
La Navidad es una festividad cristiana que se festeja en todo el mundo, y África no es la excepción. A continuación, se relata cómo se celebra en Senegal, así como la forma en la cual el espíritu navideño se apoderó de los senegaleses, quienes en su mayoría son musulmanes.
En el nombre del cielo,
Os pido posada,
Pues no puede andar,
Mi esposa amada
Cada año, millones de personas alrededor del mundo celebran la Navidad en más de 160 países. Estamos hablando de una de las festividades más populares del mundo, en donde coexisten una gran variedad de tradiciones, rituales y demás manifestaciones culturales en torno a esta fiesta decembrina.
Pese a que se trata de una festividad religiosa que viene del cristianismo que conmemora el nacimiento de Cristo, la Navidad se ha “exportado” a muchas partes del planeta, convirtiéndose en un fenómeno de mercado masivo, consumismo, regalos y comida.
En África, la Navidad se celebra por las comunidades cristianas, tanto grandes como pequeñas. Recordemos que los cristianos suponen cerca de la mitad de la población africana, y por tanto, cada año la Navidad es un acontecimiento importante, siendo feriado oficial en muchos países del continente.
Durante las Navidades africanas es común que se canten villancicos en lenguas nativas, se intercambien regalos, se visite a la familia y se vaya a la iglesia, tal como sucede en el resto del mundo. Solo que, en África, la navidad tiene un significado más espiritual, y en lugar de paisajes nevados y clima frío, se asocia con ríos, playas o montañas.
Entre toda la diversidad multicultural de la Navidad en África, llama poderosamente la atención la forma en la que se celebra en Senegal, país de África Occidental. Una vez que llega diciembre, las calles y centros comerciales de las principales ciudades del país lucen decorados con árboles y luces navideñas.
También es común ver a comerciantes ambulantes vendiendo adornos, esferas, gorros de Papa Noel, cascanueces y dulces, e incluso suelen escucharse algunos villancicos “hechos en Senegal”. En las plazas, por su parte, los trabajadores elaboran trineos y murales con pasajes navideños para que los niños les dejen cartas y pidan regalos a los “Santa Clauses negros”.
Esta escena es muy común en Occidente, e incluso no nos sorprendería verlo en Senegal, de no ser porque el 96% de la población del país es musulmana. Y los musulmanes no celebran la Navidad.
A partir de una perspectiva islámica y coránica, celebrar la Navidad para un musulmán es haram, es decir, prohibido o impuro, a menos que se conviertan al Cristianismo. Desde su perspectiva, Jesús no era más que otro profeta de una larga lista previa de profetas que el Misericordioso mandó para conocer sus deseos, y aunque también es importante dentro del Islam, su nacimiento no es motivo de celebración.
Entonces, ¿por qué la población senegalesa festeja la Navidad? La respuesta la encontramos en las particularidades del mismo Islam en el país y en la introducción de esta religión en África Occidental, allá por el siglo VIII.
Durante muchos siglos, la cuenca del río Senegal fue objeto de disputa entre los sultanes marroquíes, los almorávides, los fulani (primer pueblo africano converso al Islam) y los pobladores locales, impulsados por el oro de la región conocida como Bilad as-sudán y con motivaciones de carácter religioso. Ello porque Senegal constituye un auténtico puente geográfico y sociocultural entre el Magreb y África Occidental.
A diferencia de lo que ocurrió en el norte de África y el Magreb, en el territorio que hoy ocupa Senegal, el Islam se introdujo gradualmente a través de las rutas comerciales transaharianas que se dirigían hacia los grandes imperios que existían en la región (Ghana, Sosso, Malí, entre otros).
Con el paso de los siglos la expansión del Islam se consolidó mediante la influencia de los gobernantes y las cofradías sufíes. A la fecha, el Islam practicado en Senegal se conoce como Sufismo, una variante del sunismo muy espiritual, místico, tolerante y comprensivo.
En esta corriente no existe una figura central, como un ayatollah, sino líderes locales creados desde adentro, lo cual evita la centralización y el dogmatismo alrededor de la figura del líder, algo que propició que Senegal se convirtiera en una nación secular.
Actualmente el Sufismo es la rama que sigue el 90% de la población senegalesa, que tiene una vocación artística y cultural expresada a través del canto, el baile y el arte en general. A diferencia del fundamentalismo islámico predominante, el Sufismo adopta algunos elementos del animismo africano, amoldándose a las sociedades wolofs locales, por lo que éste terminó por sustituir, sin choques, sus valores tradicionales.
Más tarde, el rechazo al colonialismo francés estimuló a los senegaleses a consolidar sus creencias a través del sistema de cofradías sufíes como una forma de resistencia cultural, que se caracterizaban por la pertenencia y la identificación al grupo social, un rasgo antropológico que observamos en las sociedades africanas bantús.
En aquella época colonial, Senegal poseía varias entidades políticas en forma de pequeños reinos, que, ante la superioridad militar, fueron cediendo, y la población senegalesa solo encontró en los neófitos del Sufismo cierta seguridad.
De esta especificidad y peculiar sentimiento anticolonial, Senegal asistió a una “africanización del Islam”, creando las bases para el surgimiento de una armonía multiculturalidad a partir de una reinterpretación de la tradición islámica en la sociedad wolof.
No obstante, y al mismo tiempo, la llegada del Cristianismo con la intrusión colonial francesa produjo un fenómeno cultural aún más complejo, que se tradujo en la incorporación de la fe cristiana a esta mezcolanza cultural.
El mejor reflejo de esta fusión lo encontramos encarnado en la figura de Léopold Sédar Senghor, considerado el padre de la patria senegalesa: un católico intelectual formado en Francia, que gobernó un territorio mayormente musulmán, pero que admiraba y aceptaba su herencia cultural africana.
Bajo esta lógica, las relaciones entre religión y política en Senegal han coexistido de forma pacífica en su trayectoria independiente. Así, la teoría del “choque de las civilizaciones”, propuesta por el politólogo estadounidense Samuel Huntington, quien vaticinaba conflictos con fondo religioso en todo el mundo, no se cumple en Senegal, que en cambio, ha hecho de la tolerancia una herramienta política.
La realidad senegalesa es realmente extraña, sobre todo considerando que no muy lejos de ahí, africanos y musulmanes están enfrentados por cuestiones religiosas. En el norte de Nigeria, por ejemplo, organizaciones yihadistas como Boko Haram asesinan a todos aquellos que rechazan su ideología, sin importar si son cristianos, musulmanes o animistas.
A su vez, los choques interreligiosos son frecuentes en países como Burkina Faso, Malí o Nigeria, donde cada vez existen más militantes del fundamentalismo islámico.
El modelo senegalés no se libra, sin embargo, de las amenazas externas. Los países del golfo Pérsico llevan años financiando, con sus petrodólares, centros religiosos y universidades por todo el país, situación que se viene alimentando desde los años ochenta.
Pero hasta ahora, la voluntad de respetar al prójimo y abrazarle sin importar cuáles sean cuales sean sus creencias religiosas es más fuerte en Senegal, y muchos consideran que estos principios tan asumidos por la sociedad senegalesa son los que han impedido que hayan existido conflictos destacables por la religión en este país.
Existe toda una literatura africana impregnada del imaginario popular que gira en torno a la visión sufista del Islam y de su interés de romper con las ideas externas, tanto de Occidente como de Oriente.
Pero los preceptos del Islam sufí no son suficientes para explicar el alto grado de tolerancia religioso de Senegal, ni el por qué sus habitantes celebran y adoran la navidad. El secreto y la amalgama que une a la sociedad senegalesa, sin importar credos ni dogmas religiosos, es una simple palabra que hace alusión a un concepto identitario: la teranga.
De origen wolof, esta palabra es un lema recurrente en el país, que guía la manera en la cual la población senegalesa interactúa entre sí y con los extranjeros. Es una idea ancestral, que hace hincapié en el espíritu de generosidad, hospitalidad, solidaridad y convivencia armónica, incluso con extraños. Todo el mundo es bienvenido.
Más que una palabra, es una estructura política y economía social solidaria. El concepto pone a las personas y al entorno en el centro, lo que aboga por encuentros entre la gente con carácter retroactivo, y donde todas aprendemos unas de otras.
Sus principios se encuentran tan asumidos por la sociedad senegalesa, que muchos analistas y expertos aseguran que son los que han impedido que hayan existido conflictos destacables por la religión. El marco histórico parece confirmar esta tesis, y el contexto actual va en la misma línea.
Es habitual que en una familia senegalesa sus miembros profesen distintos credos, y la convivencia interreligiosa no representa una fuente de tensión.
De esta manera, en Senegal no existen obstáculos para que los musulmanes puedan celebrar la Navidad. Pero como se trata de dar y recibir en reciprocidad, tampoco hay ningún problema si los cristianos vayan a casa de los musulmanes a celebrar sus fiestas, como el Ramadán y el Tabaski.
Esa es la esperanza y la magia de la teranga, una forma muy singular de convivencia social. Y aquí observamos una extraña pero agradable relación: la teranga lleva, en su esencia, el espíritu navideño. O mejor dicho, la teranga es el propio espíritu navideño, pero practicado todo el año, no sólo el 25 de diciembre de cada año.
De esta conexión se explica el entusiasmo y fascinación de los senegaleses con todo lo que rodea a la Navidad.
De acuerdo con la tradición evangélica cristiana, en la víspera del nacimiento del niño Jesús, José y María (que estaba encinta) buscaban un lugar en dónde alojarse para pasar la noche en la ciudad de Belén, en Judea, que estuvieron recorriendo hasta que alguien se apiadó de ellos y les dio su establo para que descansaran, y ahí fue donde se produjo el alumbramiento.
Esta historia nos invita a ser hospitalarios, compasivos y solidarios con cualquier persona, y en ella también podemos apreciar la praxis de la teranga. Si todas y todos tendríamos la misma mentalidad que los senegaleses, sin duda alguna, el mundo sería más tolerante y pacífico.
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