Vista actual de las pirámides de Giza desde un suburbio de El Cairo. Fotografía: Flickr.
Sobre los escombros de la antigua civilización de los faraones, hoy se erige un país que ha sido uno de los principales protagonistas de la región del Medio Oriente y del continente africano. Al ser una economía tan importante y trascendental para ambos, conviene mucho realizar una revisión histórica sobre la construcción del Egipto moderno, sus características y las perspectivas que tiene hacia el futuro, por lo que a continuación se realiza un análisis sobre estos aspectos.
Egipto es un país transcontinental, ubicado entre Asia y África, que en la antigüedad fue cuna de una civilización asombrosa, que tras su paulatina desintegración ha visto desfilar a persas, griegos, macedonios, romanos y bizantinos, pueblos que los incluyeron dentro de sus dominios, y donde cada uno de ellos imprimió su sello particular.
A pesar de que la realidad política, económica y social de este territorio se ha ido transformando y adaptando a las diferentes épocas, tal pareciera que los patrones marcados por la alternancia de dinastías y periodos de bonanza y crisis, característicos dentro de la gran cultura egipcia, prevalecen hasta nuestros días, que en forma de ciclos que van marcando a su capricho el destino de los egipcios.
Además del gran legado de la antigua civilización, este país presenta influencias culturales de otros sitios. Sin embargo, a partir de la invasión de los árabes (año 642), Egipto adoptó un modelo social y cultural definitivo, siguiendo la suerte del Mundo Árabe desde entonces. Estuvo bajo la tutela de los omeya, los abasíes y los califas chiítas, quienes fundaron El Cairo, ciudad que conoció una gran prosperidad al ser intermediarios comerciales entre el Mediterráneo y el Extremo Oriente. Por su parte, a Alejandría acudían muchos mercaderes venecianos a surtirse. Por tierra, una serie de caravanas unían Egipto con el resto del Norte de África, Sudán y Etiopía.
Hacia fines del siglo XIV comenzó un periodo de decadencia, cuando Egipto perdió la primacía en el comercio marítimo a manos de los portugueses y los turcos, al grado que estos últimos terminaron apoderándose de El Cairo. Por supuesto que Egipto tampoco se libró de las pretensiones coloniales e imperialistas de las naciones europeas, y ya en el siglo XVIII el país era codiciado por países como Francia, Rusia y Gran Bretaña.
En 1848 las disputas dinásticas turcas debilitaron su poderío sobre Egipto, y finalmente en 1882, los británicos instalaron formalmente su dominio y pasaron a dirigir el ejército, la administración y el control del canal de Suez, mismo que ya llevaba algunos años en operación. La presencia europea organizó a la oposición nacionalista, que se manifestó como un retorno a las fuentes islámicas.
Desde 1919 Egipto reclamó su independencia, aunque los británicos conservaron cierto poder hasta 1953, cuando una revolución proclamó la República. Desde ese momento se han sucedido en el poder hombres autoritarios, casi todos militares, quienes han gobernado a su antojo y conveniencia, todos con personalidades fuertes, y dispuestos a todo con tal de imponer su voluntad, pero con marcadas diferencias entre ellos.
El primero de la lista es el general Gamal Abdel Nasser, el verdadero constructor del Egipto que hoy conocemos. Como una de las figuras principales de la Revolución egipcia, accedió al poder en 1954, después de haberse impuesto sobre el general Mohamed Naguib, quien fue el primero en presidir la República. Nasser impulsó una política nacionalista y panarabista, y una de sus primeras acciones fue la nacionalización del canal de Suez (1956), lo que provocó un conflicto con las tropas francobritánicas e israelíes, pero del que salió bien librado al lograr su propósito.
Con esto la popularidad de Nasser creció hasta convertirse en un prominente líder regional y mundial, abrazando el ideal de la unidad y cooperación del Mundo Árabe. En este sentido, fue uno de los principales impulsores del Movimiento de los Países no Alineados. Tenía tanta firmeza en sus convicciones anticoloniales y panarabistas, que tomó como propias las luchas en favor de la causa árabe en toda la región, como el respaldo al movimiento palestino y la neutralización del sionismo. La máxima expresión de su ideología fue la creación de la República Árabe Unida, junto con Siria, proyecto que terminó en fracaso, ante las diferencias evidentes entre egipcios y sirios.
Tras este revés, Nasser concentró sus esfuerzos en la política interior egipcia, la cual tuvo como sus dos ejes principales una importante reforma agraria, y la nacionalización de todos los sectores de la industria y los servicios. Además impulsó la gratuidad y universalidad de la salud y la educación. Sin embargo, las políticas de nacionalización trajeron como consecuencia una excesiva burocracia y la creación de un sistema económico ineficiente e incompetente.
Pero la caída del Nasserismo se debió más a la participación de Egipto en varios frentes de lucha en el Mundo Árabe, como la Guerra Civil en Yemen (1962-1969) y la Guerra de los seis días (1967), donde se gastaron recursos que el país necesitaba para otros fines. Los sucesivos fracasos, y la pérdida de la península del Sinaí y la Franja de Gaza llevaron a Nasser a presentar su renuncia, pero el pueblo no se la aceptó. Durante sus años en el poder su figura trascendió fronteras, e incluso hasta nuestros días sigue siendo un ícono y referente para Egipto y el Mundo Árabe.
A la muerte de Nasser (1970) le sucedió su vicepresidente Anwar el Sadat, quien procedió a una reforma administrativa y un proceso de depuración política, revirtiendo todas las medidas económicas impulsadas por su predecesor, pasando de una economía centralizada y planificada, a una de mercado, conforme al sistema capitalista. Sus principales acciones estuvieron enfocadas a la recuperación de los territorios perdidos, hasta que consiguió que le fuera devuelto al país el Sinaí, tras la firma de un acuerdo de paz con Israel en 1979, poniendo punto final a una peligrosa rivalidad.
No obstante Sadat fue acusado de haber traicionado la causa panarabista, y en 1981 fue asesinado por fundamentalistas islámicos, y tras un referéndum, dio inicio la era de Hosni Mubarak, un ex mariscal aéreo que participó en la guerra de Yom Kippur.
En términos económicos, continuó con la política Satiana de la Infitah (apertura) hacia las inversiones y capitales, sobre todo de Estados Unidos. Mubarak no era un hombre carismático ni popular, pero logró sostenerse con firmeza en el gobierno durante muchos años, cuyo gobierno tuvo un fuerte carácter autocrático y personalista. Se favoreció a una clase social privilegiada por una política económica injusta y no redistributiva.
El descontento social y las duras condiciones socioeconómicas del país llegaron al límite en el 2011. La plaza Tahrir, la principal de El Cairo, se convirtió en el epicentro de las manifestaciones multitudinarias, bajo el lema “Pan, libertad y justicia social”, que culminaron con la renuncia de Mubarak. Entonces se produjo la mayor transformación social en la historia de Egipto desde 1953: un proceso de transición democrática. Lamentablemente el rumbo que tomó la primavera egipcia a partir del derrocamiento de Mubarak fue sumamente desastroso. Todas las demandas que desataron el movimiento social egipcio no derivaron en la formación de un partido político que las concentrara, promoviera y defendiera.
De esta forma se desperdició una gran oportunidad de establecer una democracia sólida, y ante el vacío en el poder a raíz de la caída de Mubarak, los Hermanos Musulmanes irrumpieron en el proceso de transición del país como sus principales protagonistas. Esta es una organización islámica (cofradía) muy antigua, que defiende una vía de desarrollo independiente acorde a la permanencia de la moral y los valores identitarios propios de la Ley Islámica.
Desde 1981 su movimiento recibió un fuerte impulso con el triunfo de la revolución islámica en Irán. Y al verse beneficiados al no concretarse el movimiento secular, impulsaron la llegada del profesor Mohamed Morsi a la presidencia, con una nueva constitución aprobada en referéndum que establecía la Sharia como principal fuente de derecho.
Sin embargo, sus adversarios no les dieron tiempo para consolidar su proyecto. En primer lugar, porque el aparato estatal heredado del gobierno de Mubarak permaneció intacto. A su vez, Estados Unidos y la Unión Europea se desmarcaron del nuevo gobierno y retiraron su apoyo. Solamente la ayuda financiera de Qatar y Turquía (aliados de los Hermanos Musulmanes) hacían sostener la situación.
Y tan sólo un año después del ascenso al poder de Morsi, un golpe de Estado comandado por su ministro de defensa, Abdelfatah Al Sisi, lo derrocó e inició un nuevo proceso de depuración. En el exterior pocos Estados condenaron el golpe, y Occidente terminó aceptando a los golpistas como un mal necesario. Ante la catástrofe que se produjo en Siria y Libia, mantener la estabilidad en Egipto, al precio que fuera, era la prioridad.
De esta manera, y ante un fuerte respaldo fuera de Egipto, Al Sisi ha construido un gobierno con una vocación muy similar al de Hosni Mubarak. En el ámbito económico, ha basado su estrategia en la construcción de proyectos faraónicos de dudosa viabilidad (como la ampliación del canal de Suez y la construcción de una nueva capital), así como en la ayuda financiera de los Estados Unidos y los países del golfo pérsico, como Arabia Saudita.
Para financiar sus proyectos, el gobierno egipcio ha recurrido a préstamos del FMI, cuyas medidas para rebajar el déficit y la deuda externa han provocado manifestaciones de rechazo ante el consiguiente aumento en los impuestos, la reducción en los subsidios, aumentos en la tasa de interés y la devaluación y libre flotación de la libra egipcia.
Al igual que en la época de Mubarak, el actual gobierno egipcio enfrenta la tarea de reconstruir la economía en ausencia de un respaldo social. Como resultado de su proceso histórico (el cual brevemente ya hemos repasado), Egipto presenta una economía con fuertes desequilibrios en prácticamente todos los aspectos, entre los que destaca una distribución de la población extremadamente desproporcionada: el 99% de los egipcios se concentra en un 4% del territorio, específicamente en las orillas y el delta del Nilo.
Con todo, Egipto es la tercera economía más importante de África, con un enorme potencial de crecimiento, y quizás es la única del continente que posee un sector energético con importantes yacimientos de gas y petróleo, un desarrollo industrial aceptable con un sector agrícola capaz de proveerlo, y la presencia de actividades comerciales y turísticas como los principales motores del crecimiento, una combinación de la que sin duda puede obtener importantes réditos, pero que también se sitúa sobre un contexto cambiante, contrastante y en ocasiones hasta contradictorio.
Por ello las perspectivas económicas para Egipto son de pronóstico reservado. Si bien en los últimos años ha gozado de cierta estabilidad, las condiciones sociales y de vida de la mayoría de la población son precarias, y las demandas que desembocaron en las protestas hace diez años siguen estando lejos de cumplirse. Casi el 60% de los egipcios viven en la pobreza, según datos oficiales, y la economía informal tiene un peso muy elevado en este país, con cerca de la mitad del empleo generado.
Además, se resalta que el país se enfrenta a importantes retos a corto y mediano plazo, como la estabilización de la inflación, el crecimiento poblacional, la deuda pública y la lucha antiterrorista. Alrededor del 40% de la fuerza laboral se emplea en la agricultura de subsistencia y en actividades ganaderas. Los programas gubernamentales en las décadas de los cincuenta y sesenta, entre los que destacó la construcción de la presa Asuán, provocaron una auténtica revolución agrícola que aumentó la producción, pero a su vez desencadenaron muchos problemas medioambientales.
Las industrias más importantes son la textil, los fertilizantes y productos de caucho. También hay algo de industria pesada y plantas automotrices. Mención aparte merece su sector externo, basado en las exportaciones de productos energéticos, las remesas y los ingresos del canal de Suez. El sector público es fuerte, pero ineficiente.
Pero sin duda el turismo es la actividad económica más importante, y con justa razón. Lamentablemente el número de llegadas internacionales disminuyó hasta en un 63% a causa de los disturbios de la primavera egipcia y los atentados yihadistas, aunque en los últimos años se observa una mejoría, como se aprecia en la gráfica, tendencia que seguramente se revertirá a causa de la pandemia de COVID-19.
Considerando todo lo anterior, Egipto requiere reformas y cambios sustanciales, si no es que totales. Los regímenes militares han fallado en su labor de dirigir al país por el sendero correcto, y es difícil pensar que la situación va a mejorar durante su permanencia en el poder.
En este sentido, y desde mi punto de vista, el mayor desafío que tiene por delante este país radica en una mejor gestión de los recursos disponibles y la riqueza generada a través de un gobierno eficiente que promueva una mayor inclusión en todos los aspectos. Pero actualmente ni la economía, ni la sociedad, y mucho menos el gobierno, son inclusivos e incluyentes, lo cual es clave para detonar el desarrollo económico de Egipto en estos momentos.
Un grave error que se comete muy frecuentemente, incluso entre los mismos egipcios, es la de otorgarle al país una identidad exclusivamente árabe, cuando en realidad existen importantes minorías y contrastes que hay que tener mucho en cuenta, como los cristianos coptos, a pesar de que la población musulmana es la predominante.
Egipto es un país que se ve a sí mismo como una nación perteneciente más al Mundo Árabe y al Medio Oriente, que como una nación africana, y aunque las relaciones con los países ubicados en esa región son prioridad, Egipto debería retomar sus raíces africanas para impulsar su crecimiento y desarrollo económico. Si bien con el resto del Norte de África se comparten ciertas similitudes, el desierto del Sahara ha fungido como una muralla natural entre Egipto y el resto de las regiones de África.
Dada la transformación económica que se avecina en todo el continente con la firma del nuevo tratado de libre comercio continental, el país no pude darse el lujo de quedar fuera de este proceso. Al Sisi asumió en 2019 la presidencia rotativa de la Unión Africana, como parte de su estrategia para favorecer su imagen en el exterior y establecer lazos más estrechos con África, lo cual representó una gran oportunidad para acercarse más hacia el resto de las naciones africanas y refrendar su apoyo a las causas comunes, pero sin duda hace falta un trabajo mucho más intenso por parte de Egipto en este frente.
Este es, a grandes rasgos, el panorama y las perspectivas económicas de Egipto, un país sumamente importante tanto para el Medio Oriente como para África. A corto plazo la situación económica no parece dar signos de mejoría, y si el actual presidente prolonga demasiado su permanencia en el poder, las condiciones estarían dadas para una nueva revuelta social.
Sin embargo, por las características de su economía, el país tiene un potencial muy grande para alcanzar altos niveles de desarrollo. Los egipcios están a tiempo de despertar, de prepararse, aprender de los errores y sacudirse de una vez por todas de los ciclos de inestabilidad y violencia. Más sin en cambio, jamás podrán librarse de la pesada carga que representa la grandeza de la antigua cultura egipcia, algo que siempre estará presente para las generaciones del presente y del futuro.
A medida que se abrieron espacios de organizacion para diversos agentes sociales, las tensiones entre proyectos de reforma diferentes emergieron una vez mas.