Dilemas de la diversidad en África: personas con discapacidad

En el artículo anterior analizamos los problemas asociados con la incorporación de los miembros de la comunidad LGBT+ a los procesos de desarrollo social y económico en el continente africano. Ahora se hace lo propio con otro de los grupos sociales más vulnerables: las personas con discapacidad.

De acuerdo con cifras de la Organización Mundial de la Salud (OMS), una de cada seis personas en el mundo sufre alguna discapacidad importante, condición que forma parte del ser humano y es consustancial a la experiencia humana, resultado de la interacción de una serie tanto de afecciones como de factores ambientales y personales.

Las personas con discapacidad constituyen un grupo diverso, considerando el enorme cúmulo de tipos y experiencias que existen, pero todas ellas limitan la realización de las diversas actividades cotidianas que derivan en situaciones injustas, provocando exclusión e impidiendo el pleno goce de sus derechos.

La condición de discapacidad (también denominada como “capacidades diferentes”) puede ser adquirida por nacimiento, accidente o manifestarse a lo largo de la vida de cualquier persona, que puede incluir afectaciones cognitivas, visuales, auditivas, motrices, intelectuales, mentales o psicosociales. Todas ellas requieren de ayudas técnicas, monetarias y de acompañamiento para superar las barreras que el entorno social les impone.

Este es un asunto de salud pública, que a pesar de su relevancia, el bienestar de las personas con discapacidad no es un tema prioritario dentro de la agenda pública africana. La OMS estima que aproximadamente el 40% de la población del continente padece algún tipo de discapacidad, equivalente a que 300 millones de personas, aunque esta cifra se tiene que tomar con reserva, dado que no todos los países contabilizan ni identifican a su población con discapacidad.

Según la Federación Panafricana de Personas con Discapacidad, las guerras y los conflictos son las principales causas del aumento de las discapacidades en el continente, lo cual revela que muchos de los casos de discapacidad en África pudieron ser evitables, y que los esfuerzos de pacificación son un efecto externo positivo para disminuir la población discapacitada, y así liberar a los Estados y sociedades africanas de la pesada carga que representa su atención.

La situación de las personas con discapacidad varía significativamente entre las distintas regiones y países del continente, pero en general enfrentan desafíos profundos debido a factores sociales y barreras estructurales como la pobreza, desigualdad, desempleo, estigmas culturales, así como la falta protección social y de políticas inclusivas.

Un dato alarmante que revela la falta de atención hacia este segmento poblacional tan vulnerable es que se estima que más del 90% de los discapacitados africanos tienen poco o ningún acceso a servicios u oportunidades que les permitan desarrollar sus capacidades productivas.

Se identifican tres principales factores que han derivado en esta lamentable situación:

  • El desinterés e incluso desprecio de los gobiernos hacia su población con discapacidad.
  • La asociación de la discapacidad con mitos, supersticiones, hechicería o castigos divinos, lo que lleva a la marginación de las personas con esta condición, lo que lleva a la marginación y al abandono familiar.
  • La falta de políticas públicas, apoyos, recursos y coordinación entre países y niveles de gobierno para impulsar el desarrollo y bienestar de las personas con discapacidad en África.

Con respecto al primer punto, Amnistía Internacional ha detectado que varios gobiernos africanos menoscaban la labor de los órganos regionales de derechos humanos al incumplir las decisiones que adoptan, no solo en el tema de la discapacidad, sino también en otros igual de importantes, como los derechos de la niñez, las mujeres y los pueblos originarios.

En muchas ocasiones los representantes de los gobiernos son presionados por actores internacionales para adherirse a estos mecanismos de protección en materia de derechos humanos (por ejemplo, a la Convención de las Naciones Unidas sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad, CDPD), o para quedar bien con los donantes de ayudas, pero en el fondo muchos de ellos sienten un desprecio absoluto hacia estos temas.

Su falta de compromiso se refleja en la lentitud y pasividad por ratificar el Protocolo Africano sobre Discapacidad, un marco legal histórico favorable hacia las personas con discapacidad a nivel continental, adoptado por la Unión Africana el 29 de enero de 2018 en Addis Abeba, Etiopía.

Aunque este acuerdo fue suscrito desde entonces, fue apenas en junio de 2024 cuando entró en vigor, tras la ratificación mínima de 15 Estados del continente al protocolo, es decir, más de seis años después de su firma.

MAPA. Países africanos que han ratificado el Protocolo Africano sobre Discapacidad.
MAPA. Países africanos que han ratificado el Protocolo Africano sobre Discapacidad.

No obstante, han surgido sistemas nacionales de protección y apoyo a las personas con discapacidad en países como Sudáfrica, Etiopía, Uganda y Tanzania, y a pesar de los esfuerzos, ninguno ha sido ejecutado con éxito, siendo poco más que una promesa vacía.

Este fracaso también se explica en parte por el poco o nulo involucramiento de la sociedad civil africana en este tema. Y es que, en muchas culturas del continente, la discapacidad se asocia con mitos, supersticiones, hechicería o castigos divinos, lo que lleva a la marginación e incluso al abandono familiar.

Algunas de aquellas percepciones conducen a contradicciones inexplicables: mientras que algunas comunidades creen que la discapacidad es cosa de brujería, dioses, castigos divinos o algunas otras fuerzas sobrenaturales, otras creen que son especiales y hasta sagradas. Todo ello conduce a una serie de acciones extremas, anormales y radicales. Revisemos algunos ejemplos.

En las sociedades de África Occidental, como los Akan y los Yoruba, las discapacidades se consideran castigos de los dioses, brujería o maldiciones familiares, lo cual lleva en ocasiones a la realización de “rituales de limpieza” peligrosos.

Uno de ellos consiste en el secuestro y decapitación de personas jorobadas, dado que se les atribuye que contienen un líquido mágico parecido al mercurio que puede convertir a una persona en rica.

Otro de los grupos más perseguidos son las personas con albinismo, una condición genética hereditaria que se caracteriza por la falta de melanina en la piel y el cabello, dando como resultado un color excesivamente blanco.

En países como Burundi, Malawi y otros de África Oriental y la zona los Grandes Lagos se llevan a cabo rituales de hechiceros contra estas personas, debido a mitos asociados con fantasmas, maldiciones y poderes mágicos, de acuerdo con tradiciones shona.

A pesar de las campañas y persecuciones a quienes cometen estos actos, las ejecuciones de personas albinas no se han podido erradicar. Tan solo en Tanzania han sido arrestados más de 200 personas por esto.

En zonas rurales de África Oriental, como Sudán del Sur, algunos niños con discapacidad severa, tales como demencia o retraso mental, son abandonados o asesinados por considerarlos una maldición.

De manera similar, algunos grupos étnicos del sur de África, como los xhosa, excluyen a los jóvenes con discapacidad de sus propios rituales y ceremonias clave para la adultez.

Por su parte, algunas comunidades que habitan en el Sahel creen que las discapacidades son pruebas divinas, cuyas familias optan muchas veces por ocultarlos por vergüenza. En este sentido, existe la creencia de que si una mujer embarazada observa fijamente a una persona discapacitada, su bebé heredará la misma condición.

Dichas percepciones, actitudes y comportamientos hacia las personas con discapacidad varían en función de los diversos contextos socioculturales. No obstante, de manera general, en África el Islam y el Cristianismo se mezclan con ideas animistas preexistentes, lo cual ha perpetuado este tipo de creencias.

El cuestionamiento central radica en si la percepción negativa es una forma de evitar que los males se propaguen entre la sociedad. En contextos de pobreza – muy comunes en África – las personas con discapacidad son vistas como improductivas, lo cual refuerza su exclusión de los procesos de desarrollo social y económico y de oportunidades.

El resultado es terrible: las personas con discapacidad son tratadas como gente enferma, estúpida, idiota y asexual, incapaces de formar una familia. De esta forma, en África tener alguna discapacidad es un asunto de vida o muerte, una lucha constante por la supervivencia.

Según Save the Children, solo el 10% de los niños con discapacidad asiste a la escuela en África, debido a la falta de infraestructura accesible, docentes capacitados y recursos adaptados, como materiales en braile o enseñanza en lenguaje de señas.

El desempleo es alto: hasta un 90% en algunas zonas, y muchos de los trabajos informales no son accesibles. Las personas con discapacidad suelen depender de la caridad de un familiar. Algunos niños con esta condición son obligados a mendigar en las calles de las grandes ciudades como Lagos por grupos religiosos, fenómeno que se conoce como almajiri.

En cuanto a su salud, su situación no es mejor. Hay escasez de servicios de rehabilitación, tratamiento y atención especializada, especialmente en las comunidades rurales. Además, enfrentan mayores riesgos en crisis sanitarias (VIH, cólera, COVID-19, malaria, etc.).

El tema de discapacidad también abarca aspectos de género: las mujeres con discapacidad intelectual tienen mayor riesgo de violencia y abuso sexual.

Por su parte, el déficit de infraestructuras adaptadas a las personas con discapacidad, como rampas, elevadores y otros espacios adaptados a las diversas necesidades, así como la escasez y poca disponibilidad de aparatos ortopédicos o prótesis, así como los vehículos especiales o adaptados, son aspectos prioritarios que se deben considerar para su bienestar y comodidad.

Pero, ¿cómo impulsar las políticas públicas para el bienestar de las personas con discapacidad en medio de tantas carencias y necesidades? ¿Debería ser un tema prioritario para los gobiernos? ¿Cómo combatir los estereotipos y prejuicios en muchas partes del continente, si políticamente hablando, se atrae más electorado manteniendo los mitos sobre la discapacidad que desterrarlos?

Estos son parte de los dilemas a los que se enfrenta África en cuanto a la atención, protección y bienestar de las personas con discapacidad. Definitivamente no es un tema sencillo, pero por humanidad, la meta debe ser clara: todas las sociedades del continente deben tener un enfoque incluyente hacia las personas con discapacidad y procurar su bienestar.

A pesar de que algunos países han ratificado la convención sobre derechos de las personas con discapacidad y se han adherido al Protocolo Africano sobre Discapacidad, su implementación es muy lenta. Pocos países tienen políticas públicas efectivas.

Se han implementado políticas en materia de educación, salud empleo y discapacidad, pero los resultados de una evaluación realizada por expertos, ninguna de las políticas analizadas alcanzó siquiera el 50% de los niveles óptimos de derechos, accesibilidad, inclusividad, implementación, asignación presupuestaria y cumplimiento.

Sudáfrica y Namibia tienen marcos legales de protección y apoyo hacia las personas con discapacidad muy robustos, pero los altos niveles de desigualdad en el sur de África limitan su impacto.

Países del norte de África como Marruecos o Túnez también tienen leyes avanzadas, pero persiste la discriminación social. A su vez, en Etiopía y Kenia hay avances en educación inclusiva, con un creciente activismo. En cambio, en África Occidental el estigma es muy alto, aunque están surgiendo iniciativas locales.

El tema de la discapacidad no debería ser un asunto exclusivo de los Estados. La Sociedad Civil africana tiene que desempeñar un papel crucial, implementar acciones coordinadas las políticas gubernamentales y participar de manera activa en su diseño.

Diversos proyectos locales demuestran potencial. También destacan testimonios públicos de personas con discapacidad que usan sus historias personales para cambiar narrativas, como el de la activista y abogada etíope Yetnebersh Nigussie.

Otro ejemplo destacable es el Movimiento Panafricano de personas con Discapacidad, fundado en 1994 en Zambia, que aboga por un cambio de paradigma, transitando de un enfoque médico hacia uno social, donde no sean vistos por las demás personas con caridad, pena y una carga para la sociedad.

Finalmente, la Unión Africana (UA) desempeña un papel clave en el asesoramiento a sus Estados miembros sobre cuestiones de discapacidad, lo cual debe reflejarse en más y mejores políticas inclusivas de discapacidad en el marco de su Agenda 2063, pero su ejecución es lenta.

Afortunadamente el reconocimiento a las personas con discapacidad ha venido avanzando en África, pero sus necesidades aún no están integradas a los procesos de desarrollo, una oportunidad que necesita revisarse y rectificarse.

La persistencia de las discapacidades es potencialmente dañina para los esfuerzos de crecimiento y desarrollo económico de cualquier país. Se requiere más inversión, especialistas, educación y personal de la salud.

Lo más complicado será, sin duda, cambiar la percepción de gran parte de la población africana hacia las discapacidades, dado que se involucran cuestiones morales y tradiciones ancestrales.

Esto sólo será posible desplegando campañas de información y concientización, con evidencia científica, dejando los mitos a un lado. La gente teme aquello que no conoce, y recurre a las supersticiones y la religión para explicar lo que no entiende. En síntesis, lo que África requiere es transitar hacia un enfoque de derechos humanos que sea compatible con sus contextos socioculturales africanos.

Cada persona con discapacidad es especial, y es labor de todas y todos darles las herramientas necesarias para que tengan un proyecto de vida digna, gocen de sus derechos fundamentales y convertirles en actores clave del crecimiento y desarrollo de sus naciones.


Carlos Luján Aldana

Economista Mexicano y Analista político internacional. Africanista por convicción y pasatiempo. Colaborador esporádico en diversos medios de comunicación internacionales, impulsando el conocimiento sobre África en la opinión pública y difundiendo el acontecer económico, geopolítico y social del continente africano, así como de la población afromexicana y las relaciones multilaterales México-África.

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