, propiciando una desigualdad en la propiedad de ganado, principal actividad económica de la nación
Más tarde, una vez obtenida la independencia, la riqueza proporcionada por la minería – en especial, de la explotación de diamantes – se concentró en una pequeña élite, lo cual generó mayores desigualdades. Algo similar ocurrió en Angola con sus yacimientos de petróleo, del cual obtienen beneficios unas cuantas personas cercanas al Estado.
En Rhodesia del Sur (hoy Zimbabue), al igual que Sudáfrica, tenemos la existencia de una minoría blanca de origen europeo que concentra la mayor parte de las tierras cultivables.
Por su parte, en Mozambique la desigualdad es un problema que ha venido escalando en la última década, y tiene una dimensión espacial, en la cual las asimetrías geográficas, la desigual distribución de los recursos, los desastres naturales y los conflictos en zonas específicas del país (sobre todo en el norte), han dado como resultado una mayor concentración económica en la capital, Maputo, en detrimento de otras zonas del país.
De esta manera, la desigualdad se ha apoderado del sur de África, bajo una combinación del pasado colonial, las características de sus economías, las herencias del Apartheid y fenómenos económicos recientes, mismos que no vemos en otras regiones africanas.
En este punto, de acuerdo con el académico malauí Thandika Mkandawire, las economías del este y del sur africano están sustentadas en las “reservas de mano de obra”, históricamente migrante, y que se emplean en los sectores de la agricultura comercial y las manufacturas, mismas que son muy distintas a las del norte y occidente de África, que por su estructura y cultura, practican en mayor escala el comercio desde la época precolonial, bajo una fuerte influencia musulmana.
De este modo, la población africana del sur presenta características socioculturales que estimulan las desigualdades sobre sus economías. Pese a ello, la desigualdad es un fenómeno que afecta a todas las regiones africanas, y en general, a los países en desarrollo, pero muy en particular al sur de África, por todo lo que hemos comentado.
Combatiendo la desigualdad en el Sur de África.
Como resultado de nuestro análisis, podemos concluir que los países del Sur de África, agrupados en la Comunidad de Desarrollo de África Austral (SADC, por sus siglas en inglés), se enfrentan a una profunda crisis en materia de desigualdad. La movilidad social y la igualdad de oportunidades aparecen en el horizonte como objetivos lejanos por cumplir.
A consecuencia de lo anterior, amplias disparidades se combinan y mantienen la desigualdad económica en niveles altos, obstaculizando el desarrollo social y el bienestar de la población. El elevado desempleo, el impacto del VIH-SIDA, la falta de acceso al agua potable para el 60% de los habitantes de la región y una tercera parte de ellos viviendo por debajo de la línea de pobreza son indicadores que muestran el deterioro social de la región y los efectos nefastos de la desigualdad.
Y ante un mal regional común, es necesario buscar un remedio entre todos. En este sentido, los miembros de la SADC suelen establecer protocolos para avanzar juntos en el desarrollo económico y social, bajo un enfoque sectorial. Sin embargo, no cuentan con marcos de actuación comunes sobre el combate a la desigualdad, y dada su relevancia, un primer paso hacia su combate en la región sería establecer medidas en conjunto para contenerla.
La experiencia y la historia nos demuestran que las estrategias de crecimiento económico tradicionales no son suficientes para la disminución de las desigualdades, por lo cual es necesario transitar hacia un modelo de desarrollo más inclusivo, sustentable y diversificado, alejado del modelo agroexportador o extractivista que aún impera en la región, y que es herencia del colonialismo.
En este punto, el caso de Zambia es muy ilustrativo. A pesar de que el país ha registrado tasas de crecimiento económico anual de 6%, únicamente el 0.2% del presupuesto anual solo se destina a proyectos sociales para las personas más vulnerables, que constituyen la mayoría de la población. Cabe señalar que este país solamente es superado por Sudáfrica y Namibia en materia de desigualdad.
En este sentido, las desigualdades toman muchas formas y difieren mucho de un país a otro. Si bien el Objetivo de Desarrollo Sostenible 10 “Reducción de las desigualdades” y sus metas constituyen un marco de seguimiento y apoyo, la lucha contra las desigualdades debe basarse en el contexto de cada país, sus necesidades económicas más apremiantes y su realidad política.
No obstante, debemos marcar algunas medidas que son necesarias para combatir la desigualdad económica en todas las naciones del sur de África. Dado que la desigualdad es resultado de la distribución y asignación inequitativa de los ingresos y la riqueza generada, lo más lógico sería elaborar e implementar políticas públicas de corte redistributivo. Pero en la práctica, no resulta tan sencillo, pues las condiciones sociales y económicas aún dentro de cada país son distintas.
En primera instancia, se puede inducir a un cambio en la distribución de los ingresos mediante los instrumentos de la política fiscal: el gasto público y los impuestos. En relación con el gasto público, por supuesto que hay que aumentar el gasto en rubros como educación, salud, vivienda y seguridad social. Pero no basta con asignar más presupuesto, hay que saber gastar el dinero en lo que verdaderamente se necesita, y en mayor magnitud en términos absolutos.
En Lesoto, por ejemplo, el presupuesto gubernamental en educación y salud ha oscilado entre el 11 y el 13% del mismo para cada rubro, pero éste es poco eficiente en cantidad y calidad, por lo cual su impacto es muy bajo.
En cuanto a materia impositiva, resulta necesario un sistema tributario progresivo, es decir, que los que ganen más, paguen más, y los que ganen menos, en vez e pagar, reciban recursos en forma de transferencias y apoyos de diverso tipo. En África del Sur, Malawi cuenta con uno de los pocos sistemas impositivos progresivos más robustos del continente y del mundo, lo cual es un buen avance, y un impulso para que sus vecinos adopten un sistema similar.
No se puede desestimar la implementación de programas sociales de transferencias y apoyos económicos, pero los potenciales beneficiarios de tales apoyos deberían ser aquellos que menos recursos tienen. De lo contrario, dichos programas tendrán resultados totalmente opuestos a los esperados.
Además de la expansión en la cobertura y calidad de la educación, África del Sur necesita más empleos y reformas estructurales, así como mejorar la productividad del campo, implementar reformas agrarias y mejorar la distribución de las tierras, pero de manera bien planeada, sin afectar la productividad y los rendimientos, como ocurrió en Zimbabue.
En este punto hay mucho trabajo que hacer. En Namibia, actualmente el 70% de las tierras cultivables pertenecen a los descendientes de los europeos, mientras que en Eswatini, el sistema de distribución de tierras es la base de su gobierno tradicional y en la última fuente de riqueza del poder real. Así, cada Estado deberá de implementar los mecanismos de redistribución de tierras que más se adapten a sus modelos de desarrollo y las actividades económicas principales.
Y para que esto funcione, es fundamental la diversificación de las economías de la región, ampliar las capacidades productivas y tecnológicas, así como reducir la dependencia externa, ya sea en forma de ayudas al desarrollo, vínculos comerciales, tecnología, capital e inversiones.
En resumen, para combatir la desigualdad en África del Sur, es necesario que los países de la región unan esfuerzos, aunque no es posible adoptar un enfoque único que encaje en todos los casos. Seguirá siendo esencial generar mayor conciencia sobre este tema y ampliar el apoyo en materia de políticas, fijar objetivos y replantear las prioridades del gasto público a fin de abrir el acceso igualitario a nuevas oportunidades, reorientar los marcos fiscales y tributarios para redistribuir de forma justa los ingresos y la riqueza, y gestionar el rápido avance de los cambios tecnológicos en pro de un desarrollo social más inclusivo e igualitario.