
A través de una mirada histórica, en este artículo exponemos la expansión del cristianismo en el continente africano, desde sus inicios hasta la actualidad, así como las relaciones entre el Vaticano y los países africanos y el futuro de la iglesia católica.
Según la profecía de Nostradamus, en la víspera del fin del mundo un “Papa negro” será elegido como sucesor de San Pedro en el Vaticano. Dada la fama que ha adquirido este adivino francés del siglo XIV por el cumplimiento de muchas de sus predicciones para el futuro, algunas personas alrededor del mundo interpretan esta profecía como una alusión literal a la elección de un Papa de origen africano o afrodescendiente, misma que estaría por cumplirse.
Tras la muerte del Papa Francisco, los reflectores mediáticos se volcaron al análisis de los candidatos más fuertes para convertirse en el nuevo Papa, en donde aparecieron varios nombres de cardenales africanos, entre los que destacaban Peter Turkson, de Ghana, Robert Salah, de Guinea y Fridolin Ambongo, de la República Democrática del Congo.
La posibilidad real de que alguno de ellos fuera elegido reavivaron la antigua profecía, con cierto temor entre algunos creyentes. No obstante, hay que recordar que la iglesia católica, apostólica y romana ya ha tenido pontífices africanos. Tres, para ser exactos, aunque de ninguno de ellos puede afirmarse que era de tez oscura.
El primero de ellos, Víctor I, de origen bereber, estuvo al frente de la Iglesia del año 189 al 199, época en la que los cristianos eran perseguidos por las autoridades romanas. Él fue quien introdujo el latín como lengua común entre la comunidad eclesiástica.
En segundo lugar aparece el Papa Melquiades, conocido como “el africano”,quien fue el primero en tener una residencia oficial en Roma en tiempos del emperador Constantino. Fue cabeza de la Iglesia del año 311 al 314.
Finalmente, Gelasio I, de ascendencia norteafricana, estuvo al frente del 492 al 496, quien enfatizaba en los poderes separados, pero no iguales, de la Iglesia y el Estado.
Por tanto, un “Papa africano” no sería algo novedoso en la historia. Sin embargo, la apropiación por parte de la Europa medieval del dogma cristiano y de una Iglesia que, en teoría, debería ser universal, ha enterrado los vínculos entre África y el Cristianismo en sus primeros siglos.
Más allá de la profecía sensacionalista de Nostradamus, el simple hecho de que el Vaticano y la Iglesia católica sean dirigidos por un africano enviarían un mensaje tan contundente como revolucionario: el guía espiritual de millones de personas alrededor del mundo que viene de la periferia más alejada del sistema económico global, asentado en Roma, uno de los centros de poder más influyentes de Occidente.
El simbolismo es poderoso, y por lo mismo, es inevitable cuestionarnos si detrás del temor a la africanización o negritud de la Iglesia persistan actitudes racistas, clasistas, discriminatorias y de superioridad por parte de la comunidad cristiana, que siguen viendo a los africanos con un sentimiento de inferioridad y desprecio, como en la época de la colonización.
Sea cierto o no, la realidad es que el futuro de la Iglesia católica está en el continente africano, donde también surgieron algunas de las comunidades cristianas más antiguas de las que se tiene registro.
Por ello, la historia del Cristianismo en el continente africano y los vínculos de sus pueblos con el Vaticano nos dan algunas pistas sobre el rol que desempeñan en su expansión, fenómeno que ha ganado protagonismo en años recientes dentro de la agenda geopolítica africana y en sus sociedades, dejando al descubierto el trascendental papel de los países africanos dentro de la Iglesia.
África es un continente profundamente religioso, en donde hay muy pocos ateos y agnósticos. Los cristianos suponen hoy el 46.5% de la población africana, y uno de cada seis cristianos del mundo vive hoy en este continente.
Al igual que el Islam, el Cristianismo es un movimiento religioso que surge fuera del ámbito continental, pero a diferencia de la religión de Mahoma, los primeros cristianos estrecharon vínculos con los africanos desde un inicio.
Según la tradición evangélica, Jesús de Nazaret huyó junto con su familia a Egipto para escapar de la ira y persecución del rey Herodes, convirtiéndose en refugiados, de acuerdo con la terminología actual.
Algunos estudiosos creen que la sagrada familia visitó varios lugares emblemáticos, como Alejandría, Gaza, El-Zanariq, Tel Basta y Saka. La tradición copta avala estos hechos, asegurando que Jesús recibió una gran educación, misma que años más tarde demostró en su ministerio.
No obstante, otros investigadores cuestionan la historicidad de este relato, debido a la gran cantidad de especulaciones y teorías contradictorias que existen sobre la presencia de Jesús en este país africano. Con todo, este hecho posee un gran significado simbólico, ya que Egipto era considerado en la antigüedad como un lugar de sabiduría y conocimiento.

Años más tarde, en el año 60 d.C., el Cristianismo fue traído de Jerusalén a Alejandría por San Marcos, uno de los cuatro evangelistas. En la misma época, el apóstol Mateo – uno de los doce primeros discípulos de Jesús y también evangelista – predicó en Etiopía, donde luego fue martirizado.
En el libro de los Hechos de los Apóstoles se cuenta que Felipe, uno de los primeros cristianos, predicó y bautizó a un alto funcionario etíope, encuentro que se considera crucial para la fundación de la iglesia cristiana ortodoxa en ese país. Ya en el siglo IV, el rey etíope Ezana hizo del Cristianismo la religión oficial del reino.
De esta manera, las comunidades cristianas de Egipto y Etiopía se encuentran entre las más antiguas del mundo. En todo el norte de África, el Cristianismo se convirtió en una religión de disidencia contra la dominación del imperio romano.
Tras la invasión de los árabes omeyas en el siglo VII, el Cristianismo retrocedió ante el avance del Islam. Pero siguió siendo la religión del Imperio etíope y persistió en algunas partes del norte de África.
Fue hasta el siglo XV cuando el Cristianismo llegó al resto del África Subsahariana, con la llegada de los portugueses, recibiendo la encomienda de difundir el catolicismo por parte del Papa Nicolás V en 1455 por la bula Romanus Pontifex.
El Congo fue uno de los lugares donde se dieron los primeros encuentros con la fe cristiana en tiempos del rey Alfonso (1508-1543), con la misión capuchina. Este Monarca y su corte se convirtieron al catolicismo y adoptaron los modos de vida de las cortes europeas, porque creían que el secreto de la potencia de los europeos estaba en su religión, por lo cual se extendió con rapidez y facilidad.
Al principio, los portugueses se lanzaron hacia la evangelización y actividad misionera a petición de los propios africanos, pero las necesidades de mano de obra barata en el “Nuevo Mundo” reorientaron la política portuguesa hacia la trata de personas como esclavas.
Lamentablemente, los gobernantes portugueses terminaron viendo a África como un mero proveedor de esclavos, lo que redundó en poco tiempo en su desmembramiento y en el confinamiento del catolicismo a unos pocos enclaves.
Durante la época del esclavismo (1500- 1800) la predicación cristiana se enfrentó a grandes dificultades, por causa de lo dilatado de los viajes por mar, el clima, las enfermedades, los enfrentamientos militares, las propias deficiencias del método misionero y la crueldad de la trata de esclavos. Las misiones de los dominicos (1577) y de los jesuitas (1607) poco pudieron hacer.
Por la misma época, en el extremo sur del continente, en la actual Sudáfrica, los holandeses calvinistas se establecieron en la zona para ejercer su credo cristiano, alienado a la reforma protestante y huyendo de Europa debido a las persecuciones en su contra.
En el resto del continente la mayoría de la gente continuó practicando sus propias religiones (Islam y animismo) sin intervenciones hasta el siglo XIX, cuando los europeos retomaron las misiones cristianas, impulsadas por una cruzada antiesclavista y el deseo europeo en colonizar sus tierras.
Colonialismo y Cristianismo se convirtieron en un binomio de conquista, a pesar de lo cual, algunos misioneros se solidarizaron con los nativos, especialmente cuando estos fueron desposeídos de sus tierras. Sin embargo, donde las poblaciones ya se habían convertido al Islam, el Cristianismo tuvo poco éxito.
Ante ello, los misioneros europeos adoptaron una nueva estrategia, encabezada por el misionero franciscano belga Plácido Tempels (1906-1977), quien marcó un precedente en las misiones evangelizadoras en el continente africano, al afirmar que, para lograr el objetivo de conversión al catolicismo, se debería empezar por la aceptación de los valores espirituales de África, y no con la imposición de una civilización cristiana monolítica importada directamente desde Europa. Este ha sido, desde su perspectiva, el principal error cometido en el pasado.
Sus ideas suscitaron gran polémica y debate, pero finalmente fueron adoptadas. Nuevamente fue el Congo – ahora en posesión de Bélgica – el lugar de África donde se enviaron las primeras misiones bajo este nuevo enfoque, a través de dos convenios, uno firmado el 26 de mayo de 1906, bajo el pontificado de Pío X, y el segundo el 8 de diciembre de 1953, firmado por Pío XII.
La resistencia africana al Cristianismo no fue relevante, ya que su patrimonio espiritual conectaba con facilidad con la nueva fe, especialmente por el vínculo con los antepasados y por sus aspiraciones de liberación del racismo, los prejuicios y la opresión de los colonizadores.
De esta manera, es a partir de aquí cuando se produce el verdadero boom de las conversiones, donde el catolicismo se ha convertido en un agente de gran cambio social y político, acompañando la independencia y liberación de los pueblos del continente.
Al mismo tiempo, a partir del Concilio Vaticano II, iniciado por el Papa Juan XXIII en 1962, y concluido por su sucesor Paulo VI en 1965, el Vaticano ha dado un giro en sus relaciones con otros Estados y religiones, redefiniendo la política externa de la Iglesia, asumiendo un rol social protagónico frente a los países comunistas y en desarrollo.
Todo bajo el objetivo de recuperar la esencia del Cristianismo: la Iglesia de Roma es católica y es universal. De esta manera, el dialogo interreligioso es hoy un imperativo en África y en todo el globo terrestre.
Se realizó una revalorización de la negritud, y se incorporaron costumbres africanas (como el uso de tambores tribales y música nativa) dentro de la liturgia católica. La religión católica también ha asistido al rescate de los principales valores del alma africana, caracterizados por el respeto a la dignidad humana, el sentido religioso de la vida y la muerte, la trascendencia del sentido comunitario y de la familia.
Pero no todas las tradiciones y costumbres del continente fueron incorporadas. Por ejemplo, la poligamia y la mutilación genital femenina, comunes en sociedades musulmanas y en países de África Oriental como Kenia, son prácticas que han recibido un profundo rechazo por el Cristianismo por atentar contra la integridad y la dignidad de los seres humanos, y por ser inaceptables moralmente.
Por su parte, la preocupación social de la Iglesia por los nuevos Estados africanos, que debían enfrentar un orden económico injusto y que se encontraban limitados en su accionar, no se ha limitado a la redacción de encíclicas.
El Papa Paulo VI fue el primero que realizó viajes internacionales a los cinco continentes, y para el caso de África eligió a Uganda como el lugar donde por primera vez un pontífice de Roma pisó suelo africano. Ahí se pudo apreciar la necesidad de tener un “Cristianismo africano”, así como el hecho de que su simple presencia pudo contribuir al desarrollo de la fe católica y al aumento de conversiones.
Su ejemplo inspiró a sus sucesores. Durante su pontificado, Juan Pablo II (conocido como “el Papa viajero”) visitó 32 países africanos en 12 giras por el continente. Su agenda, desarrollada dentro del contexto de la guerra fría, prestó atención a muchos asuntos, en el marco de una realidad africana caracterizada por la miseria, los conflictos y las guerras.
Exhortó a los africanos a ser ellos mismos, auténticos y a no copiar modelos externos, rechazando cualquier forma de materialismo y colaborando en la propagación del mensaje cristiano. A su vez, gran parte de su labor espiritual en África se concentró en disminuir las persecuciones religiosas a católicos en regímenes de dominación blanca, islamistas, socialistas o autoritarios.

Benedicto XVI también visitó a África, viajando a Angola, Camerún y Benín, mientras que Francisco realizó cinco giras, visitando diez países, mismas que estuvieron marcadas por un mayor compromiso en asuntos sociales, donde el pontífice argentino envió mensajes de paz, justicia, anticolonialismo, antiimperialismo y cercanía con los más vulnerables, recordando los desastres humanitarios y el expolio de recursos a los que ha estado sometida a lo largo de su historia independiente.
En su visita a la República Centroafricana en 2015 – justo en los mayores momentos de tensión entre las milicias musulmanas y cristianas – quedó patente su compromiso con la paz, la reconciliación y la misericordia. Creía en la descentralización de la Iglesia, y en respuestas locales a los desafíos locales.
Francisco también se involucró en los esfuerzos de paz en Sudán del Sur, donde en 2023 exhortó a los líderes antagónicos a trabajar juntos a parar la guerra, dejando una imagen que será por mucho tiempo recordada: el Papa besó los pies de ambos como muestra de su humildad.
De esta forma, la presencia de la Iglesia católica en África rebasa el campo religioso y permea dentro de la geopolítica africana, colocando al Estado Vaticano como un actor externo muy influyente dentro de la escena africana.
El peso del catolicismo se nota por el número cada vez mayor de africanos que son bautizados. En el siguiente cuadro se muestra la proporción de cristianos en relación con la población africana en el 2024.
No obstante, África presenta una multiplicidad de confesiones cristianas. La Iglesia ortodoxa etíope continúa dominando en Etiopía y Eritrea, cuya relación con el Vaticano es compleja, y aunque mantienen diálogo y comparten básicamente los mismos sacramentos y liturgia, hay diferencias doctrinales. Lo mismo sucede con la Iglesia copta ortodoxa, que sigue la tradición litúrgica alejandrina.
Según los datos publicados por la Santa Sede en 2021, el continente africano es el tercero en número de católicos en el mundo, totalizando 18.7%, detrás de América (48.1%) y Europa (21.2%). Los países con mayor número de católicos son la República Democrática del Congo, Nigeria, Uganda, Tanzania, Kenia, Angola, Ruanda, Burundi, Madagascar y Camerún.
En cuanto a proporción de católicos, la primera es Guinea Ecuatorial, con 87% de la población que se declara católica. Le siguen las islas de Reunión (79%) y Seychelles (76%), Burundi (67.2) y Santo Tomé y Príncipe (65.8%). En contraste, el menor porcentaje de católicos está en las Repúblicas Islámicas de Somalia y Argelia, con 0.0001% de la población.
Con todo, la influencia de la Iglesia católica y el Vaticano en África siguen siendo limitadas, pero en las próximas décadas sin duda se fortalecerán, y África se convertirá en un actor importante en su configuración dentro de los años venideros.
Es cuestión de tiempo, y es inevitable. La tendencia ya está en curso. La tasa de crecimiento anual del número de católicos se calcula en un 3.4%, mientras que el de sacerdotes en una proporción similar, de 3.45%.
En 1978, a la elección de Karol Wojtyla contribuyeron nueve cardenales que integraban el Sacro Colegio Cardenalístico. Esta vez fueron 18 los cardenales electores africanos que eligieron a León XIV como el nuevo Papa, nacido en Estados Unidos, nacionalizado peruano, pero de padres europeos.
Así, la raza y la nacionalidad quedaron relegadas a un segundo plano en la elección del nuevo pontífice, libre de cualquier prejuicio, como debe ser. El mundo tendrá que esperar para presenciar el ascenso de un “Papa negro”, pero África y el Vaticano se encaminan hacia una relación cada vez más cercana.
Ante la falta de representación histórica, la Iglesia africana ha solicitado un mayor protagonismo en los asuntos globales, cuestión que se repite en todos los organismos internacionales, al grado que varios africanos ya ostentan cargos de suma importancia, como los directores de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la de Comercio (OMC).
Quizás el papado recaiga en un africano próximamente. El continente con mayor pobreza y conflictos necesita paz, esperanza y justicia, y el Estado Vaticano, dado su carácter religioso, aparece como uno de los pocos países que pueden influir de manera decisiva en el curso de los grandes desafíos africanos continentales.
Para el Vaticano, la cosa está clara: sostener el crecimiento de la comunidad católica y continuar con los principios establecidos por el Concilio Vaticano II. Hasta la fecha, 51 de los 54 Estados africanos mantienen relaciones diplomáticas estables con la Santa Sede, cuyos objetivos son mantener la libertad religiosa sin distinciones y preservar el bien común.
En contraparte, para los países del continente los retos son mayores: dada la diversidad social y cultural de los pueblos de África, sus naciones deberán alcanzar un delicado equilibro geopolítico donde la convivencia entre todas las religiones y credos no representen un obstáculo para el desarrollo nacional, regional y continental, además de conciliar las doctrinas religiosas con el principio de laicidad del Estado.
Esta situación representa una potencial amenaza para el continente, y podría ser el origen de futuros conflictos, aunque es poco probable que se materialicen. Y para neutralizar esta y otras amenazas geopolíticas, África debería priorizar los asuntos eclesiásticos sobre los diplomáticos en sus relaciones con el Vaticano.
No obstante, las condiciones están más que dadas para que esta relación se fortalezca y siga por buen camino, y que juntos trabajen por la construcción de un ambiente donde los valores cristianos se vean entrelazados con los esfuerzos de pacificación, desarrollo sustentable, bienestar social, salud integral, combate a la pobreza, entre otros.
Pero entre más crezca la comunidad católica, mayor será la voz de África dentro en el seno de su autoridad asentada en Roma. Todo apunta a que una “África negra” es la que va a sostener a la Iglesia católica hasta el final de los tiempos. Tal vez este sea el verdadero significado de la profecía.
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