Izq.: Representación de una amazona de Dahomey. Der.: Mujer de Nigeria. Fotografías: Wikimedia Commons y Pixabay.
Estamos viviendo en una época donde está adquiriendo fuerza a nivel mundial la cuestión de la igualdad de género y la reivindicación de los derechos de las mujeres. África no es la excepción, por lo cual se presentan dos historias, una del pasado y la otra del presente, con la finalidad de valorar las aportaciones de este sector al mundo, en particular a este continente, en el marco de las teorías feministas africanas.
Las mino, leyenda y orgullo de Benín.
Había una vez, en un lejano reino africano que se llamaba Dahomey, unas mujeres esbeltas con cuerpos atléticos, quienes defendían con coraje y valor la soberanía de su pueblo. Aquel grupo no se caracterizaba por la dulzura, la belleza, la compasión y la caridad, cualidades que comúnmente se asocian al sexo femenino. Eran todo lo contrario. Se decía que todas juntas, sin ayuda, eran capaces de cazar elefantes, que eran diestras en el manejo de la espada y de las armas, que eran temidas y respetadas por los pueblos vecinos y por los mismos colonizadores franceses, que no tenían piedad y no dudaban en aniquilar a sus enemigos, y luego los decapitaban y bebían la sangre que escurría por sus cabezas, y que participaban en sacrificios humanos.
Todo esto no es un mito, un cuento, ni tampoco una historia de fantasía, sino parte de la historia de África Occidental. En el entonces Reino de Dahomey (la parte sur del actual territorio de Benín) existió un regimiento de mujeres con todas estas características, del siglo XVIII hasta 1900.
Son conocidas fuera de África como las Amazonas – en referencia a los relatos de la mitología griega de un pueblo gobernado por mujeres guerreras -, pero realmente su nombre correcto es Ahosi o Mino, que significa “esposas del rey” o “nuestras madres” en lengua fon. Era tal su reputación, que Dahomey fue conocida por los europeos como “la Esparta negra”, por sus temibles guerreros y guerreras.
Las mino eran un cuerpo de élite, entrenadas para matar a los enemigos del reino y proteger al soberano. Todas ellas conformaban un harén, pero renunciaban a la vida matrimonial y a tener descendencia. En la práctica, pertenecer a este cuerpo suponía el celibato. Por lo general, estas mujeres eran reclutadas en la adolescencia entre las más rebeldes e inquietas. Pero lejos de ser un castigo, ser parte del grupo era símbolo de prestigio dentro de la sociedad dahometana. Estas mujeres eran una mezcla de disciplina, belicosidad, prestigio, crueldad y fidelidad a su reino y su monarca.
Para entender el modo en la que las mujeres en Dahomey lograron ostentar puestos y actividades que son consideradas exclusivas de los hombres debemos marcar las características de este lugar. Durante la trata esclavista, éste fue uno de los principales puntos de captura y reclutamiento de esclavos, particularmente en Porto Novo.
El reino de Dahomey obtuvo importantes beneficios como producto de la trata de esclavos. Como resultado de ello, la población masculina disminuyó dramáticamente, lo que derivó en la creación de un cuerpo militar femenino, que con el paso del tiempo, se ganó la confianza de los reyes que gobernaron esas tierras, en quienes confiaban su seguridad y la estabilidad del reino.
Dahomey era una sociedad fuertemente jerarquizada en esclavos, hombres libres, agricultores y la aristocracia, que alcanzó su máximo esplendor con el comercio de esclavos y de aceite de palma con los europeos. Sin embargo, el reino entró en un periodo de decadencia a partir de 1833, año en que se declara la abolición de la esclavitud en Inglaterra. Años más tarde, los europeos comienzan a explorar sus costas, que se convirtieron en una amenaza para los gobernantes de Dahomey.
Después de muchos problemas, los franceses establecieron un protectorado en Porto Novo, por lo que era inevitable el enfrentamiento con Dahomey. Los grandes esfuerzos de las amazonas no fueron suficientes, y a pesar de una heroica defensa y de haber hecho retroceder a los franceses en varias ocasiones, la superioridad tecnológica militar francesa se impuso, y el rey Behanzin, junto con las amazonas, se rindieron, dando fin a esta historia de empoderamiento femenino en el África precolonial.
Hoy, Dahomey ya no existe, pero el recuerdo de las amazonas permanece vigente en Benín como mito nacional. Al respecto, y después de haber revisado esta historia, vale la pena cuestionarnos si realmente las mujeres son “el sexo débil”. Yo no lo creo así, ya que ellas pueden ser tan brillantes como los hombres, incluso en labores pesadas, si así se lo proponen.
El significado de ser mujer africana en el siglo XXI.
El relato de las amazonas de Dahomey es solamente uno de los muchos que demuestra el trascendental papel de las mujeres en las sociedades africanas antiguas, cuyas hazañas han quedado en el olvido. Pero lo cierto es que en la historia de África encontramos más mujeres que han cambiado el rumbo de muchos pueblos. Las reinas Nzinga de Angola, y Ranavalona I de Madagascar, representan dos claros ejemplos de ello.
Hoy, las mujeres africanas se han convertido en el principal pilar y sostén de los hogares de África. Su situación difiere entre los distintos países y las regiones del continente, pero de manera general sus necesidades y problemas se derivan de los grandes males que acechan a toda la población, como la pobreza, la falta de oportunidades, los conflictos armados, la corrupción y los efectos del cambio climático, mismos que se magnifican bajo un ambiente hostil plagado de discriminación y prejuicios.
Pese a que las mujeres musulmanas cubren todas las áreas de la sociedad, y no hay una muestra de superioridad del hombre sobre la mujer en el Islam, los países africanos en que los que domina esta religión son los que presentan los rezagos más importantes en materia de igualdad de género, sobre todo en aquellos donde rige la Sharia o Ley Islámica, como en Sudán y Mauritania. Esta Ley obliga a las mujeres a someterse a la voluntad de sus esposos y al cuidado de sus hijos, y en caso de no cumplirlas, se ven sometidas a duros castigos, lo que equivale a fuertes restricciones en el goce de sus libertades fundamentales.
En África Subsahariana existe una mayor heterogeneidad en este sentido. Tenemos países como Ruanda y Uganda que se han convertido en grandes referentes en materia de género, pero también existen otros donde la voz de la mujer no vale nada, como es el caso de Eswatini, donde se intercambian mujeres por ganado. En medio de ello tenemos países donde las mujeres ganan cada vez mayor protagonismo (Sudáfrica, Nigeria y Ghana). También sobrevive hasta nuestros días una isla en la costa de Guinea-Bissau gobernada por mujeres, y recientemente Liberia estuvo gobernado por una mujer, Ellen Johnson-Sirleaf, Premio Nobel de la Paz en 2011.
Al igual que ayer, hoy emerge una nueva generación de mujeres africanas que destacan en muchos ámbitos: como activistas, estudiantes, líderes sociales e incluso, como mecánicas. Pero, sin duda, las más admirables de todas son las amas de casa, quienes llevan la gran responsabilidad y pesada carga del cuidado de los niños y de su casa, literalmente sobre sus hombros y sus espaldas.
En muchas culturas africanas la mujer es respetada y admirada, pero desafortunadamente también se utilizan prácticas crueles contra ellas, como la mutilación genital femenina y el uso de las violaciones sistemáticas como arma de guerra, cometidas incluso por miembros de las distintas Misiones de Naciones Unidas que se encuentran activas en el continente.
No obstante lo anterior, el principal problema al que se enfrentan las mujeres africanas no es tanto la violencia de género, sino la discriminación racial y el poco reconocimiento a los movimientos feministas africanos por parte de las mismas mujeres de Occidente. Es por ello que las distintas corrientes de los feminismos africanos luchan contra el carácter etnocéntrico y universal de sus similares occidentales y blancos, con la misión de autodefinirse en términos locales.
Los primeros movimientos sociales liderados por mujeres en África sucedieron al mismo tiempo de las luchas anticoloniales y panafricanistas, siendo los precursores la Unión Feminista Egipcia y La Liga de las Mujeres Bantú. Aunque con el paso del tiempo sus demandas han venido escalando en los ámbitos académico y cultural. Este asunto sigue siendo muy polémico en África, fundamentalmente por la prevalencia de muchos patriarcados y costumbres que se contraponen al rol tradicional de las mujeres.
Resulta interesante ver cómo los movimientos feministas africanos han incorporado de forma creativa las principales especificidades y características de sus pueblos, y en donde coexisten diversas perspectivas en la lucha por la igualdad de género en el continente, donde se incorporan aspectos como la discriminación, la pobreza, la familia, la raza y la orientación sexual, convirtiéndose así en una corriente multidisciplinaria, rebasando el ámbito que abarcan los feminismos tradicionales, siendo así menos individualistas y más incluyentes al adoptar un pensamiento más comunitario.
Las mismas africanas se resisten a usar el término “feminismo”, que surge en Occidente y con el cual no se identifican. En su lugar, prefieren usar palabras como Womanismo, mothernismo, Afroféminas o AfriFem para nombrarse a sí mismas. Otro punto de desacuerdo se encuentra en el tema de la maternidad, menospreciado por las feministas occidentales y más valorado por las africanas.
Su principal preocupación no es la confrontación directa con los hombres y las autoridades para hacer valer sus derechos, sino en hallar un punto intermedio entre la reivindicación de los derechos de las mujeres y el respeto a las tradiciones africanas mediante el diálogo. Ello nos habla de una gran capacidad para entender las condiciones de su entorno y actuar conforme a ello.
Con todo y sus fortalezas, los movimientos de las mujeres afro se encuentran invisibilizados, por lo que es importante difundir sus principios, que sin duda, serían muy útiles para lograr la igualdad de género en África y en el mundo.
Los afrofeminismos nos recuerdan que es imposible alcanzar la igualdad de género sin el combate a las brechas raciales, culturales y étnicas, que esta labor no es cosa solo de mujeres, también de hombres, y que debemos partir de las inevitables diferencias biológicas y corporales entre ambos sexos para construir sociedades más justas e igualitarias. Las mujeres africanas representan la esperanza del continente, que ante todas las dificultades, siempre encuentran una solución para que mañana las cosas vayan mejor.
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