El G5 del Sahel y su política de seguridad

Logo del G5 del Sahel. Imagen: Wikimedia Commons.

El Sahel es una de las zonas del planeta más peligrosas y violentas, donde la pobreza, el terrorismo y la falta de oportunidades para progresar se han apoderado de esta franja territorial de África. En respuesta, algunos de los países más afectados formaron el grupo conocido como el G5, para que juntos sumen esfuerzos para recomponer el rumbo de la subregión. A continuación nos adentraremos en la realidad saheliana a través del análisis de esta alianza multinacional, donde comprobaremos la gran relevancia que tienen los conflictos del Sahel dentro de los asuntos continentales y mundiales.

En Occidente es común la formación de organizaciones y alianzas en materia de seguridad para la defensa y salvaguarda de sus intereses. La OTAN, la OSCE, el TIAR y, en su momento, el Pacto de Varsovia, son los ejemplos más representativos. Para el caso de África, una de las pocas iniciativas que se enfocan en la cooperación militar es el G5 del Sahel, integrado y creado en febrero de 2014 por Mauritania, Malí, Burkina Faso, Níger y Chad. Se trata de un marco de coordinación y cooperación para dar respuestas y soluciones conjuntas a la profunda crisis multidimensional que les aqueja desde hace ocho años, particularmente en el ámbito de la seguridad regional.

La formación de esta alianza responde a la imperiosa necesidad de coordinarse para enfrentar la escalada de violencia y los ataques terroristas perpetrados en sus territorios. Naciones Unidas ha alertado que estas acciones se han quintuplicado en los últimos cinco años, y que al menos 4 mil 700 personas fallecieron el año pasado por estas causas, sobre todo en Malí, Burkina Faso y Níger, y el número de muertes acumuladas desde el 2012 es de 12 mil, por lo que resulta fundamental partir de un enfoque regional para detener esta preocupante tendencia.

A pesar de que el desarrollo económico también forma parte de su programa y objetivos, gran parte de las acciones del G5 del Sahel se concentran en el ámbito militar, y desde 2017 posee una fuerza conjunta para combatir el terrorismo yihadista. Es la primera organización africana que aporta un enfoque integral, aunque incompleto, para solucionar los problemas de seguridad. Sin embargo, el proceso del G5 del Sahel se encuentra inmaduro, y a seis años de distancia de su creación, los resultados muestran un estrepitoso fracaso por donde se le vea.

De todas maneras, esta fuerza tiene un gran potencial para cumplir sus objetivos, siempre y cuando los gobiernos africanos involucrados tengan la voluntad política y el compromiso de transformar su realidad, se sacudan de una vez por todas de toda influencia neocolonial francesa y su marco de actuación se fortalezca y se amplíe. Antes de entrar de lleno en este enredoso asunto, conviene revisar los puntos fuertes y débiles del grupo.

Entre los aspectos positivos del G5 del Sahel destaca el hecho de que se trata de una iniciativa soberana por parte de sus países miembros, al menos en sus inicios, que igualmente comparten ciertas características comunes, lo que agiliza el ritmo de los acuerdos. A su vez, el grupo reconoce la existencia de un enorme cúmulo de problemas pendientes que tienen que atender.

Al respecto, un gran acierto fue la incorporación del desarrollo económico como parte de la fórmula para combatir la inseguridad y la violencia, dado que todos los países presentan un déficit de infraestructura, caminos y la paralización de una buena parte de las actividades económicas regionales.

Sin embargo, en el balance aparecen muchos más puntos débiles que fortalezas, que se derivan de las condiciones objetivas de los cinco países, que se encuentran dentro de los más pobres del continente, y cuya consecuencia es una débil estructura institucional y la falta de recursos para financiar los proyectos. Es por ello que la dependencia e injerencia de las potencias mundiales en los asuntos que deberían ser exclusivamente de su competencia es abrumadora, ya que sería imposible que el G5 opere únicamente con los recursos internos disponibles. Actualmente recibe apoyo político y financiero por parte de la Unión Europea y la Unión Africana.

Otras de sus debilidades son la ausencia de un enfoque de desarrollo social y rural en su esquema, la vocación autoritaria de los gobiernos y la desvinculación entre las acciones del grupo con la realidad de sus pueblos, siendo nulos los canales de comunicación.

Pero el mayor desacierto fue la apropiación y transformación del Sahel en un concepto político. Geográficamente hablando, el Sahel es la frontera de transición entre el desierto del Sahara en el norte, y la sabana africana en el sur, que atraviesa el continente de Oeste a Este y que comprende, además de los países del G5, parte de los territorios de Senegal, Argelia, Sudán y Eritrea. Por lo tanto, una estrategia de seguridad que no involucre a todos los afectados por la violencia y la pobreza estará incompleta. No necesariamente las anteriores naciones deberían formar parte del grupo, pero se tendrán que incorporar sus especificidades de algún modo como parte de la transformación de la región a través de diversos mecanismos, que actualmente son escasos.

Como podemos ver, el factor geopolítico tiene un gran peso dentro de este grupo, conformado en su totalidad por ex colonias francesas, y es precisamente este país europeo su principal auspiciador.

Las relaciones Francia y todos los países del G5 del Sahel puede calificarse como asfixiantes y neocoloniales, que han sobrevivido a las independencias africanas y a los cambios de partidos políticos y presidentes en el Elíseo, manteniéndose en esencia el dominio de gran parte de la vida política y económica de sus ex colonias. Es tan fuerte su influencia, que desde París pueden decidirse el destino de estos cinco países sahelianos, que abarcan un territorio diez veces más grande. Actualmente ellos mantienen por su cuenta una importante presencia militar en el Sahel, que apoya y trabaja en conjunto con los africanos, que se denomina Operación Barkhane.

Por otro lado, y del mismo modo, a inicios del presente año la Unión Africana anunció el despliegue de una fuerza multinacional de 3 mil hombres para apoyar en las acciones de seguridad, en el marco de su estrategia “silenciando las armas”, que nos indica que el problema de inseguridad en el Sahel ya escaló a nivel continental. En total, las fuerzas militares del G5, junto con la Operación Barkhane de Francia, las fuerzas de la Unión Africana y las operaciones de paz de Naciones Unidas distribuidas a lo largo del Sahel, suman un total aproximado de 30 mil efectivos y un presupuesto de 600 millones de euros al año. Pero la situación de inseguridad no hace más que empeorar cada vez más.

Pero, ¿cómo es que el Sahel llegó a esta lamentable situación? Estamos ante una situación sumamente caótica y compleja, y es complicado poder identificar rápidamente los factores y las causas que originaron la crisis multidimensional del Sahel. El enfoque reduccionista tradicional que observa a la subregión como un frente más dentro de la lucha contra el movimiento yihadista mundial nos impide conocer de fondo las demandas y motivaciones de los actores involucrados en la trama saheliana.

En realidad, la inseguridad y su exacerbación en el tiempo se explican por una confluencia perversa de muchos factores, entre los que destacan rivalidades étnicas históricas, los efectos de la colonización, la incapacidad estatal, irredentismos, separatismos, fenómenos climatológicos adversos y, por supuesto, el fortalecimiento del discurso yihadista ultraconservador.

Históricamente el Sahel ha sido una región de tránsito de personas y mercancías, habitado por etnias y pueblos nómadas (muchos de ellos islamizados) que se dedican mayoritariamente al comercio y al pastoreo. Sus formas de vida fueron un obstáculo para la colonización europea, que trajeron la noción de Estado-nación, incompatible con las realidades de aquellos pueblos. Ante el fracaso del panafricanismo, los grupos islámicos han llenado paulatinamente el hueco que los Estados africanos fueron dejando, contribuyendo a la radicalización de parte de la población.

En fechas más recientes, la Libia de Muammar Gaddafi fue el gran aliado del pueblo tuareg-bereber, uno de los más importantes de la región, bajo la premisa de impulsar la idea de la unidad africana a su estilo. Pero cuando explotó la caldera libia en el 2011, muchos hombres fieles a Gaddafi migraron hacia el sur, y aprovecharon el abandono estatal en el que se encontraba el norte de Malí por su gobierno para declarar unilateralmente la independencia de la región, con el nombre de Azawad. Malí fue el objetivo perfecto para dar el golpe inicial, pero dada la porosidad de las fronteras, seguramente los efectos hubieran sido los mismos si la rebelión se hubiese producido en algún otro país saheliano.

Rápidamente los rebeldes tuaregs se adueñaron de este territorio, de gran valor histórico para Malí y antaño base fundamental del comercio transahariano. Este fue el comienzo de la crisis multifactorial de la subregión, y hasta hoy, este país es el epicentro del yihadismo en el Sahel y en África Occidental.

Las desigualdades entre las regiones malienses eran terribles: mientras que el sur es el centro de poder económico que se desarrolló a base del cultivo de algodón y las minas de oro, la economía norteña se mantenía del turismo, que fue desapareciendo paulatinamente por la violencia (como la cancelación del rally Dakar). Pero hoy es imposible que los jóvenes formen un proyecto de vida digno, a menos que se unan a los grupos yihadistas.

Francia intervino en Malí en enero de 2013 a petición del gobierno de Bamako, a través de la Operación Serval. Después de que frenaron los ataques provenientes del norte, las tropas galas se estacionaron en los países sahelianos, y la operación cambió de nombre (la antes señalada Operación Barkhane), pero los objetivos siguen siendo los mismos, solo que con un radio de acción más amplio. Los acuerdos de paz de 2015 otorgaban mayor autonomía al norte de Malí, y se garantizaba la integridad nacional, pero la represión, el hostigamiento militar y la pérdida de control, territorial produjeron una fragmentación de los grupos armados sobre la base de su origen étnico. Los más importantes que operan en el Sahel son los siguientes:

  • El Estado islámico en el Gran Sahara (GSIM): es el grupo yihadista más activo, cuyo líder es de origen saharaui. Desde 2015 juró lealtad al Estado Islámico (ISIS).
  • Al Qaeda en el Magreb islámico (AQMI): Sus orígenes se remontan a la revolución argelina en la década de los noventa, y su objetivo es la unidad de la yihad en el Magreb y las regiones vecinas. Sus acciones se concentran en Marruecos, Argelia, Mauritania, Malí y Burkina Faso.
  • Al Mourabitoun: Grupo originado de la dinámica conflictiva saheliana, se encuentra activo en la región de Gao, en Malí, así como en el norte de Níger. Se autodenominan “los almorávides” en referencia a la dinastía bereber que reinó en el norte de África y la península ibérica en el siglo XI.
  • Boko Haram: Organización yihadista de origen nigeriano que también opera en la frontera común entre Nigeria, Camerún, Níger y Chad.
  • Movimiento por la Uncidad y la Yihad en África Occidental (MUYAO): Se formó a partir de una ramificación de AQMI, que tomó parte en el asedio del norte de Malí en el 2012.
  • Ansar Dine: Grupo islamista de corte tuareg que busca imponer la Sharia en Malí, que se ha relacionado con AQMI y la MUYAO.

Esta galaxia yihadista y la atomización de los actores regionales convierten al Sahel en un auténtico polvorín, y la capacidad de reclutar gente por parte de estos grupos se ha visto reforzada ante el olvido histórico de las comunidades y etnias sahelianas, a la vez que mantienen ofensivas contra las tropas occidentales.

La presencia de las fuerzas francesas también abonó al crecimiento de la violencia, ya que los líderes terroristas han explotado astutamente algunos puntos de desencuentro con los europeos, como la presencia militar en otros frentes de la lucha antiterrorista (como Siria, Irak y Afganistán), la diplomacia pro-israelí y la prohibición del uso del velo integral en los lugares públicos.

Es complicado definir quienes pelean contra quienes, ya que entre todos los actores involucrados existe una mezcolanza de etnias, pueblos y nacionalidades con intereses contrapuestos, por lo que es prácticamente imposible conocer a fondo todas las sectas que se encuentran activas. Lo que es un hecho es que las condiciones sociales empeoran día tras día, y es asombrosa la facilidad de adquirir armas y municiones para perpetrar un atentado, más incluso que conseguir agua o comida. Como resultado se tiene más pobreza, más refugiados y más hambre.

Cualquier ciudad del occidente de África es susceptible de ser atacada por los terroristas. Por estas razones la Misión Multidimensional Integrada de Estabilización de las Naciones Unidas en Malí (MINUSMA) está considerada como la misión de paz de la ONU más peligrosa para los cascos azules. Y como dice el refrán: a río revuelto, ganancia de pescadores. De esta forma, el Sahel se ha convertido en un terreno propicio para el tráfico de personas, drogas, recursos naturales y el surgimiento de todas las actividades ilícitas que nos podemos imaginar.

Esta es, a grandes rasgos, la crisis de violencia e inseguridad vigente en el Sahel a la que el G5 se tiene que enfrentar. De los cinco países que conforman la alianza, Burkina Faso Níger y Malí son los principales escenarios de los atentados y enfrentamientos militares. Malí sigue siendo el principal centro de atención de todos los países, y las recientes protestas sociales que exigen la renuncia de su presidente Ibrahim Boubacar Keïta podrían desencadenar mayor violencia e inestabilidad. Por su ubicación estratégica en la zona, Burkina Faso también es un escenario vulnerable, y el interés en Níger se explica por el control de las reservas de uranio.

El rompecabezas lo completan los gobiernos autoritarios de Mauritania y Chad, que dentro de la lógica del G5 actúan como polos de contención de la violencia terrorista. Por un lado, la ciudad de Nuakchot es la sede del G5, mientras que Yamena es la base de entrenamientos de las tropas francesas que operan por la región. A pesar de ser los países políticamente más estables, ambos poseen un largo historial de violaciones a los derechos humanos, que pasan desapercibidos por Occidente, que desde una perspectiva práctica, es el precio que se debe de pagar por la pacificación de la región.

De esta forma puede resumirse la estrategia del G5 del Sahel. Sin lugar a dudas, el enfoque regional para alcanzar la paz y la seguridad es vital, pero necesita reorientarse y renovarse partiendo de dimensiones nacionales y locales, que han sido descuidadas y menospreciadas hasta el momento. Todos los analistas y expertos coinciden en que una solución de tipo militar es insuficiente e impide la transformación real de las causas de fondo de muchos problemas.

Pero yo pienso que la pregunta clave es ¿por dónde empezar? Es sumamente grave y urgente revertir la situación actual del Sahel, y dada la complejidad del problema, se tiene que crear un gran proyecto multidisciplinario, con políticas y líneas de acción específicas acordes a las realidades locales, donde no pueden faltar perspectivas económicas, sociales, antropológicas, arqueológicas, sociológicas, ecológicas e históricas. Ello nos permitirá conocer al Sahel más de fondo, ya que a pesar de que se habla mucho de la subregión, es poco comprendida por todos. El Sahel tiene que recuperar su función como puente de intercambios entre el África al sur del Sahara y los territorios norteños continentales.


Carlos Luján Aldana

Economista Mexicano y Analista político internacional. Africanista por convicción y pasatiempo. Colaborador esporádico en diversos medios de comunicación internacionales, impulsando el conocimiento sobre África en la opinión pública y difundiendo el acontecer económico, geopolítico y social del continente africano, así como de la población afromexicana y las relaciones multilaterales México-África.

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