
Los vínculos entre México y el continente africano no se limitan a las actividades humanas. A pesar de la separación geográfica entre ambos, existen fenómenos naturales comunes. El más destacado son las tormentas de polvo del Sahara, que a lo largo del tiempo han tenido efectos importantes en la salud, clima, biología y hasta en la historia de nuestro país. Veamos juntos cómo es posible todo esto.
Cada año, entre los meses de mayo y agosto, tormentas de polvo provenientes del desierto del Sahara cruzan el océano Atlántico y llegan a México y otras partes del continente americano, desde Florida hasta Brasil, pasando por Texas, el golfo de México, América Central y las Antillas.
Este fenómeno meteorológico es un evento fascinante y recurrente, que consiste en masas de polvo mineral que viajan miles de kilómetros impulsadas por los vientos alisios desde el Sahara hasta América. Se les conoce como “Capa de Aire Sahariano” (SAL, por sus siglas en inglés).
Los brotes de SAL tienen propiedades únicas de calor, aire seco y fuertes vientos. A causa de lo anterior, los meteorólogos monitorean vía satélite el polvo del Sahara, desde su formación en África hasta sus interacciones en América.

Para el caso de México, las regiones afectadas por el polvo del Sahara son, principalmente, la Península de Yucatán, las costas del Golfo de México y, en ocasiones, el norte del país.
La vertiente oriental y sureste del país es por donde comúnmente ingresa de forma directa el polvo. La sierra Madre oriental es una barrera natural para que no atraviese al interior del territorio, motivo por el que sólo pequeñas concentraciones logran llegar al centro de México.
El polvo del Sahara tiene más efectos negativos que positivos. Por ejemplo, el polvo es capaz de alterar los arrecifes de corales en el Caribe mexicano al depositar sedimentos y bacterias contaminantes.
A su vez, este tipo de partículas (como las denominadas PM10 y PM2.5), afectan la calidad del aire, lo cual agrava problemas respiratorios entre las personas como el asma y diversas alergias. También se inhibe la formación de nubes, reduciendo lluvias, exacerbando condiciones áridas y generando sequías.
La dispersión de la luz crea un tono grisáceo o anaranjado en el cielo que reduce la visibilidad, pero a cambio, crea paisajes espectaculares.
No obstante, el polvo contiene minerales como hierro y fósforo, que fertilizan suelos y mares, mismos que son útiles para la generación de fitoplancton (organismos acuáticos fundamentales para la vida en el planeta) y nutrientes para suelos favorables para la producción agrícola.
Los eventos más intensos suelen darse entre junio y julio, con oleadas de polvo que duran de tres a siete días. En 2020, por ejemplo, México registró una de las nubes de polvo más densas en décadas, conocida como “Godzilla”.
El polvo del Sahara ha influido históricamente en el clima de México. Incluso se cree que contribuyó a la decadencia de la civilización maya al agravar las sequías, un tema fascinante que mezcla climatología, arqueología e historia. Aunque no es la única hipótesis sobre el colapso maya, el polvo sahariano pudo ser un factor agravante.
Investigadores y científicos de la NASA y de la UNAM han realizado estudios en los sedimentos de lagos en Yucatán (como el de la laguna de Chichancanab, ubicada al noroeste del Estado de Quintana Roo), así como en estalagmitas en cuevas, muestran que durante el final del periodo clásico mesoamericano (800-1000) la región maya sufrió sequías severas y prolongadas, que coinciden con el abandono masivo de ciudades como Tikal, Palenque y Calakmul.
Pero el vínculo no se limita a la naturaleza. Algunos arqueólogos sugieren que los antiguos mayas interpretaron el cielo brumoso por el polvo como señales divinas, lo que pudo influir en su decisión de abandonar ciudades.
Recordemos que sus sociedades tenían conocimientos avanzados en astronomía y matemáticas, y eran grandes observadores de la bóveda celeste, teniendo la vocación de encontrar soluciones científicas y objetivas sobre los fenómenos naturales, en línea con sus creencias religiosas. Es muy probable que los antiguos mayas entendieran los efectos negativos del polvo sahariano tan bien como ahora.
El polvo presente en la atmósfera bloquea la radiación solar, enfriando la superficie oceánica y debilitando la formación de tormentas y huracanes. Estudios modernos concluyen que existe una correlación negativa entre el polvo sahariano y el número de huracanes en el golfo de México. Es decir, que a mayor polvo, menos tormentas se registran.
De esta manera, la presencia de polvo del Sahara (rico en hierro pero pobre en nutrientes orgánicos) pudo degradar los suelos frágiles de la región y los cultivos de maíz, base de la dieta de los mayas y de toda Mesoamérica.
Hoy, las tormentas de polvo del Sahara siguen afectando a Yucatán. En 2020 una gran nube de polvo coincidió con una sequía atípica en el sureste mexicano, que de acuerdo con los registros del Monitor de Sequía de la Comisión Nacional del Agua (CONAGUA), fue la segunda más severa del país, solo superada por la de 2011.
Por si fuera poco, los expertos advierten que, con el cambio climático, estos eventos podrían hacerse más intensos, y que junto con la invasión de sargazo, representan factores que tienen una incidencia negativa en el golfo de México y el Caribe.
Este vínculo natural que conecta África con México bien podría representar una analogía de sus relaciones diplomáticas: se llevan a cabo más por inercia que por una acción voluntaria, desde la distancia, sin encuentros directos, sin un rumbo fijo y cubiertas de polvo, que impiden ver las oportunidades y ventajas que representaría un acercamiento más profundo.
Hay que desempolvar la relación, identificar temas de interés mutuo y avanzar en el conocimiento sistemático de los asuntos de la agenda africana. El polvo africano es un atento recordatorio de que lo que sucede en ese continente nos afecta más de lo que nos imaginamos.
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