La marca “Sudáfrica” busca posicionarse en todo el mundo. Fotografía: Flickr
Sudáfrica se encuentra, desde hace mucho tiempo, en una posición de privilegio dentro del continente africano, aún con los grandes cambios y transformaciones recientes. Hoy, ante la emergencia de un nuevo orden mundial, junto con las altas tasas de crecimiento económico que ha registrado África, la nación del arcoíris está dispuesta a consolidarse y afianzarse como la primera potencia africana, pero antes deberá superar toda una serie de viejos y nuevos desafíos.
Sudáfrica es un país especial dentro del continente africano. Su ubicación, clima y geografía fueron determinantes para que, desde épocas muy tempranas, los europeos se lanzaran en la conquista y colonización del extremo Sur de África. Portugueses, holandeses e ingleses se disputaron este territorio siglos antes de que se emprendiera incluso la exploración del resto del continente. Con el paso del tiempo se crearon las condiciones propicias para el florecimiento de la agricultura, la minería y la actividad económica moderna en general, así como en la construcción de una importante red de infraestructura, comunicaciones, transportes y un eficiente sistema financiero, aspectos que, hasta la fecha, muchos países africanos carecen.
Estas características desembocaron en una compleja diversidad de la población sudafricana, resultado de una extraña mezcla de elementos europeos, bantúes, bosquimanos y asiáticos. Esta multiplicidad de orígenes ha ocasionado una cruenta lucha de clases desde un inicio, en función del color de la piel de los habitantes. La historia del país puede resumirse en una constante y prolongada lucha por los recursos y el poder político entre todas las etnias y grupos que ahí habitan.
Todo ello derivó en la invención de uno de los sistemas más injustos que ha conocido la humanidad: el Apartheid. Durante este periodo, los descendientes de los primeros colonizadores holandeses (los afrikáners) tuvieron el control total de todo el territorio en todos los ámbitos, y que se caracterizó por una tendencia expansionista y muy agresiva hacia el resto de los países africanos. Como resultado de esto surgieron brechas no sólo dentro de Sudáfrica, también con el resto de los países del continente, cuyas economías se encuentran lejos de alcanzar los niveles de desarrollo sudafricanos.
Tras la caída del Apartheid en 1994 nace una nueva Sudáfrica democrática, cuya población se comprometió a construir una nueva nación a través del perdón y la reconciliación entre todos sus miembros. A partir de ahí, cambia radicalmente el rumbo y la vocación del país. Como un país aislado durante el periodo del Apartheid (1948-1994), un país africano y un país cuya liberación se logró con el apoyo de la Comunidad Internacional, representó una importancia crítica construir vínculos políticos y económicos con todos los países del mundo para crear un ambiente más favorable para Sudáfrica, África y el Mundo.
Bajo estas premisas Sudáfrica adoptó la agenda africana como si fuera propia, asumiendo la importante responsabilidad de ser el portavoz que exponga, defienda y busque soluciones a los problemas graves que enfrenta todo el continente. Todo esto no es poca cosa, pues significa un reto gigantesco asumir el liderazgo en un continente compuesto por 54 países independientes.
Esto nos lleva a analizar las posibilidades reales de que Sudáfrica tenga éxito en su titánica tarea y los efectos que esto ha tenido en la práctica, donde intervienen muchos factores, entre los que destacan los siguientes: el reconocimiento, ya sea explícito o tácito, al liderazgo africano por parte de Sudáfrica, su capacidad y habilidad para lograr sus objetivos y superar las expectativas que se tienen de ella, la postura del resto de los países africanos y los no africanos hacia su rol de líder y, sobre todo, los resultados (internos y externos) que ha obtenido Sudáfrica de esta ambiciosa política exterior. Para comprender mejor dicha política, debemos dividir su estrategia en dos frentes: el ámbito africano y el no africano.
En cuanto a la dimensión continental, Sudáfrica es el único país africano con la voluntad evidente, y podría decirse que con la capacidad, para comprometerse con una agenda internacional global, por lo que, hasta ahora, se ha conducido bajo un relativamente cómodo espacio para asumir su papel de liderazgo. Después de haber dado fin al Apartheid, Sudáfrica se incorporó rápida y activamente en las organizaciones regionales e internacionales, logrando cada vez más mayor presencia y participación en ellos.
No obstante, las relaciones del gobierno de Pretoria con los otros Estados africanos históricamente suelen ser difíciles. Varios países ven con preocupación y recelo las acciones emprendidas por los sudafricanos en sus países. Los productos e inversiones sudafricanas han penetrado por todo el continente, sobre todo en la región del Sur. Hacia 2013, 127 empresas sudafricanas realizaban el 62% del volumen de los negocios de las primeras 500 del continente, principalmente en la agroindustria, la química, las finanzas, la gran distribución, la electricidad y las minería.
Del mismo modo, más de 250 empresas de Sudáfrica han participado en alrededor de 320 proyectos de inversión en otros países del continente, acumulando un valor invertido de $1,300 billones de dólares. En el siguiente mapa se muestran algunos de estos proyectos, así como los principales socios comerciales de Sudáfrica en África. Como vemos, el principal radio de acción constituye la región Sur, pero también abarcan otras regiones subsaharianas.
Las operaciones de Sudáfrica en el continente no se limitan a esto. Sudáfrica se encuentra desprovista de petróleo y atraviesa por una escasez crónica de agua, por lo que ha estrechado relaciones estratégicas con países como Botsuana, Angola, Mozambique, Lesoto y Nigeria, países que cuentan con importantes reservas de esos recursos. Por tanto, estas relaciones cobran una gran importancia.
En cuanto al tema monetario, actualmente, los activos financieros de Sudáfrica en el continente ascienden a 517,404 millones de rands (equivalentes a más de 33,500 millones de dólares), la mayoría de ellos, como se aprecia en la gráfica, se encuentran distribuidos en países del Sur del continente.
Todo ello nos lleva a una profunda reflexión sobre las verdaderas intenciones de Sudáfrica. Varios analistas califican de imperialistas las acciones de Sudáfrica en su “patio trasero”. Además de esto, se ha creado un ambiente de xenofobia por parte de los sudafricanos hacia los inmigrantes de otros países, atraídos por el nivel de actividad económica de Sudáfrica, lo que incrementa las tensiones.
Por estas razones, Sudáfrica es muy cautelosa para actuar en determinadas situaciones que ocurren fuera de sus fronteras, pero a veces, por inseguridad, se inmoviliza y no sabe qué hacer o qué decir. En los foros regionales, Sudáfrica promueve la paz, democracia y buen gobierno en África. Los resultados han sido diversos, que no han bastado para detener conflictos y que algunos dictadores africanos permanezcan en el poder.
Por otro lado, Nigeria es ya la economía más grande de África, aunque Sudáfrica sigue siendo la más importante del continente, por la diversificación sectorial que posee. Aunado a ello, cuenta con una sólida estabilidad macroeconómica, sustentada por prudentes políticas fiscal, monetaria y cambiaria, así como finanzas públicas sanas.
Pero, inevitablemente, Sudáfrica tendrá que enfrentarse, tarde o temprano, a una mayor competencia por la posición de privilegio en el continente, ante las altas tasas de crecimiento que registran algunos países. De momento, ningún país representa una competencia importante para Sudáfrica en lo que respecta al liderazgo africano. Sin embargo, lejos de enfrentarse entre sí, lo que necesitan los africanos es unirse, y así lo han hecho todos, incluyendo a Sudáfrica.
En suma, la estrategia sudafricana, si bien no ha tenido los resultados esperados, sí ha cosechado importantes logros. La gran interrogante es, ¿hasta cuándo podrá sostener su papel de primera potencia africana? Para que Sudáfrica pueda asumir un papel más claro en África, necesita todavía tiempo y apoyo externo. Y este es la otra dimensión clave dentro de la política sudafricana.
En el resto del mundo, Sudáfrica ha adoptado una posición universalista, donde no existen enemistades, por lo que su reinserción internacional desde 1994 ha estado basada más en pragmatismo que en principios. Los verdaderos enemigos a vencer, asegura, son la pobreza, la guerra, las enfermedades, etc.
Esta visión romántica encierra una seria contradicción. Es claro que Sudáfrica no puede quedar bien con todo el mundo, por lo que debe establecer prioridades, que poco a poco ha ido marcando. Conscientes de esta situación, una carta interesante que ha jugado Sudáfrica es establecer alianzas con otros países en desarrollo y potencias regionales, que comparten una visión de un nuevo orden mundial, una reforma a los principales organismos políticos y económicos internacionales y un interés en África. La estrategia se ve reflejada más claramente dentro del foro de los BRICS, grupo al que pertenece Sudáfrica junto con Brasil, Rusia, India y China.
Pero actualmente el BRICS, como grupo, ya no cuenta con la importancia y relevancia de sus primeros años, aunque individualmente cada uno de sus miembros siguen manteniendo con un liderazgo y buenas perspectivas internacionales en sus respectivas regiones. Sudáfrica se vio involucrada en este grupo gracias a su alianza con China, principal socio comercial de Sudáfrica y primer inversor en África.
Precisamente, el papel de Sudáfrica como articulador entre África y el resto del mundo es el núcleo principal de su política exterior, papel que no sólo es asumido por China, sino también por Europa y Occidente, cuyas relaciones son igual de estratégicas.
Es el único país africano que forma parte del G-20, y se ha prestado como sede y promotor mundial de la democracia, los derechos humanos, el desarme mundial, el cambio climático y muchos otros temas importantes a nivel mundial. Es en estos foros donde Sudáfrica tiene que exponer y priorizar la agenda africana, pero también es la arena donde se encuentra en desventaja. Si bien en África es un coloso, en el resto del mundo apenas alcanza la figura de “desarrollo medio”.
Esto nos lleva al punto más débil dentro de la estrategia de la política exterior de Sudáfrica, que ha sido, paradójicamente, su política interna. No hay duda de que esta política exterior ha sido muy exitosa, pero tuvo que pagar un alto costo por ello.
Al fomentar el crecimiento y desarrollo económico en otras partes del continente, Sudáfrica reduce las posibilidades de impulsar su propio desarrollo, puesto que no cuenta con los recursos suficientes para combatir en los dos frentes. Por su ansiedad de asumir el rol de liderazgo dentro del continente, se olvidó de dotarse de la infraestructura, capacidades técnicas, recursos y profesionistas especializados suficientes para impulsar su ambicioso proyecto continental, lo que la vuelve dependiente de recursos foráneos del resto del mundo.
La economía lleva 5 años estancada, y la corrupción se ha convertido en una lacra dentro del gobierno y del partido gobernante, el Congreso Nacional Africano, ante un escenario donde la oposición política es débil. La Ley del Empoderamiento Económico Negro (BB-BEE), implementada a partir de 2003, lejos de favorecer a los grupos étnicos marginados durante el Apartheid, solo consiguió crear una nueva burguesía negra cercana a los círculos del poder y que, junto con la economía afrikáner, controlan los destinos de uno de los países más desiguales del mundo.
En los últimos años, el continente africano ha crecido a un ritmo superior al de la economía sudafricana, tendencia que se ha venido acentuando más recientemente, donde el crecimiento de Sudáfrica no rebasa el 2% anual. Elaborada con datos del Banco Mundial.
A diferencia de la política económica, la social ha sido un fracaso: el desempleo, que ronda el 25%, junto con los altos niveles de violencia y la prevalencia del VIH-SIDA son muestras de ello. Los viejos problemas del pasado siguen rondando una nación que busca superar la pobreza y ganarse el respeto del mundo, donde sus habitantes no han logrado desprenderse de sus estigmas.
Ante ello, resulta válido cuestionar si realmente una nación puede superar su pasado y comenzar desde cero sin retomar los elementos tangibles e intangibles que anteriormente la caracterizaron. Sudáfrica lo ha intentado a través de numerosas formas, pero francamente resulta imposible desprenderse totalmente de aquello que alguna vez fue. Hoy tenemos muchas situaciones en las que la Sudáfrica actual se ha visto reflejada en la Sudáfrica de antaño. Por ejemplo, la tragedia en la mina de Marikana, que ocasionó la muerte de 34 mineros, se asemeja mucho a la represión de Sharpeville el 21 de marzo de 1960 por parte del gobierno del Apartheid.
Un buen líder tiene que predicar con el ejemplo, por lo que Sudáfrica deberá esforzarse más para erradicar y controlar sus propios problemas. Esta es, precisamente, la gran contradicción que deberá enfrentar y resolver si quiere seguir siendo la principal voz de los africanos ante el mundo. Si Sudáfrica no puede resolver sus problemas, ¿cómo pretende resolver los de los demás africanos? Los sudafricanos deben replantear su estrategia antes de que sea demasiado tarde. Aún hay poca claridad y muchas dudas.
El artículo de Sudáfrica me pareció acertado y dramático para la población.