Las Primaveras Árabes han sido uno de los movimientos sociales y políticos más importantes a nivel mundial en lo que va del siglo XXI, y al pueblo de Túnez le corresponde el honor de haber sido el precursor de este levantamiento popular, que busca alcanzar mejores condiciones de vida y de gobernanza en el Mundo Árabe. Tras una década de intensa lucha, este país es el único de su región que mantiene vivos los ideales democráticos y progresistas, pero aún enfrenta serios desafíos en materia de desarrollo social que necesita resolver urgentemente. A lo largo de este artículo se analizan los más importantes de ellos.
Hay un proverbio africano que dice que, si piensas que eres demasiado pequeño como para marcar la diferencia, intenta dormir con un mosquito en la habitación. Esta sabiduría fue llevada a la práctica el 17 de diciembre de 2010 por Mohamed Bouazizi, un humilde vendedor de frutas de 26 años que se prendió fuego para protestar por el decomiso de su mercancía, su único sustento. Su muerte desató una ola de protestas y manifestaciones multitudinarias que muy pronto se volcaron contra el gobierno, la pobreza, la corrupción y la represión, exigiendo una calidad de vida más digna y mejores oportunidades económicas.
Un mes después cayó la dictadura de Zine el Abidine Ben Ali, y las mismas demandas se trasladaron hacia el resto del Norte de África y Medio Oriente, fenómeno que se conoció como la Primavera Árabe. Y desde entonces ya nada sería igual en esta parte del mundo.
A una década de distancia de lo que se conoció como la Revolución de los Jazmines, la situación política, económica y social de Túnez no ha mejorado lo suficiente en comparación con los tiempos del antiguo régimen. En este lapso de tiempo ha pasado de todo, y los cambios han llegado a un ritmo muy lento.
A pesar de ello, tenemos suficientes motivos para ser optimistas en cuanto a su futuro a corto y mediano plazo, pero la continuidad del proyecto de nación tunecino post-revolucionario depende del cumplimiento de las demandas sociales que hicieron posible el cambio político, por lo cual conviene dar a conocer aquellos aspectos sociales que lastran el desarrollo social del país.
Túnez es un país de contrastes. Cultural y políticamente hablando comparte muchas semejanzas con el resto de los países del Magreb, pero al ser una nación más pequeña en comparación a sus vecinos, está mejor organizado y más unido. Habib Bourguiba, el fundador del Túnez independiente, se propuso hacer de su nación la personificación de la modernidad en el Mundo Árabe, y bajo el estandarte de una ideología nacionalista y panarabista introdujo cambios que difícilmente pueden implementarse en otros países de mayoría musulmana, como la abolición de la poligamia, la introducción del divorcio en las cortes, libre consentimiento para contraer matrimonio, una legislación de adopción, despenalización del aborto, entre otros aspectos civiles, bajo una interpretación liberal y abierta del Corán.
De igual forma la economía crecía de forma sostenida, mediante una estrategia enfocada en el comercio exterior, las inversiones extranjeras, el turismo y el desarrollo de algunas industrias (textil, química y alimenticia), al grado que incluso antes del 2011 era presentado como un ejemplo de imitarse por parte del Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial y la Unión Europea.
El detalle estuvo en que dicho crecimiento económico descansaba sobre la base de una red de clientelismos y corrupción impresionante, y cuando el régimen cayó, la economía entró en crisis, y el dinar tunecino ha perdido el 40% de su valor desde 2010. Decían que no había negocio en Túnez, desde la importación de petróleo hasta la venta de dátiles, en que algún miembro de la familia de Ben Ali no se llevara una tajada. Y cuando Ben Ali se vio obligado a huir, muy diligentemente tomó un avión hacia Arabia Saudita, transfirió su fortuna y disfrutó de ella hasta su muerte, en septiembre de 2019.
En este periodo (1989-2011), Túnez fue, indudablemente, uno de los regímenes más represivos de la región, motivo por el cual la transición democrática tunecina se reveló ardua, lenta y frágil, con múltiples obstáculos y desafíos de diversa índole que en muchos momentos han hecho tambalear al país, pero que ha tenido hasta el momento la fuerza suficiente para salir avante.
Tras la sucesión de varios gobiernos interinos y fuertes desencuentros de carácter político, hoy ya podemos observar los primeros frutos: se organizan elecciones, se adoptó una nueva constitución y la Sociedad Civil ha contribuido enormemente al impulso y fortalecimiento de la democracia, en buena medida gracias a la invaluable labor del llamado Cuarteto para el Diálogo Nacional de Túnez, conformado por las cuatro principales Organizaciones de la Sociedad Civil del país: La Unión General Tunecina del Trabajo, la Unión Tunecina de Industria, Comercio y Artesanía, la Liga Tunecina de la Defensa de los Derechos del Hombre y la Orden de Abogados de Túnez, todos condecorados con el Premio Nobel de la Paz en 2015.
Más allá del consenso político que con mucho esfuerzo se ha podido construir, el país no está despegando económicamente, las condiciones sociales no mejoran, no se han registrado progresos reales en el combate a la corrupción, el robusto e ineficiente aparato burocrático se mantiene en pie y no se ha estimulado la generación de fuentes de empleo ni en mayores inversiones públicas o privadas en infraestructuras.
La mayor parte de la población tunecina continúa enfrentando muchas carencias en su día a día. Preocupa especialmente el tema del desempleo, cuya tasa es más alta que en tiempos de Ben Alí, tal como se puede observar en la siguiente gráfica.
Por tal motivo, no es inusual el estallido de huelgas y el bloqueo de carreteras en todo el país, dos de las maneras en las que se ve reflejado el descontento de la población. Sin los medios necesarios para llevar una calidad de vida aceptable no se puede hablar de justicia social, ni en Túnez ni en ninguna parte. Para rematar, la inflación lleva una tendencia a la alza y los flujos de inversión extranjera cayeron dramáticamente a causa de la inestabilidad política y la caída del turismo.
La combinación de estos escenarios ha traído, como consecuencia que mucha gente quede atrapada en la pobreza y que el costo de la vida sea más alto. En una reciente encuesta realizada en el país sobre la satisfacción de las necesidades básicas (tal como los tunecinos las entienden) reveló que un tercio de los encuestados sufrió de alguna carencia básica en el lapso de una semana, lo cual es una señal de alerta sobre la precarización de la vida cotidiana en este país.
Esta situación afecta principalmente a la juventud. En un contexto donde una parte de la población juvenil se refiere a sí mismos como “muertos vivientes”, ha dado paso a altas tasas de suicidio, infringirse autolesiones y a caer en las drogas. Muchos jóvenes desempeñaron un papel muy importante durante la revolución tunecina, y ahora, se sienten profundamente decepcionados y desilusionados, ya que el cambio por el que pelearon no se ha materializado. De igual forma, mucha gente habla de la ausencia de actividades culturales, sociales y recreativas, mismas que pueden contribuir al desarrollo de su juventud, a construir su identidad y darle un nuevo sentido a su vida.
Los manifestantes han regresado a las calles en varias ocasiones, pero han sido estigmatizados por los sucesivos gobiernos a partir de la caída de Ben Ali, lo cual incrementa la hostilidad hacia el Estado y sus instituciones. Como muestra del malestar social actual de Túnez, a continuación se presenta la evolución de la percepción de la población sobre la situación económica del país, y en donde la proporción de gente que piensa que el país atraviesa por una situación económica crítica ha aumentado 9% en cinco años.
Este escenario ha sido aprovechado por distintos grupos yihadistas, que aunque no gozan de un respaldo popular tan amplio como en otros países africanos con mayoría musulmana, han sido capaces de capitalizar la frustración social para reclutar miembros, especialmente entre la juventud tunecina. Este fenómeno se incrementó a raíz de la salida de Ben Ali, ya que la amnistía general que se otorgó a los presos políticos también benefició a líderes salafistas y yihadistas, quienes fueron ganando terreno.
A lo largo de los últimos diez años se han presenciado ataques terroristas contra diversos objetivos, asesinatos políticos y ataques a grupos opositores, y en cada uno de estos actos violentos se encarna el rechazo a la corrupción y una sociedad injusta, y aquellos que no encuentran oportunidades para sobrevivir estén dispuestos a sacrificarse y glorificar su estatus de víctimas. No es casualidad que más de 5 mil hombres de nacionalidad tunecina hayan decidido afiliarse voluntariamente a las filas de Daesh y otros grupos terroristas, sobre todo de las regiones marginadas del interior del país.
Esto nos lleva a otro de los graves problemas del país: la desigualdad regional. Hay un abismo en los niveles de desarrollo entre las distintas zonas del país, en donde las regiones periféricas han sido relegadas del desarrollo económico en favor de las zonas costeras y turísticas, como las ciudades de Túnez, Sfax y Susa, las cuales gozan de mayor prosperidad y están dotadas con mejores servicios. En cambio, en el interior del país la marginación social y económica es muy evidente. De hecho la revolución de los jazmines comenzó en la ciudad de Sidi Bouzid, y de ahí se extendió al resto del territorio, y en donde nada ha cambiado desde entonces.
Es representativa la situación en el suroeste del país, donde a pesar de que se encuentran en operación minas de fosfato (que proveen a la industria de los fertilizantes, una de las más importantes), una mala gestión y la corrupción mantienen al sector en un prolongado estancamiento desde hace tres décadas. Por su parte, las zonas costeras y turísticas han sido víctimas del terrorismo y la violencia yihadista. También se subraya la mala calidad de la educación en las regiones marginadas, y los cursos de capacitación para ingresar al mercado laboral están mal adaptados a las distintas especificidades regionales.
En los últimos días las manifestaciones se han vuelto a hacer presentes en las ciudades más importantes, a causa de la crisis económica, la precarización, el desempleo y el aumento del precio de los productos básicos, que coinciden con el décimo aniversario del inicio de la revolución. Ahora se cuestiona al gobierno del recién electo Hicham Mechichi, que viene de realizar cambios en su gabinete para calmar el malestar.
Aunque hay más libertad de prensa que nunca en la historia del país, existen poderosos actores dentro del país que pueden perder de los esfuerzos anticorrupción. En el 2017 se aprobó una controvertida ley que dio amnistía a los criminales perseguidos, empresarios y oficiales acusados de corrupción durante el régimen de Ben Ali, siempre y cuando repararan el daño y los activos robados.
En resumidas cuentas, la estabilidad política del país más pequeño del norte de África no puede garantizarse si un número cada vez mayor de tunecinos cae en la pobreza. Hoy en día, Túnez se enfrenta a graves problemas estructurales que sus ciudadanos ya no pueden tolerar. Existe prácticamente un consenso unánime entre los investigadores, académicos, políticos y demás interesados en el proceso de transición democrática de Túnez, de que su gobierno debe emprender, si desea mantener la estabilidad del país, un paquete de reformas económicas y sociales que contribuyan a un reparto más equitativo de la riqueza que se genera dentro del país.
Para hacer posible dichas reformas, además del trabajo coordinado entre los poderes de gobierno, se requiere de una gran inversión pública y privada que estimule el crecimiento de los sectores prioritarios y las regiones más desfavorecidas. Pero más importante aún es implementar un ajuste fiscal que reoriente el gasto social hacia el diseño e implementación de programas y políticas que combatan la pobreza, estimulen la generación de empleos y la creación de mejores servicios públicos en sectores clave, como educación, salud, vivienda, transportes, entre otros. A la par, las instituciones públicas tendrán que modernizarse y transformarse, se tienen que acelerar los esfuerzos anticorrupción y generar sinergias entre el Estado, la Sociedad Civil y el sector privado.
Tampoco hay que dejar de lado el contexto en el que se desarrolla la dinámica tunecina: el desmoronamiento del Estado en Libia, la inestabilidad de Argelia, que se encuentra sumida en un modelo económico obsoleto basado en la dependencia de sus reservas de hidrocarburos, y la violencia extendida por el Sahel arrinconan a Túnez en un contexto hostil y poco propicio para su desarrollo. Esto representa otro reto adicional que tiene por delante el gobierno tunecino. Pese a la presencia de estas amenazas externas, una mayor atención hacia los problemas internos de carácter social debe ser prioritario para Túnez, los cuales tiene que resolver si quiere convertirse rápidamente en una sociedad más pacífica, estable, desarrollada e inclusiva.
Como vemos, difícilmente podemos defender el desempeño de Túnez en los últimos 10 años, pero el hecho de ser la única nación del Mundo Árabe en mantener vivo el espíritu de cambio que surgió con la Primavera Árabe genera un sentimiento de confianza en que la situación del país será mejor en el futuro, y además, basta con observar la situación de otros países de la región (Libia, Egipto, Siria y Yemen, principalmente) para comprobar que Túnez está en una posición mucho más estable.
Todavía esta nación está en proceso de consolidar su nuevo proyecto estatal y enfrentando los numerosos desafíos que la llamada Revolución de los Jazmines trajo consigo. El inicio de la Primavera Árabe marcó el florecimiento de las aspiraciones democráticas hacia una mejor vida en el Norte de África y el Magreb, y el jazmín fue la primera flor que nació y la única que no se ha marchitado. Pero hay que mantenerla, cuidarla y procurarla para que florezca con todo su esplendor.