La comunidad afromexicana se ha mostrado activa en los principales acontecimientos sociales y políticos del país, tanto en el pasado como en el presente, y la primera mitad del siglo XIX no fue la excepción. En aquellos años se dio el nacimiento del Estado y el sistema político mexicano, y dos hombres afrodescendientes contribuyeron de manera decisiva en su construcción, sentando las bases para la transformación de México. Ellos fueron Juan Álvarez y Melchor Ocampo.
Las primeras cuatro décadas del México independiente (1821-1861) fueron tiempos difíciles y contradictorios para el país, que atravesó por un periodo de inestabilidad crónica, disputas políticas internas, divisiones irreconciliables e ingobernabilidad en amplias zonas del país. Todo esto resultó en un alto e irreversible costo en términos de vidas, atraso económico y la pérdida de más de la mitad del territorio mexicano original.
Sin embargo, aquellos años también fueron fecundos en grandes hazañas, y gracias al esfuerzo, insistencia y tenacidad de un grupo de grandes mexicanos, se lograron crear las bases que impulsaron el desarrollo del país posteriormente.
Debería ser una labor permanente realizar revisiones a los periodos de la historia de México para entender mejor las necesidades del presente y extraer lecciones del pasado que mejorarán la toma de decisiones en la actualidad. En este sentido, parece importante abordar los procesos históricos en los que participaron los africanos y los afrodescendientes en México en distintos momentos y regiones, esto para analizar mejor las situaciones que viven hoy en día y contribuir a su visibilidad.
Por tanto, merece la pena resaltar las raíces afrodescendientes de dos mexicanos que participaron activamente en los muchos e importantes acontecimientos que sucedieron en México durante la primera mitad del siglo XIX: Juan Álvarez y Melchor Ocampo, con el doble propósito de revalorar sus figuras dentro de la historia de México y resaltar las aportaciones de la Comunidad Afromexicana a la consolidación de la nación.
Juan Álvarez: insurgente, federalista, republicano y liberal afromexicano.
La mayor parte de los insurgentes que lucharon por la independencia de México cayeron muertos durante la contienda. Muy pocos de ellos fueron partícipes en los acontecimientos que se desataron en el país más adelante. Uno de aquellos sobrevivientes fue el general Juan Álvarez Hurtado, cuya labor dentro y fuera del campo de batalla fue trascendental para la elaboración de la Constitución de 1857 y las Leyes de Reforma, así como en la fundación de la actual Entidad Federativa de Guerrero.
La versión oficial nos dice que Juan Álvarez nació el 27 de enero de 1790 en el pueblo de Atoyac (hoy Atoyac de Álvarez, en su honor), localizado muy cerca de la costa del pacífico, y que fue hijo del español Antonio Álvarez y de Rafaela Hurtado, mestiza nativa del puerto de Acapulco.
Sin embargo, las investigaciones históricas y antropológicas que se han realizado para indagar sobre sus orígenes nos revelan pistas de que realmente era afrodescendiente. Por ejemplo, no existen testimonios documentales que corroboren la existencia de Antonio Álvarez entre la población española cercana al puerto de Acapulco. A pesar de ello, Juan Álvarez era conocido como “el gallego”, porque su padre era originario de Santiago de Compostela.
De cualquier manera, su afrodescendencia la heredó por la línea materna. Cuando nació, no había población indígena en Atoyac ni en sus alrededores. En cambio, lo que sí se especifica en el padrón poblacional de 1792 es que su segundo apellido, Hurtado, estaba vinculado con mujeres de origen africano, por lo cual, su madre en realidad no era mestiza, sino mulata.
Pese a que su padre tenía una considerable fortuna, Juan Álvarez quedó huérfano, y su tutor lo obligó a trabajar. Según el mismo Álvarez lo señaló, desde niño trabajaba en el arado, y posteriormente como vaquero. Todas estas circunstancias personales le motivaron para unirse al movimiento independentista insurgente. Pronto destacó en el Ejército de José María Morelos por su valentía y bravura, lo que le valió ascensos.
Tras la muerte de Morelos en 1815, se sujetó a la jefatura de Vicente Guerrero, con quien luchó en las montañas del sur, una zona que conocían como la palma de su mano, que es también una de las zonas con mayor población afrodescendiente en todo México.
Aunque era contrario a la monarquía, se adhirió al Plan de Iguala y se sumó al Ejército Trigarante. Tras la consumación de la independencia, fue nombrado comandante general de Acapulco y gobernador de la plaza, lo que le permitió afianzar su cacicazgo en la región, a pesar de que inicialmente gran parte de lo que hoy es Guerrero pertenecía al Estado de México. Una vez que se instauró la República, abogó, junto con Nicolás Bravo, con todo y sus diferencias ideológicas, la formación de un nuevo Estado en aquella región, pero sus esfuerzos no dieron frutos en ese momento.
Juan Álvarez no tuvo una formación académica espectacular, pero conocía a la perfección los problemas y el sentir de la gente en su región natal, por lo que adquirió una enorme popularidad y prestigio. Logró contener en varias ocasiones rebeliones a causa de los altos impuestos y los problemas ligados con las tierras.
Siempre tuvo clara su vocación republicana, nacionalista, federalista y liberal, y a lo largo de su vida siempre se mantuvo fiel a sus ideas. A pesar de sus diferencias con los conservadores y centralistas, prestó sus servicios para combatir a los franceses en la guerra de los pasteles y en la invasión norteamericana.
Una vez concluida la guerra con el vecino del norte, en mayo de 1849 el presidente José Joaquín de Herrera envío al congreso la iniciativa para crear, finalmente, el Estado de Guerrero, y el 27 de octubre de ese año se constituyó oficialmente. Juan Álvarez fue nombrado gobernador interino, y después, mediante elecciones, juró como el primer gobernador constitucional en 1850.
Gracias a su tenaz resistencia, logró sustraer a su Estado del poder del dictador Antonio López de Santa Anna. Su influencia abarcaba incluso parte de los actuales Michoacán, Morelos y Oaxaca. En toda esta región era conocido como “Tata Juan”.
El 24 de febrero de 1854 encabezó, junto a un grupo de liberales, la proclamación del Plan de Ayutla, en el que se desconocía a Santa Anna como presidente del país. El movimiento se extendió por todo el país, teniendo un éxito notorio, y el 4 de octubre de 1855, los liberales, reunidos en la ciudad de Cuernavaca, nombraron a Álvarez presidente interino.
Su periodo como presidente de México fue fugaz, pero muy brillante. Sin duda, su gabinete ha sido el mejor que ha tenido el país en todas las épocas, con nombres de la talla de Benito Juárez, Melchor Ocampo, Miguel Lerdo de Tejada, Ignacio Comonfort y Guillermo Prieto, una nueva generación de liberales que estaba a la altura de lo que México necesitaba. Además, convocó a un congreso constituyente, del cual surgió la Constitución de 1857, que significó el primer paso hacia la consolidación del proyecto de nación liberal, bajo una República Federal, con Estados libres y soberanos y división tripartita de poderes.
El 15 de septiembre de 1856 Juan Álvarez presentó su renuncia a la presidencia por cuestiones de salud, muy mermada ya para entonces. A pesar de ello, nunca dejó de trabajar en la propuesta de ideas para mejorar la condición de los trabajadores de su tierra natal, y se puso al frente de una división durante la intervención francesa, donde influyo con consejos y poderosa influencia hacia los jóvenes generales.
Finalmente, falleció en su hacienda La Providencia en la costa grande de Guerrero el 21 de agosto de 1867, poco después de la victoria juarista sobre el Imperio de Maximiliano. En septiembre de 1861, el Congreso de la Unión nombró a Álvarez como “el benemérito de la patria”, y no es para menos, ya que su vida refleja los sobresaltos de la vida nacional en buena parte del siglo XIX, y le tocó participar en dos de los eventos más importantes del país: la independencia y la reforma.
A su vez, en buena medida gracias a él y su esfuerzo, el Estado de Guerrero existe tal y como es, llevando el nombre de su gran compañero insurgente. Su figura a menudo es opacada por otras igual de grandes, pero tiene su propio brillo y es digna de admirarse como lo que fue, un afromexicano que cambió nuestra historia.
Melchor Ocampo, el mulato michoacano que se convirtió en el filósofo de la Reforma.
Hablando de personajes mexicanos históricos que no reciben un justo crédito por sus servicios a la patria, hay que agregar a Melchor Ocampo dentro de esa lista. Este michoacano destacó entre el grupo de liberales en la elaboración de la Constitución de 1857 y las Leyes de Reforma, que llevaron a consolidar las instituciones civiles en México, así como en debilitar el poderío de la Iglesia frente al Estado.
Su vida, enigmática y motivante, refleja los mismos anhelos del país hacia un futuro más justo y democrático. Con motivo del bicentenario de su nacimiento, la Secretaría de Cultura del Estado de Michoacán publicó una serie de ensayos que honran su figura, en los cuales me apoyé para rescatar sus raíces afrodescendientes, y cuya lectura les recomiendo ampliamente.
Es poco lo que se sabe acerca de sus orígenes y primeros años de vida, y entre sus biógrafos se manejan varias versiones acerca de su nacimiento, pero a saber de su imagen, era mulato y afromexicano. En distintas parroquias de Michoacán y la Ciudad de México se han encontrado registros bautismales de niños con el nombre de “José Telésforo Melchor”, entre los años 1810 y 1814, a quienes han asociado con nuestro personaje.
Considerando todas las indagaciones que distintos antropólogos e historiadores han realizado al respecto, y en contra del consenso oficial que asegura que nació en 1814, lo más lógico y congruente es que Melchor Ocampo haya nacido el 5 de enero de 1810 en el Valle de Maravatío, ubicado en el oriente del actual Estado de Michoacán, hijo de indio y mulata. La siguiente descripción física de Melchor Ocampo, realizada por un prisionero estadounidense, constituye otra prueba de sus orígenes afrodescendientes:
“Su fina facción aceitunada pareciera más oscura de lo que en realidad es, debido a la negrura de su cabellera, de la cual caen rizos alrededor de su cara y de sus expresivos y chispeantes ojos negros”
Su apellido Ocampo es otro enigma sin resolver. En el pueblo de Maravatío no se identifica la existencia de tal apellido, pero sí radicaban familias con el apelativo Campos, por lo cual, dada la similitud, el apellido Ocampo puede considerarse como una eventual mala lectura o escritura. Otra posibilidad es que los padres de Melchor eran originarios de la comarca de Tuzantla, dada la constante migración temporal de familias hacia Maravatío desde aquel lugar para desempeñarse en labores agrícolas.
En el otoño de 1810, esta región figuraba como uno de los escenarios en los que se libraba con mayor intensidad la guerra de independencia, y no se desestima que el futuro reformador haya quedado huérfano a raíz de esta situación.
Sin embargo, el destino fue bueno con él, y lo llevó a la protección humanitaria de la señora Francisca Xaviera de Tapia, quien, junto con otros pequeños que se encontraban en la misma situación, lo puso a salvo de las crueldades de la guerra. Aquella generosa y desinteresada protectora figuraba como la principal usufructuaria de la hacienda cerealera El Pateo, una de las más importantes del oriente michoacano.
Pronto, la señora de Tapia comenzó a mostrar su predilección por el pequeño Melchorcillo por su aguda inteligencia natural. Desde niño pasó largas temporadas con los clérigos de la parroquia del pueblo, y conoció muy de cerca los avatares del medio eclesiástico, lleno de conspiraciones, envidias, golpes bajos y disputas para no perder sus privilegios. Esto influyó poderosamente en su pensamiento político, y paradójicamente, se presume que de ellos adquirió las primeras nociones de lectura y escritura.
Más tarde, el general Vicente Filisola fue otro de los personajes que más influyeron en la temprana formación de Melchor Ocampo, al que suscitó el interés por la geografía, la estadística, la mineralogía y otras ciencias. Con el tiempo, Melchor Ocampo se convirtió en un auténtico erudito y polímata, reconocido por sus investigaciones en diversos campos de las ciencias naturales y sociales.
En 1824 Ocampo fue enviado a Valladolid (hoy Morelia) para realizar sus estudios de bachillerato. Después estudió derecho en la Universidad de México en 1831, pero que abandonó para administrar la parte de la hacienda El Pateo que le heredó su benefactora antes de su muerte, a la cual llamó Pomoca (un anagrama de Ocampo). Todo bajo la coyuntura del movimiento reformista liberal que encabezó Valentín Gómez Farías.
Tras abandonar sus estudios universitarios, se dedicó de lleno a los asuntos de su finca. Sin embargo, su espíritu inquieto y observador le llevó por el camino de la política. Se ocupó en analizar asuntos religiosos, como el diezmo, y a escribir artículos en el periódico liberal El filógrafo, en el cual defendió los principios de democracia, libertad de imprenta y denunció los hechos injustos de religiosos y militares, que se amparaban con sus fueros para cometer abusos.
En 1840 viajó por el sur de la República, y después estuvo en Francia, Italia y Suiza. De vuelta en México, en septiembre de 1841, entró de lleno en la política mexicana. En 1842 resultó electo diputado por Michoacán al Congreso Constituyente, mismo que terminó por disolverse. En 1846, debido a los constantes cambios políticos, fue nombrado gobernador interino de Michoacán, cargo desde el cual intentó resistir a los invasores norteamericanos y se opuso a la firma del Tratado de Guadalupe Hidalgo, por lo que se negó a colaborar con el gobierno nacional y renunció al cargo en marzo de 1848.
Sin embargo, su carrera política apenas comenzaba. Después fue electo Senador, ocupó la Secretaría de Hacienda y regresó al Senado. Fue candidato a la presidencia de la República en 1850, pero fue derrotado por Mariano Arista. Volvió a ser gobernador de Michoacán, pero por sus ideas liberales fue destituido por Santa Anna, quien lo encarceló y luego mandó al exilio. Viajó a La Habana y a Nueva Orleans.
En condiciones adversas, sobrevivió a duras penas en esta ciudad, donde no permaneció indiferente a las condiciones de esclavitud, por lo que fue benefactor del Institut D’Afrique, societé internacionale fundée pour l’abolition de la traite et de l’esclavage, cuyo objetivo era contribuir a la civilización y colonización de África, a la cual contribuyó con 300 francos.
Al tanto de la Revolución de Ayutla, apoyó al movimiento de Juan Álvarez en contra del dictador Santa Anna, y regresó a México en 1855. Posteriormente, Álvarez lo invitó a su gabinete como Secretario de Relaciones Exteriores, puesto en el que sólo permaneció 15 días por desacuerdos con Ignacio Comonfort. Posteriormente fue electo diputado para el congreso constituyente, que se encargó de elaborar la Constitución de 1857.
En el gobierno de Benito Juárez estuvo a cargo de varias Secretarías mientras se libraba la guerra contra los conservadores. Entre 1858 y 1861, estando el gobierno en Veracruz y siendo jefe del gabinete en enero de 1859, asumió la responsabilidad de redactar las Leyes de Reforma que tanto favorecieron a la sociedad mexicana, que planteaban principalmente la separación entre la Iglesia y el Estado, a través de lo siguiente:
- La creación del Registro Civil, que quitaba el control de nacimientos, matrimonios y defunciones a la Iglesia, y los brindaba al Estado.
- Libertad de cultos.
- Extinción de conventos y otras comunidades religiosas.
Estas disposiciones se sumaron a las siguientes, que previamente ya se habían aprobado:
- La creación de Tribunales de justicia y de distrito (Ley Juárez).
- La desamortización de los bienes y propiedades eclesiásticos, para fomentar la pequeña propiedad privada y las actividades económicas (Ley Lerdo).
- Se prohibieron los cobros obligatorios por servicios parroquiales a los pobres (Ley iglesias).
A finales de 1859, ya como Secretario de Relaciones Exteriores, Melchor Ocampo firma junto con Robert Milligan McLane un tratado por el que concede a perpetuidad el derecho de tránsito a ciudadanos y mercancías estadounidenses a través de tres rutas por el territorio nacional, así como la posibilidad de construir un canal en el istmo de Tehuantepec. Todo a cambio de recursos y del reconocimiento del gobierno estadounidense al de Juárez.
El tratado era desventajoso, pero Ocampo y Juárez lo consideraron necesario para sobrevivir. Afortunadamente, el tratado no se formalizó debido a que la mayoría republicana en el senado estadounidense decidió no ratificarlo, ya que esto beneficiaría a los estados esclavistas sureños. Esta decisión marcó el rumbo definitivo de la llamada Guerra de Reforma y la derrota conservadora.
Año y medio después, un grupo de conservadores capturaron en su hacienda a Melchor Ocampo, quien no hizo resistencia y ya estaba retirado de la vida política, con el pretexto infundado de haber traicionado a México por la firma del tratado con los norteamericanos, y lo asesinaron cerca de Tepeji del Río, el 3 de junio de 1861. Así se extinguió la vida de uno de los afrodescendientes más brillantes que ha tenido México, y actualmente el nombre oficial del Estado de Michoacán lleva también el apellido de Melchor Ocampo en su honor.