
Fotografía: Wikimedia Commons.
A continuación, se presenta una segunda entrega de objetos y elementos afromexicanos, con el propósito de resaltar aún más la enorme herencia africana presente en México.
En el marco del proceso de reconocimiento a las poblaciones afrodescendientes de México, es una labor fundamental rescatar y revalorar las aportaciones que este grupo ha realizado a la conformación de nuestra nación. Negadas durante siglos, se trata de una cuestión de justicia, reivindicación e identidad. Lo afromexicano es esa parte de la raíz mexicana que está muy presente en nuestra vida cotidiana, pero que no resulta tan sencillo visualizar ni demostrar, debido a que los procesos de mestizaje ocultan su existencia. Pero ahí está.
Aunque es cierto que los africanos y las africanas, al ser arrancados de sus lugares de origen, perdieron sus lazos de parentesco, y que muchos de ellos nacieron en nuestro país sin conocer ni saber sobre sus antecedentes familiares, establecieron lazos de solidaridad y apoyo por diversos medios, así como formas de identificación.
A partir del siglo XVI los esclavos africanos y sus descendientes crearon relaciones y vínculos con el resto de los grupos étnicos presentes en nuestro país, teniendo que adaptarse a las condiciones materiales preexistentes y otorgando ciertas particularidades a la conformación de una nueva sociedad multicultural, la mexicana.
Con el paso del tiempo, esas relaciones y vínculos permitieron la reelaboración de costumbres, la asimilación de ciertas conductas y la integración de sus conocimientos dentro del espacio que compartían con otros grupos poblacionales del país.
Como resultado de ello se creó un gran mosaico cultural, visible principalmente en la gastronomía, la cultura, las artes, la música y la arquitectura a través de diversos objetos, elementos y manifestaciones. En un primer momento, en este espacio se publicaron algunos de ellos, mismos que pueden consultar aquí.
Ahora retomamos esta labor haciendo más grande esa lista, que aún no es definitiva. Lo afromexicano está en construcción permanente, y si bien casi todas sus aportaciones provienen de la época de la colonia, hasta la fecha siguen arribando grupos de origen africano o afrodescendiente, que continúan enriqueciendo la cultura mexicana.
Además, todavía existe un campo de investigación enorme para distinguir, rastrear y buscar el legado africano en México, transformado en poco más de cinco siglos, por lo cual tenemos que poner manos a la obra y redoblar esfuerzos hacia la construcción de un país más inclusivo, igualitario y libre de discriminación. Sin más que agregar, revisemos la lista.
Son de artesa.

Es un género musical y expresión cultural originario de la Costa Chica de Guerrero y Oaxaca, resultado de la mezcla de ritmos autóctonos y afrodescendientes. Se trata de uno más de los tipos de sones que surgieron en México de esta manera, como su similar jarocho. Pero a diferencia de aquel, el de artesa se encuentra en el olvido y en peligro de desaparecer.
Actualmente se practica sobre todo en las Comunidades de San Nicolás Tolentino y El Ciruelo. También existen variantes similares en otros sitios, como en Tixtla, pero solo en estas dos comunidades permanece en su forma tradicional, donde se tocan tres instrumentos y los practicantes bailan encima de una plataforma de madera zoomórfica que se llama artesa, de ahí su nombre.
Su música tiene un sonido intenso, que es un conjunto de compilaciones que data de tiempos de la colonia, pero que después se nutrió de la cueca marinera traída por comerciantes de Chile y Perú.
De acuerdo con el etnomusicólogo Carlos Ruiz Rodríguez, se identifica una clara influencia africana en la forma de ejecutar los instrumentos de cuerda dentro de la música de este son, identificando similitudes con la tradición músico-dancística wolof de las regiones senegambiana y guineana.
Su uso se limitaba a fiestas tradicionales y familiares, pero actualmente se están impulsando proyectos para darle mayor visibilidad a nivel nacional y mantener viva esta herencia afrodescendiente.
Tarimas de percusión.

Según el investigador Arturo Chamorro, las tarimas de percusión son idiófonos de golpe directo que resultan del ensamble de tablas o de la manufactura de una sola pieza de madera, que se percute mediante “zapateo”.
Este instrumento musical sui géneris es una creación de los esclavos africanos que llegaron a la Costa Chica. Se dice que su primera forma fueron las canoas donde pescaban para sus amos, a las que volteaban y brincaban sobre ellas, como una forma de desquitar su furia por los trabajos forzados.
Pronto evolucionó su forma y se utilizaba para las expresiones musicales. De hecho, la artesa es solo una de tantas tarimas de percusión que existen en nuestro país. A su vez, se observan tarimas de percusión tanto en las costas del Pacífico como del Golfo de México. El huapango, el son jarocho y el jarabe tapatío son bailes influenciados por la tarima y el zapateo, pero también de la tradición andaluza.
Y así, las tarimas de percusión que hoy observamos en distintas partes de la República son el resultado de aportaciones africanas, españolas y mexicanas.
Formas redondas de las casas (arquitectura Rondavel).

Esta es otra de las expresiones afrodescendientes en peligro de desaparecer, pero que vale la pena revisar. La arquitectura en redondo (también conocida como rondavel) son una especie de viviendas típicas de los pueblos bantús, del Centro y Sur de África, construidas de barro en forma redonda, con base de bejuco trementino que va entrelazado, piso de tierra, varas de hormiguero y techo cónico de palma.
Este tipo de arquitectura era común a lo largo de la Costa Chica, construidas por los descendientes de africanos y negros que llegaron a esta región. Su multiplicación se debió a que el clima, la temperatura y los materiales son similares a los África, y también fueron adoptados por comunidades locales, como los mixtecos, triquis y amuzgos.
Eran construcciones sustentables, frescas y firmes, que resistían sismos y huracanes, comunes en esta zona. Sobre todo, su construcción en redondo cumplía la función primordial de ofrecer protección familiar a sus habitantes de las temperaturas calurosas.
Pese a todo, fueron cayendo en desuso a partir del siglo XX. Desde el porfiriato se empezó a cultivar un desprecio hacia lo nativo, y se adoptaron nuevas técnicas de construcción traídas de fuera. Además, cada vez hay menos disponibilidad de material, y es caro mantener los techos, porque es necesario cambiar la palma al menos cada dos años. Hoy, las viviendas son de concreto o madera.
Mole poblano.

Esta es una de las salsas más representativas de México, seña de la identidad nacional, una de las mejores del mundo y orgullo de Puebla, ciudad donde surge esta especialidad cultural culinaria.
La tradición cuenta que el mole fue creado en el año de 1681 dentro del convento de Santa Rosa por monjas dominicas, retomando un platillo prehispánico llamado “Mulli”, que significa salsa. En su elaboración se necesitan muchos ingredientes, entre los que destacan distintas variedades de chiles, frutas, semillas y especias, todos ellos con diversos orígenes, y algunos de los cuales nos remontan a África. Por ejemplo, el anís y la semilla de sésamo (mejor conocido en México como ajonjolí) son originarios de la costa africana del mediterráneo, donde es parte integral de la tradición culinaria del norte de África.
Además, en su preparación se tienen que freír los chiles, las semillas y el plátano, técnica que es común observar en diversas cocinas africanas. Por lo anterior, se tiene la hipótesis de que en la cocina del convento de Santa Rosa había sirvientas africanas, mismas que apoyaron a las monjas.
En la época colonial, los conventos de monjas en la Nueva España estaban llenos de sirvientas y esclavas africanas, la principal faceta de la esclavitud negra femenina, lo cual demuestra que el mole poblano tiene raíces africanas, que se conjuntaron con elementos europeos y nativos mexicanos para crear el mole poblano, que actualmente es protagonista de platillos principales en fiestas patronales y familiares en todo México.
Mole de olla.

Hablando de moles, el de olla es otro de los favoritos de los mexicanos, un auténtico elixir. A diferencia del poblano, no es precisamente una salsa, sino un caldo, pero comparte la característica de tener muchos ingredientes. Los indispensables son la carne de res y la mezcla de chiles, que pueden ser acompañados de una gran variedad de verduras, como la zanahoria, calabazas, elotes, ejotes y xoconostle.
Su origen nacional es debatible, pero la realidad es que ha sido reinterpretado en zonas de Veracruz y del Centro de México, como Morelos, Tlaxcala, Guanajuato y el Valle del Mezquital, en Hidalgo. A su vez, en Oaxaca se le agrega plátano macho y chocolate, con el propósito de darle un sabor dulce.
Sin embargo, la base de verduras y carne propio del molde de olla también forma parte de la dieta en el Occidente de África, y su configuración de alimentos es parecido a otros platillos de América, como la feijoada brasileña y el mondongo colombiano, y todos comparten la característica de la recreación de ingredientes locales con los alimentos a los que tenían acceso los esclavos africanos.
Mondongo.

Al igual que Colombia, en México también tenemos nuestro propio mondongo de origen afrodescendiente, pero aquí nos referimos a otro tipo de platillo caldoso.
Se sabe que este vulgarismo es propio de las lenguas bantués que significa tripa, por lo que se dice que este platillo proviene de ahí, aunque cada región lo conoce de distinta manera. En el sur de México, mondongo se refiere a las tripas de vaca o res. En el centro del país se conoce como pancita, en el norte como menudo, y en la cocina española como callos. Pero es lo mismo.
Como quiera que sea, el consumo de vísceras está íntimamente relacionado con poblaciones africanas y afrodescendientes. Según historias de la época colonial,de este tipo de menudencias se alimentaban los esclavos africanos, dado que eran rechazadas por sus amos, y pronto surgieron muchas variedades de mondongos diferentes, pero con la misma base de tripas.
En México, la receta conocida alude su origen en la región purépecha, en los actuales Estados de Michoacán, Jalisco y Guanajuato, que es un caldo con mezcla de chiles, a los que se agrega cebolla, cilantro, jugo de limón y especias. No obstante, existen más recetas similares arraigadas en las cocinas latinoamericana, todas con la misma tradición afro.
Cecina.

La cecina es un tipo de carne seca y curada que se obtiene de la vaca, la cual es sazonada con especias. Para dar con su origen tal y como la conocemos, hay que remontarse unos dos mil años atrás en España, cuando sus habitantes utilizaban técnicas de salado para la conservación de carne de diversos animales. La cecina de León, España, es una de las más conocidas. Estos procesos de conservación de carne cruzarían el mar atlántico para llegar a nuestras tierras.
Sin embargo, en África existen variantes de carnes que se asemejan mucho a la cecina, como el biltong en Sudáfrica y el kilishi de Nigeria. Y al igual que la cecina, las técnicas de conservación de carne propias de África también llegaron a México junto con los esclavos.
En la franja costera del sureste del país, la cecina es un alimento que se consume en grandes cantidades, debido a las actividades ganaderas de la región, y están vinculados a poblaciones afrodescendientes.
En específico, el municipio de Yecapixtla, en el Estado de Morelos, es famoso por su cecina. Pero también existen otras de igual calidad en la región de la huasteca y en el Valle de Toluca. Todas ellas aplican la técnica de conservación de la receta española, y aunque no tienen un origen africano directo, en su elaboración también están incorporadas técnicas provenientes de África.
Tortitas de yuca.

La gastronomía afromexicana no solo se limita a alimentos, ingredientes o platillos fuertes. También tenemos postres que tienen raíces africanas, y quizás las tortitas de yuca son el mejor ejemplo.
Aunque el consumo de la yuca tiene más de 4,000 años en Mesoamérica y fue uno de los primeros vegetales en domesticarse, según códices olmecas, fueron los africanos quienes descubrieron nuevas formas de comer y técnicas de cocción, dándole versatilidad y aprovechamiento a tan rico tubérculo, muy similar al ñame.
Las tortitas dulces de yuca son un postre de la región de los Tuxtlas y la cuenca del río Papaloapan, que abarcan a los Estados de Veracruz, Oaxaca y Tabasco. Aquí fueron llevados esclavos de África para labrar las tierras y sembrar la caña de azúcar en el Marquesado de Cortés. Consisten en una mezcla de masa de maíz, bastante fáciles de preparar.
Además de estas regiones en México, también se elaboran tortitas de yuca en Centroamérica, sobre todo en Guatemala y Honduras.
Marimbol.

Este es otro instrumento musical con fuertes raíces africanas. Se trata de una caja grande hecha con tablas de madera, y es utilizado en diversos géneros, como el son jarocho, el son montuno, el son cubano y el danzón, que funciona con oscilaciones, que retumban con fuerza en las fiestas patronales del Sotavento y en la Cuenca del Papaloapan.
Esta curiosa caja tiene teclas metálicas afinadas por dedos sensibles que comprimen la madera con el aire. Su uso se popularizó con la llegada del son cubano a Veracruz hace un siglo. Sin embargo, existen vestigios de marimboles más antiguos en Veracruz y Oaxaca.
El marimbol es uno de los muchos nombres que los pueblos africanos dieron a instrumentos de cajas que vibran. Su poder está en acompañar la percusión de tambores y el sonido del zapateado en la tarima.
Según el músico Luis Ángel Pérez Escamirosa, es un instrumento derivado de otros con características similares en África oriental y meridional tales como mbira, kalimba y likembe, y además, está presente en pueblos africanos tan antiguos como los bosquimanos, que lo utilizaban para interpretar música acompañada de danza en temas religiosos.
Bombas yucatecas.

En Yucatán, las bombas no explotan, pero si te llegan a matar… pero de risa. Se tratan de una expresión cultural muy peculiar, que consiste en contar versos y rimas cortas con una estructura poética, un toque pícaro y creativo, relatando historias con doble sentido o crítica social, popularizada por pobladores de la región del Mayab o la península de Yucatán.
Las bombas yucatecas han evolucionado con el paso del tiempo, y se volvieron del dominio público. Según algunos historiadores y cronistas, tuvieron su origen en la copla española, una canción con estructura poética. No obstante, en sus rimas se identifica la transmisión de conocimientos de forma oral, de generación en generación, arraigada en muchos pueblos africanos, transmitiendo sus historias, valores y sentimientos, mismas que han sido adaptadas y enriquecidas por la cultura afroyucateca.
Estudiosos de la cultura e identidad afromexicana, como Arturo Motta y Francoise Neff, aseguran que fue por medio de la tradición oral que el negro hizo suyo el lenguaje del amo, y esas estructuras narrativas se encuentran en muchas partes de Mexico, el cual fue apropiado y se convirtió en un símbolo de identidad y resistencia de los pueblos negros. Estos elementos también están presentes en otros géneros y expresiones artísticas, como el corrido y la chilena.
De esta manera, aunque no son exclusivamente afrodescendientes, la influencia afrodescendiente ha contribuido a la riqueza y diversidad de las bombas yucatecas, y bajo la música de la jarana, son un elemento de celebración, alegría e identidad regional dentro de los principales eventos y festividades de Yucatán.
Congal.

Un congal es un mexicanismo que se usa para referirse a un lugar donde se ejerce la prostitución. O sea, es sinónimo de burdel, casa de citas o prostíbulo, con la diferencia de que el congal es un establecimiento de baja categoría. Sin embargo, el origen de la palabra es africano, y evoca al Congo, ubicado en el centro del continente. Detrás de ello se encuentra una tergiversada idea.
Esta palabra hace referencia a África como un lugar exótico y sensual, pero sobre todo, al prejuicio y estereotipo de que las mujeres negras se dedican a la prostitución. A su vez, hace referencia al “tango congo”, un género musical de origen afrocubano que se practicaba en centros nocturnos asociados a la prostitución.
No obstante, la palabra tiene una carga semántica muy particular, que es importante comprender. En Brasil, por ejemplo, un congal es un altar donde se veneran santos católicos y cultos animistas africanos. Y en otros casos la palabra congal puede referirse a un juego, un baile, un instrumento musical o una bebida frutal sin alcohol. Como quiera que sea, los congales se popularizaron en México durante la primera mitad del siglo XX, cuando comenzó la proliferación de cabarets, bares y otros centros nocturnos urbanos, a menudo administrados por “mujeres congas”, contribuyendo a la creación de espacios donde convergían la música, el alcohol y el comercio sexual. De esta forma, el congal se convirtió en un símbolo de la vida nocturna de los barrios marginales del país.
Prácticas curanderas y herbolarias medicinales.

La herencia africana en el campo de la herbolaria y la medicina tradicional es una de las más vastas, representativas y evidentes para el caso de nuestro país, al grado de que las primeras obras que abrieron el campo del estudio de la población afromexicana fueron acerca de estos temas.
La llegada masiva de esclavos africanos a la Nueva España trajo consigo un enorme cúmulo de conocimientos y prácticas curanderas, mismas que se nutrieron de aquellos de los que poseían los indígenas y pobladores autóctonos. El vínculo social entre ellos posibilitó la reelaboración de sus “poderes mágicos”, naciendo así la medicina tradicional afromexicana.
Algunos estudios han encontrado una enorme una considerable cantidad de documentos que involucraban a mujeres de origen africano o descendientes en la práctica de curandería durante la época virreinal, cuando eran muy frecuentes los problemas de salud pública: epidemias, enfermedades, sequías y hambrunas. Constituían un auténtico sistema de salud y curación basado en creencias ancestrales, ante la falta de acceso a servicios públicos de salubridad, sobre todo entre las castas más desfavorecidas.
Por tanto, la búsqueda de remedios a través de medios no científicos, como las oraciones, limpias y amuletos, se hizo muy popular, a pesar de la persecución llevada a cabo por el tribunal de la Santa Inquisición, que condenó a muchos negros y negras acusadas de brujería, hechizería y supersticiones, institución influenciada fuertemente por los prejuicios sobre la condición “herética” y “salvaje” de las poblaciones negras.
A pesar de todo, y por fortuna, estas prácticas siguen presentes en el México moderno. Se caracterizan fundamentalmente por un enfoque holístico, es decir, una visión integral de la salud humana, comprendiendo dolencias físicas, mentales y espirituales.
En cuanto a los remedios, se hace uso de una gran variedad de plantas y elementos naturales, como la bugambilia, la hoja santa, muicle, tomillo, guayaba, entre muchas otras, de las que se elaboran tés, infusiones, ungüentos, pomadas, baños herbales, compresas y baños de vapor.
Las y los mexicanos siguen recurriendo a la sabiduría de las hierbas y las curanderas, no solo por su efectividad y apego cultural, sino porque muchas veces no tienen recursos para movilizarse de su localidad o comprar las medicinas recetadas. Por ejemplo, en algunas comunidades de Chiapas aún pueden encontrarse parteras, enfermeras rurales comunitarias y curanderas afromexicanas que atienden a quien se lo pide y lo necesita. Así, la curandería y la herbolaria mexicana le debe mucho a nuestros ancestros africanos.
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